Читать книгу Hablemos de amor - Claire Kann - Страница 11
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El aire nocturno tenía una calidez que hacía pensar que el sol aún no se había puesto. La neblina de las luces urbanas creaba una cúpula artificial que parecía alejar el negro cielo de la noche. Alice se sentó en el banco de plástico que había bajo la marquesina fotovoltaica de la parada del bus.
Al final se había quedado dormida antes de que Feenie llegase a casa la noche anterior. Y puede que también se hubiera escabullido del piso antes de que Feenie se levantara con el fin de evitarla. Aún no quería hablar de Takumi. Y lo raro era que Feenie tampoco la había presionado… tras la primera tanda de mensajes:
Te oigo. Te veo. Estoy en todas partes
Feenie se pasó al rollo motivador:
Estoy aquí cuando estés listaaaaa *Insertar letra de canción R&B relevante aquí*
Si alguien te dice que estés contenta, pégale. Tienes derecho a estar triste/enfadada si quieres!
No olvides que Ryan y yo te <3. Pero yo te quiero más (porfi, no le cuentes que te he dicho esto)
Alice empezó a escribirle a Feenie varias veces, pero paró porque no tenía claro qué decir. Rebuscó en su bolso: Ryan había encontrado unas barritas de proteínas «nutritivas» que estaban muy de oferta (si comprabas una, te daban dos gratis). A los dos mordiscos ya sabía por qué eran tan baratas: tierra chocolateada era una descripción demasiado generosa para ese timo. Un pegote se le enganchó al paladar y el regusto a tiza le recubrió los dientes.
El teléfono le volvió a sonar. Era su hermana, Aisha.
Hola, hermanita, qué haces?
Espero el bus en la parada para irme a casa.
Me llamas cuando llegues? Tengo que hablar contigo.
De qué????
Tú llámame.
No.
ALICE WHITLEY.
Alice soltó una risotada. Prácticamente oía el chirrido de dientes de su hermana mientras abría mucho los ojos y los labios se le convertían en una fina línea recta. ¿Había algo más placentero que contrariar a tus hermanos o hermanas? Difícilmente.
Le dio otro mordisco a la barrita de muesli tizosa antes de meter el resto de nuevo en el bolso. Sus papilas gustativas no merecían seguir padeciendo ese tormento, ni siquiera para contentar al dictador de su estómago.
Primero dime por qué.
… Tú sigue así y verás. Más te vale que me llames. En serio.
No. Nein. Ni de coña.
Dio botecitos de la emoción. Uf, cuánto le gustaba cabrear a Aisha. Teniendo en cuenta la diferencia de edad, se llevaban muy bien, pero era mucho más fácil ganar con mensajes de texto. En persona, su hermana seguramente ya la habría inmovilizado con una llave hasta que Alice se disculpase y obedeciese. A veces Aisha se le sentaba en la rabadilla, la inmovilizaba contra el suelo y le pellizcaba entre los hombros.
(Su hermano mayor nunca le echaba un cable.)
(Ser la pequeña tenía montones de desventajas.)
Voy a llamarte a las 21:15 h exactamente. Contesta.
Nooooooo significa nooooooo
Solo seguiría jugando con fuego un ratito más. Aisha podía pasar de mentora tolerante a madrastra malvada en menos tiempo del que un vampiro resplandeciente necesitaba para salvar a una chica de morir aplastada por una furgoneta.
—Hola, Alice.
—¡Takumi! —Dio un respingo en el banco y se lo quedó mirando con los carrillos llenos de barrita, como si fuera un hámster—. ¡Hola!
—No quería darte un susto. —Él soltó una preciosa risa grave que le hizo combustionar la barrita terrosa de muesli en la tripa—. ¿Esperas el bus?
Alice asintió y tragó. La bola le bajó por el gaznate en estado totalmente sólido.
—¿Te llevo?
Se ofrecía a llevarla.
En su coche. Solos.
(La madre del cordero.)
Negó con la cabeza.
—¿Estás segura? A mí no me importa.
—Estoy bien. Un montón. O sea, que cojo el bus. Un montón. —Se chocó los cinco mentalmente por conseguir formar palabras enteras.
(Vale, la gramática y la cadencia no eran de audiolibro, ¡pero eran palabras!)
Él se sentó.
Se sentó justo a su ladito.
Había un banco entero, pero a él le había parecido que estar hombro con hombro era lo mejor. El autocontrol que Alice necesitó para no apartarse de él fue legendario. El esfuerzo que hacía para no moverse provocaba que le temblase el cuerpo como si estuviera helada.
—Oye —dijo Takumi despacio—, ¿estás bien?
—Perfectamente. ¿Por?
—Pareces como… —Se apartó un poco de ella con preocupación en la mirada—. Tensa.
—Estoy bien, de verdad.
Apretó los puños y se frotó con ellos los muslos.
