Читать книгу Plegaria en el asedio - Damir Ovčina - Страница 26
ОглавлениеUn hombre con dos pistolas y una metralleta, guerrera de camuflaje y boina gris con escarapela delante de la casa en la calle Splitska. Detrás de él dos tipos con camisa verde. Uno con las cuatro eses en el sombrero. El otro con una bayoneta muy larga y la ametralladora, como en las películas de partisanos, apoyada en la valla. Sonríen y preguntan por qué estamos tan alicaídos. Formamos una fila. Delante de la puerta de entrada, sacos de arena apilados. Era un supermercado y ahora es el cuartel general sobre el que ondea una bandera negra con escarapela junto a otra tricolor con la cruz serbia dorada. El comandante saluda. El de las pistolas, malhumorado, dice que en el cementerio judío hay que afianzar las posiciones con bloques de hormigón, con sacos, con todo. Nos señala con la mano sin mirarnos y dice que nos matarán si un compañero de trabajo decide cambiar de bando en esta guerra. Los dos de la camisa verde ríen, uno señala la bayoneta y dice, aquí estamos, haremos lo que haya que hacer. El sol todavía oculto tras el monte Trebević. En la calle Radnička cruzamos por debajo de la vía rápida y luego entre las casas alineadas en el monte hacia el viejo cementerio de un pueblo muy antiguo. Han mandado a esos dos con nuestro comandante, cuyo apellido elogian. Calor.
El nombre de la calle Trebevićka todavía en la casa destruida. La colina alta. Sarajevo en la hondonada. Alguien respira profundamente. Uno de los voluntarios armados se levanta, despliega la culata del fusil y dispara a ciegas hacia la ciudad. Se ríe. El otro le dice que es tonto, porque un francotirador puede liquidarlo en un instante.
El comandante se pone las gafas y guarda el pañito de algodón en el bolsillo del pantalón azul.
Ahora sin decir palabra.
Nos deslizamos al lado de un garaje. Él, primero a la trinchera. Espera que los demás salten dentro. Tierra húmeda. Las deportivas se hunden en el barro. Muy cerca una ráfaga de ametralladora y luego unos disparos sueltos. Continuamos tropezando en el barro una decena de metros en silencio. Inscripciones y nombres en las lápidas blancas. Años, 1924, 1936, 1940, 1918, letras hebreas y nombres de gente del barrio de Bijelava. Mediados de mayo. Tres individuos en el primer búnker. Dentro una ametralladora. En el suelo cinco cajas y granadas de fusil. Un hombre bigotudo que habla en voz baja y cortante y lleva una cazadora de lona señala dónde colocar los sacos de arena. Los transportamos hasta el búnker formando una cadena de una decena de metros.
Después del vigésimo saco explota una granada, luego ráfagas de ametralladoras y ráfagas de fusiles de asalto.
¿Qué día es hoy?
Martes.
Rápido, rápido, dos allí arriba.
El comandante señala el búnker hasta el que asciende la trinchera. Designa a dos para que vayan arriba.
En una camilla, uno con barba y cazadora de paño. Le han desabrochado el cinturón. Respira con dificultad sin abrir los ojos. En el pecho, un apósito pegado con cinta blanca. Nosotros recostados contra la pared de la trinchera. Lo llevan con cuidado.
¡Vamos, vosotros dos, relevadlos!
Me señala también. Lo transportamos unos treinta metros. Allí espera una ambulancia Pinzgauer. El hombre en la camilla tiene estertores, llama a su madre, pregunta dónde está.
Me muero.
No es tan peligroso, solo una rozadura de bala.
Los últimos diez metros una mujer con un brazalete de la Cruz Roja viene corriendo a nuestro encuentro.
¡Bajadlo!
Con ella uno que lleva un maletín. Ella coloca la venda mientras el herido escupe sangre. El paño verde se tiñe de rojo. La mujer le acaricia el rostro.
Todo saldrá bien, héroe mío.
El del maletín se dirige a ella tratándola de doctora.
Rápido, rápido.
Lo depositamos en la salida de la trinchera y dos hombres uniformados lo llevan a la ambulancia. La doctora detrás de ellos. Se cierra la puerta. El conductor espera. También nosotros dos nos quedamos quietos.
El vehículo con la cruz roja todavía en la calle Trebevićka. Nos sentamos en una piedra a la entrada de la trinchera. Miramos al suelo, luego al cielo y al monte, a los tejados y a las ramas que se inclinan en el cálido día de primavera. La mujer sale del vehículo. Da un traspié al saltar al suelo. Botas militares y pantalón negro bastante ceñido. Cincuenta años más o menos.
Se acabó. Ha muerto.
