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LEYENDA I
EL REY NAZAR
XII
EL PALACIO DE RUBIES

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Habian pasado muchos dias.

El rey habia tenido muchas entrevistas con Bekralbayda.

El príncipe continuaba preso.

Yshac-el-Rumi empezaba por su ciencia á privar con el rey.

Ninguno mejor que él descifraba los sueños del rey, ni respondia mejor á sus dudas.

El rey Nazar empalidecia.

Comprendíase que minaba algo su existencia.

Sus ojos empezaban á tener cierto brillo fosforescente como los de la sultana Wadah.

Dormia poco, y aun así de una manera inquieta.

En medio de sus sueños, quien hubiera estado cerca de él, le hubiera oido pronunciar el nombre de su hijo y de Bekralbayda.

Una noche el rey velaba.

Tenia junto á sí en una pequeña mesa un cuadrante y un pergamino estendido.

El rey marcaba con tinta roja sobre el pergamino líneas y compartimientos, los media con un compás, y volvia á meditar y á marcar líneas y puntos y á tomar medidas.

Quien le hubiera visto entonces, no le hubiera creido el sultan de Granada, el poderoso Nazar, sino un alarife25 que se ocupaba en formar el plano de un palacio.

El rey se ocupaba profundamente de su trabajo.

Pero de repente le interrumpió un ruido inesperado.

El batir de las alas de un pájaro.

El rey Nazar se estremeció y miró.

Vió un enorme buho que revolaba en su cámara.

El rey Nazar se puso mortalmente pálido, y se levantó en busca de su arco.

Pero el buho estrechó su vuelo sobre la mesa, apagó la lámpara y escapó por la ventana.

Entonces resonó á alguna distancia una carcajada hueca.

El rey Nazar dió voces: entraron sus esclavos con luces.

El rey Nazar hizo que encendiesen la lámpara, que cerrasen las celosías de los ajimeces y las puertas, y que trajesen al momento al astrólogo Yshac-el-Rumi.

Poco despues el viejo estaba delante del rey Nazar y á solas con él.

– Siéntate, le dijo el rey.

El astrólogo se sentó con la misma altivez que si hubiera sido otro rey.

– ¿Sabes lo que me sucede? le dijo.

– Yo lo sé todo, dijo con autoridad el mago.

– Veamos.

– En primer lugar estás cada dia mas embriagado por los encantos de Bekralbayda.

– Es verdad.

– La sultana Wadah lo sabe y tiene celos.

– Es cierto.

– Bekralbayda quiere antes de ser tuya poner á prueba tu amor.

– ¿Y me exige grandes sacrificios?

– Sé que á pretesto de que este palacio es triste, en lo que no la falta razon, te ha pedido que construyas para ella sola un alcázar.

– Es verdad.

– Tú te has puesto esta noche, poderoso sultan, á idear ese alcázar, y un buho ha entrado por la ventana y ha apagado la lámpara.

– ¿Y por qué ese buho?..

– Porque ese buho quiere que ese alcázar se construya en el lugar donde está construido invisiblemente, el encantado Palacio-de-Rubíes.

– ¡El Palacio-de-Rubíes!

– Sí, en la Colina Roja.

– Esplícame, esplícame eso.

– Escucha.

Reclinóse el astrólogo indolentemente en el divan, y empezó despues de algun tiempo de meditacion de esta manera:

– Allá en los primeros años despues de la conquista de los árabes sobre España, era señor de Granada Abu-Mozni-el-Zeirita.

Este rey, siendo ya viejo, murió y dejó su herencia, esto es, el señorío de Granada, á un sobrino suyo, viejo tambien, que residia en Africa, y que se llamaba Aben-Habuz.

Cuando Aben-Habuz vino á Granada á recojer la herencia de su viejísimo tio, solo halló un negro y carcomido castillo, puesto sobre la cima de un monte, al pie de las vertientes de una sierra, y en el castillo algunos cientos de feroces guerreros que miraban el ataud de roble de su señor, apoyados en las picas con la misma espresion que el perro de montería que pierde al amo que le arrojaba sobre el rastro.

Aben-Habuz no conocia á Abu-Mozni, y por lo tanto no se entristeció. Humillóle, sí, que un pariente suyo fuese llevado á la sepultura sin embalsamar y con un ataud y unos vestidos tan humildes, porque Abu-Mozni habia gastado el dinero de sus tierras y de sus vasallos, en perros y murallas, y no habia pensado ni una sola vez en su vida en tener un alcázar ni un harem, ni en proveerse de un lecho de piedra en donde dormir el último sueño.

