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De la ansiedad al entusiasmo

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El concepto C-J, aunque provenga de los deportes, es una herramienta muy útil para ayudarte a comprender y diagnosticar las potenciales presiones que pueden afectar a las personas en cualquier actividad. Mi esperanza es que te sirva de lista de control para revisar cuando tengas que hacer algo bajo presión –ya sea tu swing en el día de golf de la empresa o tu postura y lenguaje corporal cuando estás en tu escritorio con una pila de trabajo por delante que no parece achicarse.

La manera más efectiva de aprender o mejorar algo es aplicar un método que suelo llamar “el efecto dentista”. La mayoría de nosotros hemos recibido una inyección de anestesia antes de que el dentista comience a aplicar el torno y luego, cuando sentimos que tenemos un globo en la cara y no podemos beber nada sin que se nos derrame por el mentón, nos hemos dirigido al espejo solo para ver que no hay hinchazón visible. Solo es una sensación.

Para realizar un cambio en nuestro método o técnica cuando hacemos algo distinto, al principio necesitamos exagerarlo de manera que se sienta sustancial y extraño. Cambias hasta un punto más allá del que deberías. Si eres un pateador y quieres mejorar tu golpe a través de la pelota, en vez de hacer lo que haces habitualmente y luego agregarle el golpe a través, trata de tomar carrera tres o cuatro pasos más que los necesarios; si eres un golfista, trata de extender tu swing hacia el objetivo, trata de agrandarlo incluso rozando algún punto en el césped un poco más allá de tu pierna delantera –más allá de lo necesario–; si tienes que hacer presentaciones en el trabajo, durante las cuales tiendes a balbucear y mirar hacia abajo, trata de proyectar la voz más fuerte que lo necesario e inflar tu postura de mando hasta el punto en que la sientas un poco incómoda.

Si exageras estos cambios cuando practicas, luego cuando llegue el momento de hacerlo de verdad, cuando la presión muerde y los músculos se tensan, tendrás en tu memoria la sensación de llegar más lejos con tu patada o extender más tu swing o adoptar tu postura de mando y proyectar una voz fuerte en una sala llena. Puede que lo sientas un poco diferente o incómodo cuando lo haces de verdad –deberías sentirte más allá de tu zona de comodidad–, pero igual que con la hinchazón fantasma luego de visitar al dentista, el observador externo no lo notará. Cuando se trata de hablar en público, una buena idea es practicar frente a un espejo con la postura de mando: quizás te sientas raro al realinear tus hombros, espalda y cuello, pero en el espejo lucirás simplemente confiado.

Al hacer estos cambios y sentir el “efecto dentista”, te irás alejando del lado C, de los potenciales efectos físicos de la presión, hacia el lado J de la tabla, donde podrás manejar mejor el impacto físico de la ansiedad. Cuando haces ese desplazamiento, tu sensación de ansiedad, el nudo en el estómago antes del partido, tal vez se manifiesten con los mismos síntomas –piensa en Neil Jenkins vomitando antes de un partido–, pero es probable que sean esperados y bienvenidos –que se conviertan en parte del entusiasmo–. Ese entusiasmo por el que Jack Nicklaus daría todo por volver a sentir al comienzo de un major –el entusiasmo que es combustible de alto octanaje para un gran rendimiento.

La ansiedad no es una debilidad. Necesitamos reencuadrar cómo nos sentimos en torno a ella y entender que la producción de adrenalina es una respuesta natural del cuerpo a un evento pendiente cargado de presión. Es el famoso mecanismo de “luchar o huir”, un regalo que la evolución nos lega de nuestros ancestros, para quienes era una respuesta vital ante el peligro, pero que hoy se aplica a muchas situaciones modernas que no son literalmente peligrosas. Por lo tanto, mediante la práctica y la toma de conciencia podemos movernos hacia la columna derecha de la tabla C-J y tomar cierto grado de control sobre nuestros sentimientos de ansiedad. Con la práctica, podemos manejar estos efectos de la presión y convertirlos en entusiasmo, que siempre es bienvenido. Y si podemos lograr esto, podremos entonces rendir mejor, a la altura de nuestro potencial, bajo presión. Nuestra expectativa ante un evento de mucha presión no debería ser de pavor, sino más parecida a la excitación de un niño antes de Navidad.


El principio de la presión

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