Читать книгу Plegaria en el asedio - Damir Ovčina - Страница 27
ОглавлениеPrimavera avanzada. El comandante secándose la frente escoge a dos. Yo soy uno de ellos. El otro tiene miedo porque es muy alto. En la calle Splitska un guardia con mono de camuflaje delante del cuartel general sobre el que ondea una bandera negra con una calavera junto a la bandera roja, azul y blanca con letras. Sacude la ceniza del cigarrillo. Dos con uniforme de policía sacan libros de un piso de la primera planta. Cosas tiradas en un trozo de césped. Una camisa estampada colgada de un arbolito de hojas perennes. Otro también con uniforme de camuflaje sacude la ceniza de su cigarrillo acodado en la ventana del tercero. Tres adolescentes delante del garaje. Preguntan a nuestro jefe qué va a hacer con los turcos. Él hace un gesto con la mano.
Largo de aquí, chicos.
Ellos descontentos con la respuesta. El hombre los riñe. Hay que poner orden.
Seguidme por aquí, muchachos. Incluso los niños se han vuelto locos, oyen todo tipo de cosas. Seguro que han bajado de la zona de Miljevići.
Asentimos con la cabeza.
Nos han llamado para que limpiemos algo en la calle Radnička.
Un trozo de calle protegido entre edificios. En el asfalto unas niñas juegan al tejo saltando sobre los cuadrados, círculos y números pintados con tiza.
Las ventanas y las puertas acristaladas de los locales en el edificio de la derecha rotas. En la tienda de ultramarinos en la entrada a la izquierda está escrito en alfabeto cirílico Protección Civil. Nos mandan a un edificio nuevo de cinco plantas al otro lado de la vía rápida. En la planta baja una tienda con la bandera con letras. Nadie dentro. En las escaleras un hombre de unos sesenta años con gafas de cristales gruesos tuerce un poco la boca y menea la cabeza. El problema está en un piso de la cuarta planta.
La mujer y la hija se quedaron y el marido parece que está en el otro lado. Lo llamaron para que volviera aquí. Uno de los combatientes afirma haber trabajado con él en la empresa Unis, o donde sea, dice que había una deuda, que el marido le debía dinero, que tenían que devolvérselo.
¿No será aquel que fue director de algo?
No, no. Basta que te encuentres donde no debes y ya ves, se presentan los de Sokolac. A ver si me va a oír alguien, y yo también acabo mal. Se fueron después como si no hubiera ocurrido nada. Se han llevado unas cosas, hace unos momentos las han cargado en el coche. Yo estaré por aquí si aparece alguien.
En la planta baja una mujer pregunta si somos de la policía militar. Los ha llamado hace unos instantes. Ya está bien de caos.
Nosotros somos de protección civil. Para limpiar algo. Es lo que nos dijeron.
Pues no te lo dijeron bien.
La puerta de enfrente entreabierta. La palabra decisión escrita con gruesas letras cirílicas.
Amigo mío, no pinta bien.
En la segunda planta llora un niño detrás de una puerta marrón cerrada. Una voz femenina intenta calmarlo. Huele a sofrito. Una puerta forzada. Dentro el respaldo de un sofá marrón. Las cosas tiradas por el pasillo. En el tercero la puerta del ascensor abierta. Piso un casquillo. La puerta a la derecha en el cuarto abierta. El agujero de una bala. La placa con un apellido largo. El comandante entra primero.
¡Esperad! ¿Y por qué recurren a mí?
Una cocina con una gran mesa debajo de la ventana abierta. En el suelo del salón una mujer de unos sesenta años con la cabeza apoyada en el sofá. Junto al cuerpo unas gafas con montura plateada pisoteadas. Los objetos del armario tirados alrededor. Las balas han dejado agujeros en todas las paredes. Libros en el suelo. A través de la ventana voces de niños. Un tanque en la vía rápida. Nos deja sordos. El día luminoso por la puerta abierta del balcón. El jefe en una silla marrón se seca la frente. Que busquemos una sábana. El piso es grande. En la mesilla de noche un espejo pequeño. Debajo unas fotos del veraneo. En una postal pone Saludos desde Pula. El anfiteatro en primer plano. Una caja gris de Nivea en la repisa. Ventana abierta hacia la vía rápida. Una sábana planchada en un armario empotrado. Le bajamos los brazos a lo largo del cuerpo. Los ojos abiertos.
