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El gaucho, arquetipo del ser nacional


Lo conocí, lo vi y allí estaba. Solo, como casi siempre. Al lado mío, tan cercano que yo también me creí que era como él. Mentira, me faltaba tanto aprender. ¿Cómo iba yo a saber que un día me podría apenas parecer a quién? Y me fui arrimando lento, con todo el miedo de no ser prudente. Es que a veces, el atrevimiento comete algunos errores, esos de los sinsabores de quien mastica un pasto amargo sin saber que ya lo hizo un Gaucho.

Es el gaucho el que hizo todo en esta tierra argentina. Es el gaucho, el único arquetipo del ser nacional. Es el gaucho quien dejó el apelativo “gauchaje” y “gauchada”, puesto que uno trata grupos de gente, el otro lo de la “ayudada”, de los que siempre dan sin importarles nada.

A veces insisto en que ser gaucho no es solo saber pialar, andar en botas, lucir una rastra, andar todos los días en alpargatas de soga y ensillar…, más bien es un sentir, eso de sustituir y no pedir.

Antes de definir al gaucho, de determinar lo que para nosotros son sus lujos, usos y costumbres, es muy importante el decir del trabajo de Enrique Rapela. Es él quien va de una posta de una estancia a un esquinero. De un molino a un carruaje. De un alambre estirado a la matera. Quien nos pinta el lazo del lado izquierdo del anca, la manea, el recado o la encimera. Es que lo dibuja con pasión, un estilo que no queda otra opción.


ENRIQUE RAPELA, CON EL QUE TODOS APRENDÍAMOS

Fue Enrique uno de esos tipos que nos enseñaba a dibujar las cosas nuestras. Para mi edad, el plumín, dibujante, pintor, acuarelista, guionista e impresionista de la escuela de la pintura gaucha argentina, era de esos escritores ilustradores que seguíamos día tras día en revistas como El Tony y tiras en los diarios (La Razón).

Fue uno de los creadores de la historieta gaucha; claro que era autodidacta porque no había escuela, pero vencía como otros pintores costumbristas, haciendo de todos los días el tema gaucho con total conocimiento de sus costumbres e historia. Idoneidad, educación campera, rigurosidad y dedicación lo hicieron un referente para que “conozcamos lo nuestro”.

Sus historias, tiras, hoy llamadas comics, así lo denotan. Como “Cirilo el Audaz”, “Cirilo el Argentino”, “El Huinca” y “Fabián Leyes”. Tuvo, además, evocaciones históricas sobre nuestro canto, ejércitos, batallas, uniformes de combatientes. Es que desde chico, en la estancia La Carolina (Roque Pérez), se contagió del aire, la historia y sus gauchos, siempre legendarios.

Se animó, como su Cirilo El Audaz, a la técnica de la acuarela en un fuerte tono varonil y sin abandonar los colores de la patria .“Continuará…” decía la tira de Cirilo en La Razón y, de alguna manera, lo copiaba a Hernández con las andanzas de nuestro mayor poema: El gaucho Martín Fierro.

Dibujo y texto. Texto y dibujo. El artista se convierte en guionista, dibujante y casi cronista. En fin, todo lo narra.

La síntesis, una sola, el gaucho.

TODO ESTO ES TRADICIÓN

La tradición no es un recuerdo melancólico del pasado, es un proceso permanente que no termina nunca… y es por eso que los hombres hacemos hoy la tradición del mañana. Es que nuestra raza nació de una raza muy vieja y de una tierra muy nueva. Entonces, al salpicarse de rojo el damasquinado suelo (por el hierro damasquino) nació nuestro ser original, que es el gaucho.

Todavía quizá tengamos que recordarlos, pero no son otros que españoles e indios. Allí está el criollo, es decir el gaucho: hombre de la tierra y sobre todo soldado en la Campaña del Desierto, con los Colorados de Monte, con los Infernales de Güemes y, fundamentalmente, con los conquistadores de América, es decir, los Granaderos de San Martín.

Y es cierto, el gaucho fue el primer soldado. No existían guapos para acompañar a las milicias y fue don Juan Manuel de Rosas quien se valió de sus gauchos para avanzar en la frontera sur, tal cual don Julio Argentino Roca. Quizá, después del gran don Martín Miguel de Güemes y por sobre todos, el más grande entre los grandes, quien los entrenó en el Plumerillo para cruzar el Ande: el Gran Capitán, don José de San Marín.

Es por todo lo que decimos que el gaucho no deja de ser una amalgama de tierra y hombre. La sangre, siempre presente. Derramada, inhiesta, escarlata, morena, omnipresente. La tierra: recuperando como tantas veces el final, elevando su espiga por recordar, la hacienda por cortar y los lanares por ramonear.

Si creen que la tradición o el gaucho son cosas del pasado, ¡les vamos a explicar que no y por qué!: la gauchada no es olvidada. Nuestros paisanos siguen viviendo sus lujos, usos y costumbres.

EL GAUCHO, LUJOS Y COSTUMBRES

El gaucho hoy mantiene “lujos y costumbres”. Les voy a contar ese malentendido, lo de “vago y mal entretenido”. Jamás fueron vagos, sino por el adjetivo de distancia, es decir por vagar, librarse, pasear, alargar. Lo de mal entretenido, solo por juegos, aguardiente y alguna baraja para entretenimiento. Fueron los de la guerra, la yerra, el trabajo, la fragua, la tierra, la doma, la patrona, el caballo, la pampa, el estero y la montaña. Son nuestros paisanos un desparramo de colores, gustos y folclores distintos. Son el buen gusto en la fiesta, en el baile, la comida y la vida.

