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Introducción

Desmitificar la meditación

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Desde el inicio mismo de este libro, voy a permitirme sugerirte que sueltes toda concepción de la meditación asociada al esfuerzo, la ascética y al estudio de prácticas complejas que requieran de una gran fuerza de voluntad y sacrificio; y, más aún, de aquellas que requieran de la entrega de tu autonomía a cualquier forma de autoridad externa. No hay manera más rápida de perder el propio camino que seguir a otros. De hecho, te invito a regular la práctica de los ejercicios que aquí compartiré en función de tu propio ritmo, tiempo y disponibilidad. Y a analizar todo lo que aquí encontrarás desde tu más agudo sentido crítico. Es muy importante que tengas en cuenta que brinda muchos más beneficios una meditación de tres minutos, realizada varias veces al día y todos los días, que una meditación de 40 minutos, forzada, tediosa y que, por estos mismos motivos, se practique sólo de vez en cuando. De la misma manera, fluye con mucha mayor facilidad todo conocimiento que sea compatible con tu razón y tu intuición, que aquél que debe ser aceptado como creencia, por provenir de alguna autoridad externa. Si una supuesta meditación no desarrolla tu alegría y tu libertad, no es meditación. A lo largo de estas páginas, te prometo que irás descubriendo que meditar consiste en un regalo que podrás hacerte, cada vez que puedas brindarte al menos un breve espacio para respirar conscientemente y experimentar serenidad, descanso, relajación y un encuentro cada vez más profundo contigo, hasta llegar, paulatina (o quizás súbitamente) al encuentro con tu más profunda identidad, tu naturaleza original, tu propio Ser.

También compartiré contigo métodos más extensos y sofisticados, los que podrás ir incorporando fluidamente, en la medida en que vayas ahondando en tu práctica y tu propio interior te vaya pidiendo más, pero te aseguro que, en todo caso, será el bienestar que vayas experimentando el que te irá llevando suavemente a un trabajo más y más sutil y transformador. Recuerda: sólo tres minutos, todas las veces al día en que necesites quietud y descanso en medio del trajín cotidiano, y lo demás vendrá solo.

El objetivo más importante de este libro, la buena noticia que quiero compartirte, es que la meditación, con todos sus enormes y profundos beneficios, es una práctica sencilla, natural y accesible, que puede convertirse en uno de los momentos más gratificantes y placenteros de tu vida cotidiana. Partiendo de una práctica de sólo 3 minutos al día, te aseguro que, poco a poco, querrás repetir esos instantes cada vez más veces a lo largo de tu jornada. En un momento te encontrarás meditando 20 minutos, que es un tiempo mínimo, y luego querrás más y más. Pero permite que esto ocurra poco a poco, sin sobreexigirte, sin presionarte y, sobre todo, sin enojarte con tus propias limitaciones.

Con mucha frecuencia, las personas me plantean que no meditan porque no tienen tiempo libre para ello. Según me cuentan, su vida transcurre entre trabajar, comer y descansar. Suelo preguntarles entonces cuál es su serie de televisión favorita, si asisten a un gimnasio, cuál es el bar donde más les gusta encontrarse con sus amigos, cuál es el centro de compras del cual más disfrutan, cuánto tiempo dedican en sus computadoras o teléfonos para leer las noticias y visitar sus redes sociales y, por lo general, de inmediato mencionan todas estas actividades. Es decir, que siempre encontramos un tiempo cuando estamos decididos a hacer algo. Por supuesto, no estoy proponiendo que para meditar tengamos que dejar de encontrarnos con nuestros amigos, abandonar el gimnasio o privarnos de salir de compras de vez en cuando. De ninguna manera; todas estas actividades son parte de una vida normal, y no encontrarás en este libro ninguna invitación al sacrificio, todo lo contrario. Se trata simplemente de administrar nuestro tiempo con inteligencia y creatividad. Esos momentos que solías brindarte para pensar en problemas, fumar un cigarrillo o revisar compulsivamente tu teléfono móvil (costumbres no muy saludables) se convertirán poco a poco en oportunidades inmejorables para cambiar tus patrones respiratorios, tu postura corporal y llevar tu mente a espacios de quietud y profundo descanso. Paulatinamente, los beneficios en tu salud física y tu quietud mental irán llevando tu experiencia a dimensiones más y más profundas de la realidad, y te encontrarás un día con tu más auténtica identidad, ese prístino nivel de tu propio interior en el que vives en unidad con todo lo que existe.