Aben-Habuz mandó á sus médicos que embalsamasen los restos de su feróz tio: hizo quemar el ataud de roble y el sayo de lana, le encerró vestido de púrpura en un féretro de brocado, dentro de un sepulcro de mármol sobre el cual hizo esculpir un pomposo epitafio, largamente meditado por sus sabios, y despues de estos últimos deberes, satisfechos mas bien que á la memoria de su tio, á su orgullo de rey, se lanzó con los tostados africanos que encontró en su herencia y con el ejército que habia traido de allende el mar, sobre los enemigos, que aprovechándose de la muerte de Abu-Mozni-el-Zeirita, habian invadido su territorio; y despues de haber corrido las fronteras tras ellos, de haberles incendiado castillos y aldeas, y robádoles ganados y mugeres, se tornó á su alcazaba; repartió el botin entre los soldados, encerró las mugeres en una torre, y se echó á buscar un sitio donde edificar una residencia mas digna de un rey, que el ahumado torreon donde habia pasado largas veladas, tendido sobre una piel de tigre, el primer señor árabe de Granada.

Llamó á sus faquies y á sus astrólogos, y estos, despues de haber consultado las estrellas, le llevaron á la cresta de la colina poco distante de la torre de la alcazaba, y le dijeron:

– Aquí señor debes alzar tu alcázar y la atalaya de tu reino; porque desde esta loma se vén la estendida vega y las distantes fronteras, y porque un rey debe estar siempre atento á la defensa de su pueblo.

Y Aben-Habuz hizo un alcázar y levantó una torre altísima en el lugar que le dijeron los faquies y los astrólogos, y sobre la torre puso un caballero de hierro con la lanza en ristre y girando á todos los vientos, y en la adarga del caballero mandó pintar un gallo y poner debajo esta leyenda:

Dice el sabio Aben-Habuz,

que así se defiende el Andaluz.


Porque el viejo rey tenia por una de sus mas preciosas máximas la de que un guerrero debia ser vigilante como un gallo, ligero como el viento, para volverse y correr á la parte por donde amenazase el peligro, y por esto y por otras razones que á nadie dijo, llamó á la torre de su alcazaba, torre del Gallo de viento.

Y encerrábase en ella el viejo rey, y se dormia al rechinar de la veleta, y la consultaba cada vez que soplaba el viento de la tormenta, y allí donde el caballero tenia asestada la punta de su lanza, corria con sus gentes, y hacia Eblís26 que siempre encontrase enemigos á quienes destrozaba volviéndose cargado de presas á su castillo.

Y sucedió que una de estas veces, en vez de encontrar enemigos solo halló un viejo astrólogo, que al ver llegar al rey entre aquella muchedumbre de guerreros, se prosternó por tierra, pidió amparo á Aben-Habuz, y le prometió si le dejaba la vida, edificarle un alcázar tal, que fuese maravilla de los siglos venideros.

Rióse el rey del temor del astrólogo, hízole cabalgar á la grupa de uno de sus africanos, le trajo á Granada, y se encerró con él en la torre del Gallo de viento, sin dar oidos á otras palabras que á las del astrólogo, ni salir de la torre mas que para hacer las azalaes27 en la mezquita.

Y aconteció que el rey olvidó la guerra por la astrología, y pasaron lunas enteras sin que saliese contra los cristianos; á pesar de que estos, mal escarmentados siempre, corrian la tierra haciendo talas y desaguisados, y los habitantes de las villas fronterizas, temerosos de ellos, corrieron á encerrarse tras los muros de la alcazaba Cadima y de la villa de los Judios.

Cansóse el caballero de la torre de avisar el peligro, y desde entonces no volvió á inclinar su lanza al lugar por donde aparecian enemigos, y perdió su virtud el talisman, mientras el rey pasaba las noches en claro en la torre del Gallo de viento á la luz del hornillo donde el sabio hervia en sus vasijas de vidrio brevajes repugnantes.

Al fin una noche el sabio y el rey salieron de la alcazaba por un postigo del muro, bajaron al valle formado por el Darro, y subieron á la Colina Roja.

Era la noche oscura y la tormenta hacia rechinar la veleta de la torre del Gallo de viento: la lanza del caballero señalaba entonces á la Colina Roja donde estaba el astrólogo con el rey.

Hay quien dice que el astrólogo solo queria vengarse del rey por haberle este arrebatado una hermosa doncella hija suya de la villa de los Judios y que habia dado al rey un filtro que habia secado su cerebro tornándole loco.

Sea como quiera, el astrólogo encendió una hoguera en la parte oriental de la Colina Roja en el mismo sitio donde estaban las ruinas de una antigua alcazaba, y arrojó al fuego, pronunciando palabras misteriosas, unos polvos mágicos fabricados por él delante del rey. Entonces la tierra tembló, condensóse el aire, tomó formas el humo de la hoguera y aparecieron cuatro hadas hermosas, apenas cubiertas con velos de seda, batiendo sus trasparentes alas de mariposa.

Aquellas hadas que por el poder del conjuro del astrólogo habian sido arrancadas del quinto cielo, eran los genios del Palacio-de-Rubíes.

Llamábase la una Aliento-de-las flores28, la segunda Eco-de-las-armonías; la tercera Suspiro-de-amor; la cuarta Espejo-de-Dios.

