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¿POR QUÉ SE HAN HECHO TANTAS OBRAS MAESTRAS?
FRA ANGÉLICO, LA ANUNCIACIÓN

En el monasterio de dominicos de Fiesole, llamó la campana a maitines, y todas las puertas del claustro se abrieron como tumbas. De cada puerta salió un fantasma envuelto y encapuchado en una capa negra.

Alguno tosió, ¡estaba la noche tan fría!

La luna se había tendido sobre la balaustrada sin atreverse a entrar en el claustro.

Una chova miró curiosa, desde lo alto de un ciprés, el desfile de los frailes. «¿Adónde van? ¿De dónde vienen?»

La calavera que miraba al huerto con sus cuencas vacías sonrió a las ingenuas preguntas de la chova, que eran eternas y escalofriantes interrogaciones de la humildad…

Los frailes pasaron arrastrando sus sandalias, que sisearon un rezo al restregarse con las frías losas del claustro, y fueron desapareciendo por una puerta escondida en la sombra.

Después el cristal del aire vibró como si todo él hubiera salido por los tubos del órgano.

Domine, labia mea aperies et os meum annuntiabit laudem tuam, cantaron los frailes; y la luna curiosa se decidió a bajar la balaustrada, arrastrando su vestido de plata hasta la puertecilla de oro.

Todo el huerto húmedo y frío se reanimó con un soplo de primavera. Las violetas, escondidas entre la hierba, mandaron un saludo perfumado a unirse con la melodía del órgano.

Y entonces, un silbido fino y agudo se clavó como un puñal en el corazón de la noche… Una mujer descalza corrió por el huerto hasta la tapia; la sombra de un hombre se alzó por encima de las bardas y saltó ágilmente. Debió de caer en brazos de ella, porque se oyó un grito y un beso. La chova voló escandalizada…

El órgano se apagó y se hizo el silencio. La puertecilla del rincón, blanca de luna, abrió su boca y por ella salieron veinte encapuchados que arrastrando las sandalias desaparecieron en las tumbas de las celdas.

Sólo dos frailes quedaron inmóviles y callados, viendo desaparecer a los demás. El más joven miró al huerto y quedó estático, prendido en la blancura de la luna. El otro, que parecía más viejo, se acercó a él.

—Retírese, hermano Giovanni; la noche está fría y puede hacerle daño el relente. Estas madrugadas de marzo son crueles.

—¡¡Padre, déjeme!!

—Bien, hijo, bien. No tarde mucho. Que Dios le acompañe.

Y los pasos del fraile se perdieron en el claustro. Después se oyó cerrar la puerta…, después nada…

Fra Angélico continuó inmóvil mirando al huerto blanco y fragante de violetas.

Enfrente de él, el vestíbulo de la capilla, que con el legado de un rico comerciante se estaba construyendo, se bañaba en la luna y era tenue e impreciso como un sueño.

Pero ¿qué era aquella tela oscura que pendía de tres clavos en la pared del vestíbulo? El fraile nunca había visto allí cosa alguna. Tal vez la hija del jardinero habría puesto a secar algún paño de la Iglesia.

Un cuchicheo y una risa ahogada de mujer le sobresaltaron. ¿Quién reía? ¡Bah!, cosas del demonio que no descansa en su anhelo de perder almas…

Y Fra Angélico siguió inmóvil en la contemplación de la luna de plata, y el vestíbulo de jaspe…

Poco a poco, el paño oscuro que pendía del techo se fue precisando. Era un cortinón de brocado, que después de cubrir un banco arrastraba un buen trozo por el suelo. Y por la puertecilla del vestíbulo, que siempre estaba cerrada, vio el fraile avanzar a una niña delgada, tenue, translúcida…

Fra Angélico sintió el escalofrío de lo sobrenatural. Temió caer y se agarró fuertemente a la balaustrada…

La Virgen se sentó sobre el banco y el paño de brocado que le cubría, y abrió el libro que llevaba en la mano, inclinando hacia él su dorada cabeza…

Una nube pasó por delante de la luna, dejando el huerto en sombra un instante…, pero en aquel momento, en el Oriente se desgarró el cielo con luz milagrosa…

El fraile cerró los ojos aturdido, y al abrirlos vio que delante de la Virgen se inclinaba un personaje celestial.

Era Gabriel, no podía ser otro. Su vestido era de luz rosada de aurora, las inmensas alas de oro, y de oro el nimbo de su cabeza… ¿Fue su voz o fueron todas las voces del Paraíso las que cantaron?

—¡Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres!

Fra Angélico cayó de rodillas, repitiendo las palabras del ángel… Y una voz como un hilo de cristal llenó el aire de armonía:

—¡¡He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra!!

Los ojos extáticos del fraile presenciaron el divino misterio. Del cielo desgarrado por las alas del ángel brotó un rayo de oro que se tendió como una escala hasta el regazo de la Virgen, y por el celestial camino, un Alma blanca, aleteante como una paloma, vino a refugiarse en el seno virginal de la Virgen… La luz que iluminó el misterio encendió de rojo el huerto envolviendo en su gloria a un hombre y una mujer que huían, seguidos por alguien que se alzaba detrás de ellos…

Fra Angélico no vio más; los oídos le zumbaron, los ojos se le oscurecieron y cayó al suelo desvanecido…

Por la mañana, le hallaron los frailes tendido sobre las frías losas del claustro, y helado como un muerto.

Al despertar en la tarima de su celda, oyó ruidos de pasos y voces en el claustro.

—¿Qué pasa? —preguntó incorporándose asustado.

—No hable que todavía no está para ello —dijo el hermano enfermero que rezaba a su lado—. Esta noche han querido robar el tesoro del monasterio.

—¿Cómo? ¿Qué dice?

—Todos hemos creído que su desmayo tenía esa causa. Desde el claustro debió de verlo todo…

—¿Ver? ¿A quién?

—Al mozo que podó las parras el mes pasado, y que esta noche ha saltado la tapia del huerto.

—Sí…, esta noche yo he visto… ¡Bendito seas, Dios mío, que has mostrado a tu siervo la maravilla de tu amor!… Y he visto también a un hombre y una mujer que huían envueltos en luz gloriosa de milagro…

—¿Una mujer, dice? Sería la desvergonzada Fiammetta, la hija del jardinero que también ha desaparecido… Es preciso que diga eso al padre prior.

—¡Creí que serían Adán y Eva…!

—¡Hermano Giovanni, aún no está para hablar y delira!

Royal, febrero de 1927

El camino es nuestro

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