Los uniformados que nos rodean se santiguan. Nosotros, incómodos, miramos al suelo. Alguien se acerca con pasos veloces.
¿Estáis contentos vosotros dos? ¿Eh?
Nos insulta sin escatimar palabras. Nosotros sin levantar los ojos del suelo. La médica dice, no tienen la culpa. Déjalos, estamos en guerra, no han disparado ellos.
¡Todos ellos han disparado siempre!
Allí abajo tienes a los verdaderos turcos armados, métete con ellos.
Nada de dejarlos.
Siento un golpe de algo metálico en el brazo derecho. Me tambaleo y él me da una patada en la cadera. Caigo de costado. Alguien acude corriendo. Yo me levanto lo más rápido posible. A él lo empujan hacia la casa.
Vosotros, volved.
Señala la trinchera.
Déjame ver dónde te ha golpeado. ¡Súbete la manga!
No es nada.
¡Espera! ¡Cuídate!
Es lo que hago.
Ríe. Me da unas palmaditas.
El tiroteo ha parado. Una detonación sorda y un silbido entre las casas desiertas. El Trebević verde. El viento trae el olor del monte. Abajo, muy hondo en la ciudad, unas diez explosiones.
¿Estás bien?
No es nada.
Suerte que ha aparecido esa mujer.
Nos traen potaje a la trinchera. Compartimos dos panes.
Agárralo por debajo, agáchate más, inclinaos juntos. Aaasí.
Y ahora vamos despacio.
Dejamos el bloque de hormigón en la entrada del búnker. Los tres tipos de dentro gritan, blasfeman, disparan con la ametralladora pesada. Invocan el nombre del Presidente de la Presidencia en un contexto muy crítico. Nosotros dos en la trinchera.
Que lo levantemos primero hasta la altura de la cintura y luego de un tirón lo saquemos fuera.
No puedo más.
Estamos en cuclillas en la trinchera. Él habla con voz ahogada.
Algunos van de piso en piso, no te puedes ni imaginar las cosas que hacen. Está el tal Bulgaria, no estoy seguro, pero creo que lo llaman así. Es el peor. Mató a puñetazos a un muchacho, allí creo, donde antes estaba la empresa Drvorijeka, le dio una paliza sin más y encima le pegó un tiro con el fusil. Yo conocía al chico, era cartero creo, no tenía nada que ver con todo este lío. Tuvieron el cadáver dos días en los garajes. El matón empieza siempre pidiéndote dinero. Algo así como que dos mil marcos y compras tu vida. Arriba, en algún lugar de Vraca, tiene su prisión y el almacén para los objetos robados. Y si alguien además es muy alto no lo salva nada si se topa con este tipo. Y, por desgracia, yo soy bastante alto. El miserable enano supuestamente ha sido boxeador. Al cartero seguro que lo conocías tú también, más o menos de mi estatura, detente, cuentan que le dijo, manos arriba. El hombre pensó que era una broma, ya sabes, nunca había estado en contacto con un fusil, totalmente inexperto en estos temas. Quiso sortearlo. Pobre desgraciado. No lo soltó hasta que la espichó. Un puñetazo tras otro en la cabeza. El pobre cae, el otro consigue levantarlo, los demás partiéndose de risa, y vuelta a empezar. Igual le estampó unas diez veces la cabeza contra el hormigón. Ya no estaba ni consciente, ensangrentado, los dientes arrancados a golpes, la cara irreconocible, y le pegó un tiro a una distancia de un metro. Y eso que uno de los suyos intentó convencerlo de que lo soltara. Ni caso. Lo mató por nada. Se lo han llevado a algún sitio en el Trebević, dicen que allí hay tirados muchos de los nuestros del barrio, de Grbavica, ya sabes, arriba en los alrededores de las aldeas de Miljevići y Petrovići, en el arroyo de Trebević, y también en el propio Grbavica.
Venga, vamos a levantar esto y ponerlo allí donde va. Venga, a la una, a las dos y a las tres.
Lo sacamos a la altura del borde de la trinchera. El comandante nos indica que regresemos a la entrada. Hace el recuento de la cuadrilla delante de la casa en la que no hay nada en la planta superior y en la planta baja un dormitorio. En la placa se ve el número y el nombre de la calle Trebevićka.
Ya está, vámonos.
Delante de nosotros cuatro tipos con uniforme, despechugados. Los fusiles apoyados alrededor de una mesa. El que nos acompaña saluda estrechando la mano a cada uno de ellos. Se va, dice, a devolver a estos ciudadanos extranjeros para que los suyos, señala la ciudad, no presenten una protesta diplomática. ¡Es lo que hay!
