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¿POR QUÉ? [VI]

El mundo moral tiene sus costumbres y sus leyes, que la humanidad ha observado dando a la experiencia popular frases y refranes que son como el título de los capítulos de la vida: «Bienvenido seas, Mal, si vienes solo», dicen las gentes cuando el dolor llama a su puerta; y el Mal, que suele venir siempre como heraldo de todas las amarguras, sonríe burlón y entra en la casa como dueño en sus dominios, preparando con ayes y lágrimas el aposento de los grandes dolores que le siguen.

Y en el hogar venturoso donde nada hacía presentir la llegada del monstruo muere la persona más necesaria y querida, enferman los jóvenes, se pierde la cosecha, y a los gritos de los que aún pueden llorar van acudiendo, como murciélagos silenciosos, la deshonra, la miseria, el hambre… ¿No habéis observado que nunca muere una persona de una familia sin que la sigan dos o tres y la desdicha caiga sobre la casa en todas las formas imaginables?

¿Y creéis que sería así si hubiéramos aprendido a recibir el dolor como emisario divino, dándole hospitalidad en un corazón limpio y humilde? No; es casi seguro que las grandes tragedias familiares vienen siempre atraídas por la manera absurda que tenemos de recibirlas.

El dolor, en la casa del justo, inclina la cabeza antes de entrar y toma la expresión de quien va a recibirle; si hay dignidad en la primera persona que sale a su encuentro, se torna digno y silencioso; pero si es recibido con gritos y maldiciones, nadie habrá que pueda echarle de una casa que tomó por asalto. Y aquí la sabiduría popular hizo también el comentario que la experiencia confirma: «En la casa del que jura, nunca falta desventura».

No puede faltar el dolor allí donde se está creando la desdicha todos los días, donde los pensamientos salen temblorosos y oscuros y parecen condenarse en una sola forma única de amargura y horror.

Es posible que la desgracia sea una de las formas que tiene el misterio de manifestarse. La muerte, que cuando nos arrebata a un ser querido la consideramos la desdicha más atroz, no cabe duda de que es uno de los más grandes misterios de nuestra vida, y que para recibirla toda reverencia y respeto nos debiera parecer pequeña.

¿Por qué, entonces, no hemos de pensar que cuando el dolor llama a nuestra puerta es la misma Divinidad la que se pone en comunicación con nosotros?

Pensaréis que con esto que os he dicho, aunque hubierais aprendido a llevar dignamente las desgracias, seguiríais sin poder resolver el problema de por qué el dolor viene siempre en rachas y parece como apresurarse a dejar caer sobre una familia, en unos meses, lo que sería natural que se repartiera en años.

Yo tampoco lo sé, amigas mías, y este es uno de los infinitos porqués de nuestra vida misteriosa.

La Moda Práctica, 5 de octubre de 1927

El camino es nuestro

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