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11 de enero Sométanlo todo a prueba

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“Sométanlo todo a prueba y retengan lo bueno” (1 Tes. 5:21).

Las expertas amas de casa saben que los mejores alimentos se con­siguen en los mercados, donde los productos llegan directamente del campo. He tenido varias aventuras en algunos de estos lugares tan tí­picos de los países latinoamericanos. La mezcla extraordinaria de colores, sa­bores y texturas me hace volver una y otra vez a repetir la experiencia. Los vendedores que con su mano extendida te ofrecen probar del producto son los que más ayudan a decidir qué llevar a casa. Sin probar no se compra.

Pensando en este asunto, viene a mi mente el consejo del apóstol: “So­métanlo todo a prueba” (1 Tes. 5:21). Si sometemos a prueba el alimento físico que llevamos a la mesa antes de comprarlo, ¿no debemos hacer lo mismo con el alimento para el espíritu y el intelecto? Someter a prueba todo aquello que entra a la casa y a la mente, a veces imperceptiblemente, nos libra­rá de culpas, de hábitos que corrompen y de filosofías que opacan nuestra visión de la eternidad.

Así como haces con los alimentos, somete a prueba lo que entra a tu casa a través de la pantalla, la música y las ideas aparentemente “innovadoras” que cautivan los sentidos, apartándote de la serena conexión con el Eterno. Son tiempos para estar alerta.

La vida es, a veces, como un mercado: vende ideas, filosofías, conceptos y estilos de conducta que pueden corromper el templo del Espíritu Santo, que somos nosotros. La amonestación del Señor es: “Examinaos a vosotros mis­mos, para ver si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos?” (2 Cor. 13:5, RVR 95).

Si después de leer esta reflexión te dispones a salir al mercado a buscar alimentos para tu familia, disfruta de los colores, aromas y sabores, y alaba a Dios por su generosidad al permitirnos hacer del comer un deleite. Cuando salgas al “mercado” de la vida, aplica la misma fórmula: examina, prueba y eli­ge; para que elijas bien. No todo lo que parece bueno, lo es; pon a prueba lo que escuchas, lo que ves, lo que lees, lo que tocas... De ello depende tu bienes­tar y el de las personas que están en tu círculo de acción. En esta tarea no estás sola; Dios está contigo.

Pinceladas del amor divino

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