La meditación constituye la práctica central de todo proceso de desarrollo y sanación transpersonal, es decir, de todo camino que procure ir más allá del ego y la personalidad básica. Por ello es tan importante esclarecer qué significa meditar, del modo más sencillo en que nos sea posible hacerlo.

La esencia de la meditación no consiste meramente en adoptar posturas, hacer visualizaciones de símbolos desconocidos ni producir sonidos extraños, rodeándonos de objetos exóticos y atándonos a sistemas de creencias. Todos estos pueden ser elementos que formen parte de ejercicios que nos permitan acercarnos a la meditación, pero la meditación en sí no requiere de ningún tipo de prácticas complicadas ni mucho menos de dogmas.

La meditación es la más sencilla de las actividades humanas. El problema es que hemos olvidado regresar a ella por nuestra tendencia a pensar compulsivamente. El defecto más importante de nuestro cerebro, en su actual estado evolutivo, es que no sabemos cómo dejar de pensar. Esto se complica aún más por el hecho de que nuestro pensamiento opera casi permanentemente en función de planificar el futuro a partir del pasado, buscando sobre todo evitar el dolor (seguridad) y conseguir satisfacciones (placer). Debido a que la mayor parte del tiempo que dedicamos a pensar es absorbida por los problemas no resueltos del pasado, por el temor a que se repita lo temido, o a fantasear placeres futuros, toda esta actividad nos aleja de nuestro cuerpo, de nuestros sentidos y de la realidad presente. Ésta es la trampa de esta maravillosa función evolutiva que es la capacidad de pensar. Nuestra evolución como especie nos ha convertido en seres pensantes, lo cual constituye un salto evolutivo extraordinario. Pero cuando no podemos dejar de pensar y el pensamiento se convierte en una actividad compulsiva, este logro evolutivo se vuelve en nuestra contra, y nos convertimos en personas incapaces de vivir y disfrutar el momento presente. La meditación procura precisamente evitar que caigamos en esta trampa, sin dejar de recurrir al pensamiento, la razón y la lógica, cuando son realmente necesarios.

Pensar implica jugar con imágenes y hablar con nosotros mismos, mediante lo cual construimos realidades “mentales” que tienen efectos fisiológicos y psicológicos tan importantes y “reales” como los estímulos del mundo externo, como los “hechos objetivos”. Por esta razón, cuando el pensar se torna compulsivo (diálogo interno y flujo permanente de imágenes, muchas veces inconducentes) se convierte en un factor de alienación y pérdida del contacto con la realidad sentida, tanto interna como externa. El pensar compulsivo nos aleja de los sentidos, de nuestro cuerpo, de la realidad viva, es decir, de la presencia, y nos arroja a una existencia mental, abstracta, desvitalizada, vacía, ajena a lo único real: el instante actual. La palabra “actual” proviene del latín actualis, que significa “estar en el acto”. No es casualidad que, en inglés, actually significa “en realidad”, “realmente”, “en efecto”, “en concreto”. Todo nos indica que el instante presente es lo único real que podemos experimentar. Aun cuando estemos recordando el pasado o planeando el futuro, ese “acto” está ocurriendo en el instante presente.

El pensamiento es una función biopsíquica autoprotectora, que destina la mayor parte de su actividad a buscar suministros, seguridad y placer mediante la planificación del futuro en función de la experiencia del pasado. Es decir, que el pensamiento está siempre atado al tiempo lineal, recordando lo que ocurrió y anticipando lo que podría ocurrir (generando resentimiento, culpa, temor, angustia, expectativas, deseo, ansiedad). En su accionar anticipatorio y compulsivo, procurando siempre evitar el dolor y asegurar el placer, termina, paradójicamente, generando tensión, frustración y sufrimiento. Es decir, genera una contracción de la consciencia1, lo que produce dolor, o sea, todo lo contrario a lo que busca.

El pensar compulsivo nos estresa, nos angustia, nos saca del presente. Buscando tener todo planeado y controlado para autoprotegernos, nos vamos cerrando, contracturando, perdiendo fluidez, frescura y espontaneidad. Así nos vamos convirtiendo en una cápsula separada del eterno Flujo Universal y terminamos siendo remolinos que se olvidaron que son el río, olas que han olvidado que son el mar, células que han perdido su consciencia de formar parte de un organismo mayor que las contiene, y por ello se sienten solas. Somos el agua del mar que se introdujo en una botella y olvidó lo que es fluir sin un envase, llegando incluso a temer lo que hay fuera de él, cuando lo que hay fuera del envase es también agua de mar, es decir, ella misma. Este simple olvido es lo que llamamos nuestra “herida básica” (concepto que aclararemos más adelante), el origen del egotismo, el estilo de vida basado en la autodefensa -vivir acorazados para no ser lastimados- y la compensación -pretender que todo está bien y que somos más y mejores de lo que en realidad nos sentimos ser. Y constituye el origen fundamental de todos los males que nos provocamos a nosotros mismos y a los otros.

