Читать книгу Un imperio eterno: Un viaje a las sombras - Daniel Correa - Страница 15
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ОглавлениеTan solo faltaban dos días para la reunión con el emperador y los nervios crecían en el corazón de Óscar, suerte que por fin habían vuelto a la villa de Lucius y podía aplacarlos con Vivia. Pasaba la mayor parte del día con ella. Paseando por los alrededores, montando a caballo o navegando en el mar en un pequeño bote.
Durante todo el tiempo que pasaban juntos, ella intentaba hacerle ver el sentido de la vida romana. Qué era lo más importante para un romano, o qué era lo que amaban. En definitiva, un curso sobre los usos y costumbres del romano.
Óscar no dudaba en hacer todo tipo de preguntas. En uno de sus paseos a caballo por el bosque se encontraron con una alta torre de piedra culminada por una especie de telescopio.
—¿Qué es esto, Vivia?
—Es el observatorio de un druida de las estrellas. Viven en ellos observando el cielo y estudiándolo. Después usan todo lo que han aprendido para crear mapas estelares.
—Estáis mucho más avanzados de lo que pensaba.
Vivia sonrió.
—Eso es lo que queremos que creáis. En realidad, nosotros también tenemos satélites allí arriba, y un sistema de comunicación por delante del resto.
—Tu hermano me lo enseñó cuando viajábamos en el Esturión. Me pareció algo increíble.
Durante esos días visitaron varios pueblos y fue tratado por los lugareños con respeto y curiosidad.
Se sentía tremendamente feliz entre aquellas gentes, pero sobre todo al lado de Vivia, cada noche en silencio se preguntaba qué sentiría ella. Quizás solo fuera amable con él porque su padre se lo pedía, quizás se sintiera obligada como anfitriona. La verdad es que estaba algo acomplejado entre tanto cuerpo escultural. No podía imaginar que alguien como Vivia se pudiera enamorar de alguien como él. Tampoco es que creyera que fuese un tipo feo o desagradable, tan solo alguien normal, sin ningún tipo de virtud salvo la supuesta que había parecido ver el emperador. Quizás con eso fuera suficiente, quizás realmente tenía algo.
El día se acercaba antes del viaje a Roma, los padres de Lucius quisieron hacer una fiesta en su villa. Invitaron a gentes de toda la isla. Todo aquel que quisiera podía asistir.
Óscar sintió que tanto su respiración como su corazón se paraban de pronto cuando vio a Vivia en unos de los jardines. Llevaba un vestido de seda de color azul abierto hasta la cintura y con la espalda al aire. Su larga melena rubia estaba recogida con lo que se le antojaba un peinado complicadísimo. Se acercó a ella atravesando el jardín. Él vestía un pantalón largo de lino con una camisa azul rematada con dibujos geométricos cosidos con hilos de oro que Lucius le había prestado.
—Aún no rellenas la ropa de mi hermano —observó ella mientras colocaba los hombros de la camisa.
—Él insistió… yo ya le dije que era demasiado grande pero…
—No te preocupes. —Sonrió—. Resalta el color de tus ojos. Ven, bailemos. —Tomó su mano y con fuerza lo arrastró hasta una zona del jardín donde otros habían empezado a bailar al son de una música suave.
Apenas sabía bailar los bailes tradicionales, siempre había creído tener dos pies izquierdos, pero agarrado a la cintura de Vivia podía moverse grácilmente por los mosaicos del jardín. No podía apartar la vista de ella, sus ojos azules le tenían completamente atrapado. Pero no se sentía con confianza para hacer lo que tanto deseaba, besarla, aún no. Tenía miedo de estropear aquello, quería mantener la esperanza.
Pasaron la noche riendo y jugando a extraños juegos con Lucius, Gnaea, Plubius, Sextus y los hermanos Gaius y Aulus. Óscar intentaba aprender deprisa, pero algunos eran ciertamente complicados. Uno de ellos se le daba mejor, era parecido a la diana salvo que en vez de acertar a los números debía de dar con el dardo dentro de unos círculos de distintos colores y tamaños repartidos en una plancha de madera.
Ya de madrugada dieron por terminados los festejos y cada uno se retiró a descansar a sus habitaciones o a sus hogares. En unas horas saldrían rumbo a Roma y tenían que estar despejados. El capitán Manius también asistió a la fiesta. Óscar pudo hablar con él, la aspereza con que le trató los primeros días había desaparecido casi por completo; después de todo, parecía que volverían a compartir travesía, ya que serían él y su Esturión quienes les llevarían a Roma.