Читать книгу Hablemos de amor - Claire Kann - Страница 9

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—¿Por qué lloras, qué ha pasado? —preguntó Feenie.

Su rostro llenó la pantalla del móvil de Alice.

Se había pasado una hora hecha un bicho bola bajo las mantas, intentando recomponerse. No dejaba de hipar y quedarse sin aire; su nariz era más bien un coso lleno de mocos y tenía los ojos hinchadísimos. Estaba tan desconsolada que ni había cenado.

(Alice nunca se saltaba una comida. Jamás.)

(Eso equivalía a traición en Alicelandia.)

—Él m-me miró y… —No lloraba con tanto sentimiento desde el capítulo final de Fringe.

—No te entiendo. Respira un poco, mujer.

Inspiró, pero al soltar el aire sollozó:

—Y… a-ahora pensará que s-soy tontísima.

—Uf, ya te vale. Hago una pausa de emergencia para hablar contigo y no dices nada con sentido —farfulló Feenie—. ¿Quién es «él»?

Eso solo hizo que Alice llorase aún más, porque la culpa es una maldita abusona.

—No puedo ayudarte si no me dices qué ha pasado. —Feenie suspiró y se pellizcó el puente de la nariz mientras meneaba la cabeza—. ¿Prefieres hablar con Ryan? Se le da mejor que a mí el rollo de las lloreras emotivas.

—¡No! —Feenie era la única persona con la que quería hablar de él.

—¡Pues espabila y habla!

En primaria, mientras todas las amigas de Alice hablaban de los niños que les gustaban, ella miraba y callaba.

En secundaria, había fingido que le gustaba Patrick Furlong para tener también alguien de quien hablar.

(En esa época había empezado a perfeccionar el arte de seguir la corriente.)

Ya en el instituto, Alice había ido a por todas fingiendo estar perdidamente enamorada de Sam Oliphant. Por poco no destrona en nivel de drama a la mismísima Theresa Lopez-Fitzgerald Crane Winthrop.

(Passions seguía siendo el único culebrón que Alice había visto.)

Sin embargo, Alice había metido bien la pata porque resultó que Sam también sentía algo por Alice. Algo totalmente distinto, pero algo al fin y al cabo. Le había pedido salir y ella había tenido que decir que sí.

Alice se había pasado mucho tiempo intentando discernir la diferencia entre la atracción romántica (que sentía) y la atracción sexual (que no sentía). Pero al final de su primera semana juntos, tenía clarísimo que ni siquiera quería ser amiga de Sam. Era un ser humano espantoso. Un despojo con forma humana. Un desperdicio de espacio y material genético.

Pero por fin, por fin, encajaba a la perfección con sus amigas.

(La presión de grupo era una droga chunguísima.)

Todas tenían a alguien y, ahora, ella también. La normalidad la sumía en un estado constante de desesperación, pero habían dejado de burlarse de ella. Habían dejado de mirarla con pena, decir que era inocente y excluirla de fiestas de pijamas porque no tenía nada romántico de lo que cotillear.

Seis meses después, Sam la dejaba tirada y adquirió un nuevo mote: el Cadáver. Porque besarlo le resultaba un calvario. Porque nunca parecía interesada en tocarlo (vamos, en pajearlo). Porque se quedaba como una estrella de mar mientras Sam se lo montaba con ella. Y Sam se lo había contado a todo el mundo.

Cuando Alice pensaba en esa época, recordaba dos cosas. La primera era el susurro bien alto de Francine Loren en los vestuarios:

—Dicen que no gemía. Ni siquiera cuando le comía el chichi.

La segunda era el sonido, extrañamente suave, del puño de Feenie al impactar con la cara de Francine, seguido del crujido instantáneo de huesos.

Alice se había quedado de pie, tapándose la boca como todas las demás, pero no porque le chocase: intentaba ocultar su sonrisa. En teoría, las chicas monas no eran violentas. Ver a Feenie con los puños apretados en los costados, desafiando en silencio a Francine para que se levantase, feroz y completamente furiosa, era bastante… liberador. Aunque no lo viviera en primera persona.

Por cruel que pareciese, el enfrentamiento de Feenie había sido como un regalo del cielo para Alice.

Que Feenie diera la cara por ella le dio el valor para contarle la verdad a su amiga. Le había confesado que pensaba que le ocurría algo, de modo que, un día, después de su clase de Educación sanitaria, habían hablado con su profesora, que había dicho la palabra: asexual.

Al fin todo había cobrado sentido. Pero también le había dado a Alice una nueva serie de obstáculos.

