Читать книгу Plegaria en el asedio - Damir Ovčina - Страница 23

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El agua hierve en el fuego. La cucharita roza la džezva. El calentador, lleno. En el estante, tres tubos de pasta de dientes todavía de reserva. Una bolsa de detergente apoyada en la lavadora. El borboteo del agua en el piso de arriba. Una ráfaga en alguna parte. Soleado y cálido. Un día precioso para el fútbol.

Delante del portal, en las escaleras, mi padre con dos vecinos. Yo saco la bici al camino y enfilo la calle en dirección norte. Las ruedas flojas. Las llantas chirrían. Hace al menos tres años que nadie ha montado en ella. El cuadro azul, sucio, con el rótulo de UNIS despegado en parte. El freno de atrás funciona, el de delante hace tiempo que está estropeado. Algunas personas en las ventanas. Una mujer en el balcón del entresuelo en el portal 10. Varias personas tomando café delante del portal 8.

¡Dónde vas!, ten cuidado.

Mayo. La violinista delante de su portal. Me hace un saludo breve y cruza los brazos sobre el pecho. Me llama por mi nombre, lo que me suena risueño e íntimo. Se ha recogido el pelo en una coleta. Lleva una cazadora vaquera y los pantalones del chándal. Delante del portal, dos abedules y debajo cinco personas tomando café. En la parrilla trozos de carne para que no se estropee. Con los cortes de luz, la comida se está descongelando masivamente. La bicicleta apoyada en la entrada de la tienda de ultramarinos que han abierto en su garaje. La han llamado Torino y han escrito las letras en tres colores. Me toca el hombro mientras nos sentamos. Ella se va a Italia. Y ahora va al centro. Parece que un autobús sale desde Dobrinja. Que si quiero ir con ella.

¿A Italia?

Al centro. Dentro de media hora.

Su madre asiente escéptica con la cabeza.

Tened cuidado, niños, esto ya no es la escuela.

Aparco la bici detrás del Escarabajo en nuestro angosto garaje.

Voy a ir al centro.

También aparta para mí un bocadillo de pan casero con un trozo de ternera a la parrilla.

Hay que comerse este montón de carne, no contábamos con que iba a faltar la electricidad.

¿Adónde?

Al centro.

¿Cómo vas a ir?, no seas bobo.

En autobús.

Tú no vas a ninguna parte.

A las tres estoy de vuelta.

Por favor, no vayas, te lo ruego.

Venga, hombre, un ratito nada más.

¡Olvídate del centro! Aquí estás bien.

Me da una taza. Dos vecinos lo apoyan. Una de las mujeres que sujeta una taza de café, dice, bah, los niños, ellos tienen que hacer su vida, déjalo.

Y yo en casa marco sus seis números. Lo coge al segundo timbrazo. Dice que luce el sol y la gente anda por todas partes. Los tranvías circulan, el Trebević ha reverdecido. Nos veremos delante de su bloque, que llame al timbre cuando llegue si llego, que tenga cuidado, que esté atento, que le hace ilusión verme pero que no quiere que me pase nada. Me arreglo un poco para salir. Delante del portal, la violinista. Me pregunta si voy yo también y mi padre renuncia a discutir.

¿Cuándo volverás?

A las tres o las cuatro.

En el aparcamiento, cuatro piedras desiguales a guisa de portería. Alguna puerta de garaje levantada a lo largo de la calle. Unos hombres delante de los portales 18 y 24. A un Lada azul le han quitado las ruedas. El kiosco está destrozado, los periódicos tirados por el suelo. En lo alto de la calle me doy la vuelta. Abajo veo a mi padre. Me dice adiós alzando muy alto la mano derecha. Un hombre delante de la frutería, pero no es el frutero que tenía una novia en nuestro portal. Tres tipos con uniforme de reservistas de la policía en un Land Rover viejo delante del edificio marrón. El autobús 31 lentamente hacia la parada. Corremos a la primera puerta. Nos reímos. Hablamos de cuando éramos niños. Te acuerdas de esto y de aquello. Te acuerdas de cuando fuimos, de cuando tuvimos, de cuando hicimos, de cuando aquel, de cuando aquella. Ella explica cómo va a intentar matricularse en la facultad en Italia, en alguna ciudad cerca de Venecia. Le da mucha, muchísima pena, de mi madre, y de mí también.

El tranvía 3 medio lleno hacia Neđarici. Dentro sobre todo jóvenes. El día despejado, gente por doquier. Pocos coches. Muchas palabras nuestras. Ella continúa hacia Marindvor, yo hacia la puerta en Pofalići. Nos vemos en Skenderija alrededor de las tres. El tranvía rojo con letras amarillas sigue hacia el centro. Yo hacia Blagoja Parovića. Mediodía. Delante del portal, el hombre del otro día dice dónde andas, compañero.

¿Vas a buscarla tal como están las cosas?

O vivo ahora o no vivo nunca.

¡Anda, vive!

Los dos ascensores de la planta baja están parados, así que yo por las escaleras a oscuras. Niños delante de la puerta abierta de algunos pisos. Una mujer vieja de mirada desconfiada pregunta qué busco allí. Le explico brevemente a quién no busco. Llamo. Me abre su madre. Me estrecha la mano. Lo siente mucho, me invita a entrar. Ella ya está lista. Una falda azul y negra y un jersey morado.

Junto a la valla del cuartel, nadie. Al otro lado, los árboles se cubren de hojas. La gente de paseo. Delante de la comisaría, sacos de arena, un vehículo con ruedas enormes, policías con uniformes pesados y uno de ellos con uno de camuflaje. Basura alrededor del Parlamento. Ventanas rotas en un hotel.

¿Adónde?

Vamos a dar una vuelta por la calle Lenjinova.

Pues, la verdad, no sé ahora.

Venga, mujer. He hecho un camino muy largo.

Nos dirigimos hacia Vrbanja entre la Facultad de Filosofía y el Consejo Ejecutivo del Gobierno. Policías con fusiles en las escaleras de la facultad. Los ultramarinos de la esquina saqueados. Un coche desde Skenderija hacia Grbavica. Nosotros a través del puente lleno de cristales. Obstáculos de erizos checos antes del puente. Dos tipos salen de la floristería de Kovačići y se dirigen al centro. Un kiosco destrozado. La gasolinera de la calle Ljubljanska desvalijada, los anuncios naranja rasgados y pintarrajeados con símbolos nacionalreligiosos. Gente por la calle Zagrebačka. Un día soleado. Un Golf I blanco aparca delante del edificio.

¿Tienes tú la llave?

Y si no la tengo, forzamos la cerradura.

¿Nos volvemos?

Vamos a ver cómo está.

Las puertas abiertas en el portal más cercano al puente en la calle Lenjinova. Y en el número 1 la puerta también está abierta. La que vive en el primero se sorprende cuando me ve. La mira a ella y luego a mí. Lleva las bolsas de la compra.