Hablarle no debería resultar tan difícil. No debería requerir tantísimo esfuerzo controlarse para no sacudirse como un teleñeco con un chute de azúcar. La curiosa energía nerviosa inducida por Takumi hacía que le temblasen las manos, se le cerrase la garganta y se notase los latidos en las sienes. Solo quería soltarlo todo; puede que así dejase de ponerse en ridículo a cada segundo. E igual así podría decirle más de tres palabras de una vez.
Takumi miró el aparcamiento y la zona que lo rodeaba antes de girarse hacia ella con determinación.
—Si me dices que me vaya, no dudes, lo haré. No quiero imponerte mi caballerosidad, pero si te apiadas de mí y dejas que me quede, te lo agradecería.
—¿Apiadarme? —¿Siempre tenía la voz tan chillona?
—Sí. Es tarde, es de noche. Y estás sentada aquí sola.
—Bueno, visto así…
—Ay, mierda, no quería asustarte —dijo Takumi.
—Ahora ya es tarde.
—Tampoco insinúo que necesites que te protejan ni nada parecido.
—Ajá.
—Solo digo que dos personas juntas siempre son mejor que una, un poco como en las pelis de miedo, que se supone que no hay que separarse… Dios, qué manera de cagarla la mía —dijo, riendo. Se pasó la mano por el pelo—. Te juro que normalmente no soy así.
—Así, ¿cómo? —Alice desde luego nunca era así.
Mariposas carnívoras le estaban devorando el estómago. Intentó centrarse en el estampado de flores de su falda, pero la mirada se le desviaba sin parar a él, porque por lo visto sus ojos habían desarrollado voluntad propia; fantástico. ¿Por qué se le amotinaba el cuerpo de esa forma?
—Así —dijo él, como si ella tuviera que entenderlo—. Torpe, supongo. Se me está fundiendo el cerebro. Pensaba que aguantaría al menos una semana antes de notar el agotamiento de tener dos trabajos.
Cuando la pilló mirándolo, Alice murmuró:
—O sea… ¿que tienes dos? ¿Dos trabajos?
—Sí. —Sonrió de oreja a oreja—. Este es el curro de tardes y findes. Por las mañanas, de lunes a viernes, soy chupatintas de oficina hasta el otoño.
—¿Y entonces?
—Seré maestro. De guardería.
—¿De verdad?
Y, de repente, La hora de los cuentos con Takumi cobró sentido. Essie no lo había obligado: probablemente él se había prestado voluntario.
—Me hace bastante ilusión —dijo mientras asentía—. Es el mismo colegio en el que hice las prácticas. Me ofrecí para trabajar, se alinearon los astros y me contrataron.
—Enhorabuena.
—Gracias. ¿Y tú? ¿Es tu único trabajo?
—Sí.
—¿Estudias?
—Sí.
—Sigues sin ganas de hablar, ¿eh? —le dijo en tono de broma.
—Es culpa tuya —le espetó Alice, de modo que Takumi se partió de risa.
—¿De verdad? —Ladeó la cabeza y sonrió mientras se mordía el labio inferior.
Un sofoco enorme la atravesó como si fuera un incendio. Le empezó en la cabeza y fue bajando hasta churruscarle el esmalte de uñas rosa coral de los pies. Puede que se debiera al corte o igual era deseo (???); en aquel momento, ambos le parecían increíblemente similares.
Conocía esa mirada.
La Mirada. La que ponía alguien cuando intentaba averiguar si lo que veía le gustaba lo suficiente como para salir. No hacía ni un mes que había deseado que dejaran de mirarla así para no volver a tener que explicar que era asexual. ¿Quería que Takumi la encontrase atractiva? No estaba segura: ¿qué pasaba si era así? ¿Y si le pedía una cita?
¿Y si…? ¿Y si…? ¿Y si…?
¿Por qué, por qué, por qué?
El rostro sonriente de Margot le apareció de repente en la mente. Un aviso. Así se empezaba y daba igual lo que ocurriera con Takumi entre medias: todo acabaría con esa única palabra. Querría saber y ella tendría que explicarse.
—¿Qué pasa? —preguntó Takumi.
—Nada. —No despegó la vista de la acera.
—Lo siento, pensé que… —Hizo una pausa—. La verdad es que no sé qué pensé, perdona.
Alice inclinó la cabeza hacia atrás para mirar el cielo y murmuró:
—Tengo que dejar de hacerle caso a Essie.
Essie, siseó para sus adentros. La venganza sería rápida y satisfactoria.
—¿Conoces a Essie? —Alice le dio una patada a una piedrecita. Pues claro que Takumi la conocía. ¿Es que se iba a morir si dejaba de hacer preguntas tontas?—. De fuera del trabajo, me refiero.
Takumi volvió a mirarla.
—Sí, así es como me contrataron: nepotismo de refilón.
El bus se acercó retumbando. Alice se puso de pie y sacó su tarjeta.
—¿Te veo mañana? —preguntó él.
—Seguramente —contestó, mirándolo rápidamente antes de irse corriendo al bus. Una vez sentada, lo buscó a través de la ventanilla. Takumi seguía ahí, de pie, saludándola con la mano.
—Si es que lo odio todo —susurró para sí mientras se despatarraba en el asiento.