Los métodos del Modelo Interacciones Primordiales (Lingüística, Movimiento y Meditación Primordiales)2 que describiremos a continuación, nos permiten sanar esta herida básica recuperando nuestra memoria original, nuestra propia naturaleza. Integrando el trabajo corporal-energético, lingüístico-cognitivo y meditativo, estas disciplinas nos permiten corregir nuestros errores existenciales y pasar de la existencia separada, angustiada y neurótica, al gozo extático de la experiencia unitiva, del fluir en la libertad y la confianza. Estamos hablando entonces del más profundo nivel de sanación, liberación y desarrollo personal al que podemos aspirar. No se trata aquí de poner parches psicológicos o químicos y de pasarse la vida tapando un hueco para que aparezca otro, sino de ir a la raíz del sufrimiento humano, personal y social. Al perder el contacto con la Fuente de la Vida, nos convertimos en frutos que han perdido la conexión con el árbol del que han surgido y nos sentimos huérfanos, sin raíces, despojados de lo que en otros trabajos he denominado “El Vínculo Primordial”3, es decir, la unión con el Todo, el Ser Universal, el Cosmos, el Gran Espíritu, Jehová, la Divina Madre, la Energía Universal, Dios, la Conciencia de Buda, Alá, Brahma, el Tao, Sunya, o como cada quien prefiera llamarlo. Ante esta dimensión, las palabras deben abandonar su pretensión (legítima en otros dominios) de establecer distinciones y de alcanzar significados excluyentes. De hecho, muchos lo llaman lo Inefable, es decir, lo Innombrable.

Nuestra herida básica no es el resultado de un trauma psicológico, sino una condición existencial inherente a nuestra naturaleza colectiva. Desde el momento en que nuestra especie desarrolló su neocórtex, dejamos de vivir inmersos en nuestros paisajes y en el presente, como lo hacen los animales. Pudimos ir más allá del momento, imaginar, planear, anticipar. Poco a poco esta maravillosa herramienta evolutiva nos permitió trascender las urgencias de nuestro cuerpo: pudimos tomar distancia de nuestras necesidades físicas, del dolor, del deseo, y experimentamos esta capacidad mental como una gran liberación. Gracias a ésta pudimos posponer la satisfacción inmediata de nuestros impulsos sexuales y agresivos. La moral y la posibilidad de regular nuestro comportamiento para vivir en comunidad, son resultados del desarrollo de esta capacidad evolutiva, son el lado psicosocial de este desarrollo neurológico. Sin embargo, con el correr de los milenios, esta toma de distancia de nuestro cuerpo (que fue muy saludable) comenzó a devenir en una disociación (lo cual no fue favorable), y al perder la experiencia viva de nuestra corporalidad, comenzamos a experimentarnos a nosotros mismos como algo ajeno a la naturaleza. Separarnos de nuestro cuerpo, que es una manifestación de la naturaleza, implicó separarnos también de la naturaleza toda. Este paso evolutivo de ninguna manera puede ser considerado como totalmente negativo. Como iremos viendo a lo largo de este libro, el desarrollo del lenguaje y el pensamiento nos ha constituido como seres humanos. Somos lo que somos como individuos y como especie porque hemos desarrollado el lenguaje y el pensamiento abstracto. Sin embargo, este enorme progreso ha traído aparejada la profunda sensación de alienación, de orfandad, de separación de la naturaleza y del Universo que experimenta la absoluta mayoría de los seres humanos. Los distintos traumas psicológicos que podemos ir experimentando a lo largo de nuestra vida (y que requieren de atención psicológica), tales como pérdidas, separaciones, abusos o abandonos, por citar sólo algunos, se montan sobre esta herida básica y pueden empeorarla. Así como todas las experiencias de amor, cuidado y aceptación ayudan a sanarla. Pero es fundamental comprender que la herida básica no es una cuestión meramente psicológica, no es algo que nos ocurrió y que podemos encontrar en nuestra biografía para reparar. La herida básica es una condición de nuestra especie, y ha determinado la forma en que habitamos este planeta y nos relacionamos entre nosotros y con el medio ambiente. Es la expulsión del Paraíso, el pecado original (que nada tiene que ver con haber hecho algo malo como individuos o como especie), es la caída, la separación básica, la pérdida primordial.

