Читать книгу Plegaria en el asedio - Damir Ovčina - Страница 16

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Las noticias interminables. Fechas, números, pronósticos, anuncios, preocupaciones, llamamientos, ejemplos, acuerdos, informes. Leo breve y distraídamente, luego escribo con mano torpe durante un buen rato.

Pasada la medianoche. Sombras en el aparcamiento. Algunos coches en dirección al supermercado UPI. Un perro en alguna parte. Mamá dormita un poco más tranquila. Mi padre ordena cosas incansable. La radio con el volumen muy bajo en el estante de la cocina. El frigorífico ruge y se aplaca de nuevo. La lavadora en marcha. Yo me duermo unos instantes sobre el acumulador de calor y sueño en ese momento que me estoy cayendo. En la calle gritos de mocosos. Un coche a lo largo de Akifa Šeremeta. Sueño que la altura de la nieve sobrepasa con mucho el guardanieves.

Amanecer gris. Aire caliente del acumulador. Ella con treinta y nueve de fiebre. Media botella de suero gastada. La enfermera debería llegar a las ocho. El primer día del tercer mes del tercer año de la última década del siglo veinte. Seriedad en la locutora de la tele. Durante la noche han bloqueado Sarajevo. Ella explica dónde y cómo y luego se conectan varios reporteros desde diferentes puntos de la ciudad. Comentan lo que ven. Hace frío y está nublado. Nadie en el aparcamiento ni en la calle. Mi padre habla por teléfono. Hace una pregunta corta y se queda escuchando un buen rato. Cuelga el auricular.

¿Qué está pasando?

Es por el referéndum.

Tenemos que buscar ayuda.

Encima de la mesa tazas, té, naranjas, frasquitos, pan, mermelada de escaramujo de la marca Podravka y el Oslobođenje de ayer. Me encaramo al acumulador y miro a través de la cortina a ver si aparece alguien en el aparcamiento. Mi madre se da media vuelta. Yo le coloco la almohada y le pregunto qué tal, pero no contesta. Él ha servido café y nos sentamos en la cocina. Al otro lado del jardín, una mujer en el balcón se asoma a la calle. Gemidos en la otra habitación. Corremos hacia allí y preguntamos preocupados qué debemos hacer. Nada. Señala algo y se adormece de nuevo. Busco ejemplos en los que alguien se sentía mal, mejoró y luego empeoró, para de repente sentirse mucho mejor.

Unto una rebanada de pan de ayer con mermelada. Mi padre corta ambiciosamente queso y cecina. Alrededor de las lonchas coloca sin escatimar pepinillos en vinagre de un tarro de Vitaminka y ajvar5 del mismo fabricante. Echa un vistazo al dormitorio. Yo le lanzo una mirada inquisitiva, él contesta con las cejas. Las noticias se repiten y amplían. Coloco dos platos y dos vasos en la mesa. Echo zumo y más agua para café.

A las siete y media el vecindario delibera en el portal qué hacer si sucede esto o aquello y acuerda que nadie vaya a ninguna parte hasta que no se vea cómo van las cosas. Probablemente avisarán en la radio de lo que hay que hacer mientras no se encuentre una solución para el embrollo. El portal queda cerrado con llave. La calle vacía.

Mi madre más tranquila. La džezva del café encima del Oslobođenje de ayer. El teléfono suena ruidosa e inesperadamente.

Eres tú.

¿Cómo está?

Se ha dormido.

Hemos llamado a aquella enfermera del hospital militar. Dice que la llevéis allí.

Si es posible. Parece que hay guerra. ¿Cómo estáis en tu barrio?

La calle principal está bloqueada cerca de la Escuela de Economía.

¿Qué aspecto tienen?

Uno lleva una cazadora como la tuya. Llevan pasamontañas. Ha venido un Lada desde el barrio de Grbavica. Parece que tienen el cuartel general en Vraca. Mi viejo los observa con los prismáticos. Dice que van armados hasta los dientes.

¿Hay policía?

Apenas. ¿Y en tu lado hay barricadas?

No se ve nada.

Te llamaré más tarde.

De acuerdo.

Mi madre se despierta. Dice algo. Señala la ventana.

Allí no hay nadie. ¿Quieres beber algo?

