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¿POR QUÉ? [IX]

Observad que no conviene hablar mucho de nuestros éxitos; parece que al ruido de nuestra felicidad se despiertan no sé qué desconocidas sombras, que apagan las risas y las convierten en lágrimas.

Némesis era entre los griegos la diosa que castigaba todos los excesos de fortuna o de orgullo. Se la representaba con un dedo junto a la boca, para indicar la moderación de la palabra, y con un brazo figurando la medida de un codo. Es decir, dando el gran consejo de guardar mesura y silencio. «Nada de más» es la inscripción délfica que guarda de la envidia de los dioses.

Se cuenta que hubo un hombre llamado Polícrates que arrojó al mar su más precioso anillo para conjurar las desgracias que esperaba ver caer sobre su vida dichosa. Un pescador llevó a los pocos días a su palacio un pez, dentro del cual fue hallada la alhaja, y Polícrates comprendió que los dioses rehusaban su ofrenda. Esperó resignado la desgracia, que no tardó en llegar, y ella fue tal que el griego perdió la vida.

Estas historias lejanas no son tan despreciables como pudiera parecer. Los tiempos han cambiado, pero la vida es la misma y las leyes que rigen el mundo espiritual son las mismas también.

El exceso de felicidad, los éxitos repetidos siguen atrayendo, como entonces, las desdichas en torno de los felices. Es como si el ruido de una felicidad demasiado ruidosa atrajese las miradas de Némesis, que hasta entonces los tuvo olvidados.

Ahora que los dioses se convirtieron en polvo y la diosa vengadora es sólo una lejana sombra, ¿a quién culpar de una venganza que es demasiado repetida para ser negada?

A veces se piensa que la envidia que un ser feliz despierta será como un vaho turbio y espeso, que subirá a las nubes para caer convertido en lágrimas sobre la vida feliz que despertó la envidia.

El poder del pensamiento es enorme, y aún mayor el de los malos pensamientos.

La envidia de los dioses sigue existiendo, y esos dioses nunca han sido otros que nuestros pensamientos, vibrantes, que pudiendo extender la paz por el mundo se unieron sólo para odiar y maldecir.

Esta es la única explicación comprensible. Si esto no es, ¿por qué seguimos sintiendo caer sobre nosotros una maldición cuando nos encontramos en plena felicidad? ¿Por qué?

La Moda Práctica, 15 de septiembre de 1929

El camino es nuestro

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