Читать книгу Un imperio eterno: Un viaje a las sombras - Daniel Correa - Страница 5

Оглавление

C3

Diario

Esta mañana el olor a mar se coló por la ventana, siempre me ha parecido la mejor forma de despertarse. Es temprano, apenas hace media hora que ha amanecido. Sigo escribiendo en este cuaderno; he decidido escribir un diario de viaje donde apuntar unas notas de los sucesos que me acompañen durante este viaje y donde volcar también todas las preguntas pendientes por hacer: apenas me queda espacio en la memoria.

Anoche, en la cena, Lucius no quiso adelantarme nada sobre qué tipo de libro quería que escribiera; me dijo que era otra persona quien debía hablarme de ello, que él no estaba autorizado; a esta gente le encanta el misterio, espero que una vez en Roma dejen este rollo porque es frustrante que te den migajas de información y tener que conformarte solo con eso.

Son las ocho, será mejor que baje a desayunar: he quedado con Lucius en el comedor, y para ellos la puntualidad es asunto de estado.

En el comedor el aroma a café recién hecho lo envolvía todo. Era un hostal pequeño decorado como no podía ser de otra forma con motivos de pesca, con paredes blancas que adquirían diversos colores con la luz de la mañana. En una esquina al fondo estaba Lucius disfrutando de una taza de café. Óscar se acercó vacilante, no quería molestar, aún no sabía qué humor se gastaba por las mañanas y prefirió ser cauto.

—Buenos días.

—Buenos días Óscar. Siéntate, por favor; te recomiendo el café, está excelente; y la mermelada de melocotón la hacen ellos mismos, deliciosa.

Óscar se sentó frente a él. No podía dejar de pensar lo cómodo que se sentía con aquel hombre, como si ya fuera un amigo fiel, alguien en quien confiara completamente, y acaso no era así, desde hacía dos días se dejaba llevar completamente. Él pensaba que eran sus ganas de aventura las que le hacían superar el miedo, pero, ¿y si no fuera así, y sin darse cuenta estuviera naciendo una amistad? Eso es algo que solo el tiempo diría.

—¿Se sabe algo del Esturión?

—Llegó con el alba, está fondeado a una milla del puerto, aún tenemos tiempo; están descargando la mercancía de las bodegas.

Aunque Roma vivía aislada del resto del mundo, comerciaba con algunos países del Mediterráneo, entre ellos España. Según le explicó Lucius, en Roma no dan valor al dinero y realizan un tipo de trueque de varios productos. Cambian cacao y café por su artesanía, muy apreciada en todo el mundo que, como siempre cuando algo procede de un lugar exótico y misterioso, adquiere de inmediato un éxito de deseo en la gente.

Subió a su habitación para recoger las pocas pertenencias que le estaba permitido llevar, un par de mudas, su documentación y su cámara de fotos, lo metió todo en su bolsa y se dispuso a salir de su habitación cuando sorprendió a Lucius en el pasillo, discutiendo con otro hombre mayor que él.

—¿Todo bien? —preguntó sin mucha convicción.

—¿Es él, este es el periodista?

—Sí, este es —contestó Lucius con una sonrisa en la boca—. Ven, Óscar, quiero presentarte a Manius, es el capitán del Esturión.

—Encantado de conocerte, Manius. —Óscar adelantó su mano en forma de saludo. Vio lo que le pareció un titubeo en aquel robusto hombre, pero con un rápido movimiento que le sorprendió, Manius le cogió el antebrazo a modo de saludo.

—Bueno, es deseo del emperador y del Senado tu presencia en Roma, supongo que alguien habrá visto algo en ti.

Sin mediar más palabras, Manius se fue, solo se despidió de Lucius con un leve movimiento de cabeza.

—¿Por qué discutíais?

—Manius no entiende el porqué de tu presencia en Roma. Además, serás el primer no romano en embarcar en el Esturión. Muchos cambios seguidos para un viejo lobo de mar.

—Entiendo. ¿Qué ha querido decir con que el emperador y el Senado habrán visto algo en mí? ¿Habéis estado espiándome?