En la mayoría de las conferencias y cursos que brindo suele aparecer la siguiente pregunta: en términos de la evolución del Universo y de nuestra especie, ¿qué sentido tiene que debamos experimentar esta separación? Si el desarrollo del pensamiento abstracto y el lenguaje ha determinado la existencia de esta herida, de esta alienación, ¿entonces por qué se han desarrollado? ¿Constituyen un error en la evolución de la especie humana? ¿Por qué perdemos el sentido de unidad; por qué ha ocurrido la separación dando lugar al individualismo, al egotismo, que es el origen de todo sufrimiento personal y colectivo?

La humanidad ha creado muchos mitos para dar explicación a este fenómeno que trasciende por completo nuestra capacidad actual para comprenderlo, y algunos de ellos poseen una asombrosa belleza poética: la expulsión del Paraíso en la Biblia (que analizaremos más adelante); el Leela4 en la tradición hinduista; la separación del Tao o el mito de Pan-Gu en China; Muspel y Niflhiem en Escandinavia; Temeu y Gucumatz en la cultura Maya; y tantos más alrededor del mundo y los milenios.

Como lo expreso en muchos pasajes de este libro, procuro no recurrir a explicaciones metafísicas que exijan creer ciegamente en cualquier forma de explicación de los grandes misterios de la existencia. Y al mismo tiempo soy consciente de que pretender ir más allá de una metáfora o un mito en el afán de conocer o interpretar las intenciones del proceso evolutivo del Universo, es sin duda una osadía y una arrogancia. El solo hecho de atribuirle intencionalidad, ya lo es. Que cada parte constituya una síntesis del todo no significa que pueda comprender a la totalidad. Sin embargo, es legítimo el intento de profundizar cada vez más en nuestras preguntas, en la búsqueda de hacer nuestro propio aporte a este majestuoso proceso evolutivo que llamamos Cosmos.

Sabemos que la evolución del pensamiento y el lenguaje constituyó la expulsión del Paraíso. Una vez que estos desarrollos psiconeurológicos estuvieron plenamente desplegados, perdimos la fusión que experimentan los animales, y todo ser humano extraña esa experiencia de profunda integración con lo que lo rodea. Sin embargo, esta unidad de la que goza el animal, es una unidad inconsciente. Los vegetales y los animales son uno con su paisaje, pero no son conscientes de ello. Quizás, el sentido evolutivo de nuestra alienación es que perdemos esa profunda unidad inconsciente, pero tenemos la posibilidad de alcanzar una unidad superior, siendo conscientes de nosotros mismos e incluso tal vez, devolviéndole al Universo consciencia de sí. Pareciera que, evolutivamente, tenemos que experimentar esta agonía existencial a fin de pasar de la fusión inconsciente del animal a la unión consciente y trascendente de la mente realmente despierta.

Probablemente, nuestra actual alienación, sea sólo un instante evolutivo en el eterno flujo del Tao, una ilusión de la consciencia, como afirmaba Einstein, de la cual todos podemos despertar haciendo el trabajo necesario, y de la cual quizás, la humanidad entera despertará cuando una masa crítica haya alcanzado esta evolución de la consciencia.

Por tratarse de un tema existencial, universal, inherente a todo ser humano, trabajar en la sanación de la herida básica, constituye una condición previa para la posterior sanación de las innumerables heridas psicológicas que experimentamos los seres humanos y que se acumulan en nuestro inconsciente colectivo, generando el sufrimiento global que presenciamos día a día. Ésta es precisamente la función de la meditación en general y, muy especialmente, del método que aquí compartiremos.

La Meditación Primordial es un método orgánico, sencillo, enraizado en la profundidad de nuestro cuerpo vital en el presente infinito, que es lo mismo que decir el sin-tiempo. Nos brinda la posibilidad de meditar en todo momento y lugar, como una práctica permanente de presencia y apertura a la vida, centrado en la recuperación de la experiencia vital-energética del aquí y ahora.

La esencia de la Meditación Primordial consiste en profundizar, agudizar y sensibilizar la percepción de nuestro propio interior, hasta que podamos descubrir en lo más profundo de nosotros mismos nuestra corporalidad orgánica, nuestra cualidad energética y finalmente la inteligencia cósmica que nos habita brindándonos vida y consciencia a cada instante.

