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capítulo 1 a Prendas de vestir

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Cada zona del país tuvo su tipo de gaucho, que adaptaba sus ropas, las prendas de su apero y los implementos de trabajo a la topografía del terreno.

Por ejemplo, en la primera ilustración puede verse al gaucho rioplatense, austero en el vestir y vivir. Era de talla alta, propia de los hombres de la llanura necesitados de ver a la distancia en una superficie plana que se extendía por kilómetros y kilómetros sin que nada obstruyera el horizonte.

La pampa inmensa le desarrolló notablemente la vista: identificaba a gran distancia cualquier bulto extraño y sin error posible. Esta cualidad encantaba a los extranjeros que tenían la suerte de pisar nuestra maravillosa tierra. El gaucho bonaerense (o mejor aún, el de la pampa húmeda) es un personaje del que nos vamos a ocupar mucho, por ser, creo, el más importante de los paisanos del país.

Con respecto a las prendas gauchas, nuestro antepasado vestía un traje muy particular. Cubría la parte inferior de su cuerpo con un amplio paño que le ceñía exactamente como un pañal a los niños. Tipo de prenda tan rudimentaria era justificable en lugares alejados de toda posibilidad de conseguir una prenda complicada de confeccionar como un pantalón. Además, en su traje como en sus costumbres era, sin saberlo él, muy similar a los árabes. Su poncho era muy parecido al albornoz berberisco, así como el chiripá nos recuerda los amplios calzones levantinos. Esta prenda y su uso tienen muchos antecedentes de increíble antigüedad. Su forma de usarla se asemeja a la forma de cubrirse de la milenaria raza hindú.

No es descabellado pensar que, a través de los siglos, esa manera de vestir llegara al norte de África, siguiera por la costa y pasara a España con los árabes y de allí a esta parte del mundo. El ancho tirador, escamado con monedas, que sostiene el chiripá y es cartera o monedero para el gaucho, lo mismo que la faja, propia de los orientales, recuerdan usos y costumbres de los moros.

Esta prenda, el chiripá, era generalmente de la llamada bayeta, género de baja calidad. La palabra “chiripá” proviene del quichua y significa “para frío”. Ya hemos dicho que se coloca como un pañal a un niño y se sujeta en la cintura con una faja tejida terminada en flecos (A) y (B). Sobre esa faja ponían un cinturón ancho de cuero. Los gauchos pobres (casi todos) lo sujetaban en la forma que mostramos en la figura (C). La aparición del alambrado y el avance de la sociedad de consumo hicieron que el chiripá cayera en desuso. Fue suplantado por la bombacha (D), prenda más cómoda que sujetaban en igual forma.


Las prendas militares que se usaron desde el año en que se inició la resistida guerra del Paraguay, que pertenecieron a la guerra de Crimea, y hasta con los remiendos originales fueron a cubrir los cuerpos de nuestros jóvenes guerreros, dieron origen al uso de la bombacha, pues este uniforme lucía una amplia gama de color rojo.

El gaucho, por lo general, no vestía más que el poncho: tal era su pobreza. Esto lo han asegurado muchos escritores, viajeros y estudiosos del ambiente; pero no vayamos a caer en la simpleza de suponer que nuestros paisanos eran unos menesterosos, pues trabajaban en las estancias o se dedicaban al comercio en ínfima escala como ser: vender cueros, plumas y cerdas. Con eso cubrían sus necesidades, que no eran muchas, pues ya hemos dicho que era sobrio en todo; así fue que, en un principio, usó una camisa de amplias mangas (E). Esta prenda llamaba la atención verla cerrada en la boca por un tiento que pasaban por los ojales. Esto era a causa de la falta de botones y de hilo por parte del paisano de tierra adentro, que se veía obligado a suplirlos con el único material a su alcance y en abundancia: el cuero. Se concretaba a cerrar la abertura con un delgado tiento que pasaba por los ojales, ni más ni menos como en la Edad Media. Estas mangas fueron llamadas “buche”.




Sobre la camisa, los no tan pobres se colocaban una blusa corta (F), evidentemente inspirada en la chaqueta andaluza. En un principio, como lo indicaba la moda de la época, tenía solapa pequeña; luego desapareció y se colocó solo un botón en la parte superior. Conservó su talle corto y hoy se la reconoce como “corralera”. Sobre todo esto, se colocaba el poncho (G), prenda rectangular con abertura central para la cabeza. Es casi igual al albornoz berberisco y, para el gaucho, es parte importantísima de su persona. Con él se cubría de las inclemencias del tiempo, era su escudo en la pelea y cobija de sus amores. En tiempo cálido lo usaba terciado sobre su hombro izquierdo; la razón de esto se comprende si pensamos que en caso de peligro, obligado a defenderse, solo con dejar caer el poncho sobre su brazo izquierdo, ya estaba listo para cumplir su función de escudo, parando los posibles golpes del facón enemigo. Esta prenda tenía variadas medidas. El poncho fino, liviano, solía tener un largo de un metro por setenta; pero el rudo, de abrigo, caía hasta más debajo de las rodillas, amplitud que le permitía proteger de la lluvia no solo su cuerpo, sino también su apero. Medía un metro ochenta por uno veinte, aproximadamente. El más famoso y caro de los ponchos es, sin duda, el de vicuña, confeccionado con la fina lana de este camélido del noroeste.

Otro de los ponchos más conocidos era el pampa, confeccionado por los indios sobre telares oblicuos. Eran característicos los dibujos de sus guardas, cuyos motivos siempre se basaban en la cruz en ángulos rectos. Los indios tenían el conocimiento de los elementos naturales con que hacer sus tinturas, que extraían (y aún hoy extraen) de los frutos, cortezas y raíces de ciertas plantas, árboles y yuyos. Los colores eran indelebles: por eso se conservan aún hoy prendas que datan de muchísimo tiempo con frescura tal en sus colores que realmente asombra. El negro y el gris, tan usados por los pampas para teñir lanas, lo conseguían del churqui, una acacia o aromo muy rico en tanino. El espinillo también servía para tales fines.

Antiguamente, el indio quichua, poblador del norte del país que, viniendo por la cordillera llegaba hasta Santiago del Estero y que no poseía aún la tijera, procedía a enterrar el cuero en lugar húmedo, donde lo dejaban varios días. Después con solo tirar de la hebra, esta se desprendía con toda facilidad. Los flecos que adornan los lados más angostos del poncho (es decir, las partes que penden al frente y atrás) no son agregados: es la consecuencia de dejar, simplemente, los hilos de la urdimbre.

Del poncho se puede hablar muchísimo, pero esta obra solo busca abarcar, a grandes rasgos, todo (o casi todo) lo que al gaucho concierne. Por lo tanto, se dará paso a las otras prendas de este personaje, tan grato a nuestro espíritu argentinista.




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