Читать книгу Un imperio eterno: Un viaje a las sombras - Daniel Correa - Страница 13
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ОглавлениеCada vez se sentía más cómodo sobre el caballo y Taranto sentía que la confianza de su jinete aumentaba, cada vez resoplaba menos.
Ya habían pasado tres días desde su llegada a Roma y, como habían prometido, iban camino de la ciudad para ver el gran combate entre los hermanos Gaius y Aulus. Durante el camino, Lucius le habló sobre las distintas técnicas de combate, quiénes fueron los más grandes gladiadores de Roma y cómo fueron sus combates sobre la arena.
Estaba impaciente por entrar en el circo de Equo Alba, ver a los dos contrincantes luchar arropados por las gargantas de miles de romanos, sería como viajar dos mil años en el tiempo. Aun así, Lucius comentó que no había nada como disfrutar de unos juegos en el coliseo de la capital, el coliseo de la ciudad de Roma. A Óscar se le ponían los pelos de punta solo de pensar en ello. Había oído tantas historias sobre esos juegos, había leído tantos libros de historiadores y expertos del Imperio romano, que no podía creer que en un futuro podría disfrutar de ellos. De momento estaba en Equo Alba donde asistiría a una excitante lucha de gladiadores, el Coliseo Flavio tendría que esperar. Ahora tocaba disfrutar de una lucha de gladiadores.
Dentro de las tripas del circo se encontraban Gaius y Aulus preparándose para su combate, serían los últimos en salir, tenían que esperar, estaban inquietos y la única forma que conocían para tranquilizarse era luchar. Aquel día también habría combates entre hombre y bestia. De las profundidades emergían escalofriantes rugidos que helaban la sangre de los hombres.
Al entrar al circo Óscar sintió un sinfín de sensaciones. Había estado en muchos estadios de futbol más grandes incluso que aquel circo, pero la historia que manaba de esas piedras, los olores a pescado asado o a pan, le trasportaban a un pasado que había imaginado en innumerables ocasiones.
—Ven, es por aquí. —Lucius también estaba emocionado, no porque hiciera diez años que no disfrutaba de un combate, sino porque recordaba sus momentos en la arena. Durante el viaje confesó que quería volver a luchar, y que pronto comenzaría su entrenamiento; no era lo mismo que luchar contra los arsar, un romano conoce tus técnicas y a pesar de sus nervios templados el público siempre afectaba.
De repente, una enorme puerta se abrió y de la oscuridad surgieron unos rugidos que hicieron enmudecer al público. Las pisadas de aquello que fuera que estuviera saliendo por aquella rampa eran atronadoras y hacían vibrar la arena. Por otra puerta salió un hombre con una extraña armadura negra con una especie de tribales dorados que daban forma de un dragón. Lucius le explicó que cada familia romana tenía un símbolo que les representaba, en este caso se trataba de Quintus, cuyo símbolo familiar era el dragón, y lo lucía con orgullo en sus armaduras.
Como un rayo, un gigantesco oso emergió de la oscuridad: su pelo era negro y estaba completamente erizado. Dio una vuelta a toda velocidad dejando al guerrero en medio del círculo de arena.
—Como ves, no lleva ningún tipo de armas, esta será una lucha cuerpo a cuerpo entre hombre y bestia. —Lucius hablaba sin poder apartar la mirada, pero Óscar no podía mirar: una cosa era una lucha entre iguales, pero aquello resultaba tremendamente desigual, aquella bestia destrozaría al guerrero de tan solo un zarpazo.
El oso, al no encontrar salida, se detuvo y advirtió la presencia de su contrincante, fijó su mirada en el gladiador. Clavó las garras en la arena y salió disparado hacia él, se paró y se puso a dos patas justo delante de Quintus. La sombra de aquella bestia no tenía fin y Quintus permanecía quieto, estático.
Una zarpa rasgó el aire golpeando violentamente la figura del guerrero lanzándole varios metros hacia los muros. Un zarpazo mortal para cualquiera, pensó Óscar, pero Quintus se levantó, parecía algo dolorido, pero no había sangre. En ese momento se lanzó sobre el oso. La pelea fue brutal. Quintus evitaba los golpes del oso ágilmente y hábilmente respondía con golpes certeros en las zonas blandas de la bestia, si es que tenía alguna aquella masa de músculos.
La lucha duro más de treinta minutos, el intercambio de golpes era salvaje pero el oso sentía que sus fuerzas poco a poco disminuían. En un descuido de la bestia, Quintus, de un salto, consiguió ponerse a lomos del oso. Agarró su cuerpo y lo apretó hasta dejarle sin aire. En menos de un minuto cayó sobre la arena. Todo el estadio vibró con el peso de la bestia y el bramido del público.
—Una lucha espectacular —dijo Lucius, completamente exaltado. Ese joven Quintus será un gran cazador.
—Supongo —contestó Óscar—. ¿Ahora qué hacéis con tanta carne?