No contesta. Él quiere incorporarla. Ella gime, no lo permite. Yo en el sillón.

¡Intenta llamarlos por teléfono!

¿Cómo les explico?

Como sea.

No sé el número.

¡Llama a información telefónica!

Marco el nueve ocho. Comunica. Él resopla. Ella dormita. Paso las páginas del deshojado listín. En la letra S una larga lista de apellidos y algún nombre. Encuentro el apellido que busco y el número anotado a la antigua, con guion en medio. Marco los cinco números, no parece comunicar. Suena. Suena tres veces. Contesta la voz preocupada del propietario. Me presento. Desconfía. Pido hablar con su hijo. Pregunta si soy aquel chico que él conoce. Afirmo. Me pasa al hijo. Creo que nunca habíamos hablado por teléfono. Empiezo a explicar. Lo acepta cordialmente, pero con preocupación. Me pasará a su madre para que yo intente explicarle qué es lo que técnicamente necesito. Espero. Su madre coge el auricular. Yo le cuento. Ella entiende, pero le extraña la aparición de esta enfermedad en una mujer en sus mejores años. Que la espere dentro de media hora abajo en el pasaje del jardín. Doy las gracias y voy al jardín a través del pasaje. Las ramas del sauce congeladas. La nieve cubre los setos. La tierra dura. Palomas en el cielo gris entre los edificios. Ahí un poco más abajo estaba yo cuando murió el hijo más grande de nuestro pueblo. Papá me llamó entonces desde el balcón. También era domingo.

Una mujer con bolso cruza el jardín. Una vecina mayor mira desde un balcón. Se cubre la boca con las manos y menea la cabeza.

La enfermera cariñosa. Yo cierro con llave la puerta de la planta baja que lleva al jardín. Ella va delante de mí. Mi padre en las escaleras. La vecina se ofrece a ayudar. Nosotros se lo agradecemos.

La mujer mira a mi madre y saluda dándole ánimos. Ella vuelve la cabeza hacia el otro lado. La enfermera comprueba las alargaderas, luego echa un vistazo al informe del alta y a las medicinas. Le toma la temperatura. Mi padre trae café. Yo en el acumulador. La enfermera la pone de costado con mucho cuidado. Coloca una cánula. Cuelga otra botella de suero en el soporte al lado de la cama. Frota cuidadosamente la piel lacerada con una toalla húmeda. Coloca la almohada y mira los papeles. De nuevo nos apresuramos a darle las gracias.

Tiene que ir al hospital. Urgentemente.

¿Y cuál es su opinión?

Menea la cabeza.

Mediodía. La central de las fuerzas del orden público comunica que la ciudad está cortada en varios puntos. La policía hace un llamamiento a los ciudadanos para que protejan sus edificios, los vecindarios y los barrios, y reduzcan las tensiones.

Mi madre no se despierta. Su cara más tranquila. Treinta y nueve de fiebre. Nosotros en la mesa de la cocina. Delante unas salchichas y mostaza de la marca Kolinska. Él mira fijamente por la ventana.

¿Se ve a alguien?

No.

¿En el aparcamiento?

Nadie. Todo está parado. Hay que hacer acopio de agua.

Yo lo haré.

Echo agua en dos cubos naranjas de unos diez litros. Luego lleno la bañera hasta la mitad. La tarde fría. Nos sobresalta el timbre. La enfermera con el abrigo sobre los hombros. Lleva el bolso y habla alentadoramente sobre nuestra enferma y sobre toda la situación, que define como agitada por la confusión general, el descontento y la presión mediática. Los lazos entre nosotros son demasiado fuertes como para que suceda algo serio. Todos tenemos una mentalidad parecida. Nosotros asentimos. Yo le pregunto por sus hijos. Ella cuenta los planes universitarios de su hijo y los retos a los que se enfrenta su hija en los estudios de Economía.

Mi padre trae una toalla húmeda y se queda de pie junto al sofá. La enfermera cambia la bolsa colgada del tubo de plástico. En el soporte se mece el suero.

Las noticias no paran. Ruido de televisores por doquier. Están negociando. Todavía no se han retirado las barricadas. El ejército y la policía van a patrullar juntos. En la calle el reflejo de las luces de los pisos. El teléfono.

Eres tú.

¿Ha ido la enfermera?

