Читать книгу Plegaria en el asedio - Damir Ovčina - Страница 18
ОглавлениеMe apresuro a cruzar las vías. Tiempo fresco pero despejado. El tranvía al centro abarrotado. En el patio, entre los edificios austrohúngaros frente al hospital, un hombre carga carbón con la pala. Dos vigilantes en la entrada.
Un fuerte olor a hospital en la planta baja. Oscuridad en los pasillos. Bombillas tenues. Justo al llegar a la planta se abre la puerta de cuidados intensivos. Una mujer que ha trabajado con mi madre y otra que no conozco salen llorando. Aquella que conozco me ve, pero no consigue decir nada. Con la palma de la mano se seca las lágrimas. Yo me siento en las escaleras.
Está viva.
Diez minutos después la enfermera vuelve a abrir la puerta y me deja entrar. Dentro la máquina late. Mi madre me mira. Me inclino hasta sus labios. Intenta decirme algo. Yo le señalo las cosas. Ella niega con un breve movimiento de la cabeza.
¿Agua?
A casa, a casa.
Intenta tomar más aire. Entra el médico de guardia. Se le caen las gafas. Dice que le han hecho una transfusión de sangre y le han dado oxígeno.
¿Puedo quedarme un poco más?
Solo un minuto.
Su cuerpo se mueve al ritmo de la respiración. Le seco la frente, la cara y el cuello. Intento darle agua. Se le derrama por la barbilla.
Vamos, despacio, así, vamos, un poco más. Bravo.
Detrás del vidrio mi padre. Las arrugas más marcadas. Respira profundamente y se detiene un segundo en la entrada a su box. Ella abre los ojos, pero no lo ve.
¡A casa!
En cuanto sea posible, ya te lo he dicho. Ya ves que estás mejor.
A casa.
Tiene los labios secos. Apenas se la oye. La piel de las manos es casi transparente. Sudor en la frente. Los ojos abiertos por un instante.
Lo intentaremos mañana.
¿Quién?
Señala hacia la máquina moviendo la mano con dificultad.
No hay nadie. Solo nosotros dos.
Entra la enfermera y quiere que salgamos. La miramos desde la puerta. Levanta la mano derecha con las cánulas conectadas para despedirse. Los líquidos gotean y las máquinas zumban. La enfermera cierra la puerta. Nosotros en las escaleras delante del hospital.
El Escarabajo arranca al segundo intento. El hombre del aparcamiento coge dos monedas. Alza la mano mientras mi padre sube la ventanilla. Yo bajo la mía. Saco el codo fuera. Aire frío. Vamos por Kranjčevićeva, al lado del cuartel, luego hacia Malta y a la calle principal. Sarajevo está gris.
El aire caliente del acumulador. Mi padre saca las salchichas del agua y tira el envoltorio al cubo al lado de la puerta del balcón. Yo preparo té. El sauce debajo del balcón, inmóvil. Los niños juegan en el aparcamiento. Pásamela, pásamela, no seas egoísta.
Marco sus seis números. Nos ponemos de acuerdo.
Yo me voy al centro.
Vale. ¿Vuelves esta tarde?
No lo sé.
Quédate allí.
Bajo los escalones de dos en dos en cuatro saltos. Apenas hay transeúntes en la calle. El trolebús modera la velocidad al pasar por la escuela. Yo corro hasta la parada.
Ella con un chaquetón de color morado. El pelo en cola de caballo. Vestido estampado debajo del chaquetón.
¡Tomemos un café en alguna parte!
¡El café lo hago yo, mujer!
En la Lenjinova, el portal oscuro. Detrás de las puertas, los televisores a todo volumen. Las barandillas frías.
¿Aquí?
¿Dónde?
Aquí, mira.
¿Qué?
Pues esto.
¿Qué?
Es divertido. Como en las películas.
La película de arriba es mejor.
¡Cierra!
Ya está.
¿Dónde?
¡Allí!
Qué ancha eres aquí.
¿Molesta?
En absoluto.
Un trolebús por la Zagrebačka. Música turbo-folk de un coche. En la radio justo lo contrario.
¿Cuándo irás mañana al hospital?
Muy temprano. Hoy estaba un poco mejor.
Todo saldrá bien, todavía es joven.
Suena el teléfono.
¿Estás por allí?
Sí, estoy aquí. ¿Te han llamado?
No, no me han llamado. Era solo para ver dónde estás, ya sabes.
¿Cómo van las cosas allí?
Van, qué decirte.
Ella se arregla el peinado y mira por la ventana. Un taxi esperando en el ensanche de la calle.
¿Qué hora es?
Es tarde teniendo en cuenta los tiempos que corren.
Di que estás en casa de una amiga y ya está. Ya ves que no hay gente en la calle.
Ella marca los números. El dial regresa lentamente a su posición inicial después de girar. Un aparato de principios de los setenta. Pesado auricular negro.
Soy yo. Estoy bien. Sí. Pues estudiamos y hacemos bobadas, ya sabes. Sí. Por la mañana. Pues claro. Por supuesto que no. ¿Que me llames? Oye, que no soy una niña. ¿Que tome un taxi? Vale, lo intentaré.
Es mejor que me vaya.