—Llevas ocho años detrás de mí. ¿Te sorprende que también hayamos seguido tus pasos?

—No, supongo que no; pero, ¿a qué se refería con que han visto algo en mí?

—Como ya te dije, seguiste con tu investigación a pesar de los fracasos profesionales, los sacrificios personales, las mofas de tus compañeros… y eso es algo que valoramos. Supongo que habrán visto en ti el tesón, la energía de quien nunca se rinde a pesar de las circunstancias, alguien abierto a conocer nuestra cultura y darla a conocer al resto del mundo.

—¿Por qué ahora? Me consta que muchos escritores y periodistas han intentado ponerse en contacto con vosotros. No me digas que soy el elegido y que estabais esperando a que naciera. —Se le escapó a Óscar una leve sonrisa que contagió en seguida a Lucius.

—Son cosas de las que no debemos hablar aquí, Óscar. Hay algo que está despertando, algo que por ahora podemos mantener en secreto, pero que pronto se nos escapará de las manos y no podremos controlar, y deberemos combatirlo abiertamente, a la vista de todos. Antes que eso ocurra queremos poner a todos sobre aviso. Nadie te creerá, pero no podrán decir que no dijimos nada. Ahora, date prisa, Manius no espera.

Diario

Salimos del hostal hacia el puerto. Mi cabeza estaba a punto de estallar, apenas tenía espacio para la cantidad de preguntas instintivas que se generaban en mi cerebro, estaba deseando llegar al barco y encontrar un sitio tranquilo donde poder anotarlas en mi blog y descargarlas de mi mente.

Lucius y Óscar se dirigieron a una cala cercana al puerto. Cuando Óscar pudo ver al fin el Esturión no pudo reprimir innumerables calificativos difíciles de escribir. El Esturión era un velero de unos veinte metros de eslora, fabricado en nácar y plata. Su reflejo al sol cegaba los ojos. Tenía una línea clásica rica en el detalle, con multitud de relieves de temática marina. A Óscar se le antojaba que no había visto nada más hermoso en la vida.

A bordo del Esturión una mueca de orgullo se dibujó en la cara de Manius al ver la expresión de incredulidad y fascinación de Óscar al subir a la cubierta superior del barco.

—Bienvenido a bordo del Esturión —saludó Manius con voz potente y el pecho henchido de aire. La sombra que producía aquel marino se le antojaba a Óscar inmensa, como la de una montaña.

Manius era un hombre muy robusto, fácilmente superaba los dos metros; tenía cicatrices por los brazos, quién sabe cómo se las produjo, pero seguro que no fueron cortando pescado. Era mayor que Lucius, o al menos eso creía por las canas que se dibujaban en sus trenzas y las finas arrugas de su piel; su forma física era perfecta, a su lado Óscar parecía un niño enclenque, maravillado por todo lo que le rodeaba.

Enseguida dos marineros les condujeron a sus camarotes. Vestían ropas blancas de lino, pantalones y una especie de camisa con detalles azul claro de dejaba ver una parte de su torso.

Si no fuera porque tenían las orejas normales Óscar habría jurado que todos ellos eran elfos. Era increíble la belleza de sus rostros y de sus cuerpos. Tanto los hombres como las mujeres con las que se cruzaron camino a su estancia tenían extraños tatuajes en distintas partes del cuerpo, muchos de ellos tenían un tatuaje que recorría su dedo anular hasta perderse en la muñeca, supuso que el arte del tatuaje forma parte de la cultura romana. Lucius también tenía uno de esos tatuajes que recorría desde su dedo hasta la muñeca, imaginó que simbolizaría algo, en cualquier caso, aquellos símbolos eran el complemento perfecto para sus cuerpos, tan bellos como aquel maravilloso barco. No habían escatimado en el detalle: los pasillos de la cubierta inferior eran de un blanco puro, que contrastaba con los suelos de la cubierta de madera oscura, como las puertas de los camarotes. Uno de los marineros se paró delante de una de esas puertas y la abrió, dejándole paso a Óscar, no sin antes advertirle que estuviera listo en un par de horas: el capitán quería comer con ellos.