Una vez me preguntaron si alguno es distinto del otro y le dije sin dudar que sí. No es lo mismo el hombre del llano, la estepa, la montaña, el cerro, la puna, el río, el estero y cuanto más. ¿Cómo van a comer lo mismo en el río que en la pampa, a cantarle parecido al llano o a la montaña? ¿No es igual recitar tranquilos un poema y un grito? ¿Cómo se va a arropar el hombre de una canoa, el del quebracho del chaco o el del frío surero? No es lo mismo encontrar carne de guazuncho, dorado, colas de yacaré, lisas, peludos o un pescado de la Patagonia, salado y que está bien. O criar cordero al lado de la mejor carne, la de vaca. Gallina, patos y pollos, lo que quede en la sartén. Mucho bicho que camina va a parar a la cocina y la vizcacha en escabeche también, pues es una carne madrina.

Es por eso que seguimos comentando el campo, es decir, el único terreno de nuestros paisanos. Y si nos referimos a su tradición, volvemos a los usos y costumbres.

Es imposible que un gaucho de la montaña vista como el de la pampa. Son otros los colores, son otros los calores. Hay que pelear con distintos sinsabores. Y, en el Norte, andaban con el aplomo del sol, sandalias y sudor. En la Mesopotamia con polainas y, en la pampa, botas de cuero. Pañuelo golilla en Corrientes; arriba del cuello, allá en la pampa. Sombrero halado en Cuyo, más chico en Buenos Aires y, con mucho orgullo el chambergo, siempre destacado y quieto en San Antonio de Areco.

Si no se viste igual es por la patria grande, tampoco se ensilla igual, en esta tierra distante. ¿Cómo no voy a poner un recado de bastos, en el llano de la pampa o un basto medio pato, allá en donde la cueca manda? Arzones allá en el norte o una cangalla Malvinera y esos campos despejados, en donde música no hubiera. Un mandil que ya no existe, lujo y Perico Ligero. Un cojinillo de oveja, marrón y cuidado, en la sombra del alero. Un poncho Pampa enrollado, en el anca del overo y el lazo, como siempre, en el costado izquierdo.

MÚSICA Y LETRA

Entonces, como hablamos de la olla, el fuego, el viento, el barro o la cacerola. También podemos dedicarnos al decir, porque no se siente lo mismo, cuando hay letra, geografía y un sentir. ¿Cómo va a cantar, entonar y versear alguien de allá en Misiones, que otro de la montaña, la estepa o la llanura? Si uno mira el río lejos, el otro el mar azulado, la selva en el campo de al lado, la llanura interminable y la montaña, que a veces suele ser Ande.

Y allí la poesía, el canto y la melodía: cueca, ranchera, milonga, chamamé, polca, chacarera, tonada, chamarrita, cifra, algo de un paso doble, un cielito, otro infiernito, el gaucho entona otra cosa y versea despacito.

La Virgen Madre es una constante en el sentir gaucho. Como también los hijos, el Tata, el boliche, el “vidrio”, el tabaco, el farol, el charqui, la salmuera, el mate, la galleta o la yerra. Y decimos esto porque el gaucho no descansa, trabaja hasta los domingos en una yerra, con el cordero en la cruz y las criadillas en el rescoldo, debajo de la parrilla. Asado, jineteada, carrera cuadrera o diversión cualquiera. También porque el campo lo requiere y lo sabe más que nadie.

Los animales comen el pasto que por suerte a veces crece y, si no se los cuida, nada florece. El campo es una fábrica sin francos. Esa que precisó siempre de una fajina diaria y hasta un peón de guardia.

Apenas unos vicios que ignoran los absurdos. Pero ¿si podemos?, por qué no un lomo de carne, otros lomos de naipes, un puchero de marucha, taba cargada, bochas lisas y rayadas y si quedara alguna duda, aguardiente con ruda.

Total, siempre habrá un buen decidor, una suerte de pastor que bien podría decir que en una esquina cualquiera tropezó y cayó mi potro, que el hombre que tome vino, no llame borracho a otro.

Tan libre es el gaucho, que no lo entienden. En los pueblos prometen “desfiles gauchos” y los gauchos no desfilan, los gauchos pasan. Nadie los manda, se mandan así mismo con el bien, la bonhomía, la decencia, el buen gusto, sus lujos y costumbres. Por eso es que hablamos del arquetipo del ser nacional, de esa amalgama de tierra y hombre.

UN SIMPLE DÍA DE GAUCHO

En las madrugadas, un bife arde en la matera, cerca de los tamariscos, antes de ensillar y ajustar la encimera. Después vendrá el día y la tierra, la porfía, cosas que en el campo hace tiempo conocía. Y luego, solo un momento para descabezar un sueño. Un rato más de campo; tarde, mate y sereno, porque con el rocío hay que arrancar de lleno…

Es por eso que les digo que si el gaucho no es un mito ni una leyenda, ayudemos a desterrar la idea de su fantasiosa muerte.

“Al gaucho que llevo en mí, como la custodia lleva a la hostia” (Ricardo Güiraldes, es decir, Don Segundo Sombra).

MARIANO FRANCISCO WULLICH

Periodista del diario La Nación, recorrió cinco años la Argentina para “Crónicas del País”. Jefe de Cartas de Lectores, autor del Rincón Gaucho y secretario de Cierre de Redacción. Cubrió la guerra del Líbano y los viajes antárticos: estaba embarcado cuando se incendió el rompehielos Almirante Irízar. Publicó los libros Nuestra Argentina, El caballo, Don Emilio Solanet y el prólogo del Martín Fierro (Sancor).

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