Consiste en sencillos ejercicios respiratorios, de consciencia corporal y apertura a nuestra realidad energética-vibratoria, como medios para alcanzar la percepción de las dimensiones sutiles de nuestro organismo; luego, de nuestros semejantes; y, finalmente, del Universo como un todo.

Nuestro ego es el resultado de nuestra historia, de nuestras interacciones con el ambiente, nuestra familia y la sociedad. En cambio, nuestro Ser original, la información que nos constituye desde el momento en que fuimos concebidos, pertenece al eterno fluir del Universo; por ello ha sido denominado lo “no nacido”, aquello que no pertenece al devenir, a las circunstancias.

Retomando el ejemplo del remolino y el río, o las olas y el mar, podemos afirmar a modo de metáfora, que tal remolino puede tener consciencia de remolino, consciencia de río, consciencia de mar o conciencia de agua, y todas son reales. En tanto permanezca en la consciencia de remolino, es decir creyendo que es sólo eso, un evento circunstancial en la corriente, en algún momento de su evolución sabrá que, así como en un instante comenzó, tarde o temprano desaparecerá, siendo absorbido nuevamente por el río al cual pertenece y del cual es sólo una configuración, una forma pasajera. Comenzará entonces a experimentar la angustia de la impermanencia, de la disolución, es decir, la consciencia de la muerte. Esto es precisamente lo que ocurrió con nosotros como especie, en el momento en que se desarrolló nuestro neocórtex y pudimos recordar el pasado y anticipar el futuro. Fuimos la primera especie en este planeta que tomó consciencia del morir. Si, por el contrario, el remolino accediera a la conciencia de río, comenzaría a experimentar la posibilidad de que la corriente lo absorba como una simple transición a otro estado de ser, mucho más vasto y fluido, y comenzaría a disfrutar de jugar con la corriente sin apegarse a las formas momentáneas. Esto es lo que ocurre con los seres humanos que comienzan a entender que forman parte de una totalidad más abarcativa, dentro de la cual se mueven aparentemente separados, trascendiendo así la ilusión de la separación. Y si el río expandiera su consciencia, dejaría de temer al llegar a su desembocadura, pues comprendería que él no muere en el mar, sino que se convierte en mar. Y si el mar pudiera realizar un trabajo sistemático para expandir aún más su percepción y accediera a la conciencia de agua, comprendería entonces que su identidad más profunda no es la de esta forma particular que adopta el río cuando se arremolina, ni tampoco la del río entero en todo su transcurrir desde la montaña hasta el mar, ni aun la del océano entero, sino la de este misterioso elemento que no sólo puede ser río, lago o mar, sino que puede manifestarse como algo sólido al congelarse, como líquido al derretirse o como gas al evaporarse. Y podríamos ir aún más allá en esta metáfora, trascender incluso la consciencia de hidrógeno y oxígeno, alcanzar la dimensión de las partículas subatómicas y la del vacío que contienen, llegando así a la dimensión vibracional que crea y sostiene a todo el Universo. Nuestro remolino comprendería que él, al igual que todo lo que existe, es energía vibratoria condensada en una forma material pasajera. Y yendo aún más allá, podría comprender que no es sólo energía vibratoria, sino que, en lo más profundo, él es esa inteligencia que integra las partículas vibratorias para constituir el oxígeno y el hidrógeno, y luego los sintetiza para crear agua. Entonces nos encontramos en la Conciencia Cósmica, la experiencia de unidad, la epifanía, la revelación del carácter unitivo y sagrado de todo lo que existe, lo que implica a su vez la auténtica sanación de lo que hemos denominado nuestra herida básica, es decir, la sensación de estar aislados, separados de la naturaleza, sin raíces profundas en el Universo.

Y lo más importante, para alcanzar esta profunda comprensión, no necesitamos de ningún sistema de creencias, pues se trata de una experiencia inmediata para quien hace el trabajo de buscarla. Todo lo que acabamos de describir, acerca de la forma en que se constituye la materia a partir de fenómenos vibracionales, ha sido demostrado por la ciencia. Quien posea una fe para orientarse en su vida, podrá interpretar esta vivencia de acuerdo con la misma, y le dará a esta presencia, un nombre, una identidad, con forma y atributos; quien no, lo hará desde una mirada empírica o científica, y lo considerará como el misterio del Universo. En ningún caso habrá contradicciones ni incompatibilidades. Esta profunda mirada yace en el corazón de todas las religiones más allá de sus diferencias culturales, y se encuentra también en la búsqueda empírica de la verdad que caracteriza a la ciencia.

