Читать книгу Sobre Dios, el hombre y la muerte - Fermín Cebrecos - Страница 8

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El racionalismo cartesiano es un ejemplo claro de filosofía teorética, puesto que el método introspectivo que en él se postula está presidido por (y se encuentra compenetrado de) un “mirar” o “contemplar” que los griegos denominaron theorein (qewr ! ein). Este infinitivo verbal tiene el significado de un “ver” en el que la razón se erige en sujeto y objeto de su propia función. En efecto, la razón humana (sujeto) se autocontempla (objeto) y, mediante este proceso de “buceo” interior, encuentra verdades a priori que, en el lenguaje cartesiano, son “claras y distintas”, esto es, “evidentes por sí mismas” (evidentes per se). Consiguientemente, en la autocontemplación racional el sujeto y el objeto del conocimiento se ven a sí mismos mediante un theorein, que puede ser calificado metafóricamente de “espejo” (speculum) y traducido así: “La razón humana se autocontempla como si ella fuera un espejo”. Se comprende, entonces, por qué la filosofía teorética ha sido llamada también “filosofía especulativa”.

Ahora bien, si dicha filosofía se refiere, ante todo, a la metafísica, sea esta “metafísica general” (u ontología, en tanto que reflexión sobre el ser en cuanto ser) o “metafísica especial” (porque su objeto de estudio no es otro que el ser del mundo, del hombre y de Dios, esto es, de tres seres que la razón ha privilegiado ya desde los inicios del filosofar), entonces resulta que el ámbito temático de la filosofía teorética es lo no accesible a los sentidos (lo “invisible”) y lo que, por no ocupar un lugar en el espacio ni poseer un volumen calculable, se encuentra “más allá de lo físico”. Ello exige que la relación cognoscitiva entre lo “visible” y lo “invisible” tenga que ser de naturaleza distinta al theorein especulativo.

Antes de Descartes, para el que solo son innatas las ideas que la razón adquiera (“vea”) en sí misma mediante la modalidad introspectiva, ya Platón había concebido la génesis a priori de todas las ideas, y San Agustín, un platónico moderado, había ratificado que el origen de la verdad no radica en la experiencia sensorial, puesto que el alma presta a las percepciones sensibles algo que estas no pueden darse a sí mismas (...dat enim eis formandis quiddam substantiae suae) (De Trinitate X, 5-7). Aunque en Platón puede discutirse acerca de si las ideas son inmanentes a la psyché, en San Agustín no cabe duda de que el alma no es, en último término, el origen de las ideas a priori.

Tanto en Platón como en San Agustín y en Descartes (más en los dos últimos que en el primero, como se verá más adelante) nos hallamos frente a un pensar sobre el alma que, si bien es diferente en cuanto a su significación ontológica, presenta dos coincidencias:

a) ha de incluirse en la psicología racional, esto es, en una reflexión sobre la psyché, entendida como naturaleza humana, y no en una antropología filosófica que define al ser humano como unidad psicosomática.

b) ha de explicarse como formando parte de una filosofía teorética que emplea un método en el que la psyché se autocontempla a sí misma para encontrar la verdad. En consecuencia, la filosofía teorética es filosofía especulativa porque la contemplatio recurre a una operación mental que, salvando las exigencias impuestas a San Agustín por una teología metarracional (theologia revelata), que le impele a trascender su propio ser, no excede los contenidos de la psyché misma, no importando para el caso que esta sea llamada “mente”, “alma”, “intelecto”, o “razón” (Medit. II, 6).

A la comprensión de lo que en Descartes significa este proceso especulativo en lo concerniente a su idea de Dios, se llegará mejor si se pasa antes, siquiera de modo breve, por los que constituyen esencialmente su subsuelo gnoseológico: Platón y San Agustín. Y ello no solo debido a la repercusión que ejercerá el peculiar realismo del primero en el theorein cartesiano, sino también a la posición de ambos sobre el alma, las ideas y Dios, así como al método que los relaciona entre sí. Las diferencias contribuirán a entender mejor las restricciones del speculum en cuanto “mirada que se mira a sí misma” y en cuanto a lo que, mediante ella, puede dar de sí.

Sobre Dios, el hombre y la muerte

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