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PRÓLOGO

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No siempre las apariencias engañan y no es verdad que los monstruos no existan. Los niños deberían saberlo y no se les puede negar el mundo tal y como es con la noble intención de protegerles. Sería una excusa y un aplazamiento peligroso para el conocimiento de la realidad. En el mundo hay dualidad: comprender el bien sin conocer el mal sería como negar la existencia del libre albedrío. A los niños se les debe explicar que, aunque todos los seres humanos son iguales, existe una infinidad de diferencias que hacen que cada persona sea un individuo único e irrepetible. Diferencias impuestas por diversas influencias: aquellas dentro de la familia, en el ambiente escolar y las impuestas por la sociedad y el entorno. Todas ellas determinan el desarrollo cognitivo, físico y espiritual del individuo. A través de estas influencias, el individuo se forma y en la edad adulta elige cómo actuar. Distinguir el bien del mal y elegir actuar bien, aceptando la existencia del mal y rechazarlo, es un acto que demuestra la comprensión de la dualidad y la posibilidad de moverse con mayor seguridad y conocimiento en el viaje de una existencia eterna. Los seres humanos siempre han hablado del mal, abordando el tema desde diferentes premisas. Podríamos decir que cada época tiene su mal, que debe ser abordado y nunca ignorado como si no existiese. ¿Pero el mal es en realidad una alternativa al bien? ¿Es verdaderamente una elección? Existe la posibilidad de que se determine por una serie de dificultades, ya sea al (con)ceder a algo que apoye cualquier carencia del ser humano, pero para abordar este tema se necesitaría explorar otras respuestas relacionadas con este asunto, optando por un camino sensato. El ser humano en su totalidad y sobre todo en su dimensión espiritual es el único que puede distinguir el bien del mal. Cuando no se alcanza esta plenitud, discernir resulta difícil, a veces imposible.

Dalton Clark caminaba durante el alba cogido de la mano de su mujer. Amaba el aire fresco de los lagos en Medford y era feliz llevando una vida de jubilado en aquel lugar.

«Hemos esperado tanto, mi amor, pero finalmente ha llegado el día que tanto esperábamos y será mejor estar preparados. Verás que un poco de movimiento nos vendrá bien, tanto al cuerpo como a la mente…» dijo Dalton cuando él y su mujer llegaron a los muelles. Después soltó la mano de la mujer para desatar la canoa de dos plazas de la valla de madera, donde estaba atada con una cuerda y asegurada con un nudo marinero.

Samantha Monroe le miró sin responder. Ella solía secundar siempre a aquel hombre, que años antes la había salvado y devuelto la vida. Dalton la había escuchado y comprendido como ningún otro habría sido capaz de hacer, incluso más que sus hijos y su primer marido; por esto ella le era tan devota y se fiaba ciegamente de él. Dalton era un hombre gigantesco, grande y gordo y se movía con poca agilidad, pero era fuerte físicamente y duro de carácter; a menudo lo era también con los hijos de Samantha, pero, sin embargo, ella sabía que detrás de aquella falta de ánimo, latía el corazón de un hombre bueno que sabía cómo afrontar las cosas y las situaciones que habrían aterrorizado y superado a la mayor parte de las personas.

Dalton colocó mitad de la canoa en el agua. Samantha le pasó el remo y él, jadeando, se metió dentro de la canoa, sentándose en la parte de atrás.

«Sube, mi amor, no tengas miedo, estoy sujetando la canoa.»

Samantha se subió los camales del pantalón de lino hasta la rodilla y subió a la canoa sin ninguna dificultad; sus articulaciones ya no eran los de una jovencita y a menudo sentía dolor en la espalda, pero quería ardientemente encontrarse en medio del lago junto a su querido Dalton, esperando que en ese profético día todo saliese como habían imaginado y preparado desde hace años o mejor, como Dalton había preparado y como ella y sus hijos, seguros, habían aceptado.

A lo mejor, aquel día, todos los sufrimientos de su existencia finalmente desaparecerían y ella se vengaría por todos los años que su familia había sufrido sin poder nunca defenderse.

Dalton estaba seguro de que Samantha no tenía nada, sabía cosas que otros no podrían imaginar y, sobre todo, tenía soluciones que, aunque podían parecer desconcertantes, eran las únicas posibles, y las pondría en práctica.

- Existen fuerzas que actúan más allá de nuestra comprensión de lo que es bueno o malo, y a estas fuerzas hay que responder de la única manera que entienden…Tienes que aceptarlo, Samantha, si no, volverán con más fuerza que nunca y terminarán su trabajo, aquello que empezaron hace tiempo contra ti y tu familia…- Dalton siempre le decía esto cuando ella se mostraba tímidamente dudosa, pero jamás sin juzgar al hombre por sus teorías y convicciones. Dalton ya le había salvado una vez y lo volvería a hacer. Samantha era solamente una pobre ignorante y sabía que no podía comprenderlo todo, pero sabía que podía fiarse y darle una nueva oportunidad a ella y, sobre todo, a sus hijos.

Cuando Samantha se colocó sentándose firmemente en la parte anterior de la canoa; Dalton tenía el remo en equilibrio sobre las piernas, hundió ambos brazos en el fondo fangoso de la orilla y empujó con toda la fuerza que poseía hasta meter la canoa en el agua. Después de unos minutos, mientras salía el sol y con sus rayos iniciaba a calentar la naturaleza de alrededor, Dalton y Samantha se encontraron flotando en silencio en el centro del lago, escucharon el cantar matutino de los pajarillos ocultos en los árboles mientras los reflejos de la luz del sol bailaban delicadamente sobre las olas que el motor de la canoa había dibujado, rompiendo la monotonía de aquel lago todavía adormentado.

Un Helado Para Henry

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