¿Qué haces aquí?

Pues nada. ¿Se puede ir arriba?

En lo que a mí concierne, se puede.

¿Cómo está tu abuela?

Vieja. ¿Tienes la llave del portal? A veces está cerrado. Tengo dos, alguna será la del portal.

Ocho escalones entre las plantas. El aire caliente.

Igual no teníamos que haber venido.

Venga ya, entremos.

Cierro la puerta y ella recalca que el tiempo pasa muy deprisa.

¿Qué hacemos?

No hay tiempo para nosotros hoy. Pero hay vida.

Venga, un poquito.

¿Qué?

Pues ya sabes.

¿Cómo?

Pues igual que la última vez, pero mejor, al menos por mi parte.

Espera.

Espera tú.

Necesitamos más tiempo. Vas a llegar tarde.

No voy a ir. Dijimos que no íbamos a esperarnos.

Tu padre se va a preocupar. Y más si ve llegar a tu vecina. ¡Llámalo!

Marco. Suena seis veces.

Seguro que está en el garaje.

Yo también me tengo que ir a casa.

Tardas un segundo en llegar.

En Radio Sarajevo ponen una canción sobre la primavera. Suena el teléfono.

Hola. Ah, eres tú.

¿Por qué no has venido?

Voy enseguida.

¿Dónde está la vecina?

Se habrá ido. Los autobuses circulan.

Ven a casa volando.

Voy enseguida.

Nada de enseguida. Más loco estoy yo por haberte dejado. Ven aquí de inmediato. De inmediato.

Que sí. Aquí no pasa nada.

De inmediato. Venga.

Vale.

Ella está lista y mira nerviosa a su alrededor, preferiría irse. ¿Hago un café?

Vámonos.

Espera un poco. Probemos algo.

Oye, hablemos un poco. Yo he pensado que, si las cosas se tuercen, me voy a Croacia con la familia.

¿De verdad?

Quizá intente estudiar en Rijeka.

¿El qué?

Derecho.

Pues no es mala idea.

Es solo una opción.

Eso, de ahí a aquí, es lo que me merezco por haber llegado tan lejos en este delicado momento político poco proclive a ideas como esta.

¿Esto?

Esto y lo de más allá. Sobre todo, esto.

Música alegre. El sol ha calentado el piso. En algún lugar han subido el volumen de la radio. Las tres y media. Alguien en las escaleras. Un Zastava 101 hacia la calle Splitska.

Venga, vámonos.

Con la mano se alisa el pelo. Se abre la puerta de enfrente. Todavía no son las cuatro. Tres niños se pasan el balón en un solar al borde de la vía principal.

Anda, vete a casa y yo buscaré un taxi.

Voy por abajo, por la orilla del río. Te llamo más tarde.

Agita el brazo. En la calle Zagrebačka no se ve ningún coche desde arriba. Una farmacia con el escaparate hecho añicos. La zapatería Planika, vaciada. Los tres niños del balón en dirección a la calle Splitska. En la facultad, un taxi en el ensanche. Un Mercedes Colas antiguo de un color azul desvaído. Corro, agito el brazo. Se dirige hacia el estadio. Corro un par de metros más. Se va. En el bloque al lado del mío, gente en las ventanas. Delante, niños en el portal. Alguien se apresura por la orilla del río Miljacka. Una cálida tarde primaveral. Ella se ha perdido entre los edificios. Me dirijo hacia Skenderija. Un Zastava 101 de la policía baja por la calle Trnovska hacia la parada de taxis. Delante de la pastelería Jadranka varios soldados con un enorme vehículo militar en el que pone Vinkovci, Borovo, Nuštar, Romanija. El Zastava aparece por la parada del trolebús. Salen dos tipos con el uniforme de los reservistas de la policía. Tienen banderas serbias en las mangas y distintivos en cirílico. Yo por el otro lado sin apenas mirarlos. Una mujer en el primer portal los ve y les hace señas. Me paro. Doy la vuelta fingiendo despreocupación. Tres viejos delante están de charla. El portal está abierto. Llamo al primero. Ella me mira interrogante y preocupada.

No tengo cómo volver a casa, voy arriba a llamar a mi padre para que venga a buscarme, y quería que lo supieras, la situación aquí es un poco extraña.

Avísame si no te vas. Ven a comer algo con nosotros. Por la mañana te será más fácil ir a casa.

Acierto con la llave a la segunda. Dentro, hace calor. Las tazas del café en un extremo de la mesa. Abro de par en par las dos ventanas para que me despeje el frescor de mayo. La calle silenciosa. En alguna parte, la radio alegre a todo volumen. El Zastava 101 de la policía abre las puertas. Los tres viejos se pasean lentamente. En las puertas del coche está pegada la bandera tricolor. El teléfono de mi casa suena siete veces. Cuelgo. Miro hacia los árboles verdes y frondosos en la calle. En el piso de arriba la radio próxima a la ventana. Suena el teléfono. Lo cojo después del primer timbrazo. La que se ha ido hace un rato a la otra orilla del Miljacka. Está triste porque todavía estoy aquí. Solo llama para comprobar. En mi casa nadie coge el teléfono. ¿Qué vamos a hacer? Ella es la culpable. Podíamos haber esperado.

Tú insististe, yo me resistí, jaja.

Ojalá te hubieras resistido más. ¿Qué vas a hacer?

Probaré a pie. Abajo hay unos policías serbios. Si consigues hablar con mi padre dile que pasaré en algún punto a la orilla del tranvía. Te llamaré.

Silencio y aroma de café tostado en el horno a lo largo de las escaleras. Un viejo Skoda amarillo circula despacio por la calle principal. Me dirijo por la Zagrebačka al puente. La tarde es cálida. Allá, sobre Ilidža, todavía un sol intenso. Cuento cincuenta y seis pasos. En la floristería, un poco retirado hacia la Beogradska, el Zastava 101 de la policía de hace un rato. Estoy solo en la calle. Un hombre con el uniforme de reservista sujeta un fusil de asalto contra el pecho. Me hace una seña brusca. Pienso en echar a correr hacia el puente. No corro. Me acerco.

¡Quédate ahí!

Va al coche y habla algo con el que está en el asiento del copiloto. Me miran. Vuelve el mismo.

¡Documentación!

En el estrecho bolsillo superior delantero. El librito rojo. Lee pomposamente mi nombre y apellido.

¿Adónde ibas?

A casa.

¿Dónde está tu casa?

En Dobrinja.

Y entonces, ¿qué haces aquí?

Estaba en el centro y he venido a dar una vuelta, tenemos un piso aquí.

¿Quééé?

Que he venido a echar un vistazo y ahora vuelvo a casa y ya.

El otro sale del coche. Él también coge mi documento de identidad. El primero le explica mi historia.

Un poco complicado, farfulla. Tiene un distintivo nuevo en la manga izquierda. Es un poco mayor que yo. Lleva el anorak azul marino de la policía. En la mano izquierda un fusil de asalto con culata plegable.

