Читать книгу Hablemos de amor - Claire Kann - Страница 5
Оглавление
—No entiendo cómo puedes tener tantas cosas. Pero si tenías media habitación. ¡Media! —se quejó Feenie mientras se hacía una coleta con su largo cabello rubio—. Sabías lo pequeño que es esto.
Alice había conocido a Serafina (Feenie, si no querías jugarte el físico) el primer día de guardería. Se había ido directa hasta Alice, le había ofrecido la mitad de su chuche de cereza, y amablemente y sin preámbulos se había proclamado la mejor amiga de Alice.
(Estaba claro que el título seguía vigente.)
—Cabrá todo —dijo Alice—. Mi padre me dio estantes de los que se cuelgan y cajas de almacenamiento apilables.
Su nuevo cuarto no era exactamente un dormitorio, sino una especie de madriguera; el curioso «medio dormitorio» del piso de dormitorio y medio de Feenie y Ryan que habían accedido a subarrendarle al límite de la legalidad. A decir verdad, si se ponía en el centro del cuarto y alargaba los brazos, casi tocaba las paredes. Y el techo. Pero un antro diminuto y sin ventanas no impediría que decorase hábilmente hasta su último milímetro. Había imágenes en Pinterest de habitaciones de tamaño similar con las que la gente había obrado magia interiorista.
A título personal, a Alice le obsesionaban el color y las cosas recargadas, pero era capaz de racionalizar lo que necesitaba la habitación. Se le apareció en la cabeza al instante, en una sola palabra: minimalismo.
Un tema monocromático con franjas diminutas de colores pastel. Su colchón de matrimonio quedaría perfecto en la esquina de la pared más lejana, con su mesita de noche, que podía pintar fácilmente, al lado. Dejaría su televisor en la sala de estar, ya que era más grande que el de Feenie y Ryan, para no abarrotar el dormitorio, y usaría su portátil. Pósteres descoloridos en blanco y negro y fan art de sus series y películas preferidas harían las veces de papel pintado. Colgaría luces navideñas y farolillos de tonos blancos tenues. Y se compraría un edredón de color lila claro.
(Por mucho que le doliese, poco podía hacer con la horrenda moqueta marrón.)
—Llevará su tiempo —dijo, aún medio perdida en su visión. El resultado definitivo tendría un código de monosidad de tonos pastel: amarillo claro (reconfortante como la luz del sol)—. Pero quedará bien.
—No me cabe duda. —Feenie puso los ojos en blanco—. Me vuelvo a la furgoneta.
—Sí, capitán, mi capitán.[3]
Era un viejo chiste suyo que nunca pasaría de moda. Se fijó en los hombros al descubierto de Feenie.
—¿Te has puesto protector solar? Ya sabes que tu piel pasa de búho de las nieves a langosta hervida en cuestión de minutos.
—Te quiero —dijo Feenie riendo mientras se dirigía a la puerta—. Pero sigues acumulando demasiadas mierdas.
Feenie no caminaba: iba dando zancadas allá donde fuera. Alice nunca había llegado a averiguar si era su forma genuina de andar o si lo hacía a propósito para parecer más amenazante. Su entrecejo, fruncido casi permanentemente, ya se encargaba de hacerlo.
(Por no hablar de las cicatrices de su rostro, conseguidas mediante peleas cada vez que sentía que le faltaban al respeto… que Alice había averiguado que podía aplicarse a prácticamente cualquier cosa. Feenie se enorgullecía especialmente de la que le recorría el lado izquierdo del labio superior.)
Alice empezó a sacar las cosas de la primera caja y no pudo contener una mueca de dolor al ver el contenido. En vez de clasificar los cacharros de su escritorio, le había parecido muchísimo más eficiente sacar el cajón y vaciar todo el contenido en la caja. «Así se hace, Alice del pasado», pensó mientras clasificaba los despojos. Cerca del fondo, una foto de Margot y ella se había pegado a la entrada de un concierto al que habían asistido durante su primer semestre.
El día en que se mudó a la universidad el año anterior había sido movidito, cuanto menos.
Lo primero que vio de Margot fue su enorme mata de pelo (rubia con mechas por el sol, templada por mechas castañas claras y oscuras, del tipo que hacía que la gente acudiera en masa a la peluquería). Su cabello realzaba su preciosa piel aceitunada, sus ojos de color gris claro y esa sonrisa fácil y traviesa, siempre lista para un reto.
Su código de monosidad era rojo anaranjado; luego fue simplemente Margot antes de convertirse en la Margot de Alice, pero ahora ya no era nada.
Porque Alice era un Cadáver.
Porque era antinatural e incapaz de amar.
(Jolines, ¿cuándo narices iba a dejar de doler?)
Los hombros de Alice empezaron a temblar mientras unas lágrimas silenciosas le resbalaban por la cara.
—Ay, Botoncito —dijo Ryan mientras dejaba una caja en los últimos centímetros cuadrados despejados del suelo.
Alice y Feenie habían conocido a Ryan a la vez: en la clase de Sociales de sexto. La mayor parte de la grasilla de bebé de la cara de Ryan había desaparecido en el décimo curso, cuando se unió al equipo de natación, pero Alice lo seguía viendo como entonces: un niño moreno y mofletudo con gafas gigantescas y cabello castaño oscuro cortado a tazón que apenas hablaba por su marcado acento tagalo (que también había desaparecido en el instituto). Sin embargo, lo que más recordaba era cuando ella le hacía reír tanto que le daba un ataque de asma.
—No pasa nada. —Alice se enjugó la piel bajo los ojos—. Estoy bien.
