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6 de enero Para qué sirve el sufrimiento

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“Jesús soportó la cruz, sin hacer caso de lo vergonzoso de esa muerte, porque sabía que después del sufrimiento tendría gozo y alegría; y se sentó a la derecha del trono de Dios” (Heb. 12:2).

Soportar dificultades, perder para ganar, sacrificar deseos, enfren­tarse a situaciones inesperadas como la enfermedad o la muerte son algunas de las cosas a las que estamos expuestas, e indudablemente traen consigo una dosis alta de sufrimiento.

Muchas personas dudan del carácter de Dios sobre el argumento de que un Dios amante no permitiría el sufrimiento humano. Sin embargo, en su plan maestro en nuestro favor, el sufrimiento, que es resultado de la desobediencia, puede llegar a ser un acicate para alcanzar nuestra perfección en Cristo Jesús.

En realidad, sufrir es inevitable; lo importante es la actitud que tomamos ante el sufrimiento y ante la circunstancia que nos lo genera. Toda mujer cris­tiana madura reconoce que aceptar el plan de Dios para nuestra vida y movi­lizarnos para llevarlo a cabo muchas veces implica sufrir.

En una sociedad que tiene como aspiraciones máximas sentir placer y no experimentar dolor, ¿cuál es la razón de ser del sufrimiento en la vida del cris­tiano? ¿Qué provee el sufrimiento que ninguna otra circunstancia puede dar? Lo primero que nos aporta es que nos abre los ojos a nuestra necesidad de Dios: sufrir nos pone en una situación de vulnerabilidad, la que nos lleva a buscar apoyo y sustento en Cristo, reconociendo que, por nosotras, mismas somos incapaces.

Aunque parezca una paradoja, el sufrimiento con sentido puede llegar a ser una fuente de gozo, porque podemos ver que nos conduce a una madurez espiritual que no hubiera sido posible sin ese dolor. Es en medio de la adver­sidad como nos damos cuenta de nuestras limitaciones y como obtenemos compasión hacia el que sufre.

Para llegar a cumplir los planes divinos para tu vida, aprovecha los dones de Dios; y muévete a la acción, aunque esto conlleve, quizá, una dosis de su­frimiento. Este año traerá para ti desafíos que te empujarán a tomar decisio­nes y a actuar, y quizá al hacerlo también tengas que sufrir. Sin embargo, la promesa de Dios es eterna, y nos asegura: “No temas, que yo te he libertado; yo te llamé por tu nombre, tú eres mío” (Isa. 43:1).

Vive este día con la certeza del cuidado de Dios, e impúlsate hacia lo que está adelante con la actitud de una mujer que ha puesto su vida al resguardo del Eterno.

Pinceladas del amor divino

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