A lo largo de la vida, desde el preciso instante de nuestra concepción, vamos pasando por estadios y experiencias similares a las que hemos descrito con la metáfora del remolino. Varias de estas etapas, como la que nos lleva desde ser un embrión a ser púber, se dan de forma casi automática; sin embargo, llega un momento en el cual es preciso asumir el compromiso del desarrollo personal y transpersonal para alcanzar niveles de consciencia en los cuales experimentar la unidad, la naturaleza original, la profunda consciencia del propio Ser.

Así entendido, sin necesidad de recurrir a fantasías metafísicas, el Ser se nos revela como una apertura más allá (antes, después y fuera) del espacio y el tiempo, más allá del nacimiento y la muerte, no siendo nunca desvirtuado por las circunstancias de la vida, pues pertenece al Flujo Universal del que todo emerge y al que todo retorna. El agua puede ir hacia y volver del cielo interminablemente, adoptando en este viaje eterno las más innumerables formas y ocupando incontables espacios, como vapor, nube, gota de rocío, arroyo, río o mar, pero el hidrógeno y el oxígeno, así como la energía vibratoria que los crea y los integra, seguirán siendo siempre lo mismo. Sólo la experiencia viva y directa (es decir sentida, no sólo pensada) de esta dimensión, permite que el ego descanse de su temor permanente y de su compulsiva y agotadora búsqueda de seguridad, placer y evitación del dolor. Si en lugar de aferrarnos a ser agua de una fuente, de un río, de un lago o del mar, nos percibimos a nosotros mismos como una maravillosa síntesis de hidrógeno y oxígeno, y aún más allá, como un vacío vibratorio (subatómico, cuántico) que adopta la forma de moléculas, podremos estar abiertos y disfrutar de todas las formas en que podamos experimentarnos a nosotros mismos y a los otros, cuya naturaleza más profunda es idéntica a la nuestra. Ésta es la esencia de la libertad, de la sanación superior, de la trascendencia, y es la fuente de la más auténtica y profunda moral, es decir, la que no proviene de mandatos, sanciones ni castigos, sino de la percepción inmediata de nuestra unidad con todo lo que existe, y especialmente con nuestros semejantes, es decir, del amor.

Cuando me refiero al Ser no estoy recurriendo a ningún concepto metafísico. Según la física, los mismos átomos que aparecieron a partir del Big Bang siguen existiendo ahora, formando distintos cuerpos celestes y todo lo que éstos incluyen. Cada vez que un sol estalla, libera al espacio los materiales esenciales con los que se construirá un nuevo sol, así como planetas y asteroides. Los átomos que formaban parte del sol desaparecido constituirán ahora un nuevo sol. Como los mismos físicos suelen decir, los átomos “reencarnan” eternamente, y en cada nueva “reencarnación” mantienen la información, la memoria que traen desde el pasado. Es probable que muchos de los átomos que constituyen tu cuerpo hayan existido desde el mismo Big Bang; y con seguridad, todos ellos han sido parte de soles que estallaron y liberaron los materiales esenciales con que se construyeron otros soles, y así hasta formar parte de la tierra de la que tú has emergido, o de los asteroides que, según otras teorías, trajeron las bacterias de las que surgió la vida en nuestro planeta. En cualquier caso, somos portadores de una información cósmica ancestral y extraordinaria.

