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2. LOS MATERIALES
ОглавлениеEl interés por la recopilación del material fragmentario en general, así como el de los poetas trágicos y Esquilo en concreto, se remonta a los primeros momentos de la renaciente filología clásica en la Europa de los siglos XVI y XVII . Las ediciones de Jan van Meurs (1619), de Hugo Grotius (1623) y de Stanley (1663) son un buen testimonio, y la labor continuó en el siglo siguiente con, entre otros, las Notae de Heath, publicadas en Oxford en 1762, a las obras conservadas de los tres trágicos y también a sus fragmentos, en los que la labor de rastreo de sus predecesores se iba incrementando con nuevos materiales 46 . Kassel 47 hace un atractivo análisis de los motivos que pusieron en marcha esta tarea recopilatoria de los fragmentos en general, no sólo los trágicos, y concluye que pueden perfilarse dos líneas paralelas de actuación: junto con la pretensión puramente filológica, que se esfuerza por ir incrementando los materiales que permitan un mayor conocimiento de la Antigüedad, hay una segunda finalidad, de tipo moralizante, cuyo interés se centra en hacer acopio de todas las máximas y reflexiones morales de los antiguos, en las que se pretende encontrar una relación de contacto entre el mundo clásico y la doctrina cristiana, lo que explicaría que en repetidas ocasiones este rastreo se haga primordialmente sobre autores del tipo de Estobeo: los mencionados Jan van Meurs y Hugo Grotius, los dos primeros editores, son un ejemplo de una y otra orientación.
Con la llegada del siglo XIX la recopilación de materiales ha alcanzado ya un nivel importante, y podría decirse que en ese momento empieza la tarea editorial que va a suponer la consolidación del material fragmentario de los trágicos: las obras de Meineke, Dindorf y, sobre todo, Nauck con sus dos ediciones (1856 y 1889) sientan las bases del trabajo filológico hasta nuestros días. Pero al lado de la tarea puramente editorial, alcanzan ahora un nivel destacado otras dos parcelas: el estudio pormenorizado de esos textos y los intentos sistemáticos de reconstruir las tramas argumentales de las obras perdidas en la medida de lo posible: así se yerguen ahora, entre otros, dos grandes figuras: Hermann y Welcker, cuyas directrices, aunque con frecuencia enfrentadas, se revelan de un gran interés y ayuda, cada una en un sentido pero ambas igualmente provechosas. Pero en los últimos decenios de ese siglo va a aparecer una nueva fuente de documentación de importancia decisiva: los papiros, aunque en esos momentos iniciales Esquilo no gozó de la suerte, por ejemplo, de Baquílides, Aristóteles o Herodas: Nauck2 sólo conoce el papiro Didot, publicado por Weil en 1879, que lo adscribió a Los carios (Fr. 99) basándose en el contenido del texto 48 , y el siglo llega a su final con la labor incansable de Grenfell y Hunt rastreando tiras de papiro procedentes de Oxirrinco 49 .
El siglo xx podría tal vez dividirse en dos etapas. A lo largo de su primera mitad tiene lugar el descubrimiento de buena parte de los papiros esquíleos, que enriquecerán notablemente nuestro conocimiento del poeta, en especial la parcela del drama satírico con las dos grandes aportaciones a Los arrastradores de redes y a Los emisarios / Los participantes en los Juegos Ístmicos, donde la labor filológica de Lobel a los volúmenes XVIII (1941) y XX (1952) de la colección de los Papiros de Oxirrinco supuso toda una revolución para los estudios esquíleos; sin olvidar los que unos años antes habían publicado Norsa y Vitelli sobre la Níobe y Los mirmidones en la serie de los Papiros de la Sociedad Italiana 50 . En paralelo continúan los estudios literarios, en los que ahora se va a utilizar de forma decidida un nuevo tipo de materiales: las representaciones iconográficas, en especial la Cerámica 51 , en una línea de actuación en la que destacan como modelos ya consolidados en aquellos inicios los trabajos de Robert 52 o de Séchan 53 .
Ante tal incremento de materiales, la segunda parte del siglo xx se ha centrado en sistematizar la nueva información a través de la elaboración de nuevas ediciones. El primer intento es el conocido Apéndice de Lloyd-Jones 54 a la vieja edición de Smyth de 1926, donde reúne los nuevos fragmentos papiráceos. Poco después Mette 55 culminaba una larga trayectoria de dedicación a este terreno con una edición definitiva, que ha recibido una crítica negativa por su audacia a la hora de reconstruir y organizar los papiros, aunque también aportó elementos positivos reuniendo fuentes paralelas y complementarias hasta ese momento desconocidas. A comienzos del decenio de los setenta se puso en marcha la elaboración de los Tragicorum Graecorum Fragmenta (TrGF) con la participación de Snell, Kannicht y Radt, y en 1985 veía la luz la gran edición de los fragmentos de Esquilo a cargo de Stefan Radt en el volumen 3 de la serie, obra modélica para todos aquellos que quieran trabajar en textos fragmentarios; más aún: en mi opinión, será un hito en la historia de la filología clásica del siglo xx 56 . En valoración paralela a la edición de Radt es justo mencionar el Lexicon Icono graphicum Mythologiae Classicae (LIMC), donde se culmina la labor que sin descanso venían llevando a cabo diversos estudiosos (Beazley, Webster, Trendall, Kossatz-Deissmann, Simon, etc.), y que ahora en el LIMC recibe el tratamiento sistemático debido. Finalmente, no sería justo dejar de mencionar el volumen colectivo dedicado al drama satírico 57 , donde se aúnan todos los tipos de testimonios (las fuentes mitográficas, los propios fragmentos, las aportaciones iconográficas) y se pretende, sin erudición pero con rigor, situar cada drama satírico en el nivel de realidad filológica que los datos nos permiten en cada caso.
Después de la edición de Radt, actualizada con unos Addenda en 1999, poco ha variado el estado de los textos: cinco o seis posibles pequeños fragmentos nuevos, además de los que él mismo añade en sus Addenda ; pero sobre todo las nuevas ediciones, que en algún caso tienen una importancia especial por la dificultad textual: la revisión de Amarante de la presencia de Esquilo en los papiros de Herculano supone una nueva lectura, más precisa, de esos textos tan complejos; también provechosa ha sido la revisión llevada a cabo en los nuevos Commentaria et lexica Graeca in papyris reperta , en cuyo volumen I/1 (2004) se recoge el material pertinente a Esquilo; así como la edición, aún incompleta, del códice Zavordense del Léxico de Focio a cargo de Theodoridis, cuyo material esquíleo Radt conoció por adelantado, pero que ahora en la propia edición mejora la información de conjunto. Muy poca cosa, pues. Pero la gran edición de Radt, debidamente complementada con el LIMC , abre en mi opinión un nuevo horizonte para tratar de hacer realidad aquel viejo programa-sueño de Welcker —¡hace ya tantos años, pero no por ello menos sugerente!— de intentar perfilar en la medida de lo posible una visión más real de esa gran empresa cultural y civilizadora que fue la Tragedia griega 58 .