Ryan le quitó la foto de las manos.
—Es por tu bien —dijo cuando Alice protestó—. Es que flipo con que te dijera eso. O sea, sé que no mientes, pero parecía muy maja.
—Las más peligrosas son las majas. —Cruzó los brazos—. O como sea que lo diga la gente. ¿Por qué no soy capaz de encontrar a alguien a quien le guste estar conmigo tanto como a mí con esa persona? De forma romántica, digo. ¿Acaso pido demasiado?
—Lo digo con la boca pequeña porque no es la única respuesta, pero podrías probar a salir con alguien que también fuera ace.[4]
Alice se rio.
—Las relaciones a distancia no son mi rollo y probablemente sería lo único que encontrase. Internet mola, muchos de mis amigos viven ahí, pero quiero una pareja que esté aquí conmigo.
Sacudió con un dedo una pelusa de un oso de peluche negro antes de colocarlo en su escritorio, que era poco más que una tablilla; no llegaba al metro de ancho.
—Estoy cansada de intentarlo —farfulló.
—No puedes seguir tomándotelo tan a pecho. —Ryan suspiró, un sonido profundo y triste que provocó pucheros en Alice—. No es sano.
Ella lo miró de reojo, correspondiendo su lástima con enfado.
—Claro, como tienes tantísima experiencia en rupturas…
—Feenie y yo rompimos una vez.
—Ya, durante una semana o así hace dos años. Y no voy a decir nombres, pero recuerdo perfectamente leer el espantoso blog de poesía de cierta persona en nombre de la amistad cuando cierta persona cabreó a Feenie. —Lo miró directamente a los ojos—. Pero no diré nombres.
—Eso era distinto. Era joven y sensible. —Ryan rio—. Mis poemas no eran espantosos.
—Lo eran y lo siguen siendo. Internet es para siempre y nunca borraste el blog. —Soltó una risita mientras Ryan ponía los ojos como platos.
—Bueno, esta vez no se trata de mí. —Ryan carraspeó—. Si necesitas llorar, hazlo, pero prométeme que no lo harás delante de Feenie, por favor—. Miró rápidamente a la puerta antes de bajar la voz—: Ya he tenido que disuadirla de que fuera a casa de Margot esta semana. Dos veces.
—Pero si vive en Iowa.
—Dos veces —repitió él—. Ya sabes cómo se pone.
Feenie siempre había sobreprotegido (cariñosamente) a Alice. Si le hubiera dicho a Feenie lo que Margot le había soltado, Feenie era capaz de desaparecer en mitad de la noche y, por la mañana, verían por todas las paredes carteles de «Se busca» con su cara.
Estrictamente hablando, de no ser por Feenie, Alice no habría conocido a Margot.
El bloque de pisos en el que vivía hacía ofertas especiales para los estudiantes universitarios: no les pedían aval siempre que tuvieran pruebas de que se habían matriculado y pagaran tres meses por adelantado en vez de dos. Hasta permitían animales de compañía (su gata Glorificus debía de estar roncando bajo el sofá).
Por lo visto aceptaron la solicitud de Ryan de un piso en el último minuto y por lo visto era una oferta demasiado buena como para rechazarla. Así que en vez de vivir los tres en el campus de la Universidad Estatal Bowen, ambos la habían dejado plantada para irse a vivir juntos.
Alice no estaba enfadada como tal, pero se quedó dolida y con un regusto amargo; como los quería, pasó página. Antes de llegar a tener tiempo a prepararse mentalmente para vivir con una extraña, Margot había entrado en su vida como quien no quería la cosa…
—Ya estamos otra vez con los lagrimones —dijo Ryan afectuosamente. La atrajo hacia él para abrazarla y apoyó la barbilla sobre la cabeza de Alice—. Aún quedan algunas cajas. Ya devolvemos nosotros la furgoneta para que no tengas que preocuparte.
Se alejó y se detuvo en la puerta.
—Sé que es una mierda, pero una ruptura no es el fin del mundo.
Quería mucho a Ryan, con todo su corazón, y no le deseaba una ruptura a nadie, pero el chaval necesitaba ver las cosas con perspectiva. Deliraba si esperaba que Alice creyese que no se le caería el mundo encima si Feenie lo dejaba. Era la única novia que había tenido en la vida. Una vez, estando ligerísimamente fumados, se jactó sin parar de lo afortunado que había sido al conocer a Feenie tan joven y de que no tendría que pasarse el resto de la vida buscando a su alma gemela.
—¿Crees en las almas gemelas? —le había preguntado Alice.
—Sí, las almas gemelas existen. Lo dice Dios. Ya verás, un día encontrarás a la tuya, recordarás este momento, y al fin empezarás a respetarme y venerarme como el profeta que soy. Dios tiene un plan para todos.
(Cuando iba colocado, el cerebro de Ryan era una papilla sentimental y religiosa.)
En aquel momento, Alice había descartado sus palabras negando con la cabeza. Por aquel entonces ni siquiera tenía claro si quería salir con alguien, pero tampoco tenía dudas sobre su asexualidad. Se había pasado innumerables horas pensando en lo que implicaba y asimilándolo, qué clase de futuro quería tener y si podría incluir a otra persona.
El resumen era que su cuerpo jamás había mostrado el más mínimo interés sexual por nadie, pero eso no quería decir que le gustase estar sola. No quería decir que no se sintiera sola. No quería decir que no quisiera una historia de amor y enamorarse. No quería decir que no pudiera amar a alguien con la misma intensidad con que esa persona la amase a ella.