Читать книгу Hablemos de amor - Claire Kann - Страница 13
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Si de verdad le atraía Takumi, ¿qué le supondría eso? ¿Qué debía hacer luego? El plan de Feenie tenía sentido, pero ella no había presenciado el fracaso épico de Alice.
Tener una conversación era un problema; era mirar a Takumi y el cerebro se le cortocircuitaba. Las palabras estaban ahí, pero empezaban a embarullarse antes de salir. Necesitaba estructura. Normas. Un procedimiento.
Objetivamente, Alice se encontraba en un caso clásico de ofuscación por encaprichamiento. Lo único que no había hecho delante de él (todavía) era chocarse con una puerta, caerse por las escaleras, ni nada igual de bochornoso y peligroso.
(Por Dios bendito, no, por favor.)
El plan se iría formando con el tiempo, pero quería hablar con alguien de todo lo demás. Alguien que no fuera Feenie, que no conociera a Alice y pudiera darle una opinión imparcial. Tenía seguro médico porque estaba incluida en el de sus padres. Por desgracia, para ver a un terapeuta tenía que derivarla su médico de familia y, como su madre tenía acceso a su historial médico… no era una opción viable. Llamaría a Alice tan rápido que… No, seguramente se saltaría la llamada y se subiría al primer vuelo que hubiera para saber qué le pasaba a su hijita en persona.
Su hermana se chivaría.
Su hermano, igual.
(Su familia estaba muy unida. Todo el mundo sabía lo que les pasaba a los demás.)
Tenía el portátil sobre una pila de cajas, al otro lado de la estancia, así que tendría que usar Twitter en el móvil. Abrió sus mensajes privados con Moschoula.
Quiéreme, por favor
Siempre
Cuánto te cobra tu terapeuta? Tengo seguro, pero prefiero no usarlo
(Porfi, recuerda que soy pobre. Si me consigues un descuento por recomendación, podemos arreglar algo. Igual puedo redactarte un ensayo o dos?)
Fijo que puedo conseguirte una consulta gratis por recomendártelo. Tú le preguntas lo que quieras y luego, si quiere volver a verte, puedes decir que no sin problema.
Puedo preguntarte qué pasa? No hace falta que me lo digas si no quieres.
La incapacidad de Alice de decir «soy asexual» la atosigaba. Las palabras se formaban, pero se le quedaban atascadas en la garganta. Una noche se había puesto ante el espejo repitiendo «soy asexual» una y otra vez. Había pensado que, si se acostumbraba a oírlo, lo aceptaría como cierto antes. Sabía que tenía sentido. Todas las casillas se le aplicaban. Sin embargo, no estaba segura de desear que todo el mundo se enterara.
No quería que la conocieran como Alice la Asexual. Quería ser Alice, la que tenía una obsesión malsana (lo admitía) con todo lo mono y comía helado en invierno y les enseñaba a todos sus amigos a hacer el paseíllo bailando de Soul Train[6] y, y, y…
Ser asexual superaría a todas sus demás características: buenas, malas y raras. Si se lo dijera a alguien, ¿empezarían a usarlo como su principal característica definitoria?
Ah, gente, diría alguna persona al presentarla. Esta es Alice. Es asexual. Lo siento si teníais expectativas con ella. Nunca os va a desear, por mucho que le gustéis.
¿Le incumbía a alguien que Alice no sintiera atracción sexual mientras que el resto del mundo sí? Era el secreto de Alice, podía protegerlo como el dragón Smaug hacía con el oro si quería.
Nada, solo tengo que hablar con alguien de… cosas. Cosas relacionadas con el sexo.
Vale :)
O sea, no es nada malo. Leí unas cosillas en internet, algo que habían contestado en Tumblr, pero como que quiero algo un poco más personal, sabes?
Totalmente.
Con él se habla genial.
Y a mí también me tienes siempre.
Gracias!! Quieres los ensayos?
Uno académico cuando empiecen las clases. otro sobre The 100, porfa
Observaciones sobre Clexa?
Obvio
La llamaban por teléfono: Aisha.
Controló el impulso de lanzarlo aterrorizada contra la pared. Tras respirar hondo y contar hasta diez, contestó con su voz más dulce:
—Hola, hermana querida.
—Si se te vuelve a pasar por la cabeza ignorar mis llamadas… —siseó Aisha. No hacía falta que acabara de proferir su amenaza; nunca hacía falta—. ¿Me has oído?
—En realidad ha sido Feenie, no yo.
—¡Alice!
—Sí, te he oído, perdona. —Frunció el ceño y murmuró—: Dictadora.
—¿Qué has dicho?
—Nada. ¿Qué pasa? ¿Qué es tan importante? —Alice se metió debajo de las mantas y se tapó la cabeza.
—Hoy he hablado con mamá. Te he inscrito en un seminario.
—¿En qué? ¿Y por qué? —Sacó las piernas en una minipataleta.
—Ese tono —advirtió Aisha—. Porque tienes a mamá preocupadísima. Vas a estudiar Derecho, así que ya puedes ir haciéndote a la idea rapidito para que ella me deje tranquila.
—Ah, así que en realidad es por tu bien. Me siento tan querida…
—Eso no es lo único que vas a sentir. Tú sigue poniéndome a prueba.
Dios, si es que ya hablaba como su madre. Alice siempre recordaría el momento en el que su madre y su hermana habían tenido su gran bronca. Fue horrible: Aisha no había aparecido por casa durante casi tres años, ni siquiera en Acción de Gracias o Navidad. Sin embargo, cuando volvió, empezó a llevar a nuevas cotas el dicho «de tal palo, tal astilla» hasta sobrepasarlas.
—Vale, lo haré, pero… ¿qué te hace pensar que puedes decirme lo que hacer? Si mamá no puede obligarme, ¿por qué crees que tú sí?
El silencio al otro lado de la línea la puso en guardia. Tiritó y se tapó más con la manta.
—Porque doy diez veces más miedo que ella —dijo Aisha con una calma mortífera—. O haces lo que te digo o ya verás.
Alice sabía que lo que vería podía ser terrorífico.
—Por eso Adam es mi preferido. Él no me trataría así.
—Me da igual. No malgastes mi dinero, ve al maldito seminario.