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9 de enero Oren sin cesar

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“Manténganse constantes en la oración, siempre alerta y dando gracias a Dios” (Col. 4:2).

Se me ocurrió buscar en el diccionario la definición de la pa­labra “oración”, y me refirió al siguiente concepto: “Enunciado que tie­ne un verbo como núcleo del predicado”. En realidad, no era este tipo de oración el que yo buscaba, pero sentada frente a esta definición, reflexio­né en ella y la apliqué al concepto de la oración como plegaria.

Cuando oramos, necesitamos que el núcleo sea el Verbo; recordemos quién es el Verbo: “En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios” (Juan 1:1, RVR 95). El verbo es quien nos mueve a nosotras, que so­mos el sujeto. En otras palabras: cuando oramos nos ponemos en sintonía con Dios para que su Espíritu nos mueva a conocer, aceptar y cumplir la volun­tad del Padre.

La oración es una fuente inagotable de bendiciones. La mujer que ora, en­cuentra sabiduría y discernimiento para hacer frente a sus retos; su fortaleza será renovada cuando el cansancio y la fatiga tomen como presa su cuerpo y su mente. En las Sagradas Escrituras leemos: “Dejen todas sus preocupa­ciones a Dios, porque él se interesa por ustedes” (1 Ped. 5:7).

Cuando oramos, se ve nuestra naturaleza humana: buscando respuesta a una petición, somos insistentes y nuestras súplicas no cesan. Pudieras llegar a pensar que cansas a Dios; sin embargo, ten la certeza de que te escucha con profunda compasión, y su corazón empático se conmueve. No hay ningún aspecto de tu vida que quede fuera de su atención. La niña, la joven, la espo­sa, la madre, la abuela siempre encontrarán sustento cuando acudan reveren­temente ante Dios suplicando ayuda.

“Tomen tiempo para orar, y al hacerlo, crean que Dios los oye. Mezclen fe con sus oraciones. Puede ser que no todas las veces reciban una respues­ta inmediata, pero entonces es cuando la fe se pone a prueba” (Testimonios para la iglesia, t. 1, p. 156). La oración de fe sencilla bendice, restaura, sana, une y, además, renueva tu mente, de tal modo que agudiza tu capacidad de dis­cernir, lo que te lleva a gozar de libertad para tomar decisiones responsables.

Hoy, antes de iniciar tu jornada, inclínate ante Dios con humildad. Que tu oración sea: “Señor, gracias por este nuevo día. Me regocijo en ti. Gracias por todo lo que sentiré y haré hoy, pues confío en que serás mi ayudador, mi amigo, mi consejero y mi sustentador. Amén”.

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