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​CAPÍTULO 11

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Ronald Howard dejó felizmente el taller de Jim Lewis mientras conducía su coche de época, escoltado por esos dos coches blindados que había dejado durante días para proteger su Mercedes. Jim estaba feliz por haberse librado de esa situación tan pronto, Ronald tenía prisa y él no deseaba otra cosa. Como adultos, no tienen mucho que decirse un millonario y un mecánico, sino referirse a alguna vieja situación vinculada a recuerdos borrosos y, a menudo, inventados de la época de estudiantes, que eran siempre y solamente recuerdos rememorados por la fantasía de Ronald, a veces, tan lejos de la realidad que a Jim le costaba secundar con credibilidad. Ronald tenía al menos el detalle de no hablarle de economía o política, quizás para tratar torpemente de ser solidario con los problemas del amigo y de las clases sociales menos favorecidas. Ronald era un idiota, pero no un canalla y esto Jim lo apreciaba, como apreciaba ese cheque de diez mil dólares que tenía entre las manos.

“Diez mil dólares por montar un tubo de escape y por dar fluidez a una puerta es un robo a mano armada…¡Qué Dios te lo pague Ronald, a ti y a tus tonterías del pasado!” pensó Jim riendo a carcajadas. El calor en el taller era insoportable. Después de haber doblado y guardado el cheque en el monedero, se dirigió al baño para mojarse la cabeza con agua fría. Había cerrado los estores de su oficina, iría a recoger a su hijo Henry al colegio y después ambos irían a casa de su hermana Jasmine, comerían juntos y luego iría al banco para ingresar ese respetuoso cheque, quizás cambiándose antes de ropa. Todo habría salido así si no fuese porque cuando salió del baño y volvió al taller se encontró con Shelley Logan montada en su scooter, vestida solamente con unas sandalias, unos pantalones cortísimos blancos y una camiseta de tirantes rosa, que sin sujetador dejaba entrever sus pechos con forma de copa de champagne y sus pezones eternamente duros.

«Se atasca, Jim, ¿puedes ayudarme?» dijo Shelley con ese aire sexy y malhumorado, que solo ciertas chicas peligrosas saben asumir.

«A lo mejor hay que desbloquear tu moto, Shelley…»

«Sí, creo que sí, y solo tú puedes ayudarme. Sabes, no me gustaría tener que ir a pie con todo este calor…» respondió Shelley maliciosamente, alargando las piernas y tirándose hacia atrás para poner el caballete.

“Es increíble que solo tengas poco más de veinte años, Shelley. Youporn te ha jodido el cerebro a ti y a toda tu generación y yo me pongo en la fila. Había perdido el número, pero ahora creo que es de nuevo mi turno…” pensó Jim Lewis acercándose a la moto de la chica.

«¿Te molesta si bajo el estor? Sabes, el calor aquí dentro es insoportable…»

«Hazlo. ¿Tienes algo de beber por aquí?» respondió Shelley mientras se hacía una coleta con una goma que tenía en la muñeca.

«En la oficina hay una nevera. Coge lo que quieras y tráeme algo también a mí» dijo Jim antes de bajar el estor.

Shelley volvió con dos pequeñas botellas de vodka, las mismas que están en el minibar de los hoteles.

«Eh, pequeña, ¿puedes bebértela de un trago o para ti es demasiado?»

«Tengo tanta sed, Jim…» respondió Shelley, justo antes de brindar con el hombre y beberse de un trago toda la botella.

“Eres una niña mala, Shelley…” pensó el hombre antes de acercarse a la chica y cogerla por la coleta, obligándola primero a darse la vuelta y después a ponerse de rodillas en el suelo, hasta verla a cuatro patas agitándose como una perra en celo.

«¿Es así como lo hace tu novio, Shelley?» dijo el hombre excitado, siempre cogiéndola por la coleta como si fuese una correa.

«No, él me quiere, Jim…»

«¿Es para esto para lo que vienes aquí?»

«Sí…»

«Eres una niña mala Shelley, ¿lo sabes?» le preguntó excitado Jim, sin esperar a ninguna respuesta y bajándole después los pantalones y las bragas y ahogar su cara entre las nalgas de la chica, que enseguida se dejó llevar con un grito de placer cuando la lengua de Jim la recorrió de abajo a arriba, como un feroz depredador antes de devorar a su presa.

Un Helado Para Henry

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