Читать книгу Plegaria en el asedio - Damir Ovčina - Страница 9
ОглавлениеNieve hasta el borde del guardanieves. Mi padre con la pala delante del edificio. Con una parka de estilo militar. Me da la espalda. Yo por la senda de nieve del aparcamiento. Con la nieve de una rama de pino formo una bola. Cae delante de la pala. Sus ojos verdes.
Bienvenido. Ya era hora.
La puerta del garaje levantada. Se sopla las manos. Copos de nieve pegados en su capucha. Enero. El cielo blanco.
¡Vete a ayudarla!
¡Déjame hacerlo a mí!
Acabo con el coche y voy.
El coche, un Escarabajo azul, arranca a la segunda. El tubo de escape empieza a echar humo. La bicicleta plegable apoyada en la estantería del garaje. El coche vacío encendido en la entrada. La puerta derecha abierta. Nieve en la luna delantera. Mi padre levanta los limpiaparabrisas y frota el cristal con la mano desnuda. Hielo en el borde de los escalones. Los salto de dos en dos. Un par de patadas contra el suelo para quitarme la nieve de las botas. En el portal, olor a guiso. Dentro, el acumulador de calor sopla aire. Mamá me llama por mi nombre. Se levanta envuelta en una manta de cuadros.
Solo es un problema de las articulaciones.
¡No me digas!
Un tipo de reúma.
¡Qué cosas dices!
Una sábana sobre el sofá estampado con respaldo de madera. En la mesita, té, medicinas, naranjas y el periódico Oslobođenje. En el aparcamiento, griterío de niños. Ocho escalones hasta la puerta del portal.
¡Despacio!
Para.
¡Apóyate en mí! Solo un poquito más.
¡Espera!
Cuidado, aquí.
Vamos.
Sus ojos cansados. El coche se pone en marcha. En la placa azul colgada a la izquierda de la entrada pone calle Franca Prešerna. A la derecha, el número 16. El Escarabajo lento por la calle recta. Fruta y verdura debajo del alero de la frutería. Sarajevo bajo la nieve. Los coches pasan. En su interior, las personas miran fijamente hacia delante.
El Volkswagen directo al acceso principal del hospital. El portero nos indica el pabellón de urgencias. El Escarabajo marcha atrás, luego cuesta abajo hasta la entrada. Mamá tiene los ojos entornados. Yo abro la puerta y la sujeto. El motor sigue encendido. Nosotros dos hacia la entrada, él debe quitar el coche, una ambulancia espera para acercarse.
Dentro un doctor próximo a los sesenta le examina las úlceras y ordena tomarle muestras de sangre. La enfermera la lleva hasta la camilla en la otra habitación donde se hacen los análisis. Yo con su chaquetón. En el cuarto le están mirando la herida a alguien. Una enfermera de acá para allá con papeles. Gente nerviosa en la sala de espera. Mi padre entreabre la puerta y nos acercamos a mi madre, que está tumbada en una camilla elevada mientras le hacen un electrocardiograma. Un doctor rapado al cero observa los valores y decide mandarla a un angiólogo. Luego teclea pensativo en una antigua máquina de escribir. Le entrega a mi padre un papel con números de esto y aquello y el nombre de la enferma. Indica adónde ir a continuación. Yo le echo el chaquetón por encima. El Escarabajo en la entrada. Ella se desploma en el asiento delantero y yo salto al trasero por encima del del conductor. Fugaz marcha atrás y vuelta hacia la salida del recinto. El portero pregunta, mi padre agita el papel, el portero da vía libre. Un gran edificio en medio de un complejo de la época austrohúngara. Una enfermera arrebujada en un abrigo sujeta la puerta mientras entramos. Mi padre vuelve para aparcar el Escarabajo en alguna parte. El vestíbulo enorme. El celador de turno nos manda al ascensor y luego a la tercera planta.
