Читать книгу El camino es nuestro - Elena Fortún - Страница 28
Оглавление¿POR QUÉ? [V]
En aquel verano las trojes quedaron llenas de trigo; el pan de los hombres estaba asegurado, pero no así el de las bestias. La cosecha de algarroba se había perdido casi en absoluto y la cebada alcanzaba un precio tan fabuloso que únicamente los ricos podían dar de comer al ganado.
En el otoño todo fue bien, porque los prados tuvieron hierba abundante; pero llegó el invierno, con sus días fríos, sus vendavales crueles y la nieve cubriendo los campos. Los animales no podían salir de la cuadra y era preciso darles algo más que paja; los bueyes, que volvían tirando de las carretas ateridos y hambrientos; las vacas paridas, las novillas crecederas, todos se adelgazaban en aquel invierno interminable en que sólo el amo comía.
Tres fanegas de trigo apenas podían cambiarse por una de cebada, y los labradores se exponían a quedarse sin comer un mes para mantener un solo día a su ganado. Alguna vez se hacía un sacrificio por los más débiles, que sin este auxilio hubieran muerto; pero la mayor parte de los animales pasaba los días en las cuadras, rumiando la paja y mirando con sus ojos tristes los pesebres, que en otro tiempo estuvieron bien guarnecidos de sabrosas harinas de cebada y algarroba.
Muchas veces pasó por el magín de estos hombres que si las bestias pudieran comer trigo todo estaría resuelto; pero inmediatamente desechaban la idea como un pecado. Sólo uno mandó moler unas fanegas, y, ocultándose hasta de los suyos, se levantaba a media noche para dar pienso a sus bueyes, fatigados de arar todo el día. Bien sabía él que aquello era el pecado más negro de todos los que manchaban su conciencia; pero sus bueyes tenían hambre, eran viejos y débiles, y era preciso sacarles de aquel invierno, que no parecía tener fin. En el corazón del pobre hombre se libraba una batalla dolorosa y amarga. Él no dudaba un momento que era una espantosa profanación lo que estaba haciendo, y los héroes de Numancia, cuando mataron a sus hijos, no debieron de tener más horribles remordimientos que los que asaltaban al infeliz al mezclar con la paja puñados de blanca harina de trigo, que era como el cuerpo de Dios que había de ser baboseado y rumiado por las bocazas negras de los seres inferiores1.
Llegó la primavera, y con ella empezaron a cubrirse de hierba verde y jugosa los prados. Las vacas de mi hombre, menos escuálidas que las de los otros, fueron las últimas que salieron a pastar, y, tal vez por eso, las primeras que enfermaron del hartazgo.
Seguramente en ello no hubo misterio ninguno; los animales estaban viejos, y la salida de la cuadra caliente al campo helado les hizo más daño que a otros más jóvenes; después, aunque algo comieron durante el invierno, no fue mucho, ni bastante siquiera para saciarse, y así ocurrió que a los ocho días de salir al campo enfermaron uno tras otro y en unas horas quedaron rígidos y estirados sobre el estiércol de la cuadra.
Los ayes y las lágrimas de aquella familia que perdía toda su fortuna y el medio de vivir fueron el suceso más importante del pueblo.
El labrador no lloraba; un dolor sombrío y reconcentrado llenaba las horas de su vida. El día entero se le veía sentado a la puerta de su casa, silencioso y hostil, hasta que una mañana temprano tomó el camino de la iglesia, que no había vuelto a pisar desde el invierno, para confesar, entre sollozos que le desgarraban el pecho, su horrible pecado.
El buen sacerdote, que en toda su teología no encontró nunca nada que tratara de estos problemas campestres, escuchaba sorprendido; pero en su conciencia de hombre bueno se alzaba una voz misteriosa que le decía que allí donde un hombre de la ciudad no hallaría pecado alguno, el alma primitiva del hombre del campo, apenas desprendida del regazo de Dios, se acusaba de haber trastornado el orden natural de las cosas, sabiendo que es la mayor herejía que un ser humano se puede permitir. ¿Por qué?
La Moda Práctica, 20 de septiembre de 1927
1 El simbolismo del trigo como resurrección (una vez molido se hace pan) es muy antiguo, como lo acreditan las tumbas egipcias. No hay que olvidar que se trata de uno de los primeros cultivos del hombre y, por lo tanto, reservado para su alimento. El cristianismo se ha apropiado de la simbología del trigo; baste recordar que el pan fue el alimento de la última cena y en torno a él se celebra el sacramento de la eucaristía.