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El mito de la nutrición y el adelgazar
ОглавлениеEl peligro no está en lo que ignoramos, sino en lo que creemos saber.
Muchas personas creen que pasa algo mágico cuando uno se cuida un poco. Espera que ocurra lo imposible y, obviamente, tras ese error la sensación de fracaso y desesperación después se transforma en algo como el edificio de las escaleras de M. C. Escher donde todas conducen al mismo lugar de donde se partió y terminan donde uno arrancó.
Muchas veces, entre tantos viajes, uno aprovecha los tiempos que parecen ser muertos para cargarlos de actividades y vida. Me han tocado más de veinte horas en un aeropuerto y las he aprovechado enteramente para ponerme al día con las lecturas y los apuntes de nuevos libros, entre ellos este mismo. Y no ha podido ser más sensacional el incidente que acabo de presenciar, ya que estoy acostumbrado a este tipo de situaciones en el consultorio, pero nunca en un aeropuerto. Mientras tomaba mi té y escribo estas líneas, al lado mío hay dos chicas conversando de la vida mientras yo pensaba en todas las situaciones que llevan a los humanos a tener los desórdenes alimenticios que tienen, llevándolos muchas veces a la obesidad. Por lo general, una de las costumbres curiosas que le enseño a mi hijo, Natan, es que observe a las personas siempre, que mire a sus ojos cuando les habla y que los mire cuando le hablan. Verá pequeñas cosas que le ayudarán el día de mañana a poder tener una perfecta comunicación con su entorno. Uno de mis hábitos también es observar mucho a las personas, obviamente, soy demasiado curioso en lo que les puede estar pasando, y entre esas curiosidades escuché que estas dos chicas estaban hablando de lo que comían y de su vida cotidiana con la nutrición.
Es una conversación que me llamó mucho la atención, ya que, en un aeropuerto, las conversaciones son de lugares para ver o sitios visitados, de lo que se hizo o se hará, de los vuelos, de los retrasos, de las anécdotas que tienen millones en estos puertos aéreos hacia sueños de otros mundos, huyendo de realidades o nuevas oportunidades de trabajo. Pero escuchar esa conversación me llamó la atención, cuando una de ellas le estaba explicando a la otra cómo tenía que comer, que a partir de que lo hiciera ella le había cambiado la vida y es algo que debería de hacer todo el mundo. Dos puntos principales eran que no comía carne y que no tomaba leche, así que, cuando escuché esos dos puntos principales, miré la mesa de al lado para ver de quién se trataban esas ideas. Eran dos chicas, una que parecía una modelo, cuidada hasta el último detalle, con su bolsa de marca y, vestida a la última moda; y, la otra, una persona en la que se notaba un descuido absoluto con el cuerpo, pasada de peso en unos treinta kilos, despeinada y desprolija. Me llamó rotundamente la atención que la que estaba dando la cátedra de nutrición era esta última chica.
Todavía creo que el ser humano tiene un gen agregado desde hace como 10 000 años que es el de la idiotez, el gen que nos hace creer en un montón de chorradas que no se sostienen por nada. Ese gen de la idiotez hace que nos dominen las adicciones y, entre ellas, los miedos, las pasiones y/o la peor de todas: el EGO. Realmente, no sé si pensar que, al añadirse ese gen dentro de esas mutaciones o por uno de esos eslabones perdidos que tenemos, también perdimos el de la armonía. Porque todo lo que nos rodea actualmente pasa por el superpoder de ser lo que no somos, el encontrar la armonía con posiciones extrañas frente a una foto bonita. Escuchar música zen, el ruido de las olas o respiraciones extrañas. ¿Qué pasa con nuestra genética? ¿Qué pasa con nuestra armonía genética? ¿Que tienen el resto de los animales o seres vivos de la tierra? ¿Por qué tenemos que aspirar a ser como el maestro que trasciende o sentirnos orgullosos de personajes que nunca vimos? ¿Por qué existe la violencia, el robo, las violaciones o, permanentemente, las guerras por causas cada vez más complejas y simples para los idiotas?
El ser humano tiene millones de años, ¿recuerdan? Estábamos con el Paleolítico, pero es recién en estos últimos 10 000 años que empezó con todas las tonterías que nos rodean y, lo que es peor, no nos damos cuenta. Si miramos solamente retratos humanos de los últimos mil años, solamente mil años, nos parecerá que hubo millones de especies humanas. Vistiéndonos de miles de maneras diferentes, con pelucas, sin pelucas, con botas y sin botas, hasta lo último de lo último… «las marcas». Las marcas no son más que «nombres» de empresas y de personas que figuran ser exitosas y nosotros asumimos vestirnos como ellos para sentirnos exactamente igual. Tal cual lo hacíamos con los dioses en la antigüedad, lo que es peor, es que lo explicamos, lo justificamos y lo hacemos. Recuerdo cuando tenía 16 años, cuando todavía no estaba tan impuesto el tema de las «marcas», que apareció un film que se llamaba Volver al futuro, ese film tiene una parte muy graciosa donde el actor que en realidad viaja al pasado para encontrarse con sus padres y se encuentra con su madre que se enamora de él. La situación ocurre en los años 50, cuando no existían las marcas de ropa, y, cuando el protagonista la encuentra y tiene un momento casi íntimo, ella le ve los calzoncillos y piensa que se llama Calvin, porque en los calzoncillos decía Calvin Klein. Esa escena muestra claramente como nos vestimos con el nombre de otra persona que no somos nosotros. Luchamos para ser diferentes, para crecer, pero el camino más fácil y estúpido es asumir una identidad falsa. Y lo que es peor, luego creer en esa identidad falsa.