Dos veces. Mañana por la mañana volverá.

¿Y cómo está ahora?

Da igual donde la toques, le duele todo. Desde ayer está inconsciente. ¿Y a vosotros cómo os va?

Por aquí se está bien. Los vecinos visitándose sin cesar, no consigues cerrar la puerta.

¿Los de abajo siguen aún allí?

Siguen. No parecen preocupados. Dan la impresión de estar preparados para una estancia más bien larga.

La puerta del portal cerrada con llave. También la del pasaje al jardín y las ventanas del sótano aseguradas. La bombilla del sótano nueva. Todo barrido. Las plantas en el rellano regadas. Han llegado al acuerdo de comprar nuevas flores para el jardín en cuanto sea posible. El alumbrado del aparcamiento no funciona. En la zona verde se reflejan las televisiones de ambos lados. La luz del piso de enfrente ilumina por un segundo a un perro en el pasaje.

En alguna parte una ráfaga de ametralladora. Nosotros en los dos sillones verdes. Ella se ha dormido.

Mi padre en la cocina. Yo en el acumulador. Una bolsa se llena, la otra se vacía. Un disparo a lo lejos. Noche profunda. Mi padre prepara té. La radio muy bajita. Parece que están retirando las barricadas. Me duermo pasada la una y sueño que no puedo dormir porque no tengo dónde y debo quedarme de pie. El amanecer gris, pero el cielo despejado. Por el aparcamiento pasa un perro y luego durante mucho tiempo nada. Me asomo a la cocina. Nadie. En el baño, luz y el ruido del agua un buen rato. Él como si hubiera envejecido. Ella medio dormida y sudada. En la mesilla medicinas y cáscara de naranja. En el despertador la hora del primer turno de la fábrica. Abajo alguien llama.

Debe de ser la enfermera.

Voy yo.

Él intenta recostarla. Ella parece perdida. Dejo la puerta entreabierta y salgo corriendo al portal.

La enfermera en la entrada. Apenas un rayo de sol sobre el barrio. La mujer reconoce a la enferma con aplomo y cuidado. Yo de acá para allá como si las cosas sucedieran en otro sitio.

Cuanto antes al hospital.

Mi padre pone la džezva en la mesa. Yo el zumo. La mujer con el abrigo sobre los hombros.

¿Cómo va a llegar usted ahora hasta el hospital de Kasindo?

Iré mañana. Nos han avisado para que no vayamos hoy. Llamaré a ver si pueden ingresar a una enferma muy grave.

Marca un número en nuestro teléfono. Explica. La ingresarán en cuanto vayamos.

¿Están las calles abiertas?

La radio dice que sí. La policía y el ejército patrullan. Todo se calmará, han firmado algo.

¿Llamo a urgencias para que nos lleven?

Sí.

Yo intento preparar unas pocas cosas. Mi padre da explicaciones por el auricular naranja. No es posible. No saben si es transitable. Los están llamando de todos lados. Que lo intentemos más tarde. Llama la enfermera. Se presenta. Pide hablar con el jefe. Explica. Que los llame por la tarde.

Guardamos el bolso verde debajo del sofá. Un día frío y soleado.

Mamá se despierta. La mirada más allá de nosotros.

Mamá. ¡Hola!

¿Qué ocurre?

¿Cómo estás?

Me duele.

¿Sabes qué?

¿Qué?

Nada. Ya estás mejor.

Como si mirara por la ventana. Cierra los ojos.

Oye.

Dormita. Se da la vuelta. Nosotros de pie a su lado y luego nos sentamos en los sillones.

¿Cómo vamos a llevarla al coche?

Tendrán camilla.

No tiene fuerzas ni para la camilla.

Es la única manera.

El Zastava 750, o sea un Fićo, con la cruz roja, accede al camino delante de nuestro garaje. Yo en el portal. El médico cuarentón se coloca las gafas en la nariz. Una enfermera con bolso. Los vecinos en los balcones.

El médico con gafas y tensiómetro apoyado en el sillón verde. La enfermera cambia el suero.

¡Vamos a cambiarla de ropa!

Mi padre saca todo lo necesario.

Unos quejidos apagados llegan hasta la cocina.

¡Al hospital inmediatamente!

¿Cómo?

