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8 de enero Estén siempre alegres

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“Llénenme de alegría viviendo todos en armonía, unidos por un mismo amor, por un mismo espíritu y por un mismo propósito” (Fil. 2:2).

Te propongo iniciar hoy una serie de cinco reflexiones basadas en 1 Tesalonicenses 5:16 al 22, que dice así: “1) Estén siempre alegres, 2) oren sin cesar, 3) den gracias a Dios en toda situación, […] 4) somé­tanlo todo a prueba, […] 5) eviten toda clase de mal”. Empecemos por la primera parte: “Estén siempre alegres” (NVI).

Estar siempre alegres parece imposible. Sin embargo, es un pedido de Dios, y él nunca nos pediría nada que no esté a nuestro alcance. Lo que lo hace pa­recer imposible es nuestro concepto de la alegría. Entendida como una emo­ción basada en el placer, claro que es un pedido inalcanzable. Sin embargo, la alegría va más allá de eso.

La alegría a la que se refiere Dios es el estado que alcanzamos cuando vi­vimos en armonía con él, con nosotras mismas y con el prójimo, y es ajena a las circunstancias que nos rodean. La alegría se asemeja a una planta que se cultiva día a día con cuidado y voluntad; es una decisión firme de restar lo ne­gativo y sumar lo positivo; es pasar del ego al altruismo. El terreno para cultivar la alegría somos tú y yo, así como las relaciones con la familia, los amigos, y las personas que llegan y se van de nuestra vida en el trajín cotidiano.

Comienza estando alegre contigo, con lo que eres, lo que haces y tienes. Si alguno de estos aspectos de tu vida se puede mejorar, atrévete a intentarlo: sue­ña con lo que es posible y muévete a la acción. Por otro lado, la alegría no se vive a solas; al experimentarla, te encontrarás con personas que vienen, otras que se van y muchas tantas que se quedan. Tal vez tú esperas que los que se quedan, se vayan, y que los que se van, se queden. Al aceptar que no ocurre así, abres la puerta a la flexibilidad mental, que es un principio básico para lo­grar estar alegres de una manera permanente. Entonces te será posible hacer tuyo el pedido del apóstol: “Alégrense siempre en el Señor. Repito: ¡Alégren­se!” (Fil. 4:4).

Cultiva tu alegría cooperando con la voluntad de Dios; entusiásmate frente a los desafíos; ve lo bueno que hay en ti y en los demás; desarrolla el buen humor; ponle sabor a lo desabrido; sé precavida pero no miedosa. El mundo está lleno de alegrías; el arte consiste en saber distinguirlas.

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