La mayoría de las concepciones científicas afirma que sólo los seres vivos son capaces de conservar y transmitir información a través de su descendencia. La gran pregunta entonces es: ¿cómo surgió la vida de la materia inanimada? Según la teoría más aceptada, la vida en nuestro planeta surgió de elementos inorgánicos que, en lo profundo de los mares, sufrieron la influencia de reacciones químicas generadas por explosiones volcánicas submarinas, las que generaron las primeras formas de existencia biológica: las bacterias. Otra teoría, como hemos visto, sugiere que las primeras bacterias llegaron a la tierra transportadas por asteroides, los que trajeron gran parte del agua que conformó los océanos y que hoy forma el 70% de tu cuerpo. Sea cual fuere la teoría correcta, la pregunta sigue vigente: ¿de dónde provino la información que organizó los elementos inorgánicos constitutivos de los seres vivos y, mucho más aún, la que diseñó sus funciones orgánicas a lo largo de millones de años de evolución? Sencillamente no lo sabemos. Éste constituye uno de los más profundos misterios del Universo. Pero hay algo de lo que tenemos certeza: esa información, esa memoria, nos habita; habita en ti, y te regala la experiencia de vivir segundo a segundo. Esa información que ha recorrido el Universo durante millones de años, y que es la misma que crea y organiza todo en el Cosmos, está presente en lo más profundo de ti, y lo hace de una forma única e irrepetible. En cada uno palpita una síntesis original e irrepetible que nos brinda nuestra identidad más profunda, de allí el valor sagrado de toda forma de vida. Esto es lo que somos antes de convertirnos en personas con un ego más o menos adaptado o inadaptado a las modas sociales y culturales de cada época. Esta información cósmica es nuestro Ser original, una fuente de energía y sabiduría extraordinaria que está ahí, en lo profundo de ti, esperando ser descubierta y liberada. Esta sabiduría cósmica, omnipresente y eterna, es la que buscamos experimentar con la Meditación Primordial, pues constituye un método diseñado para acceder a la vivencia directa de esta dimensión en nuestro interior. Estamos hablando entonces de una auténtica experiencia, es decir, de un hecho empírico, verificable y comprobable, ante el cual carece de sentido la antigua antinomia entre religión fundamentalista y ciencia materialista5.

El encuentro con nuestro Ser cósmico, con nuestra memoria primordial, produce una profunda transformación, no sólo en la forma en que nos percibimos, sino también en la forma en que percibimos a los demás y en cómo concebimos la realidad. Es un regalo que la meditación nos brinda y que se plasma en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana. En los próximos capítulos veremos con detalle los efectos de la meditación en nuestra salud física y mental, en nuestra autoestima, nuestras relaciones interpersonales y nuestro trabajo. Pero las consecuencias de esta expansión de la consciencia van mucho más allá de la salud y el bienestar psicofísico personal. Sus consecuencias morales y éticas en la convivencia humana y en nuestra relación con el medio ambiente, con todos los seres sensibles que lo habitan, son extraordinarias. Cuando desde la vivencia, no sólo desde el intelecto, nos percibimos como manifestación de un principio que posee la maravillosa capacidad de adoptar todas las formas, colores, aromas, sonidos y vibraciones que podamos imaginar, el sentido sagrado de todo lo que existe se nos revela de manera instantánea e irrefutable. De este modo, la compasión, la solidaridad, el cuidado de la vida en todas sus formas y el respeto por la integridad de las otras personas se convierten en una consecuencia natural, espontánea e inmediata.

Afirmo entonces, que la práctica de la meditación se ha convertido en una condición fundamental para nuestra supervivencia como especie y para la preservación de nuestro planeta. Sólo una humanidad consciente de su identidad con todo lo que existe en el Cosmos puede convertirse en una especie que cuide y preserve la vida en esta tierra, en lugar de ser su principal amenaza, como lo es en la actualidad.

Es preciso repetir que esta experiencia no es el resultado de fantasías ni creencias ingenuas. Se trata de un hecho fundamental e incontrastable, para acceder al cual sólo es preciso desarrollar las habilidades necesarias, como en toda práctica. De ninguna manera hablaré aquí de esas promesas de eternidad que nuestro pequeño y temeroso ego ansía. No estoy interesado en ningún método que garantice la existencia eterna de nada que sea individual y separado, como cada ser humano; pues todo lo que es individual termina diluyéndose nuevamente en el Todo. Plantas, animales, personas, montañas, mares, planetas, estrellas, galaxias, no importa su tamaño, no importa cuánto duren, todo está destinado a esfumarse, tarde o temprano, para volver a La Fuente. No me referiré a ningún sistema que nos prometa un resultado mágico en el futuro. Estoy hablando de una práctica que permite, a toda persona que se comprometa a llevarla a cabo sistemáticamente, liberarse de todo mecanismo de conducta, patrón, actitud o dogma que, de una manera más o menos sutil, la mantenga encerrada en la ilusión de la existencia separada de la totalidad, a fin de que pueda experimentar, no mañana ni después de la muerte, sino aquí y ahora, la experiencia de absoluta unidad con lo único que es eterno, La Gran Madre y Gran Padre de todo lo que existe, el Universo, la Existencia, la Vida o cualquiera de los otros nombres que ya hemos mencionado.

