Читать книгу Plegaria en el asedio - Damir Ovčina - Страница 21

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En la parada de Pofalići un autobús abandonado. El gentío en dirección al Parlamento exige la paz ruidosamente. Detrás de la valla del cuartel, sacos de arena. Los centinelas detrás del parapeto. Nosotros dos hacia Marindvor. Un kilómetro delante de nosotros, una muchedumbre. Pasa un Zastava 101 con la inscripción Empresa Municipal de Transporte. Una mujer llega corriendo desde donde está el hotel y grita que están disparando contra la multitud. Nos damos la vuelta. Ella quiere ir a casa y yo propongo ir a Grbavica. No quiere. Delante del portal en Blagoja Parovića, hombres de mediana edad. Ella me presenta como un compañero. Uno dice: adelante, compañero. Nos vamos parando hasta llegar a la duodécima planta. Susurramos, nos detenemos, jadeamos. Por las puertas se cuelan los olores de los guisos. Los niños gritan. Las televisiones cantan. Tito, hermano, cómprame un habano, todavía atrae desde la pared.

Venga, entra tú también.

No, no. Me voy a casa.

Espera, tómate un café. Mamá quiere darte el pésame.

Ahora no. Mejor cuando haya menos lío.

¿Cuándo quedamos?

Quizá mañana. Allí.

Y por las escaleras al pasillo oscuro entre la duodécima y la undécima planta. En el portal los mismos tipos.

Adiós, compañero.

Bajo por la calle Darovalaca krvi hacia Urgencias. Por el oeste un Yugo burdeos desacelera. Un hombre mayor abre la ventanilla. Lleva una gorra de visera. Me pregunta qué está pasando. Me encojo de hombros. Hombres de mediana edad delante del edificio Šibica. Sigo por Malta hasta Čvila. Un autobús aparcado en el ensanche del ambulatorio Kumrovec. Gente delante de los portales de los rascacielos en el barrio de Alipašino. En Neđarici, en el cruce, hay menos transeúntes. Voy por Vojničko. Ni un alma en dirección a la antigua escuela. Los árboles de la calle han echado hojas. Un hombre con bigote gris grita que no vaya por allí. Retrocedo hacia la carretera de Dobrinja y luego hacia el barrio olímpico. Nubes gruesas por encima de los edificios azules en dirección a la calle del trolebús. En el lavado de coches, un grupo de jóvenes. De la dirección contraria se acerca despacio un Escarabajo azul. En la matrícula, la abreviatura de Sarajevo, la estrella de cinco puntas y seis números en una combinación conocida. Agito el brazo. Se escapa hacia el cruce. Atravieso la calzada corriendo y sigo hasta que me parece que la calle se inclina hacia el norte. Grito y agito el brazo detrás de él. Se para. Vuelve.

Qué sorpresa más buena.

¿Dónde has estado?

Por ahí. ¿Y tú?

Te estaba buscando.

Pues aquí estoy.

Nos da la vuelta hacia Dobrinja. Las flores han crecido delante del portal. Desde el balcón la vecina nos pregunta cómo estamos. Ha hecho pita de espinacas. Calor y nubes por la tarde. Abril.

Tomamos café en la cocina. Frases cortas. Pausas largas. La leche muy caliente. La radio bajita.

Toco una rama de sauce desde el balcón. Una mujer me saluda al otro lado del jardín. De pequeño me cuidaba. Le pregunto cómo está. Lo siente por mi madre. Mucho. Lo siente muchísimo.

Silencio en el aparcamiento. Noticias. El locutor enumera los ayuntamientos y municipios en los que se negocia. Suena el teléfono. Que si he conseguido llegar a casa y cómo.

Claro, y en el Escarabajo. ¿Dónde estás tú?, ¿qué haces?

Pues aquí.

O sea, tú allí y yo aquí.

Parece que es así.

A saber hasta cuándo.

Todavía hay café en la džezva. Mi padre con tres bidones de diez litros del sótano, vacíos y polvorientos. La puerta abierta. La vecina del piso de la izquierda recomienda que tengamos agua.

En Sedrenik ya no hay.

Llevo los bidones de plástico al baño. Las judías en marcha en la cazuela azul con lunares blancos. Un auto muy deprisa hacia el supermercado UPI. El alumbrado urbano no funciona. Se acuerda vigilar el portal. Yo también me ofrezco. No aceptan.

Mi padre en el sillón. Yo en el sofá. La televisión se explaya sobre temas difíciles. Los reporteros de diversos lugares, alterados. Oscuridad en el aparcamiento. A través del jardín, las televisiones. En la calle, silencio. Leo cincuenta páginas y escribo lo que ha sucedido hoy y lo que ha dicho cada cual. Treinta páginas más. Él espera su turno de vigilancia. Comentamos qué hacer si pasa esto o aquello. Una hora para la medianoche. Él abajo al portal, yo lo oigo andar. Cuando vuelve, se sienta a mi lado al acecho detrás de la puerta. Yo dormito. En sueños, sucesos tranquilos y lejos de todo. En un segundo me espabilo y sé dónde estoy y lo que pasa.

En el edificio al otro lado de la calle luces y ruido de televisión. Dos pisos en el lado derecho a oscuras.

Se va la luz. Busco velas. No hay. Me asomo al portal. Él junto a la puerta. Salen dos vecinos, uno del piso al lado del nuestro, otro del piso de arriba. Hablan. Se enciende la luz.

Escribo lo que pasa y cómo ha sido. Leo y repito una decena de renglones. Copio lo que leo y lo compruebo. Hay errores.

Un perro cerca del supermercado UPI. Hora y media sin un solo coche. Al otro lado del jardín, la luz en el piso del medio no se apaga. La radio ha pasado a la música. Leo veinte páginas más. Estoy a punto de dormirme. No apago la radio. Del portal llega algún rumor del vigilante.

En sueños, imágenes inconexas y palabras que no puedo memorizar.

Plegaria en el asedio

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