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GÉNESIS 37:29-36 La consternación de Rubén (37:29-30)

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Volvió Rubén a la cisterna y, al no ver a José en la cisterna, rasgó sus vestidos, se volvió a sus hermanos, y dijo: ¡El muchacho no está! ¿Y ahora qué voy a hacer? (37:29-30).

Rubén, evidentemente, estuvo ausente cuando aparecieron los mercaderes madianitas, lo cual no debe sorprendernos, porque el cuidado de grandes rebaños suponía el constante ir y venir de los hermanos. Él mismo, al hacer sus planes (37:21-22), podía haber pensado en rescatar a José solamente si contaba con la frecuente ausencia de los demás hermanos.

Al ver que José no estaba en la cisterna, temió lo peor: que, durante su ausencia, sus hermanos lo habían matado. Por eso, rasgó sus vestiduras, la manera habitual en aquel entonces de expresar el sumo dolor, la profunda perturbación o la frustración extrema.

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Aunque Rubén deseaba genuinamente rescatar a su hermano menor, llegado el momento de la verdad, podía pensar únicamente en las consecuencias para él mismo, no para José. Si bien no tuvo parte en la venta, entendía que, como el hermano mayor, Jacob lo consideraría responsable. Sabía perfectamente que los hijos mayores tenían cierta responsabilidad por sus hermanos menores y que Jacob le pediría cuentas. Esto explica su grito de angustia: ¿Adónde iré yo? (así, literalmente). ¿Cómo puedo volver a casa y presentarme ante mi padre?

Seguramente, la angustia de Rubén es lo que hizo que los hermanos volvieran a la segunda parte del plan inicial: el de contar a Jacob que José había sido devorado por fieras: Matémoslo y digamos que una mala bestia lo devoró (37:20).

La vida de José

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