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PRIMERA PARTE El gaucho

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El gaucho, el hombre poblador de nuestros inmensos campos, era el jornalero de las grandes estancias, muy diestro en el arte de dominar y amaestrar el caballo, con el que realizaba los trabajos de ganadería y agricultura.

Este personaje fue muy castigado por esos literatos que solo veían lo bueno si tenía raíz francesa o sajona. El origen del denominado “gaucho” es incierto y los ensayos para explicarlo son variados. Por ejemplo, Pablo Groussac considera como verosímil y lógico que tal palabra nunca fue dicha no conocida en la península, sino por traslado americano. Es, para él, una de las pocas que no pasó por España antes de implantarse en el Nuevo Mundo. Groussac cree que deriva de la palabra incásica “guacho”, que significa (en un sentido bastante denigrativo) “abandonado, errante, huérfano”. Acepción que, en general, rechazamos.

Don Félix de Azara, sabio enviado por el gobierno español para poner en ejecución el Tratado de San Idelfonso, marcando los límites entre España y Portugal en sus posesiones sudamericanas, permaneció desde 1781 a 1801 en los diversos territorios del Río de la Plata, levantando mapas, explorando y escribiendo sus luego famosos libros. Gran observador, dejó conceptos que no podemos pasar por alto. Azara, refiriéndose al poblador de la llanura, expresa:

“No es menos admirable el tino con que prácticos ‘baqueanos’ conducen al paraje que se les pide en terrenos horizontales, sin caminos, sin árboles, sin señal alguna ni aguja marítima, aunque disten cincuenta o más leguas. Además de los dichos, hay por aquellos campos otras castas de gente, llamada más propiamente GAUCHO o GAUDERIOS”.

El nombre de “gauchos” o “gauderios”, que designaba al principio a estos aventureros de la llanura, comprendió después a todos los hombres de campo dedicados, por lo general, al pastoreo.

El gaucho fue siempre de tez blanca. Su aspecto tuvo más de árabe que de indio como pretendieron hacernos creer los historiadores al servicio de algo que no tenía nada que ver con nuestro origen. No podemos ignorar que la sangre de los conquistadores españoles fue un factor decisivo en la formación etnológica de cada agrupación, para deducir, con bases fijas de criterio, la importancia ulterior, sus actividades y la influencia que tuvieron en el carácter individual y de conjunto.

Muchos son los autores que han querido ver en el moro español el origen

de nuestro gaucho. Esto lo sostienen al ver lo parecido de las prendas de vestir del gaucho y la similitud de los elementos que utilizaron. Vieron en el poncho el albornoz de los berberiscos, y el chiripá les recordaba los amplios calzones de los levantinos. El ancho tirador escamado de monedas, los coloridos y amplios pañuelos y las armas, como la faja que sujetaba el chiripá, se les antojaba orientales; los largos facones (herramienta y arma); las grandes barbas y los amplios calzoncillos bordados los indujeron a caer en ese error.

Es evidente que todo lo dicho da a nuestro gaucho gran semejanza con los pueblos mahometanos de Oriente. Las particularidades de las prendas de vestir, el tipo físico, el modo de montar, y muchas palabras de origen árabe de uso en la pampa, como “jagüel”, por ejemplo, han inducido al error de dar como probable origen una emigración a esta parte del mundo, de los moriscos españoles. Esto es desechable, porque los moros no vinieron entonces a América. Pero sí vinieron los españoles amoriscados, los jinetes andaluces, aquellos hijos de moros que, al verse en estas dilatadas llanuras, renació en ellos la dormida herencia de sus abuelos, aquellos bohemios soñadores que abandonaron los inmensos desiertos arábigos para conquistar casi toda España a punta de lanza, bajo el fecundo reinado de Isabel la Católica en aquel 1492, dejando con fuerza indeleble, como herencia, su arte y cultura milenaria, que entonces entró en el ocaso.

