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1 DE LA CONTROVERSIA

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Cualquier investigador de la salud que se precie no dudará en afirmar que ésta depende de factores constitucionales o hereditarios y medioambientales o, como otros llamarían, «del entorno».

Cada día nos aseguran que la duración de la vida está programada genéticamente, como si todos estuviéramos predestinados a «nuestro final», independientemente de lo que hagamos con nuestra vida y nuestro cuerpo. No obstante, si esto fuera así, cualquier tipo de profilaxis de la salud, desde lo más esencial (no fumar, hacer ejercicio, evitar las grasas saturadas o la exposición continuada al estrés, etc.) hasta las medidas terapéuticas más avanzadas serían inútiles. Creo que ésta es la manera de pensar de los «inconscientes», aquellos que todavía arguyen diciendo que han visto a personas llegar a ser muy, muy ancianas con malos hábitos, como fumar o beber alcohol con frecuencia o comer grasas animales, y comentarios de este estilo. Yo suelo responder que sería interesante saber hasta qué edad hubieran llegado estos «poderosos metabolismos» de haberse cuidado convenientemente, o cómo hubieran disfrutado de una mejor calidad de vida sus últimos años, o qué tipo de entorno (aire, agua, vivencias, etc.) prosalud actuaba de manera «compensatoria». En fin, como dice el Dr. Claude Lagarde, en un entorno idóneo, con una alimentación adecuada y una buena herencia constitucional, deberíamos vivir hasta los ciento veinte años.

Creo que sería de necios negar que las opciones que tomamos respecto a nuestra manera de vivir pueden interaccionar con la genética para determinar la calidad de vida que experimentamos en las postrimerías de ésta.

Tanto se ha escrito ya sobre el efecto de la dieta en la salud, y tantos métodos y dietas se han presentado como la mejor opción, que no quiero caer en la frivolidad de presentar una «dieta maravillosa» como la ideal para todo el mundo. Esto sería una estupidez, ya que cada individuo tiene unas necesidades nutricionales particulares, fruto de su terreno biológico dominante.

Algunos autores y terapeutas sostienen, a veces a ultranza, que la dieta ideal es la vegetariana, porque es acorde a la fisiología humana y porque las estadísticas indican que existe una menor incidencia de cáncer y enfermedades cardiovasculares entre ellos. Otros profesionales e investigadores contestarían que es la conciencia del cuidado general de su salud y el hecho de comer menos grasa y más fibra lo que realmente marca la diferencia, y no el ser estrictamente vegetariano. Yo debo añadir también que no pocos vegetarianos comen alimentos de mala calidad o los cocinan de manera incorrecta o, por ignorancia, no consumen las cantidades óptimas de ciertos nutrientes. Por ilustrarlo de alguna forma, si uno cuece demasiado los vegetales a elevadas temperaturas, puede que, además de eliminar casi todas las vitaminas y minerales, se generen moléculas perjudiciales. El hecho de que uno tome pan integral biológico y pastas biológicas no quiere decir que el trigo sea un cereal indicado para sus mucinas intestinales. Si se toman productos lácteos, particularmente leche, para, supuestamente, aportar una proteína completa, seguramente se esté provocando la formación de mucosidades intestinales y respiratorias o, peor aún, como diría el afamado Dr. Seignalet, debilitando el sistema inmunológico.

Sin embargo, estimado lector, es posible ser vegetariano y disfrutar de una nutrición óptima. Conozco a «vegetarianos conscientes», es decir, que saben exactamente cómo combinar los alimentos para que no se presente ninguna deficiencia proteínica y sus aportes de vitaminas sean los deseados. También debo señalar que determinados individuos se benefician especialmente al seguir una alimentación vegetariana y otros parecen beneficiarse más de una alimentación mixta.

En síntesis, la cuestión no debe basarse en el hecho de ser o no vegetariano. La cuestión debe basarse en conocer bien el efecto sobre la salud de todos los grupos principales de alimentos y de la manera como se cocinan, procurando, en cualquier caso, escoger aquellos de mejor calidad, por su frescura y menor manipulación.

Particularmente, no me interesan las «modas dietéticas», por lo que en los próximos capítulos me centraré en aquellas cuestiones esenciales en las que creo que existe consenso entre los investigadores y clínicos de lo que yo llamaría «la vanguardia de la nutrición». Entiendo, no obstante, que algunas de las ideas que expondré, sobradamente documentadas (ver bibliografía), pueden impresionar al lector que no esté muy al corriente de la manipulación publicitaria y comercial que la industria mundial agroalimentaria utiliza o de la ignorancia o del «no querer ver» de ciertos estamentos que tendrían la facultad de mejorar la salud pública, pero que prefieren ceder ante el «todopoderoso caballero, Don Dinero».

Que tus alimentos sean tu medicina

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