Lucius estalló en carcajadas, había almacenado mucha tensión viendo el combate.
—El oso no está muerto, solo esta inconsciente. Ya te dije que las peleas a muerte eran cosas del pasado. Aunque debo concretar que solo se pelea a muerte en los juegos del coliseo contra bestias capturadas más allá de la frontera, karlov, maios… Esos combates son mucho más peligrosos y no siempre gana el guerrero romano. Si uno de esos seres sale vencedor se le devuelve a su sitio, como haremos con este oso.
Aquello relajó enormemente a Óscar. Aunque ahora ardía en deseos de poder disfrutar los juegos del coliseo y poder ver aquellos seres y comprobar que verdaderamente eran reales.
Los combates se siguieron sucediendo, entre guerreros y guerreras jóvenes, con diferentes armas y sin armaduras, tan solo con prendas de cuero que tapaban ciertas partes de sus cuerpos.
Algo que tenía completamente obnubilado a Óscar era la belleza de los rostros y de los cuerpos de los romanos. Hasta él se sentía más en forma que nunca, hacía tiempo que no tenía la necesidad de fumar y el trabajo duro, la buena comida y el descanso reparador habían logrado en tres días tonificar algo su cuerpo. Nunca se había sentido tan bien.
Llevaban algo más de dos horas disfrutando de los combates cuando por fin se anunció el combate fratricida que todo el mundo estaba esperando. Los dos hermanos salieron a la arena, cada uno por un extremo del círculo de arena. Los dos empuñaban dos espadas cortas, vestían faldas y sandalias de cuero, muñequeras de cobre y un casco del mismo material. Ambos tenían el tatuaje de una serpiente en la espalda. Al instante pensé que se trataría del símbolo familiar.
En un instante comenzaron los golpes de espada. La lucha era feroz, era como si se odiaran a muerte. Aulus parecía tener ventaja, era más alto y fuerte que su hermano, pero este con un movimiento rápido y certero consiguió cortar la piel del muslo de su hermano. Un alarido rasgó el silencio del público, tan solo se oía el golpear de las espadas. Aulus contraatacó con fuerza, como si no sintiera dolor.
En ese momento le vino a la mente la milagrosa recuperación de sus profundas heridas el día que les conoció. Era un misterio en el que le gustaría indagar…
El intercambio de golpes continuó: Aulus consiguió herir el pecho y el gemelo de su hermano, pero eso solo consiguió enfurecer más a Gaius, que aumentó la velocidad de sus golpes consiguiendo herir sendos brazos de su contrincante.
La sangre manaba por las heridas y empezaba a pasar factura en los dos guerreros, que cada vez estaban más débiles. La vista era cada vez más borrosa y los golpes perdían intensidad y fuerza.
Aulus se despojó del casco, apenas podía visualizar a su enemigo en la arena y hermano fuera de ella. Los cortes en los brazos hacían que cada vez pesaran más, pero siguió luchando hasta que se desplomó en la arena. Pocas veces salía un vencedor cuando luchaban entre ellos, pero estaba vez Gaius se llevó la victoria y los honores del público.
Finalizados los juegos Óscar y Lucius decidieron pasar la noche en una posada de la ciudad y disfrutar de su ambiente y de una buena cena en compañía de algunos amigos de la familia y por supuesto de Aulus y Gaius. Pero antes, Lucius quería visitar unas termas para poder relajarse y disipar la tensión que le habían producido los combates.
Estando relajados en una de las piscinas de agua caliente, Óscar le volvió a preguntar acerca de las milagrosas curaciones. Lucius se levantó y le pidió que le acompañara.
Sin que pudiera reaccionar, Lucius le hizo un corte en el brazo, de inmediato sintió un ardor intenso y cómo su cálida sangre manaba hacia su mano.
—¿Estás loco? —gritó Óscar, retorciéndose de dolor.
—¿No querías saber cuál era el misterio de las milagrosas curaciones? Pues para eso es mejor vivirlas en primera persona.
Lucius le condujo a una sala enlosada con un mármol blanco impoluto, apenas veteado. Allí un hombre con una túnica blanca y largos cabellos también blancos tomó el brazo de Óscar y aplicó en él unos extraños ungüentos de olor a hierbas. A los pocos minutos de entrar en contacto con la piel se endurecieron como si de yeso se tratarse, salvo que era de color verde. El dolor disminuía rápidamente, le soltó el brazo y sin decir nada le indicó que saliera de la sala.
—En unos minutos tu herida habrá sanado —comentó. Lucius pudo leer la pregunta en sus ojos—. Nuestros médicos son druidas muy sabios. Llevan milenios buscando remedios en la naturaleza para paliar nuestros males y se lo transmiten unos a otros. Solo un druida conoce el secreto de este ungüento.
Media hora después aquella especie de costra se fue desprendiendo poco a poco y dejó a la luz un brazo ileso, sin cicatriz alguna.