No puedes ir ahora allí.

¿Por qué?

Es otro Estado.

Yo no tengo nada que ver con eso.

¿Que no tienes qué?

Con los Estados, nada.

Conque nada, ¿eh? ¿Y tienes armas?

Qué voy a tener.

¡Arriba las manos! Apóyate en el coche.

Me cachean. También las perneras del pantalón. Uno va al coche con mi documentación. Busco a alguien con los ojos, donde sea. Las ventanas en la Beogradska con las cortinas echadas. En la radio, voces de buen humor entre interferencias. Alguien a quien llaman comandante. Otro al que llaman jefe. Un tercero al que llaman mayor.

El tipo del bigote se da golpecitos con mi documentación en el muslo derecho.

Bueno, vamos. Te vas a volver donde estabas.

Yo extiendo la mano hacia mi documento contando con que iré hacia el centro y luego a casa. Me pongo de mejor humor tratando de memorizar los detalles y la matrícula del 101.

La documentación se queda con nosotros.

¿Por qué?

Para comprobar una cosa. Tú te vuelves a ese piso que dices que cuidas. Nosotros te acompañamos hasta allí para cuidarte a ti.

¿Puedo ir a mi casa de alguna manera?

Cuando se compruebe que todo está en orden.

Pero si todo está en orden, ¿qué podría no estar en orden?

No preguntes demasiado.

Anda tú con él.

Este tiene una cazadora de paño pesado, cruzada por un correaje marrón de los hombros a la cintura. Lleva el fusil con las dos manos apuntando el cañón al cielo con los brazos doblados por el codo. Mis manos en los bolsillos de los vaqueros. Un centenar de pasos hacia la Lenjinova. Callamos. En las ventanas del primero y del tercero del edificio de ladrillo rojo alguien se esconde. Un Zastava 101 amarillo por el paseo Wilson. Nos detenemos delante del portal. Vidrios rotos en la oficina de correos, los mostradores arrancados.

Aquí está.

¿Quién puede confirmar que tienes un piso aquí?

Lo saben todos los vecinos.

¡Llama a uno!

El portal cerrado con llave. Él golpea, aporrea con la culata. Llama a varios timbres intactos. Nada.

¡Hola! ¡Abre! ¡Policía! ¡Abre! ¡Hola! ¡Abreee!

Miro a las ventanas. En el edificio de enfrente, unos cuantos detrás de las cortinas. Un minuto, dos, tres. Todavía no ha atardecido. Huele a primavera.

¡Que abras!

Golpea con la culata. Ella aparece en la ventana del primero.

¿Sí?

¡Te digo que abras de una vez!

Pasos por las escaleras. Ella empuja la puerta hacia delante y él tira hacia sí.

¿Vives aquí?

Sí.

¿Cómo te llamas?

Ella dice un nombre y un apellido que le gustan.

¿Conoces a este?

Sí.

¿Desde cuándo?

Hace mucho. Quince años quizá.

¿Vive aquí?

Tienen un piso aquí. Sus padres vivían antes en este portal.

Cuando dice padres hace una pequeña pausa.

¡A ver tu documentación! ¿Con quién vives?

Con la abuela. La documentación está en casa.

Subo el primero, ella detrás y él va el último con el fusil en las dos manos. Dos veces por ocho escalones desde la planta baja hasta el primero. En la puerta de su piso, la voz de la abuela.

¿Quién ha venido?

Llama a la nieta por el nombre y se deja ver, toda de negro, en la puerta del cuarto de estar.

¿De dónde vienes, hijo? ¿Qué ha pasado?

Nada, nada, señora. ¡Vamos arriba!

¡Dejad a la criatura!

Todo va a ir bien, dice él, mientras con la cabeza me indica que salga. La chica se queda en la puerta explicando que nosotros somos gente educada y honrada.

Ahora todos son educados.

Sube detrás de mí. Yo abro el piso, él pasa primero. Mira todo con detalle. Se sienta en el sofá con el fusil en el regazo.

Mañana por la mañana vendrá alguien, cuando verifiquemos tu documentación. Quédate aquí hasta mañana, no des problemas. ¡Lo sabemos todo, dónde está cada cual y quién está donde tiene que estar! ¿Nos hemos entendido?

Por supuesto. Me gustaría ir cuanto antes a casa si se puede; si no se puede, pues mañana, qué le voy a hacer.

Ya se verá mañana qué se puede y qué no se puede hacer. No están los tiempos para paseos y cuidar pisos y yo qué sé qué más. Se está construyendo un país.

Yo no sé…

¡Cierra el pico! Esa chica responde por ti, ni se te ocurra largarte y que la culpemos a ella.

No he hecho nada malo.

¿Tú crees?

Que yo sepa.

Ya sabéis vosotros de lo que sois culpables. Aquí estamos nosotros, vigilando alrededor.

Con la mano izquierda traza un círculo en el aire.

No nos obligues a buscarte.

Sale dejando la puerta abierta. Yo lo sigo desconcertado. Da un portazo en la planta baja. Espero un minuto dentro, en el portal, por si aparece alguien para preguntarme algo.

Nuestro teléfono en Franca Prešerna suena seis veces. Marco los seis números de ella. Al segundo timbrazo, contesta.

¿Estás en casa?

En Lenjinova.

¿Qué ha pasado?

Iba hacia Skenderija y me detuvo esa policía suya.

¿Y?

Que si dame la documentación, malo lo que pone en ella, que adónde vas, a casa, y etcétera, hasta que se quedaron con mi carné y me mandaron aquí a esperar hasta que comprueben si soy de fiar.

Ayayay. ¿Lo sabe tu padre?

No me coge el teléfono. Quizá ha salido a buscarme. Mejor que no venga, también lo retendrán a él y a saber qué nos hacen.

Voy a preguntarle a mi padre a ver si a él se le ocurre algo. Te llamo luego, pensaremos algo.

Un Yugo por la calle del trolebús. Un Golf hacia la facultad. Yo en el sillón. Algunas voces debajo de la ventana. Tranquilidad en las escaleras. Me como un trozo de pan duro.

El crepúsculo. El timbre y luego unos golpes en la puerta. La misma que ha confirmado que me conoce, que soy bueno y que pertenezco a este lugar.

¿Estás bien?

Vaya. He estado mejor. ¡Entra!

Lleva un chándal gris con capucha.

¡Siéntate!

¿Qué te parece si vamos juntos hacia el otro lado, hacia Pofalići? Si nos paran, puedo decir que me ayudas con la abuela y que buscamos algo, transporte, medicinas, esto o aquello.

Voy a llamar a mi padre, a ver qué propone él.

Suena ocho veces.

Voy a traerte algo de comer.

No te molestes.

Te prepararé un bocadillo ahora mismo.

Baja corriendo las escaleras. Silencio en el rellano. Oscuridad. Suena el teléfono, vibra el pesado aparato negro colocado en una mesita baja en el pasillo.

