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C5 Lejos de allí, a finales de abril

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La frustración y la impaciencia recorrían una vieja fábrica textil en la ciudad de Des Moines, Iowa. En realidad no era tal sino la base de una agencia secreta estadounidense dedicada al espionaje y al seguimiento de todo lo referente al pueblo romano.

El director de la agencia, John Keterman, no tenía un buen día. Había perdido la pista de un periodista español que se estaba acercando mucho a un legionario, así los llamaban.

En la agencia sabían que tenían varios legionarios escondidos en su país, sospechaban que tenían una base, pero eran escurridizos. También se producían asesinatos misteriosos. Los cuerpos aparecían con heridas de arma blanca y con una marca romana en la frente. Sabían que era una marca romana, pero no sabían lo que significaba.

Había ruinas romanas por toda Europa, África y Asia, del antiguo imperio, y había una gran cantidad de expertos, pero esa marca que ya aparecía en muros de antiguas ciudades se les escapaba.

El Gobierno quería descubrir los avances armamentísticos para adaptarlos a su ejército. Sus agentes habían tenido varios enfrentamientos con legionarios. Estos vestían extrañas armaduras negras que les cubrían completamente e iban armados con dos espadas. Aunque no eran las únicas armas de las que disponían, también arcos, lanzas y una especie de látigos con cabeza de lobo.

Creían que estas armaduras otorgaban al legionario más velocidad, más fuerza y más agilidad, además de una resistencia a cualquier tipo de proyectil, eran prácticamente invencibles, y eso asustaba mucho a los Estados Unidos y a otros países, que se afanaban en crear agencias secretas para descubrir todos sus enigmas.

El director Keterman se dirigía al centro de operaciones de seguimiento que tenían en la base. Del periodista español al que habían perdido la pista sabían que había tenido en un hostal en la Gran Vía madrileña una reunión con un sujeto desconocido. Tenía una orden para detenerle y sacarle toda la información que pudiera de la forma que fuera necesaria. En estos mundos tras las sombras, los derechos humanos no existen, ni las órdenes de detención convencionales, si creen que alguien tiene información se le secuestra y se le exprime hasta que diga todo lo que sepa. Eso sí, con el consentimiento del presidente, que era de las pocas personas que conocían la existencia de la agencia.

—Bien, ¿qué ha ocurrido? —dijo el director Keterman al jefe de equipo de seguimiento.

—Hemos perdido al objetivo de España.

—¿Cómo ha ocurrido?

—No lo sabemos, señor, su última ubicación era en su apartamento. Nos llegó la orden de su detención y procedimos a ejecutarla. Cuando entramos en el apartamento no lo encontramos allí. Había ropa revuelta y varias maletas por el suelo. Creemos que salió a toda prisa.

—¿No tenemos ninguna imagen?

El técnico agachó la cabeza y, temiendo la reacción del director, contestó:

—No, señor, las cámaras están muertas.

El director contuvo su ira, ya habría tiempo de mandar al técnico a Siberia; de momento necesitaba aclarar todo aquello.

—Creemos que le ayudaron a salir sin ser visto.

—¿Que le ayudaron? ¿Quién, y por qué?

—No lo sabemos, señor —contestó el jefe de grupo—. Hemos empezado a barrer todas las cámaras de estaciones de buses, tren y del aeropuerto Alfonso Guerra Barajas. Pronto tendremos algo. Si ha salido de la ciudad, lo sabremos.

—¿Y si ha salido en coche? —replicó el director.

—No nos consta que supiera conducir; además, hemos investigado todos los coches que circularon desde la última cámara operativa hasta la zona de sombra. Todos están localizados en la ciudad, ninguno ha salido.

—¿Cómo es posible que hayamos perdido todas las cámaras de esta zona? ¿Cómo sabían dónde estaban? —gritó el director, esta vez sin reprimir su ira.

—No lo sabemos, señor —se atrevió a decir con media voz el subordinado—. Es posible que se hayan podido colar en nuestro sistema y descubrir que le estábamos haciendo un seguimiento.

La cólera del director estaba a punto de traspasar todo límite conocido para él. Pensaba mandar a aquel estúpido y a todo su equipo al rincón más oscuro que encontrara. Tuvo que salir de aquella sala, sabía que había perdido una ocasión única. Aquel periodista sabía algo, tenía que saber algo. ¿Quién le había ayudado? Tenía que haber sido un legionario. ¿Quién si no? ¿Quién podría saber que estaban detrás de él? ¿Quién podría saber dónde estaban las cámaras? No cabía duda: aquel periodista estaba en contacto con un legionario, y le habían perdido.

Un imperio eterno: Un viaje a las sombras

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