Camina delante y luego detrás de nosotros por la escalera debajo de la vía rápida y más allá por la calle Radnička hasta la Splitska y a lo largo del edificio al otro lado de la calle Zagrebačka. Respiramos aliviados. Tengo la sensación de que el día ha pasado rápido. Entro a la planta baja a través del balcón. Dentro ambiente fresco. Ella en la escalera.
¿Qué tal el trabajo?
Le digo que algunos participantes mostraron bastante nerviosismo en la tarea y que nosotros, los del pelotón de trabajo, bajo el mando profesional, hemos cumplido orgullosamente con los objetivos un tanto ambiciosos de garantizar la fortificación de las instalaciones. Alaba mi explicación precisa y exhaustiva y anuncia que me traerá una olla de agua caliente dentro de unos minutos. Si yo quiero. Acepto.
Se ha soltado el pelo, que le cae a los lados enmarcándole el rostro claro, ligeramente maquillado. Desde el sofá comenta que la pareja de mi planta se ha marchado hacia Vraca de alguna manera. Tenían la esperanza de llegar a Pale y luego a Kiseljak. Y de allí a Rijeka. Ellos son originarios de aquella parte. Eran íntimos de los Planojević, probablemente estos vinieron a recogerlos y se apañarán para trasladarlos. Fueron de los primeros en instalarse en nuestro edificio. El marido había construido el barrio entero, y ya ves, ahora se han ido.
No creo que vuelvan.
¿Cómo está tu abuela?
Muy mal no está, pero le faltan medicinas para la diabetes y para la hipertensión. Mi tía ha dicho que las va enviar a través de alguien o ella misma pasará por aquí cuando pueda. Kasindo parece un manicomio. ¿Dónde habéis trabajado hoy?
En el cementerio.
Lleva unas mallas y una camiseta. Yo en la silla de enfrente. Oscuridad. Disparos desde el cementerio judío. Una granada de mortero explota al otro lado del río, luego una más, otras dos y una más.
Quédate un ratito. Para charlar.
¿Adónde os llevarán mañana?
A algún lugar arriba. Pero en este momento el mañana me parece lejano, muy lejano.
A ti todo te parece lejano.
Pues todo no. Hay algo que me resulta cada vez más cercano.
Lo que sea para que puedas volver a tu casa.
Ciertamente, lo que sea, pero que sea bueno y bonito…
¿Qué? He oído en las noticias que también en Dobrinja hay problemas.
La guerra está todavía en pañales. Cuando crezca un poco, se sabrá todo.
Sí. Y qué hay de aquella novia tuya, debe de estar preocupada.
Se preocupa, seguro, y luego se preocupará un poco menos y así sucesivamente. Se acostumbrará.
Oye, no seas así. Debe de sentirse fatal. Vinisteis juntos aquí. No sabe si estás vivo o muerto. En la radio dijeron que por aquí merodean unos que llaman águilas, que hay asesinatos, prisioneros, de todo.
Cierto que la situación es difícil, pero también hay elementos bonitos.
Mira que estás empecinado con estos otros elementos. ¿Cuáles son?
Pues unos que se encuentran aquí mismo.
¿Dónde?
No están lejos.
¿Así que no están lejos?
No. No se puede decir que lo están si no lo están.
Quizá solo te resultan aceptables porque no hay otros.
No es eso.
Venga, en realidad no ves bien. Ha oscurecido. Son muy viejos para ti.
En lo que a mí respecta, no tendría que amanecer en varios meses. Pero si me arrimo un poco para verlos mejor…
¿Ahora mejor?
Un poquito más.
Oye, será demasiado.
No.
Tuviste un espejismo. Tal vez ayer no te fijaste bien. Cosas de la guerra. De la situación.
Ayer no fui capaz de ver nada. Y tampoco esto.
Eres un poeta.
Aficionado. Tú también lo eres.
Tengo que echar un vistazo a la abuela. Volveré.
¿Cuándo?
Pronto.
Se me hará larga la espera.
Habrá tantas cosas por las que aún tendrás que esperar.
En cuanto salgas, pensaré que todo fue un sueño.
No lo fue.
¿Te acompaño abajo? Te esperaré delante de la puerta.
No lo hagas, tardaré menos en acostar a la abuela.
La puerta cerrada. Yo en el sofá. La noche honda. Alguien grita, altooo, dispararé. Un cohete ilumina la calle. Un coche a lo lejos. Un tanque por la vía rápida. Una ametralladora cerca. Algo retumba en el tejado. La puerta se abre y se cierra. Hace girar la llave en la cerradura.
Muévete un poco.
Ponte aquí.
No sé si hay sitio.
Hay sitio y tiempo. Hasta que amanezca y ojalá nunca más lo haga.