Читать книгу Hablemos de amor - Claire Kann - Страница 10
Оглавление
Ay, la madre…
Se había equivocado. Pero totalmente. Los sentimientos, las sensaciones, todo volvió a embargarla como si nunca se hubiera ido. Alice siempre se había preguntado cómo sería sentir atracción física y, aunque no le desagradaba necesariamente, deseaba que hubiera un botón que pudiera pulsar para volver a desactivarla.
Essie se las había ingeniado para engañar a Takumi para que llevase La hora de los cuentos de la sección infantil. Los peques se reunían a su alrededor formando un semicírculo embelesado de grititos ahogados y se reían en los momentos adecuados. Takumi hasta ponía distintas voces; era la adaptación más dramática (y entretenida) de La verdadera historia de los tres cerditos que Alice había oído jamás.
Y ella estaba prácticamente igual que los niños: observaba el espectáculo desde detrás de la estantería de los libros ilustrados. Le empezaba a doler la espalda de estar sentada en la minúscula silla (y estaba convencida de que las patas se tambaleaban peligrosamente por su peso), pero ni pagando se habría movido.
(Bien pensado, en realidad la biblioteca le pagaba para moverse: tendría que haber estado colocando libros, no mirando.)
Takumi seguía siendo ridículamente guapo (vaqueros azul claro de corte recto con un jersey gris que parecía suave y remangado en los antebrazos, ¡y qué antebrazos!) y Alice seguía perpleja. Y atraída. Como una polilla gigante y pasmada hacia un chisme que churrusca insectos, pero es precioso a niveles sobrenaturales. Gritar en medio de la biblioteca no habría sido lo que más beneficiara a Alice, pero eso no le quitaba las ganas de hacerlo.
—Fin —dijo Takumi mientras cerraba el libro—. ¿A quién le toca?
Casi todas las manitas se alzaron, algunas con su libro sobre la cabeza.
—Esta vez vamos a hacer una adivinanza. Gana quien adivine primero la respuesta. —Takumi se dio golpecitos en la barbilla—. ¿Qué letra del abecedario suena como una serpiente?
—¡Yo lo sé! —Un niñito de piel oscura se puso en pie—. ¡La S!
—Muy bien —dijo Takumi—. ¿Qué libro has elegido?
El niño se le acercó tambaleándose y enseñándole el libro.
—¿Puedo sostenerlo yo?
—Claro. Ven, siéntate aquí. —Le dio golpecitos al sitio que había a su lado—. Sujétalo en alto para que todo el mundo lo vea —dijo, mientras colocaba bien a su ayudante.
—¿Pondrás voces graciosas otra vez?
—Claro. —Takumi se rio—. ¿Todos listos?
Vio a Alice y su sonrisa aumentó tanto que ni en la silla del dentista.
Alice podría pasarse el día observándolo (como la acosadora que aparentemente era). ¿Cuándo había sido la última vez que se había sentido tan fascinada por el aspecto de alguien? ¿Había ocurrido alguna vez? Alice no era artista ni cantautora (su creatividad se reducía únicamente a lo estético y la decoración), tampoco escritora (a menos que contasen sus ensayos sobre las series que veía), pero si alguien le diera papel y boli, seguramente se pusiera a componer sonetos en honor a Takumi.
—Alice —susurró Essie mientras se apoyaba cruzada de brazos en la estantería.
Alice dio un respingo y reanudó sus tareas a toda velocidad.
—Hola, Essie —susurró en respuesta. ¿De qué agujero de gusano había salido la mujer?
—¿Disfrutas del espectáculo?
Essie era prácticamente lo opuesto a Cara, con las piernas y el cuello de una jirafa. Elegante y femenina hasta niveles absurdos, nunca tenía un solo pelo fuera de sitio. Su forma de llevar la ropa era el sueño de cualquier modista; por si no bastase, tenía un tono de piel marrón oscuro sin mácula que hacía llorar de envidia a Alice.
(La piel de Alice era de un color parecido, pero la hiperpigmentación era real.)
—¿Qué? No, estoy colocando libros. —Levantó uno de forma que las páginas se movieran.
—Ya —contestó Essie con una ceja levantada. Miró en dirección a Takumi y La hora de los cuentos—. Creo que va a ser una buena incorporación a la biblioteca.
—Sí, será genial.
—A los niños les encanta. —Se fijó en el carrito lleno de libros de Alice—. Y veo que no son los únicos. ¿Aún no has acabado?
—Bueno, es que había que recolocar la estantería antes de empezar y estaba con eso —mintió Alice.
—No cuela. —Essie se rio—. Ese chico tiene ese efecto en casi todo el mundo al principio. Es bastante mono. ¿Qué código tiene?
Essie estaba al corriente del código de monosidad de Alice, y le parecía graciosísimo y fascinante a la vez. Los días que Essie no comía en casa (vivía cerquísima de la biblioteca), se pasaban la hora juntas mirando el Tumblr, poniéndole código a todas las imágenes.
Essie estaba decidida a descifrar el código. Para empezar, le desconcertaba que una pintura de la aurora boreal pudiera sobrepasar su propio código (amarillo). Essie se había pasado al menos veinte minutos argumentando que ella era más atractiva que unas «luces verdes raras que hacían garabatos en el cielo».
Ni de coña iba a admitirle Alice que Takumi era código negro. En cuanto se lo dijera, la vanidad de Essie podía matarla. Desde el cariño, eso sí.
—¿Mono? ¿En serio? —Alice intentó mostrarse indiferente al máximo—. No me había fijado.
—Qué mentirosa. —Essie se rio.
¿Las mentiras olían? ¿Acaso era eso posible? Fijo que sí; su aroma distintivo debía de ser Eau de No Cuela.
—Te fijas en todo el mundo —continuó Essie—. Llevo casi media hora viendo cómo lo miras. Ahora está soltero. ¿Os arreglo una cita?
Alice respondió despacio, midiendo cada palabra:
—Los empleados no pueden salir juntos.
—Error: los bibliotecarios no pueden salir con ayudantes —contestó Essie—. Y no es que vaya a contárselo a Cara. Mientras no os paséis con los ojitos de cordero degollado, a mí me da exactamente igual.
Essie estaba como para meterse con los ojitos que se ponía la gente: de cada dos frases que decía, una normalmente era «Andrew esto» o «Andrew aquello». Había conocido a su novio (el susodicho Andrew, a quien Alice aún no conocía) hacía dos meses. El flechazo había sido instantáneo y, poco después, ya estaban en el mundo mágico en el que comían perdices para siempre.
—Gracias, pero ahora mismo no estoy para romances.
(Ni para salir con nadie.)
(Ni para el amor.)
(Ni para ser feliz, por lo visto.)
Essie la miró de refilón.
—Y lo dice la persona que escribió un ensayo sobre la flagrante disonancia romántica en la serie Sleepy Hollow llamado Ichabod y Abbie: La mayor historia (de amor) jamás contada y lo publicó.
Empezaron a arderle las orejas. Por más tele que se tragase, Alice nunca se animó a escribir fanfics. Redactar análisis críticos sobre sus series y shippeos preferidos era su droga predilecta. Los escribía para ella misma y para amigos de ideas afines. A veces tenía suerte y alguna revista en línea le compraba su trabajo.
—Eso te lo enseñé en confianza —siseó.
En el grupo hubo un estallido de risotadas que desvió la atención de ambas. Essie golpeó la estantería con los nudillos.
—Ponte a trabajar o te haré quitar el polvo en la sección de libros de consulta, donde hay menos distracciones.