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16 de enero Soy mujer: soy feliz

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“Alégrense siempre en el Señor. Repito: ¡Alégrense!” (Fil. 4:4).

Algunos aseguran que la felicidad es un arte que se puede cul­tivar; otros afirman que es un estado emocional que desarrollamos como un hábito; también hay quienes aseguran que es parte de la di­cotomía de la vida; es decir que, para ser feliz, es necesario conocer la tristeza. No importa de qué lado nos pongamos, lo cierto es que el pedido de Dios al respecto es: “Estad siempre gozosos” (1 Tes. 5:16, RVR 95). Pero ¿cómo lograr­lo, siendo que vivimos en un mundo de dolor y sufrimiento? ¿Es acaso un pe­dido imposible? Por supuesto que los pedidos de Dios no son imposibles.

Por naturaleza, los seres humanos tenemos tendencia a evitar el dolor y el sufrimiento. La máxima de la vida es encontrar la felicidad, y los caminos para encontrarla son inimaginables. La felicidad del mundo, basada en el princi­pio del placer, genera un desgaste emocional y físico, en ocasiones, con gra­ves consecuencias. Sin embargo, el gozo que Dios nos ofrece es mucho más sencillo. Es de dentro hacia fuera, y no está sujeto a nada de lo que ocurre a nuestro alrededor.

Las mujeres que creemos en Dios tenemos razones más que suficientes para ser felices, aun en medio de las vicisitudes de la vida. La felicidad no de­pende de un instante; la felicidad es una cadena formada por muchos eslabones de gratitud, fe, confianza, amor, misericordia y sensibilidad. Si así no fuera, ¿cómo entenderíamos el hecho de que personas que viven en medio de caren­cias de todo tipo puedan verse gozosas y radiantes?

Parece ser que existe una estrecha relación entre utilidad y felicidad; de he­cho, sentirse útiles abre la puerta a la verdadera alegría. Pienso ahora mismo en la misión de Jesús, que “no vino para ser servido, sino para servir” (Mat. 20:28, RVR 95).

Amiga, ¿por qué no empezar hoy? Considera en tu bitácora del día un acto de servicio. No solo ayudarás a alguien, sino que también te ayudarás a ti mis­ma. La satisfacción de realizar un acto generoso en favor de otro es un detonante efectivo para sentir satisfacción personal, que indudablemente producirá gozo. Como dijo Teresa de Calcuta: “El servicio más grande que podemos hacer a alguien es conducirlo para que conozca a Jesús, para que lo escuche y lo siga; porque solo Jesús puede satisfacer la sed de felicidad del corazón humano, para la que hemos sido creados”.

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