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MI CAMINO HACIA LA AVENA
ОглавлениеN ací en el siglo pasado en Sant Cugat del Vallès, un pequeño pueblo cercano a Barcelona en el que nos conocíamos todos. Mi padre era librero y mi madre ama de casa. Mis abuelos eran los masoveros de Can Villà, una masía situada en las afueras del pueblo en donde había vacas, cerdos, gallinas, patos y conejos. Allí pasamos mis hermanos, mis primos y yo los mejores veranos de nuestra infancia. Mi abuela, que era una cocinera excelente y solía reunir a toda la familia y amigos alrededor de su mesa para saborear deliciosos platos que aún recordamos todos.
Corría el año 1967 cuando mi padre enfermó gravemente. Le diagnosticaron una aterosclerosis galopante. Visitó a los mejores especialistas de Barcelona pero todos coincidieron, estaba desahuciado, le quedaban solo unos meses de vida.
Cuando llevaba ya varias semanas encamado, recibimos la visita de un primo lejano que era vegetariano. Hablaron largamente y convenció a mi padre, que no tenía nada que perder, para que hiciera un cambio de vida radical. Ante nuestra sorpresa, tiró a la basura de un manotazo todos los medicamentos que atestaban su mesita de noche y se hizo vegetariano, y con él, de la noche a la mañana, nos hicimos vegetarianos mi madre, mis hermanos y yo. Como buen librero que era, empezó a leer todo lo que se publicaba sobre Medicina Natural mientras iba incorporando algunas prácticas naturistas en su día a día y, poco a poco, contra todo pronóstico, su salud mejoró. Al cabo de pocos meses pudo volver a caminar.
La rápida recuperación de mi padre me impulsó a estudiar Medicina para intentar comprender qué había pasado, cómo era posible que los sesudos y eminentes médicos que le habían desahuciado unos meses atrás estuvieran tan equivocados... y de ahí surgió mi vocación.
Me matriculé en Medicina en el Hospital Clínic de Barcelona y empecé a leer toda la literatura naturista de la biblioteca de mi padre, libros de Nicolás Capo, Vander, Castro, Dr. Lezaeta, Dr. Honorio Gimeno, Dr. Vicente Ferrándiz... Algunos de ellos citaban a autores alemanes, y así fue como descubrí el vasto mundo de la Medicina Natural centroeuropea, completamente desconocido en España por aquel entonces. Deslumbrado por el nuevo horizonte que se me abría, escribí a aquellos eminentes médicos naturistas, quería ir allí para ver y entender cómo funcionaba la Medicina que había curado a mi padre.
La primera respuesta que recibí fue la del Dr. Herbert Scholz, que me invitaba a pasar unos días con su familia para conocer lo que hacía. Por aquel entonces era un médico en la cincuentena que ejercía en Badenweiler, un pueblecito en el corazón de la Selva Negra alemana. Era un médico muy avanzado, con grandes conocimientos de quiropraxia y una habilidad especial para el tratamiento de la columna vertebral. Pero su curiosidad y conocimientos no tenían fin, utilizaba también la acupuntura, la moxibustión, la terapia neural, la homotoxicología, la ozonoterapia y aplicaba las ventosas en sus diferentes formas. La primera cámara de frío de Alemania —para realizar tratamientos de crioterapia a –150 °C— llegó a su consulta procedente de Japón. Más tarde fue quien introdujo en Alemania los tratamientos de quelación, procedentes, en este caso, de los EE.UU.
No hace falta decir que el Dr. Scholz me marcó de por vida por ser un médico vegetariano profundamente convencido, por su insaciable curiosidad, sus vastos conocimientos y su imponente personalidad. Entre nosotros nació una amistad que duró hasta su muerte y que aún conservo con su familia. Recuerdo como si fuera ayer los paseos diarios entre su vivienda (un antiguo molino que había reconstruido con sus propias manos) y su consulta situada a un kilómetro de distancia, a través de hermosos bosques y el Kurpark, un impresionante jardín «curativo» que el municipio de Badenweiler pone a disposición de sus habitantes.
El Dr. Scholz me recomendó después ante su colega, el Dr. Erik Röhling. El Dr. Röhling regentaba una preciosa clínica de Medicina Natural con sesenta camas a los pies del Karwendel, la montaña más alta de Alemania. Él y su esposa María, responsable de la cocina de la clínica, habían creado un auténtico espacio curativo por el que desfilaron miles de enfermos crónicos de todo tipo. La importancia de la Medicina Natural en Alemania era tal en aquellos días que la Seguridad Social alemana pagaba una estancia anual en una de estas clínicas a toda persona que lo necesitara. En la clínica Röhling descubrí la filosofía de Are y Ebba Waerland, un movimiento reformista sueco para el que la alimentación a base de cereales y langmilch (literalmente, «leche larga») era la clave del éxito; allí asistí a curaciones casi milagrosas de pacientes con esclerosis múltiple.
También contestó a mi carta el Dr. Werner Zabel, que era algo mayor y se estaba ya retirando. Tenía una clínica de Medicina Natural en Berchtesgaden, centrada en la alimentación vegetariana. Estaba muy cerca del famoso Nido de Águilas de Hitler y, de hecho, durante la Segunda Guerra Mundial, siempre que Hitler se alojaba en el Nido de Águilas su comida vegetariana procedía del cocinero del Dr. Zabel, sin que ello significara que este fuera filonazi.
En aquellos años en Alemania pude observar que en los menús de las clínicas en que trabajaba siempre aparecía una especie de crema mucilaginosa que me intrigó, y que los pacientes tomaban con gusto. Inspirado por los comentarios de estos y viendo sus mejorías, intuí entonces que ese «mucílago mágico» debía tener algo que ver con su curación, y ahí nació mi curiosidad hacia un cereal que era entonces para mí absolutamente desconocido, la avena.
Con el tiempo fui profundizando en el estudio de las muchas propiedades curativas de la avena, que pronto pasó a formar parte de mis recomendaciones dietéticas hasta que, unos años después, creé la Monodieta de Avena del Dr. Pros que encontrarán en este libro, una herramienta terapéutica maravillosa que sigo aplicando cada día en mis pacientes con grandes resultados.