Abandonar las ilusiones de eternidad no le quita sentido a la vida, todo lo contrario. No estamos hablando aquí de nihilismo ni de negación de la trascendencia, sino simplemente de soltar la necesidad del ego de proyectarse en fantasías de eternidad de las cuales no tiene ninguna evidencia, para, en cambio, experimentar el fluir eterno de la existencia en el aquí y ahora, fuera del tiempo lineal, libre de las angustias y aprehensiones generadas por la consciencia del pasado y el futuro. Abandonar las ilusiones de eternidad no sólo no le quita sentido a la vida, sino que colma de brillo, intensidad y profundo significado a cada instante que nos toca experimentar. Su carácter efímero no le quita belleza a la rosa, ni gracia a la sonrisa de un niño, ni trascendencia a ese beso que cambió nuestra vida para siempre. Una mente meditativa encuentra la eternidad en cada segundo.

Insisto, porque es fundamental: como esta práctica no se basa en ningún sistema de creencias, puede ser llevada a cabo por personas que pertenezcan a cualquier religión e incluso por agnósticos y ateos. No es preciso creer ni estar en contra de ninguna creencia para recuperar la experiencia de unidad y vivir en la presencia.

Sin embargo, es perfectamente válida la siguiente pregunta: si en nuestra realidad cotidiana estamos más identificados con el remolino que con el río, con la botella que con el mar; si nos sentimos una parte aislada y sola en lugar de experimentar el éxtasis del Flujo Universal; si la aprehensión y el miedo que siente toda parte separada nos va volviendo personas atemorizadas e inseguras, o bien agresivas y prepotentes (lo cual no es más que una compensación del temor) ¿cómo podemos hacer para alcanzar esta experiencia de apertura, de confianza, de libertad? ¿Cómo podemos volver a sentirnos mar en lugar de olas separadas, ríos en lugar de remolinos? ¿Cómo recuperamos la existencia desde el Ser y su infinita amplitud en lugar de seguir viviendo desde el ego y su permanente contracción?

Y si a esta pregunta la enmarcamos dentro de una cultura y una época en la cual se concibe al ser humano como una pura personalidad y un ego formado por las condiciones del medio ambiente; si las modas filosóficas niegan de raíz la existencia del Ser y nos describen como una mera neuro-computadora programada por sustancias químicas y lenguaje; si la mayor parte de los estímulos y la información que recibimos en las sociedades contemporáneas nos incentivan a encerrarnos más y más en nuestro interior, ¿en qué podremos basarnos para alcanzar una experiencia de auténtica libertad?

Y si a toda esta situación la completamos con mensajes pseudoreligiosos, que nos hablan de una sola verdad, un solo dios, un solo pueblo elegido, una sola tradición válida, todo lo cual, en lugar de unir, divide, y nos encierra aún más en nuestros pensamientos defensivos y neuróticos, ¿a qué clase de conexión podremos recurrir para rescatarnos de todo lo que separa, y volver a la unidad?

Es preciso reconocer que existen muchos malos entendidos acerca de la meditación. Iniciar una práctica sin haber realizado una reflexión profunda acerca de ellos, puede terminar causando confusión y ser contraproducente.

A todas estas preguntas y confusiones procuraré, con la mayor dedicación y honestidad que me sean posibles, brindar respuestas y aclaraciones a lo largo de esta exploración, para luego pasar a la práctica sobre una base consistente. Evitaremos entonces caer en el error de sólo aplicar técnicas cuya naturaleza profunda no es comprendida, y podremos avanzar en el camino de la autoexploración, con conciencia y confianza.

1 Uso del vocablo consciencia: dado que en castellano, a diferencia de lenguas como el inglés o el alemán, no existen dos términos para distinguir el simple darse cuenta de la realidad en el estado de vigilia, de la capacidad moral y ética, que sería más asimilable a la concepción de conciencia espiritual, me tomaré la licencia de usar el vocablo “consciencia” (con s) para la primera acepción; y ”conciencia” (sin s), para la segunda. A lo largo de este trabajo se encontrará este término en ambas acepciones, aunque en algunos casos no es simple determinar cuál es la más apropiada.

2 Estos tres métodos son llevados a la práctica mediante tres disciplinas que permiten la aplicación del Modelo Interacciones Primordiales en la vida cotidiana: el Coaching Primordial, la Psicoterapia Primordial y la Danza Primal, que serán desarrollados más adelante.

3 Daniel Taroppio, El Vínculo Primordial, Ed. Continente, 2010.

4 La concepción hinduista del Universo como un juego creado por Dios, en el cual él juega a las escondidas con nosotros.

5 Para una discusión más profunda sobre este tema ver El Vínculo Primordial, Op. Cit., “Introducción” y el capítulo sobre “El camino científico y el camino religioso”.

Meditación primordial

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