¿Qué hacemos?
Llevárnosla.
¿Nosotros?
Nosotros.
¿Adónde?
Al monte.
¿Cómo llegamos allí arriba?
Vendrá un vehículo.
Pisadas de botas en el pasillo. Se presentan con porte severo dos con uniforme de camuflaje y correaje blanco. Uno con boina y metralleta habla y el otro con casco calla. Nuestro jefe explica.
Probablemente se trata del grupúsculo de Sokolac. Nosotros los detenemos, pero en balde. Los sueltan y ya ves. Así es la política.
Aquí había también una muchacha, dice el vecino. Se la han llevado a alguna parte.
¡Uf ! Me temo que deseará no haber nacido. Nadie ha visto nada. Y de todos modos los tribunales ni existen.
¡Lleváosla!
Nosotros envolvemos a la mujer en la sábana. Yo guío. En el segundo todavía llora el niño. La dejamos en el suelo. El comandante en el rellano inferior. Ofrece cigarrillos. Los dos evocan sus comienzos de fumadores. Las escaleras en penumbra. Una puerta abierta en el primero. El sol deslumbra en el portal. Varias personas en las ventanas y en los balcones. El cuerpo envuelto en la sábana. El jefe consulta con los policías militares cómo proceder. En la calle un Zastava 101 de la policía. Parece el mismo que me hizo dar la vuelta en el puente. Dos con uniforme azul con bandera roja, azul y blanca en las mangas y el nombre República Srpska, Bosnia y Herzegovina en cirílico. El vecino les dice no saber mucho. Que la muerta estaba en el piso. Él había oído no recuerda a quién que también estaba una hija que se llevaron unos tipos para interrogarla, no sabe ni quiénes son ni lo que hacen. Mientras habla indica a los policías que en las ventanas hay gente que escucha con atención. El policía nos señala y pregunta qué pasa con nosotros. Nuestro comandante les explica. Se acerca una furgoneta Volkswagen. El tubo de escape está perforado y la calle retumba. Niñas en las escaleras a la derecha. Una de las crías en posición de firmes hace un saludo militar. Las otras dos se ríen. Del vehículo sale un hombre de mediana edad que dice no saber qué debe transportar ni adónde. Apoyado en el murete de la explanada delante del edificio, el policía se lo aclara en voz baja. Fuera los asientos traseros de la furgoneta. Los sacos de patatas enrollados. La furgoneta circula por la calle Radnička. El cuerpo resbala hacia la puerta trasera. La Volkswagen se detiene en el cruce de la pizzería Aleksandrija. La calle desierta. Al fondo un hombre en la torreta de un blindado aparcado junto al semáforo. Nuestro comandante fuma en el asiento delantero. Ofrece cigarrillos al conductor y a nosotros. Comentan que hoy se ha constituido la Primera Brigada Mecanizada de Sarajevo. Tiene una plana mayor y policía militar. El vehículo se arrastra hacia la vía rápida. En el cruce hombres con diferentes uniformes alrededor del blindado verde.
¿Dónde andas, Čađo?
Čađo es el puto amo. Es el que está en la ametralladora, con él ahí no tendrán ni un momento de descanso.
Mientras cruzamos el barrio de Vraca delante de nosotros un Zastava 101 de la policía. Cuesta arriba dos mujeres con bolsas de la compra apoyándose en la barandilla en el lado derecho de la calle. El motor sufre.
El tubo de escape está a punto de cascarla.
Lo importante es que aún marcha. Los teutones lo han fabricado así para que los serbios no padezcan.
El cuerpo resbala hacia la puerta trasera. El sol alto y fuerte. En lo más alto de la calle al pie del monumento una bandera blanca con la cruz roja. Un Pinzgauer con distintivos del cuerpo sanitario aparcado. El guardia en la calle nos indica que pasemos. La furgoneta gira a la izquierda monte arriba. Niños en el muro al pie del monumento.