Dígame.

Ehhh. Pero ¿dónde andas?

No lo he conseguido.

¿Qué ha pasado?

Me detuvieron.

¿Quién?

Pues esa policía suya. Me obligaron a regresar de Kovačići, iba hacia el puente cuando de repente un control. Ya ves.

¿Cómo que a regresar? ¿Puedes salir ahora?

Están haciendo guardia, un puesto de control, me temo que me cogerían los mismos. Se han quedado con mi documentación, dicen que me la devolverán mañana cuando comprueben algo.

Ayyy. Yo lo intuía, ya ves, yo sabía que no iba a salir bien. Voy para allá, que me tomen a mí para hacer comprobaciones.

Espera, hombre. ¿Conoces a alguien en este lado? Parece que ellos controlan desde Vrbanja hacia el estadio, no sé cuánto más ni cómo.

No se me ocurre nadie ahora, llamaré a todas partes. Te sacaré de allí antes de mañana. Espera hasta que te diga qué vamos a hacer. ¿Tienes algo de comer?

Algo encontraré, me lo va a traer la del primero, me lo ha dicho ahora.

¿Quién?

Nadie, venga. La chica del primero, la conoces.

Ah, sí. Vale, te llamo enseguida. No te preocupes, apareceré ahí pronto.

Pero no como un fantasma, por favor.

Llegaré en el Escarabajo cual Fortimbrás.

La del primero con el bocadillo. Un trozo de fiambre de pollo, queso amarillo, pepino y crema de queso con sabor a pimiento. Pan casero, de corteza marrón oscuro, rebanadas anchas. Coloca una tetera en la mesita y vierte agua caliente en una taza en la que pone el nombre de una marca de café. Se ha recogido el pelo en una coleta. Me tiende el bocadillo con cuidado. El té me calienta. Pronto será noche cerrada.

¿Qué te parece si lo intentamos abajo, junto al mercado, como si buscáramos algo, y tú atraviesas el puente corriendo? Parece que estos controlan hasta el puente de Bratsvo i jedinstvo.

No sé.

Voy a echar un vistazo al sitio ese donde antes estaba el patio. Vuelvo enseguida.

Baja las escaleras y va hacia los locales comerciales inacabados. Donde hace un par de años estaba el patio.

Habla con alguien. Una voz masculina. Pasos de regreso. Un minuto después abre la puerta.

Por ahí no está nada fácil. Ni se te ocurra ponerte cerca de la ventana en ese lado. Abajo hay unos de fuera. Armados hasta los dientes. Está con ellos otro que fue conmigo al colegio, pero no lo conozco tanto como para explicarle tu situación. Él les ha dicho que estaba bien, esta es una de las nuestras, ha dicho. Que a nadie se le ocurra tocarla. Y eso que nunca fuimos tan amigos. Bueno, probemos a través de este edificio hacia el mercado y la Galería Comercial. Si nos paran me inventaré algo. Tengo un apellido bueno, hace tiempo que estoy en Grbavica, los conozco a todos del colegio o de algún sitio.

El té rojo. El bocadillo grande y bien relleno. Ella en la ventana. Yo con la cazadora puesta. El teléfono.

La otra, la que está mirando por la ventana hacia Grbavica, pregunta si hay algo nuevo. Le digo que he hablado con mi padre, que voy a intentar algo, y a lo mejor me presento en su casa a pasar la noche dentro de nada, que me espere, que me llame si no aparezco, que esté preparada, que llame a mi padre si no habla conmigo o no me ve dentro de una hora.

En el primero, ella se viste mientras yo espero en la puerta. Como si estuviéramos solos en el edificio.

Yo salgo la primera, si hay alguien tú te vuelves arriba, o sea, si hay policía o soldados.

Vamos allá.

Abre la pesada puerta de metal. Yo en el rellano hacia el sótano. Nueve segundos.

Vamos.

Oscuridad. Salimos fuera. Ella en la oscuridad del pasaje, yo en la puerta del portal.

¡Alto! ¡Acércate!

La veo como una sombra.

¿Quién eres? ¿Adónde vas?

A casa de mi tía a traer algo, tengo a una enferma en casa.

Conque Caperucita Roja, ¿eh? ¡Documentación!

Se la da.

Buen nombre. El apellido todavía mejor. Nada de tía a estas horas. Te acompaño hasta tu casa. ¿Dónde vives?

Aquí al lado.

Me asomo. Vuelta de costado señala hacia Lenjinova 1. El guardia rondará los veinticinco años. Lleva una cazadora de paisano con la bolsita de la munición colgada del cinturón. Un fusil largo con la culata de madera y con un cargador de reserva pegado con cinta adhesiva. Se presenta con un apodo. Propone que lo invite a tomar café alguna vez. Están construyendo el país para ella y para todos. Que no vaya en la oscuridad a ninguna parte. Le conseguirá un salvoconducto auténtico. El cuartel general lo tienen en el café Roma. Controlan Sarajevo. Le da un papel para que lo llame si tiene problemas. Se acercan a la entrada. Ella abre. Él explica que va a suceder de todo, que tenga cuidado. Los turcos están cerca y tienen francotiradores en el Consejo Ejecutivo del Gobierno. Que se ponga en contacto con él para lo que haga falta. La conoce de alguna parte. Cierra con llave la puerta del portal. El guardia vuelve lentamente hacia el pasaje.

Yo en el primero delante de su piso.

Mañana será más fácil.

Le digo que no tiene que pasar ella disgustos por culpa de mi estupidez. Vamos arriba de mal humor. Ella en el sofá. Yo en la ventana. El teléfono. No se puede hacer nada hasta mañana. Que ni por asomo intente hacer algo esta noche, que encontrará a alguien, que no tenía que haberme dejado salir, que él tiene la culpa y él lo solucionará.

Venga, hombre, tú no tienes culpa de nada. La vecina me arrastró esta mañana, en qué momento se me ocurrió hacerle caso.

Ha venido a preguntar dónde estabas.

Pues vaya, sí que me alivia.

Dice que no estabas en la parada y que cogió el autobús sin problemas.

Me retrasé, qué le vamos a hacer.

Paciencia.

Son más de las nueve.

Bueno, voy a traerte algo.

Cuento sus pasos escaleras abajo. Oigo el televisor de enfrente, pero nadie sale. En mi planta, dos pisos vacíos. En el baño hay pasta de dientes, dos jabones, una pastilla de jabón de colada, una botella medio vacía de un producto de limpieza, dos paños, tres toallas en la estantería. En la cocina, un paquete mediado de un kilo de harina, un tarro de mermelada a medias, una lata de sardinas en la vitrina, cinco bolsitas de manzanilla y un poco de pan de hace días. Llama con gracia a la puerta. Trae pan con unas lonchas de queso, pepinillos y salami. Y una manzana.

Mira, aquí tienes cuatro cosillas, voy abajo por café.