Recuerdo una visita que tuve en el Pergamon Museum de Berlín, quizás uno de los mejores museos del mundo. Allí, aparte de encontrarme con el palacio de Pérgamo completo, lo que más me llamó la atención fue la puerta de Ishtar de Babilonia. Realmente es impresionante cómo pudo sobrevivir en el tiempo, ya que tiene miles de años —de la época de Nabucodonosor II—. Por esa puerta había entrado Alejandro Magno en el año 300 antes de Cristo, quedando enamorado. Tanto fue así, que haría de Babilonia la capital de su imperio. Cuando la vi, pensé que era realmente entendible. Pero lo que más me llamó la atención de toda esa formidable portada fue la inscripción que tenía a la izquierda del muro a la entrada, en escritura cuneiforme. Era la presentación de Nabucodonosor II y explicaba cómo estaba decorada la puerta, dónde se representaba al dragón de Marduk y a las otras bestias. El nombre de él, que quede grabado para la posteridad, el nombre.
Que importante son los nombres, hasta el de Calvin que llevaba el protagonista en los calzoncillos, que importante es el ego en esta especie humana. ¿Qué nos pasó? ¿Qué le pasó al Paleolítico que solamente pintaba manos unas encima de otras?
Sin embargo, es tanta la información que tengo para compartir que me tengo que cuidar de que sea ordenada y entendible, ya que, no nos olvidemos, estaba en el aeropuerto escuchando a una de estas dos chicas, que le explicaba a la otra cómo tenía que comer. Viéndola como estaba era obvio que sabía comer muy bien, pero lo que ella le explicaba era que, pese a que no consumía ni carne ni leche, no conseguía bajar de peso. Y mientras decía eso se comía tres pancitos con jamón y tomaba una copa de vino tinto. Que tenía un problema hormonal de las tiroides y que «su» endocrino no daba pie con bola con la dosis de «T4». En fin. Lo sé, lo sé, ustedes están tentados de preguntarme por qué no le dije que las vacas tampoco comen carne ni toman leche y están igual, y no es porque tengan problemas hormonales.
Ese es el gen estúpido que quiero que descubran en ustedes mismos, es el que nos lleva a hacer tonterías algunas veces y no entendemos cómo pudimos tomar esa decisión equivocada, es algo así como poner nuestro cerebro en stand by a merced de los otros. Es algo tonto, como dejar que alguien tome nuestras decisiones para no responsabilizarnos del resultado fatídico que será, seguramente. Ninguna decisión que sea tomada por un tercero para nuestra vida puede ser beneficiosa para nosotros cien por ciento. Ya que la otra persona que está tomando la decisión lo está haciendo para su beneficio, que si nos quiere seguramente pueda acertar en nuestra vida, pero no en nuestra formación como personas. Necesitamos aprender a arriesgarnos, a tomar decisiones, incluso equivocadas, para aprender que la vida es nuestra. Solamente nosotros podemos ayudarnos a crecer. Eso lo veo en la crianza que tengo con mi hijo, en las decisiones que tengo que tomar por él para su beneficio, que es el mío propio. Ya que verlo feliz es mi mejor satisfacción, pero también intento que aprenda a tomarlas él y que no tenga miedo a equivocarse.
Al final, la vida es solamente eso, tomar decisiones, buenas y malas; y nuestro presente es el resultado final de un conjunto de decisiones. Muchos podrán defenderse, en su lugar de víctima, alegando que no han tenido suerte como otros muchos. Pero los que han tenido suerte para ganar una carrera, es porque les sorprendió en plena carrera y no en la tribuna viendo como los otros corrían y ellos no.
Por eso, volviendo a estas dos chicas y, sobre todo, a la que estaba dando la cátedra de metabolismo, sería bueno que intentara «elegir» no comer lo que estaba comiendo. Elegir no ir a una sala vip, elegir no sentarse en un lugar de bocadillos, elegir no tomar vino, etc. Y vería como su sistema endocrino le iba a funcionar como funciona el mío.
El mito de creer que por ponerle algo light al café compensa la dosis de torta o pizza de la noche anterior, es una de las fortalezas que tiene nuestra sociedad para hacernos creer que nuestro éxito depende de ellos y no de nosotros.
Vivir cómodos como los cándidos es el slogan de la mayoría de las sociedades, trabajar para jubilarnos y no para disfrutar de lo que hacemos. Trabajar para disfrutar de nuestra jubilación es un discurso esclavista, es creer en un paraíso que está prácticamente en nuestra muerte. Tenemos que disfrutar de lo que hacemos, sino no compensa. Punto. Es por eso que acudimos a muchos refranes que nos hacen trabajar en lo que no nos gusta, como aquel que decía: «siempre que llovió paró». Sin embargo, hay otro que aplicaría a este nuevo punto de encarar la vida, que es aprende a bailar bajo la lluvia.
Esa es la manera activa que tenemos de encarar nuestros problemas e intentar resolverlos, antes de concertar una entrevista con nuestro endocrino y que nos diga que nuestras glándulas hacen lo que quieren. Porque él nunca la vio cómo asesinaba los bocadillos con una copa de vino. El médico es feliz dándole la razón a la paciente y la paciente es feliz porque ella no tiene la culpa, la tienen sus glándulas y el cuerpo forma parte de nuestras vidas, como si se tratara de un tercero que apenas conocemos, un cuerpo con síntomas o problemas de los cuales no nos sentimos responsables de nada, vaya mito generalizado y menuda estupidez que nos creemos.