Dentro calor. El angiólogo de apellido checo hace un reconocimiento largo y meticuloso, pregunta acentuando el tú con voz muy alta y tabalea en una máquina de escribir más vieja aún que la anterior. Luego nos explica adónde hay que ir.
En el clínico dermatológico, la médica de turno con nuestro mismo apellido. Su padre es un célebre profesor de anatomía. Nos consuela. Ingresarán a mi madre en el hospital. Que no nos preocupemos. Yo voy por las cosas. Los bancos del pasillo pintados de verde. En la habitación donde la instalan, dos camas vacías. Dolorida, se tumba en una que está debajo de la ventana. Frente a ella una mujer de avanzada edad con la piel untada de crema. Meto las manos en los bolsillos. La enfermera se marcha a la planta de arriba. Una joven doctora de porte enérgico entra con mi padre.
¿Y qué piensa?
Encoge los hombros y arruga los labios.
¿Cuánto tiempo lleva enferma?
Hace veinte días que se desencadenó.
¿Por qué no han venido antes?
Pues no sabíamos.
¿Qué no sabían?
Que era algo grave
Desde luego no parece baladí.
Conectan el suero. Su cabeza forma un hoyo en la almohada. La piel cubierta de úlceras. La enfermera nos apremia. Mi madre nos anima a irnos. En la puerta, me vuelvo. Ella saluda con la mano y entorna los ojos. Nosotros fuera. Un señor mayor coloca delante de la tienda de ultramarinos cajas de plátanos. Taxistas con cazadora de cuero y cuello de piel apoyados en los capós. El aire cada vez más frío. Hollín de las casas apiñadas en las faldas de las colinas. Mi padre respira hondo. Yo me pongo el gorro gris. Él se levanta el cuello. Con ritmo acompasado traqueteamos en el Escarabajo hasta el barrio del Aeropuerto. El teléfono suena en nuestro piso mientras corro por las escaleras. No llego a tiempo.
¿Quieres un té?
Asiento.
Las noticias. Tensión en Bosanski Brod. Cañones en el fango de Eslavonia. Una tregua en Croacia firmada en Sarajevo todavía en vigor. El reportero de Derventa. Una unidad de policía de Sarajevo a Posavina. Luego en la pantalla llamamientos a la paz. Mi padre en el sillón, yo encima del acumulador eléctrico. Me duermo unos segundos. Segundos largos. Muy rebuscado el programa nocturno de la tele. Mi libro en el suelo. Una oscuridad pesada. Luz en la planta baja del edificio al otro lado del jardín comunal. En alguna parte un motor. Apunto en un cuaderno nuevo todo lo que ha sucedido hoy. La caligrafía no me gusta, por lo que cambio la forma de las letras y cuido la legibilidad. No pongo la fecha arriba con números, sino que la escribo con letras para que no sea un vulgar diario. Sueño con la escuela. Sé que estoy soñando. Hago un esfuerzo para comprender qué es este pesado malestar que siento incluso en sueños. Lo comparo rápidamente con los problemas que he tenido hasta ahora y me parece grande. Me imagino cómo será cuando sea el pasado con el que se mide la vida. Por lo menos una hora hasta el alba. Un coche por la calle Akifa Šeremeta. Un perro por ahí. El volumen de la radio en el cuarto de estar muy bajito.
Las manecillas se han separado. Madrugada en el aparcamiento. Las ramas del cerezo se balancean ligeramente. En el balcón de enfrente una mujer sale por un instante, deja algo y cierra. Oigo a mi padre levantado.
Pongo agua para el café. El acumulador del cuarto de estar empieza a soplar aire caliente. Él en la cocina. Miramos las tazas y luego por la ventana. Quiero decir algo para relajar la situación pero me contengo. Papá resopla. Echo más café.
Voy a comprar algo.
¡Necesitamos leche! Y el periódico, el Oslobođenje.
Abajo el portal cerrado con llave. Los coches cubiertos de nieve.