La televisión de enfrente funciona sin descanso. Afuera, un silencio pesado. No hay coches en dirección a Skenderija. El coche de la policía guarecido junto al edificio amarillo. La radio informa de la situación poco clara en Grbavica. Las canciones apelan a la buena conducta y añoran tiempos mejores. Cuento sus pasos hacia arriba. Una džezva grande con motivos rojos, dos tacitas y una caja de galletas en una bandeja.

Qué abundante.

Ya ves, para que las penas de esta noche sean menos.

Es mucho.

Ella en el sofá, yo en el sillón, el café entre los dos. Alguien grita a lo lejos. El televisor resuena en el rellano. Música local de temática exageradamente romántica en la radio. Hablamos del pasado, de la muerte, del futuro, de sus estudios terminados y los míos sin empezar, de lo que sucedía cuando las cosas iban bien y cuando cualquier muerte era lejana y poco convincente y de si volverá a suceder que cualquier muerte sea normal y lejana, de la organización hipotética de mi estancia aquí si se prolonga un día más, de los vecinos, de las reservas, de la otra que se ha ido felizmente a su piso alto, aunque no muy distante, de mi barrio, ahora muy lejano. Se nos pasa el tiempo volando. Ella mira el reloj, yo por la ventana. El alumbrado no funciona. Suena el teléfono.

¿Estás bien?

Sí. Bueno, todo lo bien que se puede estar para lo que podría ser.

¿Y tú?

¡Cómo voy a estar sin ti!

No sé.

He contactado con gente. En cuanto amanezca uno llegará en persona hasta allí y te trasladará al estadio o aquí.

¿Es de fiar?

Lo ha sido toda la vida. Tiene familia y conocidos allí, así que no debería salir mal. Además, hay otros dispuestos a ayudar.

Me dice nombres a los que puedo recurrir si algo se tuerce. Ella se esfuerza por no escuchar y hace señales de que se marcha para no molestar mientras hablamos. Niego con un gesto rápido pero decidido. Va a la cocina, mira por la ventana. Limpia el fregadero mientras yo atiendo y hablo.

Te llamo más tarde, voy con los vecinos a comprobar si un tipo puede hacer algo si es necesario.

Vale.

Ella que se va. No quiero ser pesado insistiendo en que se quede. Recoge la džezva y deja la comida.

Ven si te hace falta algo, si alguien llama a la puerta, lo que sea. La situación no es precisamente buena.

Por hoy ya me has salvado bastante.

Las diez y media. Ha vuelto la luz. Una veintena de ventanas iluminadas aquí y allá. La calle a oscuras. Una ráfaga en alguna parte. Las balas centellean en el Trebević. La radio dice que la noche en la ciudad es relativamente tranquila. De vez en cuando disparan desde el monte contra la parte antigua. En los suburbios, un montón de problemas. Se ignora hasta qué punto se ha llegado en el este del país. Se acuerdan reuniones. Se pide que se protejan las vidas y el decoro. Negociaciones en Portugal. El teléfono. Descuelgo antes del segundo timbre. La que vive en las alturas, lo bastante lejos, pero cerca.

¿Hay algo nuevo?

Nada. ¿Qué tal por ahí?

Casi todo normal. ¿Por qué no me habrás acompañado hoy en lugar de otros días cuando no hacía falta?

Me he hecho el importante.

Anda, muchas gracias, pues no te lo hagas más.

No me lo haré, no.

Lo harás.

Verás que no.

Lo verás tú.

Verás quién va a ver.

¿Tienes algo de comer?

La verdad es que ahora no me apetece comer nada.

Da igual. Tendrás que comer. ¿Tienes a alguien a quien pedirle?

Me quedaría sin comer hasta mañana al mediodía con tal de salir de aquí. Hasta mañana por la noche. Bueno, hasta por la tarde.

Yo te haré un bizcocho. Es lo único que sé hacer. Te llamo mañana por la mañana.

Si todo va bien, te llamaré yo desde casa.

Y como decías, ven alguna vez a tomar algo.

Alguna vez por sorpresa. Ahora va a ser un poco difícil.

¡Lo importante es que vengas!

Iremos en cuanto podamos, vengan ustedes cuando quieran.

En el armario de madera maciza hay una manta amarilla doblada. En el baño un cepillo de reserva. El calentador está lleno. El teléfono. Ella, que se preocupa y se siente culpable, dice que ha preguntado a alguien de la policía, que sabe que la policía serbia controla hasta la Galería Comercial, pero que se puede cruzar con más facilidad en dirección al edificio Loris. Que por la mañana coja una bolsa, como si fuera a comprar pan, y vaya hacia ese lado y pase a Elektroprivreda.

Otra vez el teléfono. Él me explica a quién ha llamado y las garantías que le han dado. Suena convincente y claro. Hablamos de nuevo más tarde. O por la mañana temprano. Mejor por la mañana temprano.

Yo debajo de la gruesa manta en un piso que me resulta ajeno. El silencio detrás de las ventanas. En el duermevela, el reloj marca las horas. Dos de mayo. Siento que me voy a dormir. Noche profunda cuando me espabilo, pero me doy la vuelta hacia el otro lado y continúo. El amanecer lejano. Algo pesado en sueños, veo el patio del antiguo colegio en una tarde soleada.

Ruido en la puerta. Las cinco. Amanece.

¿Quién es?

¡Abreeee!

Consigo ponerme los vaqueros y echarme por encima la camisa cuando ya hay tres tipos en el pasillo.

¿Sí?

¿Cómo que sí?

Uno en el sofá. Sujeta un fusil de asalto. La bayoneta le cuelga. El gorro cuartelero sin la estrella de cinco puntas. En la manga algo escrito en cirílico. Otro como si fuera el jefe. Habla despacio, muy despacio, y coge una silla. El tercero lleva una cazadora vaquera. Espero a ver cuál de ellos va a decir que han venido a petición de este y este para trasladarme al lugar acordado. No lo hacen ni tienen pinta de hacerlo. Da igual, todavía tengo esperanzas.

Tú estabas ayer aquí y querías largarte cuando viste la situación. Nuestros polis te retiraron la documentación.

Así es.

¿Qué haces en Grbavica?

Pues ayer fui al centro a tomar un café, no tengo ni idea de nada.

¿No tienes?

No, ni idea, todavía voy a la escuela secundaria.

Os hacéis los ingenuos y queréis un Estado, queréis lo nuestro. ¿Eh?

Que no, que no.

¡Ven con nosotros!

Me abrocho la camisa y agarro la cazadora. Dos registran el piso, abren los armarios, tiran las cosas de la vitrina.

¿Por qué tienes este piso? ¿Qué andas buscando aquí?

Nosotros, mi familia, ha heredado el derecho de vivir aquí, yo no sé más, los míos antes vivían aquí y tal.

¡Camina!

Uno delante, yo detrás, los otros dos nos escoltan. En el primero, ella en la puerta, envuelta en una bata azul marino.

