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2 «SOMOS LO QUE COMEMOS»

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Cada día es más difícil que se produzca una muerte «natural» o, como se suele decir, «morir de viejo». Los últimos grupos humanos longevos que no presentaban enfermedad alguna, ni la menor caries dental, eran aquellos que permanecían incomunicados en lugares remotos y, por la misma razón, ajenos a nuestra alimentación industrializada y manipulada (altos valles de los Alpes, de los Cárpatos y Balcanes, del Cáucaso, Afganistán, Himalaya —Hunzas—, etc.). Sí, es cierto, también respiraban aire puro y no sufrían estrés, su vida era más sencilla y sus «necesidades» eran pocas. Sin embargo, indiscutiblemente, la calidad y la costumbre alimentaria era un factor determinante (rica en vegetales, frutas y frutos, cereales, fermentos, etc.).

Hoy en día, la sociedad está acostumbrada a vivir con el reumatismo, las alergias, las migrañas, las varices, las hemorroides, los fibromas, los pólipos, la hipertensión, etc., sin que sorprenda a nadie. No obstante, estas enfermedades bien pudieran considerarse signos precursores de desórdenes inmunitarios y homeostáticos que se instalan y anuncian males mayores. Nunca antes se habían generado tantas enfermedades degenerativas. Mediante potentes fármacos se han controlado e incluso erradicado enfermedades víricas y parasitarias graves, y no debemos cerrar los ojos ante esta evidencia. Igualmente el campo de la cirugía, particularmente a nivel osteoarticular, ha llevado a cabo importantes avances y mejoras en la calidad de vida. Sin embargo, en lo concerniente a enfermedades degenerativas (cáncer, esclerosis múltiple, poliartritis crónica evolutiva, etc.) poco se ha avanzado. En realidad, ¡se han convertido en las plagas de nuestro tiempo!

Son muchos los investigadores independientes, médicos, biólogos especializados, científicos, que han llegado a explicaciones plausibles sobre la etiología de numerosas afecciones, relacionándolas con los hábitos de vida, particularmente con la alimentación incorrecta, los polucionantes y el estrés. En estas explicaciones, estudios, métodos y experiencias me baso para aplicar un dietoterapia correctiva, que tenga como objetivo recuperar, en la mayor medida posible, el equilibrio bioquímico y homeostásico perdido.

A esta metodología dedico mi actividad profesional desde hace dieciocho años, impartiendo conferencias, seminarios y formación a todos los profesionales de la salud que, como yo, están convencidos de que «Somos lo que comemos».

El Dr. Seignalet (véase Segunda Parte, capítulo 1), después de más de cuarenta años de experiencia clínica e investigación, llegó a la conclusión de que en la etiología (origen) de un grupo importante de enfermedades se sitúa, como factor determinante, la alimentación moderna, obviamente inadecuada para el organismo. En su obra La alimentación o la tercera medicina insiste reiteradamente en que el intestino delgado es la vía de entrada más importante de numerosos tóxicos perjudiciales para el ser humano, particularmente a través de la alimentación.

El Dr. Fradin, del Instituto de Medicina Medioambiental de París, sitúa en un 70% el número total de enfermedades dependientes de la alimentación.

La Dra. Kousmine (véase Segunda Parte, capítulo 1), mientras vivió, así como los doctores A. Bondil, P. Keros, P. G. Besson y otros miembros de la Asociación y Fundación Médica Kousmine, han dedicado sus vidas a demostrar la relación directa entre la enfermedad y los malos hábitos de alimentación.

Es larga la lista de médicos y científicos que coinciden con esta visión de la salud, aunque todavía la «medicina oficial» no quiera concederle a la nutrición terapéutica el papel que se merece. En este sentido, me pareció muy interesante el comentario del Dr. Jorge D. Pamplona en la introducción de su obra sobre el poder curativo de los alimentos:

En los últimos años se está llevando a cabo un número creciente de investigaciones que ponen de manifiesto el poder curativo de muchos alimentos vegetales preparados en su forma más sencilla. En ellos se encuentran auténticos medicamentos naturales capaces de neutralizar y eliminar toxinas, regular las funciones vitales, frenar la arteriosclerosis, evitar el cáncer y, en suma, conservar nuestra salud.

Ningún medicamento podría hacer tanto por nuestra salud como los alimentos saludables que tomamos cada día. Igualmente, ningún fármaco posee la capacidad de compensar por completo los efectos nocivos de los alimentos insanos que ingerimos o de una dieta desequilibrada.

Deberían ser incontestables estas afirmaciones, no sólo por las miles de investigaciones que, en todo el mundo, están demostrando actualmente el efecto beneficioso de la corrección alimentaria en infinidad de trastornos de salud, sino porque, durante siglos, cientos de terapeutas de todo el mundo han utilizado, con éxito, como piedra angular de sus terapias, dicha corrección dietética.

Que tus alimentos sean tu medicina

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