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C16

Amanecía en Roma. Una fría brisa aromatizada por suaves fragancias se colaba por la ventana. Óscar se sentía descansado. Le costó conciliar el sueño, las últimas palabras de Lucius resonaban en su cabeza una y otra vez. «Haremos lo que sea necesario». Eran palabras envueltas en una nobleza que él no podía comprender. Temía no poder dar lo que fuese necesario, temía defraudar a Lucius, al emperador; pero sobre todo a Vivia.

Se levantó y se sacudió la presión. A pesar de sus temores se sentía más optimista que de costumbre. Hoy pasaría el día con Vivia. Anoche insistió en que le enseñaría las calles de Roma.

La habitación que le habían asignado era como la suite de un gran hotel. Tenía una gran balconada hacia uno de los jardines del palacio. Óscar salió y llenó los pulmones de aquel aroma a flores, era como si le quitaran años de vida, aunque solo tenía treinta se sentía más joven, más fuerte, con más vida y ganas de vivirla. Por fin sabía lo que sentían aquellos actores siempre felices por las mañanas que anunciaban desayunos altos en fibra. Una amplia sonrisa apareció en su rostro. Se hacía tarde; entró en el baño donde le esperaba una pequeña piscina de agua templada y un desayuno de fruta y leche.

Vivia le esperaba en la entrada del palacio, estaba con su hermano Lucius, hablaban animadamente. Su melena rubia estaba recogida en una trenza que caía por su hombro junto con un fino vestido rojo que mostraba su esbelta figura.

Como en cada primer encuentro con ella, Óscar se quedaba sin saliva y los nervios le atenazaban el estómago.

—Buenos días, Óscar —se adelantó Lucius—. Te has buscado una buena guía. Vivia se conoce los mejores rincones de la ciudad.

—Sí, bueno, ella muy amablemente se ofreció a enseñarme la ciudad, yo la verdad se lo agradezco. —Las palabras salían de la boca de Óscar atropelladamente, los nervios dominaban todo su cuerpo. No quería reflejar lo que sentía por aquella muchacha, pero le era imposible controlar los nervios y menos ante su hermano, un gran guerrero romano.

Las sucesivas carcajadas de Lucius fueron interrumpidas por un soldado que requería su atención:

—Señor, traigo un mensaje del emperador.

Lucius se disculpó ante la pareja y se dirigió al interior del palacio acompañando al enviado hasta la cámara de audiencias.

—Bien, ¿dónde vamos primero? —preguntó Óscar, algo más relajado.

—Vamos a ir a la vía botánica. —Su suave voz endulzaba las palabras. De pronto se sintió Neruda o Machado—. Allí se puede encontrar plantas de todo el mundo—continuó Vivia.

Sin más, bajaron las escalinatas de palacio y se sumergieron en las bulliciosas calles de Roma. Los libros que Óscar había leído sobre Roma siempre destacaban su suciedad o malos olores a causa del alcantarillado, pero no era así: bellos mosaicos decoraban las calles principales y las plazas. Había cientos de fuentes. Cada una representaba aquello que adoraban los romanos. Vivia se afanaba en explicárselo todo.

—Aquella fuente dorada con espigas alrededor representa al trigo que nos alimenta cada día.

Fue entonces cuando Vivia se agarró a su brazo. Óscar sentía cómo su corazón se aceleraba por segundos. Estaba seguro de que Vivia sentía los goznes de su pecho. Llegaron hasta otra pequeña plaza. Estaba decorada con mosaicos que representaban escenas de sexo. Había una fuente en el centro muy explícita, no hacía falta que Vivia le explicara qué representaba.

—En la antigua Roma estas eran las calles donde estaban los lupanares. Cientos de prostitutas trabajaban aquí. Con esta plaza las recordamos y representamos algo muy importante en la vida de los romanos y romanas. El sexo para nosotros es un placer del que disfrutamos en cada instante. —Vivia acompañó su explicación con una sonrisa. Óscar no sabía cómo refrenar su corazón, que estaba al borde del colapso.

Continuaron andando hasta llegar al rio Tíber, donde se encontraban decenas de cantinas y posadas, situadas junto a enormes palacios de las familias que habitaban la ciudad. Se sentaron en una de las terrazas de una cantina. Vivia, consciente del corazón desbocado de su acompañante, le pidió un té de hierbas relajantes, ella se pidió un zumo de frutas. Pasaron allí sentados el resto de la mañana. Hasta la comida, cuando irían al palacio de la familia en la ciudad.

En el Palacio Imperial

La respiración acelerada del soldado hacía ver que traía noticias importantes. Entró junto a Lucius en la sala de audiencias y ambos se situaron enfrente del emperador.

—Este soldado te trae un mensaje, César —empezó hablando Lucius.

—Escuchémoslo entonces, debe de ser importante, viendo tu estado. —El César se refería al estado de agitación del soldado.

—Han descubierto uno de nuestros pisos francos en Nueva York, señor. Han confiscado varias armas y establecido una intensa vigilancia —comenzó relatando el soldado.

—Bien; son malas noticias, pero no preocupantes, imagino que habrá algo más importante. —Augusto conservaba un rictus serio.

—Sí, señor —continuó el soldado—. Tienen una imagen del general Lucius. La consiguieron mientras viajaba con el periodista. —Lucius apretó los puños, no podía creer que hubiera cometido aquel fallo.

—No te preocupes, amigo, era cuestión de tiempo que sumaran dos más dos —quiso consolar Augusto a su general—. Continúa.

—Han relacionado a Lucius con el periodista y le están buscando. Han secuestrado a su familia. La tienen retenida en una barriada de Madrid, donde tienen un enclave; pero sabemos que en unos días se los trasladaría a su base central.