Si los pasillos dejaron boquiabierto a Óscar, podéis imaginar su expresión al ver el camarote que le asignaron. A diferencia del resto de lo que había visto del barco, su camarote estaba forrado de maderas nobles y ornamentado con piezas de oro hábilmente labradas. En ese momento se dio cuenta del valor de los objetos con que comerciaban. Realmente los artesanos romanos eran los mejores en su labor.

El espacio disponía de dos ojos de buey por los que se filtraban unos cálidos rayos de luz que iluminaban una cama que se le antojaba demasiado grande. También había una pequeña estufa de hierro fundido para las frías noches de invierno.

Cuando pudo recomponerse, sacó su bloc y se sentó en un pequeño escritorio tallado en madera que estaba bajo unas de las ventanas y empezó a escribir todo tipo de preguntas y anotaciones de aquel viaje. No quería olvidar nada.

Apenas se dio cuenta, enfrascado como estaba en la escritura, pero las dos horas ya habían pasado y casi no se había aseado en todo el día. Rápidamente se quitó la camisa, y se disponía a coger una de la mochila cuando reparó en un armario junto a la puerta que no había visto al entrar. Lo abrió y encontró un traje igual al que había visto que llevaban los marineros.

Terminaba de atarse los cordones cuando aquel marinero llamó a su puerta.

—Adelante.

—Señor, es la hora: el capitán espera.

—Un segundo, ya estoy. —Óscar se levantó de la cama y salió de la habitación detrás de aquel marinero del que ni siquiera conocía su nombre. Iba a preguntárselo cuando de improviso Lucius salió de un camarote contiguo al suyo.

—Hola, Óscar, ¿tienes apetito?

—La verdad es que sí, no he comido nada desde el desayuno.

—Te dije que comieras una tostada en el hotel, la mermelada estaba deliciosa. Me he traído un par de botes, luego te daré uno.

—Gracias.

Pasaron por varios pasillos hasta llegar a dos puertas de madera y cristal, todo ricamente decorado. El salón era bastante grande, no estaba forrado de madera como su camarote, estaba forrado de mármol serpenteado con innumerables formas de oro creando distintas figuras. Había una gran chimenea al fondo de la sala. Sin duda con tanto mármol aquella estancia debía de ser muy fría en invierno.

En una esquina estaba sentado Manius, solo, les estaba esperando; se levantó y les invitó a sentarse con él a la mesa.

Al momento, varios marineros trajeron platos con todo tipo de comida, pero sobre todo pescado y verduras. Aquello parecía un festín, Óscar no podía dejar de salivar, pero desconocía las costumbres romanas de modo que decidió esperar una invitación.

—Adelante, comamos antes que se enfríe todo.

Se sirvió un poco de todo. Todo tenía una pinta extraordinaria y el olor era embriagador. El pescado y las verduras se deshacían en la boca, cada bocado era una frutopía de sabores.

—Está todo delicioso —comentó Óscar a uno de los marineros. Las carcajadas de Manius retumbaron por todo el barco.

—Muy educado nuestro invitado, ¿no crees, Spirus?

—Sí, capitán —contestó el marinero con una gran sonrisa en su rostro.

Óscar no entendía nada. No creía que hubiera dicho nada tan gracioso. Lucius, al ver la cara de contradicción de Óscar, quiso ponerle en antecedentes.

—Veras, Óscar; en nuestra cultura no es muy común hacer cumplidos. Ya damos por supuesto que la comida está deliciosa. Decir que está deliciosa es haber dudado de ello, lo que has dicho en forma de cumplido no lo ha sido en absoluto, por eso tiene tanta gracia. Tranquilo, te acostumbrarás. Más te vale que el cocinero no se entere.

Óscar quiso disculparse, pero prefirió cerrar la boca no fuera a ser que metiera la pata otra vez; así que fijó sus ojos en el plato y siguió comiendo.

Un imperio eterno: Un viaje a las sombras

Подняться наверх