Desde entonces, cuando Alice entraba en modo de crisis por lo que fuera, recurría a Feenie (o a Ryan, en su defecto). Así que le habló de Takumi y de su chapuza de presentación. A medida que se lo contaba, las lágrimas de Alice se fueron secando y su tono volvió a la normalidad.

(Los mocos no se fueron a ninguna parte.)

Feenie la miró con expresión neutra.

—¿Y crees que te atrae?

—¿Qué más podría ser? No solo aprecio lo mono que es, como me pasa normalmente. Es guapisísimo, Feenie. Casi me deshago en sopa primigenia de Alice.

—Y, si tan guapo es, ¿crees que querrías acostarte con él?

Alice se revolvió inquieta en su asiento.

—No estoy segura.

Feenie le echó una mirada fulminante.

—Vale, bueno. ¿Cómo te hizo sentir?

—Como si fuera idiota. ¡Lo digo en serio, no me mires así! La mente se me quedó totalmente en blanco y se llenó de ruido.

—Aun así, suena menos a que te pusiera y más a que estaba excepcionalmente bueno. Seguramente solo rebasara el código de monosidad.

El código de monosidad era un juego divertido, pero también un sistema que se usaba para analizar de forma crítica; era la forma en que Alice asimilaba los distintos tipos de atracción que todos los demás parecían experimentar. Solo compartía su sistema/juego con aquellos en cuya opinión confiaba para comparar su código con el de ellos.

El código giraba en torno a sentir: el nivel de emociones que le podía evocar, la probabilidad de que le hiciera dar grititos y, lo más importante de todo, cómo respondía físicamente su cuerpo ante ello.

Un torso desnudo y musculoso de hombre era código rojo para Feenie, mientras que para Alice no se podía codificar. Con el tiempo, el sistema se había ampliado para incluirlo todo y Alice se había obsesionado con el tema.

Se mordió el labio inferior con fuerza y una nueva oleada de lágrimas le humedeció los ojos.

—Ah —dijo Feenie—. Ah. ¿Fuiste a ver?

—Cuando se marchó, me fui al baño. Estaba mojada.

Feenie habló con voz dulce:

—Ay, cariño…

Solo consiguió que Alice empezara a llorar de nuevo, porque Feenie nunca era dulce con nadie.

—¿Cómo ha podido pasar? —se lamentó Alice—. Ni siquiera me tocó.

—A veces pasa sin más —le contestó su amiga, aún con dulzura—. En mi caso, basta con ponerme a tono. Con que Ryan me mire, ya está.

Una voz grave gritó el nombre completo de Feenie a lo lejos. La reacción de esta fue girarse con expresión máxima de exasperación y decirle con poca cortesía dónde podrían irse su madre y él si volvía a gritarle así.

—Tengo que dejarte —le dijo a Alice—. Te juro que esto se vendría abajo sin mí.

—Vale, te veo en casa.

—Es verdad, ahora vives con nosotros. —Feenie sonrió ampliamente mientras se le formaba una pregunta en la mirada—. Joder, te quiero un montón. Creo que a veces mi mente se abstrae de cuánto, así que cada vez que me acuerdo parece la primera que me doy cuenta.

—Esto… ¿gracias?

—Acéptalo sin quejas. —Feenie puso los ojos en blanco—. Lávate la cara y empuja lo ocurrido al fondo de tu mente por el momento. Haz algo. No sé, empieza a aprender otro idioma para conseguir un trabajo fabuloso cuando lo domines. Mi futura hermana-esposa no puede ser pobre, alguien tendrá que mantenerme.

Feenie siempre decía de broma que pensaba casarse tanto con Alice y con Ryan, y que la mimarían a más no poder.

—¿Eso no es trabajo de Ryan? —Se enjugó las lágrimas.

—A ver, sí —dijo Feenie mientras se encogía de hombros—. Mi plan era que él hiciera todas las tareas de casa y tú me financiases mis vicios de maquillaje.

—Lo tienes todo muy bien pensado —suspiró. Solo Feenie era capaz de calmarla así.

—En cualquier caso, me alegro de que me hayas llamado para contármelo. Todo irá bien, intenta no pensar mucho en el tema de momento.

—Vale, eso haré.

—Te quiero.

A Alice le encantaban las despedidas de Feenie: siempre eran alguna variante de «te quiero». Y, si por cualquier cosa se le olvidaba, Alice recibía un mensaje al medio minuto en el que se lo decía.

Feenie tenía razón: debía apartarlo al rincón más profundo de su mente, tomar perspectiva. Al día siguiente, cuando fuera a trabajar, todo sería como antes de ponerle la vista encima a Takumi. Diría que había sido una excepción, algo de una vez en la vida, debido a que su cuerpo había sufrido un cortocircuito por el estrés. No volvería a ocurrir.

Hablemos de amor

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