Читать книгу Un imperio eterno: Un viaje a las sombras - Daniel Correa - Страница 17
C15
Оглавление—Papá, voy al mercado.
—Bien, Miguel. Espera, ten, cómprame un paquete de tabaco, haz el favor.
—Papá, ya sabes lo que te dijo el médico, nada de tabaco. Trae, te compraré unas pastillas de menta.
—Qué sabrán los médicos. Tu abuelo fumaba todos los días y vivió hasta los noventa años.
Toda esta escena, común para la mayoría de los mortales ocurría en un pequeño apartamento, en el madrileño barrio de Carabanchel.
Miguel se dirigía hacia el mercado con una extraña sensación, era como si sintiera una sombra en su espalda; pero no le dio demasiada importancia, desde que no sabía nada de su hermano tenía los nervios a flor de piel, creía verlo en todas partes. Simplemente echaba de menos a su hermano menor.
Al volver a casa observó algo extraño. La llave no estaba echada. Él siempre la echaba desde que su padre empeoró, quería así evitar que saliera a comprar tabaco o bajara al bar. Llamó a su padre, pero no respondía. Se podía escuchar una agitada respiración al final del pasillo. Miguel pensó lo peor, soltó las bolsas y corrió hacia el dormitorio de su padre; pero en un instante todo se volvió negro.
Tenía un enorme dolor de cabeza y sentía una quemazón en el cuello. Lo último que recordaba era entrar a su casa y aquella respiración; después, nada. No sabía dónde estaba, la oscuridad le invadía, solo una pequeña línea de luz se asomaba por debajo de una puerta de acero.
Sus gritos de auxilio rompían el silencio. Llamaba a su padre, con la desesperación de alguien que no entendía lo que estaba sucediendo. Durante un buen rato creyó estar en un sueño, una pesadilla más bien.
Se acurrucó en una de las esquinas sin saber muy bien en qué pensar, solo deseaba despertarse, pero no lo conseguía. Solo con el paso de las horas pudo comprender que habían sido secuestrados. Pero, ¿por quién?, y ¿para qué?, no tenían dinero, apenas podían llegar a fin de mes con la pensión de su padre y su trabajo de media jornada. Mientras cavilaba sobre su situación actual pudo sentir unos pasos acercándose. Se pararon, y un ruido metálico le sobresaltó, la puerta se abrió de golpe dejando entrar una cascada de luz cegadora. Miguel solo pudo ver dos gigantescas sombras que se abalanzaban sobre él.
Le llevaron a una sala mayor y bastante más iluminada. Intentaba resistirse, pero apenas tenía fuerzas. No sabía cuánto tiempo llevaba sin comer, había perdido la noción del tiempo en aquel agujero.
Le sentaron en una vieja silla. Allí no había rastro de su padre. Reunió las últimas fuerzas que tenía para preguntar por él, pero lo único que recibió fue un puñetazo en el rostro como respuesta. Alguien se acercaba por detrás de él, de súbito todos los músculos de su cuerpo se tensaron, profundos espasmos aceleraron su corazón. Le estaban duchando con agua helada.
Al terminar apenas sentía sus extremidades, pero estaba más despierto, era más consciente de lo que pasaba a su alrededor.
—¿Por qué nos hacéis esto? —Apenas fue un susurro.
Una figura se acercó a él, se agachó y le hizo una pregunta que le resolvería varias dudas.
—¿Dónde está tu hermano? —Pudo captar un acento en la voz que le hablaba al oído. Aunque no sabía cuál podría ser su procedencia. Su habilidad para los idiomas era nula. Tampoco podía enfocar bien. Apenas pudo distinguir el rostro de su captor. Algo sí que tenía claro: estaban aquí por su hermano.
—Llevadle de nuevo al agujero, aún está demasiado drogado para poder hablar. Traed al padre.
Aquellas últimas palabras helaron más su corazón que la ducha helada. Las dos moles le cogieron de nuevo y como un fardo lo dejaron caer de nuevo a la oscuridad.
Una nueva luz cegadora le despertó. El pequeño cubículo en el que estaba encerrado se tiñó de blanco, le costó un mundo ponerse en situación. No sabía si se había quedado dormido o simplemente se había desmayado. Un nuevo ruido metálico sonó, pero esta vez la puerta no se abrió. Por una pequeña apertura por debajo de la misma aparecieron un plato de arroz, un mendrugo de pan y una botella de plástico de agua mineral. Miguel se lanzó a por aquella comida. No sabía cuánto tiempo llevaba allí, pero por el hambre que sentía se le antojó que días.
Las horas siguieron pasando intercalando periodos de oscuridad con una intensa luz cegadora. Sin duda intentaban que perdiera la cabeza. Después de dos comidas más volvieron a abrir las puertas. Miguel se sentía más fuerte que en la primera ocasión, se lanzó sobre aquellos dos hombres, pero no tuvo la menor oportunidad, le redujeron rápidamente.
De nuevo estaba sentado en aquella silla, pero esta vez su padre estaba junto a él. Le habían golpeado, había sangre en su rostro. Miguel estalló en alaridos, llamaba a su padre, este levantó levemente la cabeza y miró hacia su hijo.
—No te preocupes, Miguel, estoy bien. —Su voz parecía serena—. Quieren saber dónde está Óscar.
Una sensación de orgullo hacia su padre brotó dentro de él. Parecía muy entero, mucho más que él.
Alguien entró en la sala. Era un hombre alto, moreno de ojos marrones. Tenía la mirada fija en él. La rabia se adueñó de Miguel.
—¿Qué coño le has hecho a mi padre, hijo de puta?
Una sonrisa blanca seguida de una mueca perversa congeló la ira de Miguel.
—Tan solo hemos charlado un poco, no te alteres. —Aquel acento otra vez—. Queremos saber dónde está tu hermano, nada más. En cuanto nos lo digáis, todo esto se acabará.
—Yo no sé dónde está Óscar. Hace semanas que no le vemos —contestó Miguel, preguntándose en qué lío se habría metido su hermano menor. Es cierto que últimamente habían tenido sus diferencias, desde la muerte de mamá, pero era su hermano, su sangre, jamás le traicionaría, aunque en esta ocasión no podría, realmente no sabía dónde estaba.
Un silbido en el aire anticipó el golpe que recibió en la cara. A ese golpe le siguieron muchos más por todo el cuerpo. Al abrir los ojos solo sentía dolor, no sabía cuánto tiempo habían estado golpeándolo. Ni siquiera recordaba cómo le trajeron de nuevo al agujero. Se tumbó en el pequeño catre en posición fetal; así, encogidos, sus golpeados huesos sentían algo de alivio. Solo pensaba en su padre, en qué le estarían haciendo. Una rabia empezaba a nacer dentro de él, esta vez hacia su hermano. ¿En qué les había metido? ¿Dónde estaba? Aquella rabia no le duró mucho, quería a su hermano y el sabor metálico de su boca hacía verter todo su odio hacia aquel demonio con acento extranjero. Cerró los ojos con fuerza y alejó de su mente la ira. Tenía que pensar, tenía que encontrar la manera de salir de allí.