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Combustible de alto octanaje para el cuerpo

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Era junio de 1997 en Sudáfrica, los British Lions estaban a punto de jugar su segundo y crucial Test match contra los anfitriones. El vestuario bullía con el repiqueteo de los tapones de metal contra el piso, el lenguaje colorido y los gritos de “¡Vamos, vamos!” de jugadores henchidos preparándose para la batalla… y el inconfundible ruido de arcadas proveniente del retrete.

El full–back galés Neil Jenkins solía vomitar antes de los partidos. Su estado de ansiedad era tal que se descomponía antes de salir a la cancha; sin embargo, una vez en el campo de juego, era un operador frío que no mostraba signo alguno de lo que le había ocurrido unos minutos antes. Este Test no era diferente.

Durante la semana previa al partido trabajamos mucho sobre la patada de Neil, ya que esperábamos muchos penales a favor. Su tiro a los palos era perfecto y en el partido su juego con el pie nos podía dar la ventaja territorial necesaria que nos permitiera buscar los palos de ellos más veces que Sudáfrica los nuestros. Aunque los sudafricanos apoyaron tres tries, Neil convirtió seis penales para que los Lions alcanzaran una victoria por 18-15 y se quedaran con la serie.

Los efectos de la presión a menudo no son placenteros. Como dijera Luke Donald al comienzo de este capítulo, a veces pueden ser tan severos que se llevan consigo incluso el disfrute de un éxito. Sin embargo, de acuerdo con mi experiencia, la mayoría de los deportistas no cambiarían estas reacciones emocionales previas –la sangre que corre en las venas, el vértigo, ni siquiera los vómitos– por nada.

Hay cierta negatividad asociada con la ansiedad y el nerviosismo y por lo general prevalece la idea de que esos sentimientos evocan vergüenza y deberían evitarse. No querrías que tus colegas en el trabajo o tus adversarios en el terreno deportivo se enteraran de tus nervios y conozcan tu “debilidad”. Yo creo que este es un abordaje erróneo. Hay otra manera, tal vez sorprendente, de abordar los estados de ansiedad que consiste en asumir esos sentimientos.

La adrenalina puede ser tu mejor amiga si entiendes cómo aprovecharla y aprendes a aceptar que es parte de un gran desempeño por venir. He trabajado con innumerables deportistas que sostienen que sin la ansiedad no rendirían de acuerdo con su potencial. Así que, a pesar de que no sea placentero, el impacto de estos sentimientos antes de un evento importante –podría ser una final olímpica, un torneo de fútbol en la empresa o tu primer día de trabajo luego de terminar la facultad– puede, con un manejo apropiado, no solo ser de ayuda sino también vital para que tengas el mejor rendimiento del que eres capaz.

¿Cómo puedes ser valiente si primero no estás asustado? Sentir miedo es natural; todos lo hemos sentido en algún momento de nuestra vida y los deportistas profesionales no son diferentes, más allá de lo que digan. Lo que no es natural es dejar que el miedo nos domine. Lo que muchas veces distingue a los mejores del resto es el coraje. No los actos audaces de valor y heroísmo más apropiados para la pantalla de cine, sino las acciones más pequeñas y cotidianas: la capacidad de controlar el temor. Y no me refiero solo a deportistas. A ningún artista, de ningún nivel, le iría bien si no pudiese controlar su miedo escénico. Ninguna enfermera o médico duraría mucho en su profesión si no pudiese manejar su ansiedad en torno a tomar rápidas decisiones de vida o muerte. Nadie que trabaje en un bar o restaurante podría sobrevivir a un ajetreado viernes a la noche si no pudiese domar su ansiedad ante grupos de personas impredecibles.

No es importante la cantidad de miedo, sino la cantidad de coraje de que disponemos para asumir este miedo y utilizarlo. Entonces es importante considerar la ansiedad como un aspecto positivo del desempeño. Jack Donohue, entrenador olímpico de básquetbol, lo expresó de manera muy ilustrativa: “No se trata de liberarse de las mariposas, sino de hacerlas volar en formación”.

Cuando era entrenador de la selección de rugby de Inglaterra, los pateadores practicaban todos los días de la semana previa a un partido. La práctica de tiros a los postes al principio se concentraba enteramente en la precisión, la calidad de la pegada y la técnica, antes que en la distancia, principalmente debido al impacto que la adrenalina tendría en el desempeño. Hacia el final de la semana, cuando los niveles de ansiedad subían ante la inminencia del partido, los pateadores naturalmente comenzaban a buscar distancias mayores. A esta ansiedad los jugadores la llamaban el “jugo”. La usaban como combustible. No nos concentrábamos antes en la distancia porque podía desembocar en que los jugadores se esforzaran demasiado por patear fuerte y eso interferiría con su técnica, por lo que tendríamos disparos largos pero “sin jugo”. Estos jugadores –los mejores del país– comprendían implícitamente la necesidad de la ansiedad como combustible de su desempeño.

El hecho de que se pueda aprovechar la ansiedad estado para mejorar el rendimiento en el fragor de la batalla no significa que los efectos previos al evento dejen de ser displacenteros. Neil Jenkins podía descomponerse antes de entrar al campo de juego, pero una vez dentro era un fantástico jugador, que usaba su ansiedad para mejorar su desempeño en los partidos más importantes. Otra persona que sabe alguna que otra cosa sobre rendimiento bajo presión, Jack Nicklaus, ganador de dieciocho majors, dijo:

No sé cómo puedes jugar bien si no estás nervioso. Hoy en día no me pongo nervioso salvo cuando estoy en un major y en condiciones de ganarlo. Si solo pudiera aprender a concentrarme cuando no estoy nervioso, y así colocarme en posición de ganar, estaría muy bien.

Para un deportista habilidoso, la ansiedad puede resultar esencial. Los síntomas físicos, como el aumento de los latidos del corazón, la transpiración y la tensión muscular como resultado de la adrenalina son el “jugo” para producir ese pequeño extra de distancia, velocidad, alcance, dureza en el golpe –la capacidad de una persona de sacar de dentro de sí un poco más. Sin esto se entregaría a la complacencia. Recuerdo una ocasión con la selección de rugby de Inglaterra, luego de subir al bus que nos llevaría al campo de juego, comenzamos a discutir con los otros entrenadores si los jugadores estarían a la altura del desafío. ¿Sentían la ansiedad suficiente como para alimentar un gran desempeño?

La liberación de adrenalina prepara el cuerpo para luchar o huir y los actores más capacitados, en cualquier escenario, poseen la habilidad de canalizar este estado a través de la ejecución de un conjunto preciso y bien ensayado de destrezas, mientras que quienes hayan practicado menos no podrán concentrarse con tanta precisión para aprovechar el chorro de adrenalina. Como dijo Donohue: “Si tu concentración está en el lugar correcto –por ejemplo, recordarte cómo focalizarte mejor en tu tarea y luego entregarte a ella–, las mariposas volarán en formación”.

¿Pero exactamente cómo logramos que lo hagan?

El principio de la presión

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