Aquella era la bomba que temía soltar el soldado. Para un romano, cualquiera que pisara su tierra se convertía en un hermano y, por consiguiente, su familia también; nadie secuestraba ni torturaba a la familia de un hermano sin pagar por ello. Lucius tenía los puños blancos, sabía que era por su culpa por la que habían secuestrado a la familia de Óscar, por su fallo en la estación. No sabía cómo iba a decírselo.

—Lucius, esta noche partirás a Equus. Junto con diez soldados de tu familia y de la isla, partirás a Madrid y les interceptarás antes del traslado. Una vez los rescates, los llevarás directamente a tu villa, donde se recuperarán de las heridas que les hayan infligido.

Sin decir una palabra, Lucius salió de la sala rumbo al puerto, tenía que hablar con Manius de la nueva situación. Debía tener listo el Esturión para esa noche.

El palacio familiar estaba cerca del foro de Roma, junto a una de las bibliotecas de la ciudad. Un murete se anticipaba al jardín delantero de la finca. Tenía una pequeña fuente adornada por una Venus y, como en casi todos los palacios, la naturaleza parecía formar parte de la arquitectura, pero no de una forma abandonada, sino cuidando los detalles. El palacio tenía tres alturas y sus tres naves formaban una u dejando una escalera exterior fabricada en mármol, exquisitamente tallada, que rivalizaba con otra escalera interior de caoba para los días invernales.

En el jardín trasero esperaba la familia al completo, Óscar tenía la impresión de haber interrumpido una discusión. Entendía de discusiones y las caras que se encontraron no presagiaban nada bueno.

—¿Qué ocurre? —preguntó Vivia, que parecía estar pensando lo mismo que Óscar.

Lucius se adelantó:

—Óscar, me temo que tenemos malas noticias.

—¿Qué ha ocurrido? —Esta vez fue Óscar quien preguntó.

—Han secuestrado a tu familia, me temo que no fuimos lo suficientemente cuidadosos cuando salimos de España. Lo siento, amigo.

Óscar sintió un pequeño mareo, tuvo que sentarse.

—¿Secuestrados? Pero, ¿quién? Y, ¿por qué?

—Te dije que los países más poderosos han creado agencias secretas para descubrir nuestros secretos militares. Aún no sabemos cómo, pero nos detectaron en la estación de Atocha. Creemos que disponen de una nueva herramienta de reconocimiento facial. Te reconocieron y te relacionaron conmigo, han secuestrado a tu familia para conseguir información.

Las lágrimas empezaron a brotar en el rosto de Óscar. Buscó consuelo en Vivia, que se abrazó a su cintura.

—Óscar —continuó Lucius—. Esta noche partiremos para Equus y después hacia España. Los rescataremos y los traeremos a nuestra villa.

Óscar saltó de la silla.

—Iré con vosotros, tengo que sacarles del agujero donde les tengan encerrados.

—No, Óscar, es demasiado peligroso, no podemos permitir que te cojan a ti también —contestó Marcus—. Permanecerás en Equus, donde aguardarás a tu padre y a tu hermano.

Hasta ese momento no sabía exactamente quién había sido secuestrado. Sintió un alivio al saber que Paula no había corrido la misma suerte. Ya había rehecho su vida. Hacía meses que vivía en París con un arquitecto exiliado por la crisis. Aun así no se dejaba convencer, debía ir, era su familia.

—Óscar, debes quedarte, Lucius traerá a tu familia de vuelta, debes confiar en él. —Vivia fijó sus ojos en los suyos, vidriosos por el dolor y la rabia. Le causaron un extraño embrujo, no tuvo más remedio que rendirse y tragarse la rabia.

El resto del día lo pasó en silencio. Solo la visita del emperador causó algo de sosiego en la mente de Óscar. Se sentaron en los bancos de piedra del jardín trasero con sendas copas de vino, mientras la casa bullía en actividad preparando todo lo necesario para la repentina marcha.

—Háblame de tu padre —le pidió Augusto.

Óscar le miró y le sonrió levemente, le agradecía sinceramente el interés que mostraba hacia él.

—Pues mi padre se llama Ramón. Ahora está jubilado, pero antes era taxista. Mi hermano Miguel ha cogido el relevo. Viven juntos en Carabanchel. Yo me fui cuando mamá murió, no podía estar en aquella casa. Demasiados recuerdos. Eso provocó muchas peleas. Últimamente solo ha habido peleas. Son muy fuertes, ¿sabes? —continuó Óscar—. Mucho más fuertes que yo. Mi padre cogió una depresión por lo de mi madre, pero es un luchador, sé que saldrá adelante. Mi hermano me acusa de egoísta, pero es que no puedo verle así. Aunque supongo que sí, soy un egoísta. Tenéis que ayudarles, tenéis que sacarlos de allá donde estén. —Las lágrimas volvieron a brotar en él. La rabia apretaba sus puños.

—Los traeremos, no te quepa ninguna duda. Cuidaremos de ellos, ya eres un hermano para nosotros. —Aquellas palabras consiguieron calmar su ánimo.

Sin darse cuenta casi había anochecido, pronto embarcarían en el Esturión. Augusto no se había separado de su lado. Consiguió animarle contándole un sinfín de anécdotas del pasado hasta que Lucius les interrumpió: era hora de embarcar rumbo a Equus.

Era tarde y Óscar estaba agotado. Había tomado una cena frugal y se metió en su camarote, tenía el mismo de los viajes anteriores. Se tumbó en la cama y cerró los ojos, no le costó quedarse dormido: sin que se diera cuenta, Vivia había echado algo en su bebida para que pudiera dormir.

Un imperio eterno: Un viaje a las sombras

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