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4 ¡QUE NO TE ENGAÑEN!

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Un adolescente pletórico de energía que baila como un loco mientras se come el «bolli...» con esa «fantástica» crema de chocolate rodeada de esponjoso bizcocho; una actriz de moda que, tras beberse un gran vaso de leche..., se zambulle «atléticamente» en las aguas, arrojándose desde un magnífico velero; un «tío cachas» deseado con la mirada por un grupo de «secretarias hambrientas» mientras se bebe su refresco de cola light; un aceite que presume de «antioxidante» por ser rico en vitamina E (¿...?).

Todos estos anuncios de TV, y muchos otros, tienen algo en común. O afirman o dan a entender algo rotundamente falso, o como mínimo hacen un planteamiento engañoso o incompleto. Me explico...

El «bolli...» que se come el adolescente ciertamente aporta calorías, que pueden usarse como fuente de energía, pero lo hace junto con aceites saturados o hidrogenados, probablemente incluyendo aceites vegetales de palma o coco, o de girasol de mala calidad. El chocolate, que no es cacao genuino (si no el precio se cuadriplicaría), tiene sus inconvenientes, además de la harina refinada de mala calidad que utiliza.

Si hablamos de la leche (lo haré en el próximo capítulo) «con el clero hemos topado, Sancho», ya que, todavía, la «ciencia oficial» puede tachar de hereje a quien no esté de acuerdo con que la leche es «ese fantástico alimento de primer orden tan recomendado, enriquecido con calcio y vitaminas, ahora con jalea real, con plantas, con vitaminas y quién sabe, algún día hasta con la teta de la vaca incorporada». Perdonad mi sarcasmo, pero es el reflejo del enfado que muchos profesionales de la nutrición sentimos ante uno de los mayores timos dietéticos de nuestro siglo. Si te ha sorprendido la rotundidad de mi afirmación, espero que leas detenidamente el próximo capítulo.

¿Qué hay de ese «magnífico aceite» rico en vitamina E, antioxidante? Pues la cruda realidad es que ese aceite se ha sometido a altas temperaturas, trasformando su estructura molecular y convirtiéndolo en un alimento no recomendado. Eso sin contar con los disolventes utilizados en su extracción y presentes también en el producto final. Además, la vitamina E que contiene está oxidada o es sintéticamente añadida y no sirve para nada. Si esto también te ha sorprendido, lee con muchísima atención el capítulo 7, donde desarrollaré este tema.

El «tío cachas» del refresco «sin azúcar», si lo consume con demasiada frecuencia, puede que, con los años, no sepa distinguir a las «secretarias hambrientas» de la maceta de recepción. Efectivamente, se está demostrando que el aspartamo, presente en los alimentos y refrescos llamados light, actúa como neurotóxico. Será interesante que conozcas su historia en un capítulo próximo.

Estos son sólo algunos ejemplos que quizás puedan parecer algo exagerados pero, como demostraré, están, como mínimo, justificados a la luz de numerosas investigaciones.

Hipócrates, el llamado padre de la medicina, hizo la siguiente afirmación, que ha pasado a la historia: «Que la alimentación sea tu medicina y tu medicina sea la alimentación». Y yo, en estos tiempos, añadiría: «Mala medicina será tu alimentación diaria si está plagada de aditivos, conservantes, carne «finamente aliñada» con dioxinas, hormonas y antibióticos, que «si no está loca, está chalada», vegetales «delicadamente» irradiados o, ¡cómo no!, exquisiteces transgénicas «a la carta», donde un tomate o unas fresas se han modificado con genes de un pariente cercano... un pez de mares fríos... (¿...?)».

Mi «descaro» al plantear esta cuestión es poco si lo comparamos con la desfachatez de innumerables gobiernos y administraciones públicas de todo el mundo, que no sólo no dedican suficientes recursos al control de la calidad alimentaria de la población, sino que, peor aún, «se hacen los ciegos» ante el envenenamiento paulatino que tenemos que sufrir para «engordar la arcas» de multinacionales sin escrúpulos.

La Comisión Europea se expresó así recientemente: «Diversas tecnologías novedosas como la irradiación de alimentos o el empleo de la ingeniería genética en los cultivos alimentarios han suscitado gran controversia». En este sentido, hay que admitir que los gobiernos comunitarios no se acaban de poner de acuerdo en cuestiones fundamentales. Por ejemplo, en lo referente a la carne tratada con hormonas, un «experto» alemán, el Dr. Heinrich Karg, señaló que «la carne tratada con hormonas no es nociva, siempre y cuando dichas sustancias se administren según pautas establecidas»; por otro lado, en Francia, el suministro de hormonas se ha topado con una rotunda negativa.

Hace ya muchos años, décadas, que la agricultura mundial y la industria alimentaria depende de prácticas que muchos consideramos nocivas: el empleo indiscriminado de pesticidas tóxicos, escaso control en la aplicación de la ingeniería genética en la agricultura, alimentos irradiados, aditivos alimentarios dañinos, engorde artificial de los animales para consumo humano, procesado alimentario que genera moléculas perjudiciales, etc.

El mayor inconveniente viene dado por la relación tan estrecha, yo diría de «triángulo amoroso», que existe entre muchos gobiernos, las multinacionales agroalimentarias y la llamada «ciencia oficial», que en muchas ocasiones (esta última) no es otra cosa que la suma de intereses de las otras dos entidades.

Merece la pena informarnos bien sobre este tema, tanto por nuestra salud, como por la de nuestra familia, y quién sabe, quizás otros hagan caso de los consejos que les demos. Particularmente, llevo veintiún años cuidando la alimentación, sin fanatismos, sin extremismos, pero comprendiendo que existe un grupo de alimentos de uso común que deben estar alejados de la alimentación habitual si queremos llevar a cabo una «alimentación inteligente», una alimentación «consciente».

Estas recomendaciones y correcciones alimentarias, con diferentes matizaciones según el caso, las han seguido varios miles de pacientes que he tenido, pero también miles y miles de pacientes de otros profesionales de la nutrición, tanto de los que considero mis maestros, como los que han sido y son, a su vez, mis alumnos.

En el próximo capítulo, «voy a coger el toro por los cuernos» o mejor dicho, «la vaca...».

Que tus alimentos sean tu medicina

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