Por favor, conocemos a este chico desde siempre, no hay nada conflictivo.

Cómo que no, a ver si nos vas a enseñar tú ahora. Bravo por tu familia, pero vosotros todavía no sabéis lo que está pasando.

No te preocupes, me susurra, y me acaricia el brazo.

Va a ir bien.

La abuela sale del cuarto. Me llama por mi nombre. Pregunta qué sucede. La chica dice ese vecino nuestro, lo buscan por algo. Delante de la entrada amanece. Uno me señala el pasaje. Otro a voz en cuello grita buenos díaaaassss. Se ríen. Nadie en las ventanas. Delante del café Roma un guardia con capote. Sostiene el cañón del fusil de asalto vuelto hacia el cielo. Dos se quedan con él. Uno conmigo. En los sofás del café, dos tipos con uniforme verdigrís fuman y toman café. Las mesas del local retiradas a un lado. En otro espacio, una oficina y en ella un hombre con uniforme de camuflaje. En la mesa, una boina, un walkie-talkie Motorola y una pistola. La bandera roja, azul y blanca con cuatro eses desplegada en la pared. Sobre ella una bufanda con el nombre en cirílico de una ciudad de Croacia. El hombre escribe algo cuando me llevan delante de él. Me mira dos, tres, cuatro segundos.

¿Qué haces en Grbavica?

Se lo explico.

Tiene un marcado acento sarajevita.

¡Venga, chaval! ¿Eres del Partido de Acción Democrática? No.

¿De los Boinas Verdes?

Desde luego que no.

¿Con quién vives?

Con mi padre.

¿Dónde?

En Franca Prešerna, 16. En el barrio del Aeropuerto, en Dobrinja.

¿Tu madre?

Ha muerto.

Levanta la vista.

¿Hace mucho?

Un par de días.

Vaya, lo siento.

Gracias.

¿Hermanos?

Ninguno.

¿Vas a la universidad?

Estoy en el último curso de secundaria.

¿En qué rama?

En Electrotecnia.

¿La escuela de los que se suben a los postes de la luz?

En Buća Potok, sí.

No has hecho la mili, no estás casado, no tienes hijos. Verás, nosotros somos aquí la autoridad. No estás en casa. Es raro que aparecieras precisamente ayer, así como que no tengas ni idea de lo que sucede y tal. Hay muchos espías, fingen no saber nada e informan de dónde están las posiciones y tal. Veo que eres decente, así que no te haremos nada. Quédate en ese piso donde estás hasta que todo este lío se resuelva y sepamos quién va adónde y cómo. Hasta entonces, todas las mañanas a las siete y al mediodía tienes que presentarte aquí en el cuartel general. ¿Me has entendido?

¿No hay forma alguna de que me vaya a casa?

Ya veremos cuando comprobemos quién es tu padre y tal. No vaya a estar él metido en algo, a ver si es alguien en política y está contra nosotros.

Pues claro que no. A nosotros nos pilló lo de mi madre hace un par de días y no estamos para políticas precisamente.

A todo el mundo le ha pasado de todo.

Llama a uno. Al veinteañero risueño vestido mitad de paisano y mitad de militar.

Acompáñalo hasta el edificio aquel.

Suena el teléfono. El que ha entrado espera a que se confirme lo que tiene que hacer conmigo.

Hola, Momo. Aguantamos, aguantamos. ¿Qué te ha dicho el compañero? ¿Arriba donde la escuela? Pero si no tienen ninguna posibilidad. Ninguna, tío, qué van a hacer.

Hace una señal para que me saquen de allí. Los otros dos siguen con el café y los cigarrillos. Me miran en silencio.

Así que cuidas el piso, ¿eh?

Di una vuelta y me tomé un café ayer, no tenía ni idea de lo que estaba pasando.

Ay, chaval.

Frío pero soleado. El portal está abierto. Llamo en el primer piso. Ella en chándal. El pelo húmedo suelto.

¿Qué te han dicho?

Que tengo que presentarme, que no puedo ir a casa, tienen que comprobarme y tal.

Vamos, ahora mismo llevo un café arriba, a tu casa. Hay luz.

Empiezo a marcar mi número de teléfono. No hay señal. Abajo el Zastava 101 en el mismo lugar de ayer. Delante de él cinco tipos armados, vestidos desigualmente y despreocupados. Del lado de Skenderija, nada, nadie. Abro la ventana para que entre la primavera. Ella llama suavemente. Pone el café en la mesita.

Ahora mismo ha funcionado el teléfono en nuestra casa. Apenas hace un minuto hemos llamado a Kasindo. Vamos abajo y luego volvemos.

Por las escaleras algún ruido detrás de las puertas. Miro atentamente los apellidos. En su casa, un aparato verde de forma cuadrada. Funciona. Al otro lado de la línea descuelga nuestra vecina. Mi padre le ha rogado que atienda el teléfono. Ha ido a algún sitio. Está tratando de sacarme. Que me cuide, que sea paciente, que no me preocupe, que no me exponga, que no tengo culpa de nada, que también su marido buscará a algún conocido que me pueda sacar. Apunta el número desde el que he llamado. Va a buscarlo para que me llame cuanto antes, que me espere aquí. Esta, que a veces se recoge el pelo en una coleta, va arriba a buscar el café. La abuela asoma un ratito, que siente lo de mi madre, y le apena que yo tenga que estar aquí solo y con estos contratiempos, y toda la gente, la juventud que está sufriendo.

Muchas gracias.

Radio Sarajevo muy bajita. El edificio rojo sin nadie en las ventanas. Desde la calle Lenjinova, voces. El sol sobre la calle Splitska. Un coche en la facultad. Abro la puerta avergonzado. Ella con la bandeja a su cuarto. En las estanterías libros en dos idiomas. Dos cuadernos al lado de la cama. Yo en el sillón, ella sirve el café. Dice que han preparado la antigua cocina de leña.

Mira que pararte a ti precisamente ayer. Se va a solucionar, vas a ver, no tienes la culpa, no le has hecho nada a nadie, no pueden así sin más. Todo el mundo tiene derecho a vivir y a ir adonde quiera y como quiera. Ni que fueran ellos la Comisión de Vivienda, encargada de adjudicar los pisos. Nos reímos con lo de la Comisión de Vivienda. Más café en otra džezva. Yo saco un libro y leo fragmentos de las cubiertas. El aparato verde suena estridentemente.

Sí, sí, ¿cómo está usted? Pues claro que se va a solucionar, aquí está con nosotros, tenemos comida, se encontrará una solución, sí, sí, nada, nada. Ya ve, aquí estamos, se pone, adiós, adiós.

Hola. Ya ves. ¿Qué tal por ahí?

He llamado a una gente. Lo van a intentar. No va a ser fácil. Ten paciencia.

El tipo de esta mañana parecía comprensivo. Es el mandamás aquí.

Llamaré.

Vale.