Las primeras generaciones nacidas aquí conservaron el carácter belicoso de los expedicionarios de Juan de Garay y Pedro de Mendoza, luchando contra el indio valiente y feroz cuando supo dominar al caballo. De esta lucha surgió el “gaucho”, jinete gallardo y valeroso que conservó, en medio de su rusticidad intelectual, la rectitud de carácter y la nobleza de corazón. El gaucho era de a caballo, honrado

y valiente hasta la temeridad. Su indómito valor lo transformó en gran guerrero, gestor de la emancipación americana. Hospitalarios, al viajero le dan comida y albergue sin preguntar quién es ni a dónde va.

El gaucho solo tuvo del indio su astucia, su frugalidad cuando era necesario, su conocimiento del terreno y sus habilidades para el manejo de las armas primitivas. Lo más corriente era que dirigía su “montado” hacia algún rancho de cristianos cuando necesitaba mujer. Los azares de la guerra o la necesidad lo inducían a unirse con la india. A través del tiempo, este solitario de la pampa, que se tornó aislado manteniéndose entre la civilización y la barbarie, se negaba a reconocer la autoridad del Cabildo y menos aún al cacique de la toldería.

Reacio en general a toda organización, era individualista casi hasta las últimas consecuencias; se puede decir que vivía en comunidad y con otros gauchos en los días de fiesta. Estaba acostumbrado durante siglos al aislamiento y contaba solo con su propio esfuerzo para desenvolverse en su entonces fácil existencia. Le bastaba su habilidad en la caza de animales salvajes en los grandes desiertos verdes, para vivir y procurarse dinero. Fue generoso y desprendido, poco le importó el dinero; poco le importaba “luego de un día de abundancia, una semana de escasez”, “día de mucho, víspera de nada”.

Los gauchos, por causa de ciertas corrientes filosóficas

importadas e intereses extranacionales, fueron huérfanos de toda sociedad, unos abandonados de la “civilización”; hoy, con más sutilezas que la experiencia dictó, sucede más o menos lo mismo. Pero el gaucho que regó con su sangre el largo trayecto de la independencia de muchos pueblos de América, fue maltratado por los “historiadores” cuando, después de la independencia, comenzaron en el país los enfrentamientos civiles y él intervino en la vida pública y fue retaceado cuando dio a la historia héroes “tremebundos de una gloria salvaje”, forma habilidosa de reducir la valía de su intervención.

La personalidad de este maravilloso antepasado fue tan avasalladora que hasta sus más grandes detractores, por formación e influencia extranjera, no pudieron eludir la atracción que sobre ellos ejerció este “paria de la civilización”. Daireaux fue uno de los que rindieron a la postre su homenaje. Domingo F. Sarmiento, que no trepidaba en aconsejar “… y no me ahorre sangre de gauchos”, le rinde también el suyo en Civilización y barbarie, al reconocer en el baqueano (un gaucho como muchos) un ser extraordinario de agudo sentido de observación y gran inteligencia para sacar conclusiones, eran detalles que pasaban totalmente desapercibidos para el hombre “civilizado y culto”.

Para otro, el gran Facundo Quiroga, blanco del ataque de todos los intelectuales a la europea de entonces, con sus seguidores de hoy, no pudo ser menos que comparado con un héroe legendario al ser considerado “el peludo Aquiles de la Ilíada gauchesca”.

La literatura influenciada de entonces cargaba sus tintas cuando había que juzgar al gaucho; catalogó como “gaucho malo” a ese hombre individualista que, con gran espíritu libertario se negaba a servir los intereses de los “cultos”. Muy a menudo se veía obligado a defender su libertad con las armas en la mano y ya se convertía en fugitivo de la ley; si no moría en la empresa, terminaba en la frontera sirviendo bajo régimen severísimo. Allí luchaba en la indigencia para contener la indiada, cuidando y defendiendo los intereses de sus jueces condenadores, sin más futuro que morir en la miseria.

En este ensayo trataré de recordar al castigado gaucho, mostrándolo en su ambiente, con la presión de acercarme a la

verdad en lo atinente a los elementos en que desenvolvió su existencia; sus costumbres, las supersticiones y algunas

“leyes” con que regían sus vidas de relativa relación.

Conozcamos lo nuestro - The Gauchos's Heritage

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