Como sea. La ambulancia no puede. Inténtenlo con su coche.

¡Vámonos!

Yo cojo el bolso en el que pone America Travel´s. La ropa doblada torpemente.

¿Cómo la llevamos hasta el coche?

En camilla. Enviaremos una camilla desde el ambulatorio.

¿Cuándo?

Pronto.

Mi madre balbucea nombres. Mi padre respira profundamente. Sol en la ventana.

El camillero entra por el portal con la camilla. Yo mantengo abierta la puerta.

¿Cómo la bajaremos?

Despacio. Primero por los hombros. Cógela por debajo de las rodillas. Así. Bieeen. ¡Espera, espera!

Despacio. Le duele.

Baja primero la parte superior del cuerpo. Lentamente. En el coche la colocaremos en el asiento trasero.

Es estrecho.

Seguro que lo conseguimos.

Le coloco los brazos y le echo la manta por encima. La levantamos y bajamos.

Atento con la mano, la izquierda.

Baja.

¡Vamos ahora!

¡Despacio, despacio, no la ladees!

No la estoy ladeando, tío.

En la frente el sudor empieza a intercalarse en sus arrugas. Dos escalones.

Para un instante. Levanta la parte delantera.

Se caerá.

No lo hará. Despacio.

Venga. Sigamos.

Tres escalones.

Endereza un poco.

Venga, despacio. Todo saldrá bien.

¡Ten cuidado con la mano!

Para un momento. ¡No la sueltes!

Yo la sujetaré.

¡Venga, continuemos!

Dejamos la camilla al lado del coche en el camino. Todo el vecindario detrás de las ventanas.

¡Abre esa puerta del todo!

¿Cómo la metemos?

Yo la cogeré.

¿Cómo?

Tengo que hacerlo así.

Espera, espera.

Despacio.

Cuidado.

Vamos, ahora. ¡Sujeta la puerta!

¡Un poquito más!

¡Métete por el otro lado para acomodarla!

Yo por la puerta del copiloto. La sujeto. La recuesto contra mi cuerpo. Mi padre cierra la puerta. Vuelve por el bolso. Niños en el portal. Como si quisieran decir algo. El motor arranca al segundo intento. Yo la sujeto en el asiento de atrás mientras la vieja máquina repiquetea. Cerrados la frutería, el kiosco, el puesto de burek, la cristalería.

La ciudad ha enmudecido.

Delante del hospital, vigilantes uniformados y armados. Nos dejan pasar hasta la misma entrada. Mi padre abre la puerta izquierda y la sujeta. El coche estrecho. Dos militares observan. Se aproximan.

A ver así.

Despacio.

Ten cuidado con la cabeza.

Un poco más, y ya.

¡Trae una silla de ruedas!

Un pasillo largo y oscuro. En la portería soldados armados con uniformes de paño verde.

El médico de guardia escucha. Camisa oscura bajo la bata blanca. Su nombre escrito con bolígrafo en el bolsillo superior. Las gafas grises. Nos remitimos a las enfermeras que conocemos.

¿Por qué no van al hospital de Koševo?

Este funciona mejor, dicen.

No funciona ninguno.

No tenemos mucha elección.

La examinaremos.

Yo empujo la silla en la que ella apenas se sostiene. Mi padre le arregla la rebeca. La doctora nos recibe en una habitación con camilla de reconocimiento y armario blanco. Da la impresión de que el caso le interesa. Última hora de la tarde.

Vasculitis, me parece.

¿Qué?

Inflamación de los vasos sanguíneos.

¿Cómo de peligroso es?

Peligroso.

La ingresan en la sección de medicina interna en la planta novena. Nosotros por las escaleras, ella en la camilla en ascensor. El médico de guardia lleva gafas y cojea. Tuerce la comisura de los labios en una máscara de amabilidad. El pasillo va en círculo. Las habitaciones abiertas. En el pasillo macetas con plantas de grandes hojas verdes. Pone que el horario de visitas es de dos a tres. Le preparan la cama en la última habitación a la derecha. Los ventanales dan a la colina de Koševo y a Gorica. Cosas en la mesilla. Un soporte para suero. Una botella colgada del revés. La cena en el carrito. El yogur a granel en vaso de plástico. Tallarines con queso. Mi padre con la cazadora en la mano.

