Читать книгу Un Helado Para Henry - Emanuele Cerquiglini - Страница 20
âCAPÃTULO 9
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Henry, en el intervalo de una clase a otra, se relajó y se olvidó enseguida de ese ejercicio de clase, cuando, de repente, oyó por la ventana la música inconfundible del camión de helados, bueno, en realidad no era la canción de siempre, pero se parecÃa mucho. Henry se asomó y vio que el camión no era el de siempre.
âEl señor Smith habrá cambiado de camiónâ¦â pensó el chico, dándose cuenta de que al bueno de Smith no le tenÃan que ir muy bien las cosas, ya que el gran camión pintado de rosa y que llevaba sobre el techo un cono de helado enorme de plástico, habÃa sido sustituido por una vieja furgoneta gris que tenÃa alguna que otra abolladura en un lado. ParecÃa haber salido de una de las tantas fotografÃas que aparecÃan en los grandes volúmenes de historia sobre la Segunda Guerra Mundial, que el padre de Henry tenÃa a la vista en la estanterÃa del salón y que Bet habÃa comprado en un rastro cuando estaba embarazada.
â¡Claro! Habrá sido por culpa de la lluviaâ¦el verano pasado duró prácticamente un mes y el señor Smith no hizo mucho negocio, asà que habrá vendido el camión y lo habrá sustituido por eso!â
«¿En qué piensas, Henry?» le preguntó Nicolas metiéndole el dedo entre las costillas.
«En nada, estaba mirando por la ventana. Me han entrado ganas de helado.»
«¿Por qué?» le preguntó Nicolas mirándole a los ojos.
«¡Porque acaba de pasar el señor Smith con su nueva furgoneta!»
Nicolas dirigió la mirada hacia la ventana, dio dos pasos adelante y sacó la cabeza, girándola a derecha e izquierda, luego, se giró hacia Henry y le clavó los dos dedos Ãndices en las costillas, justo debajo del pecho. Henry hizo un extraño sonido de dolor y soltó todo el aire fuera de los pulmones y se inclinó hacia adelante.
«¡QuerÃas engañarme Henry Lewis, pero al final te he engañado yo!» dijo el niño pelirrojo riendo.
«Sentaos, niños» ordenó el viejo maestro Johnson mientras entraba en clase con su habitual caminar indeciso, la gorra de béisbol de los NY Yankees y el New York Times bajo el brazo.
«Hoy vamos a hablar del Presidente Kennedy y ¡estoy seguro de que os va a gustar!»
Mientras Johnson se sentaba y colocaba, primero, el periódico y, después, la gorra sobre la mesa, Henry, recuperado ya del doble golpe fatal de Nicolas, antes de sentarse volvió a mirar por la ventana para ver si estaba todavÃa el camión del señor Smith, pero no vio nada.
âA lo mejor tenÃa prisaâ, pensó Henry mientras volvÃa a su sitio para sentarse y mientras miraba al señor Johnson intentando abrir el periódico para mostrarlo a la clase.
Henry comprendió que la historia de aquel Presidente no solo le harÃa olvidar inmediatamente a la profesora Anderson y a su ejercicio de matemáticas, sino que le quitarÃa las ganas de helado que la visión de aquella furgoneta le habÃa hecho tener.
KENNEDY ASESINADO POR UN FRANCOTIRADOR
Era el tÃtulo de aquella edición del periódico. La clase serÃa interesante y se podÃa saber por las miradas absortas de los estudiantes por el tÃtulo de aquel viejo periódico. Nicolas estaba tan sorprendido que no tuvo el tiempo de sacarse el meñique de la nariz con la intención de excavar a fondo entre las piedras poco preciosas de su nariz pecosa.
«Sácate ese dedo de la nariz, Nicolas. Vivo o muerto, siempre tenemos que tener respeto cuando se habla de un Presidente de los Estados Unidos de América; no hay moco que valga. Si no puedes sonarte, te aguantas. Lo tienes que soportar.» Le regañó el maestro Johnson.
Ninguno se rio; la mirada del viejo maestro era penetrante y el timbre de su voz era profundo y calmado, lo que se espera siempre de un sabio.