Читать книгу Plegaria en el asedio - Damir Ovčina - Страница 17

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Las manecillas se aproximan a la posición de la visita al hospital. El conserje indica que se puede subir. Espero un minuto más para que aparezca mi padre. No se ve el Escarabajo. Voy solo. En el pasillo me golpea el olor a hospital. Subo a pie. Prohibida la entrada, pone en el cristal de una puerta cubierta de papeles blancos. Cuidados intensivos, entrada con permiso especial, llamen al timbre, no se permiten visitas. Al otro lado del pasillo los cuidados intensivos de cirugía. No se ve nada a través de los cristales lechosos. Enfermos en pijama detrás de la puerta acristalada. Reflejos de sol en los pasillos. La puerta de cristal abierta. El doctor listo para irse a casa. No dice nada, no me reconoce. Mi madre no está en la habitación. Ni siquiera está su cama. La mujer tísica calla cuando me ve. Nos miramos durante dos segundos.

La han trasladado a cuidados intensivos.

¿Cuándo?

Esta mañana.

¿Qué ha ocurrido?

Allí estará mejor. Abajo, en la segunda planta.

Entra una enfermera. Mientras caminamos me explica la situación, sus zuecos golpean el suelo plastificado.

El doctor ha decidido que la traslademos a cuidados intensivos. No está bien. La fiebre no baja. Los análisis de sangre, malos. Abajo tienen más tiempo para los graves, para los enfermos más graves. Es lo que hay. ¡Coge sus cosas!

Me seco el sudor con la palma de la mano y agarro las dos bolsas de plástico. En una de ellas zumo, naranjas y un Oslobođenje atrasado. En la otra la rebeca que le echamos encima. Nueve escalones en las entreplantas. Los médicos y las enfermeras arriba y abajo. Toco el timbre en la segunda planta. Nadie abre. Llamo de nuevo. Mi padre en los últimos escalones hacia la segunda planta. No me esperaba allí. No pregunta nada. Tengo las bolsas de plástico en la mano izquierda. Llamo de nuevo. Una enfermera asoma la cabeza. Nos mira sin decir nada.

Han trasladado aquí a mi madre.

¿Esta mañana?

Sí.

Esperen.

Abre de nuevo y nos deja entrar. Detrás de las paredes de cristal camas con personas conectadas a aparatos mediante tubos. Mi madre detrás del cristal. Una sombra. Parpadea. Tubos en las venas. La enfermera nos proporciona batas de plástico y bolsas para los zapatos. También debemos ponernos gorro. Nos ponemos todo. Viene un médico más joven de aspecto distendido. Nos lleva a su consulta. Pasamos junto al box de mi madre. Nos detenemos. Ella no abre los ojos. Las máquinas miden algo y sueltan un pitido cada segundo y medio. Yo sigo sujetando las bolsas.

Es como si estuviera durmiendo.

¿Cómo durmiendo?

No está consciente. La fiebre la machaca.

¿Qué se puede hacer?

Los vasos sanguíneos están inflamados. Rebajar la inflamación.

¿Qué podemos hacer nosotros?

Esperar.

Tomo aire y me acerco. Ella apenas respira. Su cabeza reposa laxa en la almohada levantada. Se le ha caído el cobertor. Se lo coloco. Mi padre se aproxima. Le habla en voz baja. No reacciona. El líquido gotea a través de la alargadera. La máquina marca el compás. Un gran reloj detrás del cristal. Las medicinas encima de la mesilla. En la cama está anotada la fiebre. La enfermera nos apremia. Nosotros en la puerta volvemos la cabeza hacia el box. La enfermera recoge las batas de plástico y cierra la puerta. Escaleras abajo en silencio. Fuera aire fresco. Apenas hay coches al lado del hospital. Delante parapetos de sacos llenos de tierra.

Callamos mirando desde el coche un Sarajevo ralentizado y asustado. Regresamos al barrio por la ruta del trolebús.

En la ventana del primero la vecina preocupada. Nos mira. Mi padre se lo cuenta a grandes rasgos. Yo subo con las dos bolsas. En el portal oigo mi nombre. Me extraña un poco. Una chica que ha ido conmigo a clase me hace una breve señal con la mano desde la senda del garaje. Que cómo está mi madre. Ayer oyó que había un problema. Si me puede ayudar en algo. Ella está bien. Se va a matricular en el Conservatorio. Violín.

El periódico en el suelo al lado de la cama. Anoto en el cuaderno lo que ha sucedido y luego corrijo los diálogos recordando los detalles. Leo lo que me recomendó la chica de mi clase, pasando las hojas de derecha a izquierda y memorizando alguna parte pequeña del final. Repito, compruebo y escribo en el cuaderno sin mirar el libro. Leo de nuevo y anoto con menos errores.

Mi padre en el sillón verde mirando fijamente el televisor sin sonido. El ruido de la lavadora en el baño. Me tapo con la manta. Aire caliente del acumulador.

Plegaria en el asedio

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