Tienen que irse.

Enseguida.

Él le arregla el cuello y las mangas y susurra. Yo apoyo mi mejilla contra la suya. La enfermera cierra con cara compungida la puerta de cristal detrás de nosotros. Nos dice que vengamos mañana. Mi madre levanta ligeramente la mano izquierda cuando me doy la vuelta en la puerta. Respira por la boca.

Los dos bajamos por las escaleras. El aire fresco del invierno tardío al salir. El Escarabajo a lo largo de la calle Kranjčevićeva y luego entre la estación de autobuses y el cuartel. En Pofalići a la izquierda hacia Malta, junto al colegio y la fábrica recto hasta Neđarići. En otoño del 88 me llevó el mismo conductor en el mismo coche a la escuela secundaria en Buća Potok.

El autobús rojo de la línea 31 sale hacia Dobrinja. Otro con el número 42 ocupa su lugar. Antaño íbamos al colegio en el autobús 25, que paraba al lado del aeropuerto. También ahora está ahí. Al lado de la valla del aeropuerto crecían cañas. Tenía miedo de saltarme la parada y continuar hasta Kasindo. En las ventanas del barrio luces y el reflejo de las televisiones. Los vecinos nos reciben en la entrada y les relatamos lo ocurrido. Nos dan una fiambrera con comida. Aire caliente del acumulador. Un té. En la pantalla las noticias de la noche. Situación tensa en Bijeljina.

Escribo y tacho y escribo más lento.

El Escarabajo en dirección oeste y yo por la Kranjčevićeva al lado del hotel al puente de Vrbanja.

Oscuro en la escalera de la calle Lenjinova. A través de una puerta en el primer piso suena la televisión a todo volumen.

Debajo de la ventana un árbol con ramas sin hojas. Un Zastava 101 de la policía lentamente hacia Skenderija.

¿Vienes?

¿Cuándo?

Ahora.

¿Qué haremos?

¿Quieres?

¿Divertirnos?

Sí. ¡Entra sin más!

Luz delante de la tienda de ultramarinos. El trolebús 103 acelera hacia el oeste. Las manecillas del reloj casi están en la posición correcta. La puerta se abre. Luz pálida en el pasillo. La radio muy bajita.

Hace frío.

Ella desprende calor.

Pero qué prisas son estas. ¡Espera!

¿Esperar qué?

Pues que no parezca una palurda.

Qué dices. Aquí solo hay buenos modales.

Para que no cuentes luego por ahí que soy una cualquiera.

Lo contaré cuando sea viejo.

¡No toques abajo!

¿Aquí?

¿Dónde?

Aquí. Esto merece nuevos elogios. Esta parte de aquí hacia arriba. Todo esto, y también esto.

¿Y si me pongo así?

Pon la cabeza un poco más abajo. Así, justo, ahora se ve cómo es de verdad. Tan solo ahora te veo como debo verte. Este es el rostro verdadero.

Entonces el hombre tiene muchos rostros. Este por fin es el verdadero, hasta ahora no existía.

Pues hasta ahora no había nada en ninguna parte. Tan solo ahora veo lo que de verdad es, y eso que no veo más que una pequeña parte. Cuando se vea la imagen entera, quién sabe si será soportable. Espera, que quiero verlo otra vez desde este ángulo.

¿Esto?

Esto, justo así, pero elevándolo un poco más, así es, y esto bajándolo. Esto así y eso ni siquiera hace falta.

Irás contando chismes de mí por todo Sarajevo.

Ni hablar.

Los televisores a todo volumen por doquier. La radio emite un bloque de canciones de amor en nuestra lengua. En una de ellas alguien oye una voz en otra habitación y lo invade la emoción. Me imagino que esto pudo haber ocurrido antaño en algún lugar cercano. Tan solo ahora, en realidad, oigo esta canción, y las palabras adquieren su verdadero significado. Una ola de aire caliente del pesado acumulador. Un hombre grita en la calle. En el techo un círculo de luz tibia.

¿Está algo mejor?

No mucho.

¿Por qué?

La fiebre. Probarán con no sé qué.

Me tengo que ir. Tengo que estar en casa a las nueve.

5Salsa elaborada con pimientos rojos y berenjenas muy popular en los Balcanes.

Plegaria en el asedio

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