Noticias en la radio. Atiendo por si sale Grbavica, pero no dicen nada de este barrio y casi nada de otros. Se habla mucho de Lisboa. Ella prepara unos bocadillos. Huele a pepinillos recién sacados del tarro. Pone crema de queso con pimiento, una loncha de fiambre de pollo y otra de queso amarillo entre dos rebanadas de pan casero aún caliente en un plato con el borde azul. Un paño de ganchillo en la mesa baja del cuarto de estar. Si quiero me enseña a hacer pan.

¿La levadura y lo demás?

No tengo.

Pues que coma con ellas. Para ella será también más divertido.

¿Puedo hacer otra llamada?

Por supuesto.

Ella a la cocina. El agua corre. La abuela escucha la radio en su cuarto.

Este bocadillo es bueno. También este tiene buena pinta.

Voy a preparar una sopa, hay que comer caliente mientras haya electricidad. Han dicho que en algún lado se corta la corriente y la gente no tiene leña.

Yo definitivamente no tengo y tampoco soy gente.

Nosotros tenemos un poco. Somos de la vieja escuela.

Y yo ni siquiera estoy preparado para la vida moderna.

A las diez y media arriba. Un día despejado. Doy una treintena de vueltas por el piso. Me fijo en los detalles de las paredes. Abro todos los cajones para ver qué hay y cómo ha sobrevivido hasta hoy. Leo veinte páginas de un libro antiguo. Encuentro un cuaderno medio lleno con recetas de cocina, el papel amarillento, y la caligrafía me resulta conocida, de modo que empiezo a imaginar a la mujer detrás de esa letra y la época y las circunstancias de su escritura y de su vida y de mi vida que surge de la suya y llega hasta este momento de lectura. Escribo en el cuaderno un breve informe de lo sucedido el día anterior y esta mañana y lo retoco una vez y luego otra, y por fin decido escribir también los diálogos, que corrijo al menos doce veces hasta que llega la hora de presentarme en el cuartel general. La radio emite música y noticias de que es un día tranquilo, pero que del centro de Sarajevo llegan informes contradictorios.

Hora de presentarme. En el portal mucha luz, olor de guiso y bastante ruido de radio y televisión. Dos viejos delante. En el pasaje hacia el café me reconoce el guardia. Dos tipos delante de la oficina. Explico que tengo que presentarme.

¡Espera!

Me observan con atención. Los fusiles al lado. En la mesa botellas de cerveza Sarajevsko. El mandamás de la mañana dice que vuelva a presentarme al día siguiente y que no me mueva del piso porque no puede prometerme nada. Marca un número. Delante del cuartel general diez individuos más armados. Delante de la facultad un Pinzgauer. Un hombre con barba y una bandera negra en la manga izquierda del anorak del Ejército Popular Yugoslavo en las escaleras junto al café. Otro con uniforme de camuflaje y pistola habla por un walkie-talkie.

Sí, sí, nos mantenemos, vale, de acuerdo, entiendo.

Se menciona la Presidencia, Lukavica, el aeropuerto, vehículos Pinzgauer en Skenderija. Yo despacio por el pasaje. El guardia detrás. Fuego nutrido en el centro de la ciudad. Una explosión. Otra. Sirenas. Ráfaga. Explosión. La calle Lenjinova desierta. Una primavera cálida.

Ella en la ventana con el pelo recogido en una coleta. En la escalera me desvía a su casa. Unas judías calentitas en dos platos. Dice que la abuela ya ha comido. Siempre come al mediodía. Dos vasos y una jarra de zumo de polvos en el centro de la mesa y el pan cortado uniformemente en la cestita de mimbre sobre un hule con estampado azul.

No estarás incómodo.

A ver, cómoda la situación no es, pero también es agradable que no sea cómoda. Si es que me he explicado bien, que creo que no.

Creo que lo he entendido. Más o menos.

En fin. Las judías están buenas. Anótamelo todo en un libro de deudas, por favor.

Por supuesto. Cuando se tranquilicen las cosas me llevas a tomar unas buenas alubias y estamos en paz.

Yo te invitaré antes a judías y a no judías. A un café si tuviera arriba te invitaría inmediatamente. Me crees, ¿verdad?

Te creo. Yo tengo.

Esto, ¿puedo telefonear, si no te molesta?

Claro que puedes.

Se va a la cocina mientras yo giro el antiguo dial. Suena. Lo coge la de ayer. Afirma que no ha pegado ojo. Ella tiene la culpa. Yo insisto en que el único culpable soy yo. Ella no está de acuerdo, pero quiere hablar de otro asunto, a ver cómo se resuelve la situación. Hablamos brevemente, yo le explico que me han desconectado el teléfono y le doy este número y le digo algo más y que hablamos más tarde, que tengo miedo, que el día pasa y mi padre sigue sin venir aunque estaba seguro de que en cuanto amaneciera él estaría en este edificio o muy cerca. Pero no ha podido y la cuestión es ahora cuándo podrá y si podrá venir. Entonces ella repite que antes de la noche se arreglarán las cosas, y que quizá mañana deambularemos por la ciudad como si casi todo fuera normal. Y yo albergo esperanzas y lo veo como si lo tuviera delante de los ojos. Acordamos cuándo volveremos a hablar. Cuando cuelgo, la anfitriona aguarda un par de segundos y entra con el café listo y el zumo de polvos preparado para llevarlo arriba, a mi piso.

La radio interrumpe la música porque hay combates intensos en el centro. Incendios alrededor de la Presidencia. En la tele, personas sin uniforme con distintivos azules y banderas blancas en la calle Titova. El teléfono no funciona. Ha ardido la centralita de correos y teléfonos en la orilla del río, así que los números que llevan el 2 no suenan. En las escaleras el señor mayor del segundo lleva un bolso y dos cestas, se entretiene con ella charlando un buen rato mientras que apenas y de mala gana se fija en mí. Se va a Romanija a llevar a su mujer para que cuide a su madre, que está gravemente enferma, y luego volverá. Le va a dar la llave a mi benefactora. Yo con la bandeja y ella abajo para coger la llave. En el piso huele a primavera. Doy tres vueltas, compruebo el teléfono, abro la nevera, compruebo si hay bidones para coger agua de reserva y me pongo a mirar a los escasos transeúntes en la calle Zagrebačka hacia la Splistka y la Beogradska. Cuento tres civiles, el Zastava 101 en el sitio de siempre y cinco tipos armados hasta que ella llama a la puerta.

Parece que hoy no ha conseguido venir.

Es que las cosas se han complicado un montón.

Un montonazo.

¿Te traigo algo para leer?

Y un cuaderno y un lápiz si tienes de sobra.

Algo encontraremos. ¿Qué te gusta leer?

Pues literatura.

¿Cuál?

La que está bien escrita.