Un tanque mirando a la ladera debajo del recinto del Osmice. A su alrededor cinco tipos. También ellos levantan los brazos con las camisas remangadas, le gritan al jefe, ¡cómo estás voivoda de todos los pelotones de trabajo! Antes de que la carretera gire hacia el Osmice se bifurca un camino forestal. La furgoneta traquetea entre casas, toca el claxon, desacelera, saluda al dueño, un perro ladra. Nos detenemos en una pendiente donde ya no hay casas ni dueños ni perros ni camino. Pájaros muy alto, montaña arriba, contra el cielo despejado.
¡Sacadla!
Agarramos la manta por los extremos. El jefe coge el pico y la pala. El conductor el fusil.
En fin, mejor esto a que nos entierren a nosotros.
¡Sin ninguna duda!
Abajo despuntan los tejados rojos de Lukavica. Se divisan los últimos edificios de los barrios Dobrinja IV y Dobrinja I. El verdor del monte Igman. Resplandece al sol la pista de esquí. En el monte tabletea una ametralladora. A lo lejos pasa un camión. Las suelas de mis zapatillas de deporte llenas de barro. Tropezamos. Resbalamos. Nos detenemos. El jefe muestra el lugar. La pala se estrella contra la tierra pedregosa. Hincamos el pico y la pala una decena de veces. Yo calculo cuántos palazos más habrá que dar para terminar esta parte y qué hora será cuando volvamos abajo y a qué hora podré regresar por fin a casa.
Basta.
¡Bajadla!
La colocamos. Allanamos.
Si queréis decir algo según vuestras costumbres…
El perro no deja de ladrar. Se oyen los pájaros en las alturas. Un camión renqueante hacia el hotel Prvi šumar.
Yo no sé.
Yo sé unas pocas palabras en nuestra lengua.
Se queda mirando absorto la punta de las botas y hunde las manos en los bolsillos del pantalón.
Pues, venga, lo que sea.
Yo me pongo en cuclillas. Durante dos, tres, cinco, diez segundos no logro recordar nada. Luego mascullo una decena de palabras. Me doy cuenta de que he olvidado una aleya. Repito. Mi compañero de trabajo acuclillado a mi lado.
El comandante permanece pensativo a la sombra de unos pinos. En el suelo muchas pinochas.
En el cruce de Vraca, mucha gente. Varias mujeres de luto rodeadas de niños. Un policía devuelve fumando el saludo del conductor de nuestra furgoneta. Abajo Hum, Pofalići, Malta, con sus casas de tejados rojos. Tres tipos armados con fusiles en dirección a la pastelería Jadranka. Corro desde la tintorería hasta los locales detrás de nuestro edificio. En la oficina de correos dos hombres mayores. Llamo suavemente a su puerta.
Quizá esta noche la oscuridad dure más. Quizá nunca más amanezca como pensabas ayer.
También a mí me da la sensación de que la oscuridad perdurará. ¿Compartimos los tiempos oscuros?
Te subiré agua. Acabo de calentarla.
Echo la llave tras ella.
Por si viene una inspección, una redada, o la policía. Entonces tú también estarías en el lugar equivocado.
Me esconderé. Diré que he venido para mandarte adonde tu pueblo está en mayoría.
Eso suena muy bien. Has venido para hacer limpieza étnica y traído agua caliente para desinfectar la vivienda.
Exacto. Incluso puedo ganarme una mención honorífica por semejante acto. Hoy he oído que hay una mujer, una arpía, que le chiva al Bulgaria dónde y a quién puede desvalijar. Luego coge las cosas de esas mujeres, las joyas, los abrigos de piel, y los reparte o los vende. Una idiota. Y corren tiempos ideales para idiotas.
Pues aquí ni joyas ni pieles.
Si oímos golpes abajo, nos esconderemos en uno de esos pisos.
Da igual, también lo registrarán. Es mejor que me encuentren a mí solo aquí que contigo en el otro lado. No existe lugar seguro.
Espero que esta noche no venga nadie. Es la hora de mis cinco minutos.
Si viene alguien, diles que te he engañado respecto a la cuestión nacional.
A lo mejor dicen que he podido ver por mí misma que estás circuncidado.
Les contestas que tú no eres una de esas.