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Sonaba el timbre y corrían a la fila empapados, a la segunda llamada todos formados y callados; se terminó la pichanga, hasta el otro recreo. Cuando tocaba clases con el hermano Teófilo, había que entrar en silencio y quedarse de pie, Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre… el crucifijo en el medio de la sala y la figura del Beato Marcelino, ruega por nosotros. Luego la clase de Castellano con el hermano Fernando, que representaba su monólogo sobre un payaso triste, contaba de su España y les explicaba que su actitud en la vida debía parecerse a la del Cid en la suya, jamás a la de un Infante de Carrión. Después más clases, a pensar en otra cosa hasta que llegara de nuevo el recreo: niños corriendo y gritando, robando la colación de otro, jugando al macha voleo, los más grandes al baby-fútbol. A las dos se almorzaba en casa, rapidito porque a las tres era la clase de Educación Física en el Estadio Marista, a las seis estaban de vuelta en sus casas viendo la tele, comían, una pasadita por aquella idiosincrasia de Onán y a dormir.

Buenos días, alumnos, decía el Mono Velásquez; buenos días, profesor. El Mono era profesor de Matemáticas y el tutor en tercero medio, debe haber sido el año 1984, moreno, enanito y regordete, pantalones y reloj caros. Hoy día, empezó, vamos a hablar de la amistad, de la verdadera amistad, esa que se ve en los momentos difíciles, cuando te va mal. Mis mejores amigos son mis padres, dijo el Negro Ramírez, ya que son los únicos que están conmigo en todo momento, los amigos del carrete pasan y no nos llevan a ninguna parte; ¡estai más loco!, nadie le dice a sus padres todo lo que piensa, hay que tener amigos de verdad para poder recibir consejos útiles, es bueno el compañerismo, opinaba Sotito; los amigos sirven para conocer a sus hermanas y a sus amigas, y para tomar antes de los carretes, decía el Enfermo, y el Chupao, hay amigos y amigos; es importante diferenciar los buenos de los malos amigos, opinaba el Mono; ¡los buenos son los con hermana rica!, interrumpió el Enfermo; no, en serio, ¿que no se dan cuenta de la diferencia entre unos y otros?, el Mono de nuevo; ¡claro, la hermana del Negro Ramírez y la del Chupao!, lanzaba el Pescado; ¡ja, ja!, bueno, es que tu hermana, Negro… dijo el Mono; ¿qué pasa con mi hermana?; tu hermana es otra cosa; ¡que está entera rica la negra!; ¡qué les pasa con mi hermana a los hueones!, gritó el Negro y se puso morado; tranquilo, Negro, tranquilo, son bromas no más, volvamos al tema que importa, que es la amistad, no estamos hablando de las hermanas; mejor hablemos de las mujeres, soy el que más experiencia tiene en eso, opinaba el Mosca Álvarez, que se peinaba con gel a lo Elvis Presley; ¡claro, Mosca, como cuando te comiste a la Cara de Nutria!, le enrostró Montenegro; ¡ya, ya!, está bueno, volvamos al tema, mejor preguntémosle su opinión al señor Cordero, que es mucho más maduro que todos ustedes, que solo piensan en las mujeres como objetos, ya hablaremos otra clase sobre el amor y el respeto a la mujer, recuerden que todos ustedes nacieron de una, y no porque este sea un colegio de hombres vamos a andar difamándolas; ¡se me había olvidado tu mamá, Mosca, que está hasta más rica que la hermana del Negro!, dijo el Enfermo, pero el Mono Velásquez se enojó y lo echó de la sala, castigado al sol, con chaleco, chaqueta y hasta el recreo, y patá en el poto al salir. Me parece que el tema de la amistad pasa primero por el respeto al otro, en ver en el rostro del otro mi propio rostro, sé que no tengo muchos amigos en este curso, ya que no carreteo tanto, pero los respeto mucho y tengan por seguro que pueden contar conmigo en el futuro para lo que sea, y para eso espero acercarme algo a ustedes en estos años que nos quedan de colegio, dijo el Mono y sintió la aprobación sincera del resto de la clase. En aquel tiempo ya era hábil hablando en público.

Entró al grupo religioso en octavo básico, casi obligado por su mamá, a la que no le agradaba que se la pasara viendo tele todas las tardes, aunque le gustaba quedarse en casa y ver los monos, la gente no le molestaba particularmente. Cuando entró le gustaron algunas de las niñas, pero no lo pescaban mucho, era tímido y se la pasaba con sueño, dormía durante las misas y no se sabía ni la mitad de los rezos, hubiera preferido jugar fútbol toda la tarde, pero era malo y no lo invitaban. El papá había muerto cuando era muy chico, no se acordaba de él. La mamá tenía su uniforme de carabinero colgado en la pared de la pieza y una foto enmarcada en la cómoda. La mamá no era católica ni creía en Dios, a él le gustaban las capillas y las iglesias porque eran los únicos lugares frescos en la casi siempre sofocante ciudad de Los Andes, también por las niñas lindas que entraban a rezar a veces, pero sobre todo por el calor. En la cómoda de la madre estaba el arma de servicio de papá, jugaba con ella hasta que un día se le escapó un balazo y mató al gato, la mamá lo retó y se asustó tanto que le pegó con lo primero que pilló, el gato muerto; después lo enterraron en el patio, que cómo se le ocurría jugar con la pistola, y que las armas las cargaba el diablo. Lo había matriculado en el Instituto Chacabuco de los Hermanos Maristas porque le habían dicho que era el mejor, y por la beca de los Carabineros que pagaba la mitad de la colegiatura. A él le gustaba porque tenía una capilla grande y fresca, y en los recreos todo el mundo podía jugar fútbol, bastaba correr tras la pelota e intentar chutearla alguna vez. Las pichangas eran de cien por lado y la pelota de plástico con papeles adentro, no dejaban usar de cuero: rompían las ventanas. Tampoco se podía correr por los pasillos, ni silbar o andar con la camisa afuera. El hermano Calixto era el inspector, andaba con un pito de árbitro que usaba como silbato para detener los actos de indisciplina, o de huasca para hacer la fila después del timbre de entrada; Puro Chile es tu cielo azulado, puras brisas te cruzan también, cantaban a coro al comenzar el año o para el 21 de mayo: Vuestros nombres, valientes soldados, que habéis sido de Chile el sostén, desfilaban con paso regular y eran el único colegio con banda de guerra, a Pablo le gustaban la banda y los desfiles, además que perdían muchas clases ensayando. Los niños de los liceos públicos los odiaban; te las voy a dar, mocho culiao, y a veces se las daban; te voy a dar la chanca, mocho culiao; salpica, cuma conchetumadre, te lavái el pelo con Omo, tu mamá es puta y lo pasa por luca, uno más choro. Los niños de los liceos públicos no tenían banda de guerra, ni estadio, ni chaqueta con solapa, ni profesores con reloj caro; no tienen futuro, dijo el Mono Velásquez; están cagados, no como ustedes que serán profesionales, buenos cristianos y virtuosos ciudadanos, sentenció el hermano Teófilo.

El infame

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