Me ofrece unos cuantos rusos conocidos y otros tantos desconocidos. Me decido por un conocido. Ella cargada con la bandeja y yo la acompaño hasta la puerta. Las noticias de la radio no ofrecen muchas opciones. Por la ventana veo solo a un hombre hacia la calle Splitska y a tres más alrededor del coche. Debajo de la ventana, en los locales comerciales una guardia de al menos tres hombres muy ruidosos. Hacia el edificio rojo una decena como mínimo bien armados. Entran a través de los cristales rotos en las tiendas de la planta baja. Nadie en dirección a Skenderija. En el centro se oye una sirena. Un carro de combate en la vía rápida. El sol se ha retirado hacia el oeste. Ella llama igual que hace un rato. Trae dos toallas, comida, una manta, un libro, un lapicero y dos bolígrafos. Yo le digo que se siente y charlemos. Ella se excusa diciendo que tiene que atender a la abuela. Yo que se quede al menos un rato. Se quedará diez minutos.

¿Vemos dibujos animados?

Si hay dibujos animados es que se ha resuelto el asunto. ¿Qué vas a escribir?

Lo que estamos hablando.

¿Cómo?

Pues así.

¡A verlo!

Mira, espera que escriba esto de a verlo.

¡Escribe!

Ya.

Tienes una letra enrevesada.

Hay uno que tiene una canción que dice que sufre mucho cuando escribe, que enreda los reglones, la mala letra, la puntuación, y está a punto de dejarlo.

Anda, no vale que lo deje. Tengo que irme.

Que te vaya bien.

Que te vaya a ti.

Aquí me tienes.

Si pasa algo baja corriendo y llamaremos a alguien, está mi tía en Kasindo, conoce a esos paletos a los que ahora hay que dirigirse.

¿Qué le vas explicar a tu tía?

Ella os conoce, no hay que preocuparse.

Yo no me enfadaré si apareces en mitad de la noche, así que ya sabes, eres bienvenida en cualquier momento.

Halaaaaa.

Bueno, es un decir, no me lo tengas en cuenta.

No lo haré, aunque quizá sí lo haga.

¿El qué?

Aparecer de repente.

Bienvenida.

Gracias.

De nada. Llama igual que antes.

Ea, vengan ustedes cuando quieran, iremos en cuanto podamos.

¡No nos lo tengan en cuenta!

A las siete y media, estallan las noticias en el viejo aparato. La carne de la lata de conserva roja en una rebanada de pan que me han dado en el primer piso. En la radio la voz del Presidente de la Presidencia del Estado. Dice que está en Lukavica, pero no porque le apetezca. En la calle un blindado delante de la pastelería Jadranka. Viene hacia aquí. Aplasta todo a su paso. Se detiene unos cincuenta metros más abajo, hacia la calle Splitska. Ráfagas largas y frecuentes a través del río en ambas orillas. Algo impacta en alguna parte del edificio. Hago un recuento de todo lo que hay comestible y aprovechable en el piso. Un billete de marcos alemanes en la camisa. Otro de más valor escondido. Descuelgo el teléfono y solo el vacío. Contemplo la oscuridad, abajo faros. Carros de combate en algún punto hacia Vraca. El Pinzgauer hacia la Beogradska. En los locales comerciales una decena de voces masculinas serias. Me visto del todo por si acaso irrumpe alguien. Me tumbo en el sofá mientras la radio funciona. Escucho con atención. Se mueve una puerta abajo, una voz masculina cortante y severa y otra más, pasos de botas por las escaleras y llamadas a una puerta del primero o del segundo. Me pongo la cazadora, compruebo dónde he puesto las cosas y cuento a ver cuánto tardarán en subir. Cuento hasta doscientos. Parece que las pisadas bajan. Luego una voz de mando advierte a todos de que tengan mucho cuidado con lo que hacen y la puerta metálica del portal chirría.

Alguien sube. Pasos hacia mi planta. De mujer. Llama con la clave. Abro. Trae té y tres rebanadas de pan con mermelada. Hay luz por todas partes. Dice que, en el edificio, además de nosotros hay quizá otras cinco personas en dos viviendas. Hace un rato han estado dos del cuartel general para decir que hay que encerrarse con llave. A ella le han encargado que los avise si hay problemas. Le han preguntado si sabe que estoy arriba, quién más hay en el edificio, si son nuestros o suyos, que el edificio es zona de peligro, han puesto centinelas alrededor, nadie puede pasar.

Coge esto y guárdalo bien, porque a mí ya de poco me vale.

No, quédatelo tú, puede salvarte la vida.

O quitármela. Yo tengo otro, y tú coge esto y cuando puedas cómprame, ya me disculparás, una muda, en el mercado o donde sea, mientras puedas salir.

Intentaré ir a una tienda en la primera oportunidad si es que no se ha resuelto antes tu problema.

Se va a ir. ¿Podré despertarme solo para presentarme por la mañana a las siete? ¿Trae el despertador? A ellas no les hace falta. En la radio, llamamientos, música y noticias en bucle. Los reporteros desde lugares en el río Sava, en el Drina, en Krajina. Se está formando esto y aquello, un ejército de esta manera, una policía así, allí, y asá, aquí, una defensa territorial, cuarteles generales, estados de crisis, reservas, Naciones Unidas, puestos de control, carreteras, bloqueos. Sirenas en la ciudad. Balas desde el monte Trebević. Cerca alguien grita ¡alto! Ventanas iluminadas en las calles hacia el oeste. Del centro no llega nadie, ni ruido. El 101 se ha movido hacia el fondo, a la calle Trnovska. Un grupo enorme abajo en los locales sin terminar. El teléfono sigue mudo. La música en la radio dura poco mientras las noticias se alargan repitiendo las antiguas y dosificando cautelosamente las nuevas sin verificar. Doy veinte vueltas al piso. Compruebo todo lo que hay en él. Abro y cierro los cajones. Compruebo las ventanas. Escribo todo lo que he oído, dicho y visto hoy y me acuesto a oscuras vestido a la espera de lo que venga. Pasa la medianoche. Partes desde distintas zonas de la ciudad en la radio. En Dobrinja, la situación no está clara. Silencio en las escaleras. También los televisores se han tranquilizado. Parece que voy a dormirme.

Sueño que estoy en el acumulador debajo de la ventana de mi casa en el barrio del Aeropuerto, sin ser consciente de que es un sueño, pero consciente de que algo duro ha sucedido y terminado. Me espabilo en dos segundos y me repito dónde estoy y qué soy. La manta caliente. La noche ventosa, como si la lluvia golpeara las ventanas. Fuera, voces lejanas, faros cegadores. Ráfagas hacia la calle Ljubljanska frecuentes y largas. En la radio anuncian quién ha muerto, dónde y cómo. Que Dobrinja está bloqueada. En las escaleras, ruidos ligeros pero repetidos. Me vuelvo del otro lado pensando que de nuevo sueño que estoy tumbado en el acumulador en mitad del invierno y en mi casa de verdad. Parece que voy a dormirme.

Plegaria en el asedio

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