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¿POR QUÉ? [I]

Dicen los orientales que los milagros no se producen en torno nuestro porque vivimos demasiado ruidosamente.

Nosotros sonreímos escépticos, diciéndonos que los milagros no existen, porque la ciencia ha barrido, con sus verdades, todas las viejas supersticiones.

¿Tú lo crees, lectora amiga?

A la ciencia no le sirve toda su sabiduría para contestar a la más humilde pregunta de un niño.

Un día lo sabremos todo, y entonces seremos semejantes a dioses, como prometió la serpiente a nuestra madre, porque el árbol de la ciencia está entre nosotros y Dios mismo consiente que comamos de él.

Pero hoy somos aún ignorantes criaturas, y vivimos en un mundo maravilloso, como pobres ciegos que anduvieran a tientas por los palacios de Aladino. Él nos rodea, nos envuelve. Parece que, a veces, el misterio trata de llegar a nuestra alma: y una vez es la corazonada, otras, el sueño que se cumple, la sonrisa del recién nacido, la mano que a nosotros se tiende en los momentos angustiosos, el admirable instinto de los animales, la suerte que persigue a un desdichado y hace de un ser inútil un gran hombre… Tantas y tantas cosas incomprensibles y sorprendentes que presenciamos en el curso de nuestra vida sin querer pensar demasiado en ellas.

Vemos salir el sol todos los días por el mismo sitio y ocultarse por el mismo lado; vemos brotar los arroyos de la tierra y cubrirse los campos de flores… Pero todo ello es natural, ¡siempre ha sido así! Sabemos que la naturaleza se rige por leyes, y vivimos tranquilos mientras no las modifique.

Lo intolerable, o que nuestra sabiduría no puede admitir, es que una ley no se cumpla. Hay en ello un miedo que apenas nos podemos explicar. Si estas leyes que parecen inmutables no lo fueran, ¿qué sería de nosotros? ¿Con qué tranquilidad nos acostaríamos si no estuviéramos seguros de que mañana alumbrará el sol y correrá el arroyo y todo seguirá en el mismo sitio?

Sin embargo, no comprendemos nada. El grano de trigo que fructifica la tierra guarda, en potencia, todo un mundo; la hormiga, que trabaja afanosa, tiene su ley y su moral; los cuerpos químicos tienen sus simpatías y sus repulsiones; la luz que reciben nuestros ojos se descompone en colores que no veremos nunca; existen vibraciones que no tienen significación material, y que los sabios llaman «desconocidas», y serán sonido, o serán luz, o serán algo, para lo cual no tenemos sentidos.

Vivamos, pues, con el alma de hinojos, en espera de la revelación. Preguntémonos «¿por qué?» a todas horas, humildemente, con reverencia. Y es seguro que un día, cuando menos lo esperemos, la verdad infinita nos será revelada.

La Moda Práctica, 5 de abril de 1927

El camino es nuestro

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