Intento oponerme sin ningún éxito. Vamos escaleras abajo con frío y en silencio. Delante del edificio fuman dos jóvenes y una muchacha. En la parada del trolebús paramos un Golf I. Lo conduce un señor mayor. El ambientador del pino verde y la banderita del Fútbol Club Sarajevo en el retrovisor. No habla mucho. Un trayecto breve a través del puente de Vrbanja, girando a la izquierda en el primer cruce y luego recto bordeando el cuartel y a la derecha en Pofalići. El taxímetro cuenta los dinares. La acompaño al ascensor. Me hace señas con la mano mientras se cierra la puerta. Yo vuelvo a pie. Me cruzo con una mujer, no parece normal, quiere preguntar algo. Continúo. Luces en algunas ventanas del hotel. Un bedel pasea delante de la Facultad de Filosofía. Al lado del edificio del Consejo Ejecutivo del Gobierno me para una patrulla de policía. Uno vestido con uniforme de las unidades especiales, otro normal y dos con los uniformes gruesos de policía en la reserva. Fusiles de asalto les cuelgan de los hombros. En la calle un todoterreno aparcado. Las ventanas de los edificios iluminadas. Un hombre con gafas detrás de una cortina medio corrida.
Carné.
Lo saco del bolsillo superior.
¿Adónde vas?
A casa.
Aquí pone Franca Prešerna, ¿donde se encuentra eso?
En el barrio del Aeropuerto. Dobrinja.
¿Vas andando a Dobrinja?
Ahora iba a la calle Lenjinova.
¿Te toca cumplir el servicio militar?
Todavía voy a la escuela secundaria.
¡Anda, piérdete!
Me ven marchar. El río Miljacka crecido debajo del puente de Vrbanja. En la esquina una pareja cogida de la mano. La puerta del portal abierta. Ruido de un televisor. No hay bombilla en las escaleras. Marco su número. Antes del segundo timbrazo contesta con un sonoro quién.
Soy yo.
¿Estás bien?
La voz profunda.
¿Qué haces?
Nada. Estoy pensando.
¿Se te ha ocurrido alguna solución para esta situación?
Todavía no.
Segunda mitad de marzo. La radio silenciosa. Muy pocos coches. Me duermo tapado en el sofá. La manta huele a viejo. Fresco. En sueños verano y sol a través de la ventana abierta. Me cuesta espabilarme. Sonidos escasos y dispersos. La radio encendida. El agua gotea en la cocina. Las manecillas en el escandaloso reloj de la pared. Debajo de la ventana ruido de interferencias de radio. Imagino qué tipo de sueño necesito. Repito lo leído corrigiendo los errores por intuición.
Un amanecer gris y frío a través de la cortina. Durante un segundo y medio no sé dónde estoy. Gasto un calentador lleno de agua. Preparo café en la cocina de butano. No hay leche. Subo un poco la radio. Noticias de Bijeljina y de Dubrovnik. En las escaleras silencio y fresco. En algún lugar ruge el agua. Me encamino por el puente de Vrbanja cubierto de niebla. Hundo más las manos en los bolsillos. La calle desierta. Un policía pasea delante de la parada de la iglesia con un fusil de asalto al hombro. Dos vigilantes despabilados frente al hospital. Me hacen señas para que pase. La planta baja a oscuras. Llamo a la puerta de cuidados intensivos. Sale una enfermera. Le pido que me deje entrar.
Justo estaban haciendo algo. ¡Espera!
Espero. Las manecillas avanzan lentamente. Se oye el ascensor, pero no se detiene en esta planta. Estoy solo en el pasillo. Salen a la vez un médico y un celador. Voy a preguntar. Me tienden la mano.
¿Qué?
Lo siento.
¿Ha muerto?
Lo acabo de firmar. Hicimos todo lo que pudimos.
¿No se pudo hacer nada más?
No.
¿Muerta?
Completamente.
Me da dos palmaditas en el hombro. Me siento en las escaleras. Una de las enfermeras me invita a entrar en voz baja.
La máquina pita detrás de los tabiques transparentes. El cuerpo en la cama articulada cubierto con una sábana blanca. Nos separa la tela. Me acuerdo de lo escrito sobre que la muerte también será algo enteramente humano. Desde el cuarto de guardia las voces de las enfermeras. Se asoman. El celador coloca la sábana y empuja despacio la cama. La radio apagada. Viento a través de la ventana en el otro lado. Olor de primavera.
¿Adónde vamos, qué pasa ahora?
Él sonríe disculpándose.
Al depósito de cadáveres.
Vuelvo de alguna manera a la entrada al hospital. Me siento en el muro que da a la calle. La mañana fresca. Me repongo en un segundo. El Escarabajo azul se aproxima por la calle Kranjčevićeva. Con la matrícula de Sarajevo, la estrella roja de cinco puntas y los seis números en una combinación memorizada hace tiempo. Marcha atrás aparca frente al viejo edificio al otro lado de la calle. Sale. Endereza la espalda y se desabrocha la chaqueta. No me ve. Me he quedado sin voz. Se dirige al hospital mirando hacia las ventanas. Yo sigo en el muro. Va hacia la portería. Consigo levantarme. No mira hacia mí. Todavía no he recuperado la voz. Voy hacia él. Unos diez metros entre nosotros. Estoy fuera de su campo de visión. Intento gritar. No puedo. Corro. Sus ojos verdes.