Al aparecer las cuatro hadas, se habia levantado como por encanto alrededor del rey un alcázar de incomparable hermosura: el astrólogo habia desaparecido: solo quedaban las cuatro hadas revolando alrededor del rey que corria frenético por las galerías y los retretes y las cámaras y los patios del alcázar encantado; de aquel magnífico alcázar fresco, riente y sonoro, con el canto de sus aves, la fragancia de sus flores, el murmullo de sus fuentes y el eco de sus armonías.

El rey corria, y corria, y lanzaba grandes carcajadas.

Aben-Habuz tenia un alcázar de oro y pórfido, era astrólogo y sabio, pero habia perdido el juicio.

El judío se habia vengado.

Las hadas giraban alrededor del rey, danzando unas veces, revolando en las cúpulas otras, perdiéndose en el fondo de los estanques, ó deshaciéndose en vapores perfumados entre las esbeltas columnatas de las galerías.

Y Aben-Habuz seguia corriendo con la barba descompuesta, la túnica flotante, la toca deshecha, riendo siempre, de una manera insensata, y las hadas repetian su risa de loco; deteníase cansado y las hadas se replegaban silenciosas en sus lechos de algas y flores; de perfumes y oro: de repente volvian á aparecer ante el rey y escitado Aben-Habuz por su hermosura corria en vano tras ellas; y el insensato reia de pena, y sufria riendo, y en vano queria contener aquella risa fatal que salia á su pesar de su pecho.

Y tornábase con la aurora á la torre del Gallo de viento, y en vano pretendia ver desde sus almenas el palacio donde habia pasado la noche; la Colina Roja se presentaba á su vista escueta y árida, como antes del ensalmo del astrólogo, y el rey se impacientaba y preguntaba á sus cadíes y á sus wazires, si veian sobre la Colina las torres, los muros y los minaretes de un alcázar.

Los sabios de su corte se entristecian y tenian al rey por loco, porque nada veian.

Todas las noches Aben-Habuz subia á la Colina Roja, y entonces el alcázar se presentaba ante él soberbio con sus altísimas torres, sus enhiestas almenas reales, sus cavas profundas y sus puertas de hierro, que se abrian para darle entrada hasta el Palacio-de-Rubíes, donde tornaba á su insensata alegría y á su risa cruel.

Y cada noche que el rey penetraba en el palacio encantado parecíale este mas hermoso, mas diáfano, y mas rico de resplandores y de armonía; miraba su nombre escrito con oro entre los lazos de las atauxias29 y de los alicatados30 y le enardecian las leyendas de amor, en que hablaban para él, con el lenguaje del paraiso huríes invisibles.

Y el desdichado sufria, reia y tornaba á su castillo, cada vez mas insensato, cada vez mas débil.

Su vida se consumia como una lámpara á la que falta pávilo, y aquel terrible rey tan fiero y justador á su llegada á Granada, solo era ya una sombra de lo que habia sido: un cadáver animado.

Llegó á hacerse su locura terrible: azotaba á sus mugeres, reventaba á sus perros, cortaba la cabeza á sus sabios, y se reia siempre; y al eco de su risa huian todos, porque habia llegado á ser un eco de muerte.

Una noche se ciñó su corona de rey sobre su frente de loco, y salió como acostumbraba, de su castillo al que, por fortuna de sus vasallos, no debia volver sino en hombros de los señores de su córte.

Rugia la tormenta y el huracan zumbaba entre las quebraduras de los cerros.

Aben-Habuz subió impávido el repecho de la Colina Roja, llegó á la puerta de hierro del alcázar encantado, que se abrió ante él, y llegó hasta el fondo de un magnífico patio, entre cuyas galerías se habian refugiado las cuatro hadas huyendo de la tormenta.

Cuando el rey Aben-Habuz las vió á la diáfana luz que alumbraba el alcázar, emanada del mismo, soltó una sonora carcajada, abrió con entrambas manos su alquicel para que las hadas no pudiesen escaparse, y se fué hácia ellas pretendiendo abrazarlas.

Pero Espejo-de-Dios, pasó sobre él deshaciéndose en lluvia; Aliento-de-las-flores huyó, envolviéndole en perfumes; Eco-de-las-armonías se deslizó junto á él, rozando sus vestiduras y haciéndole escuchar cantos perdidos; y Suspiro-de-amor le burló infiltrando en su corazon ardientes deseos.

Tras esta burla las hadas fueron á posarse en un ángulo distante, y Aben-Habuz corria tras ellas, riendo siempre y empeñándose en aquel juego fatal que agotaba sus fuerzas y su vida.

Y desaparecian y tornaban á aparecer, y las columnas y los arcos, los muros y las cúpulas, parecian girar, uniéndose á aquel baile terrible, y las leyendas escritas con oro y colores, y los mármoles y los alicatados, lanzaban lánguidos destellos y repetian enamorados cantares y parecian exhalar céfiros lascivos impregnados de suavísimos perfumes.

Y el desdichado loco reia, y cada carcajada era mas desgarradora y sus pasos cada vez mas inciertos y vacilantes: y el alcázar continuaba girando alrededor de él y acreciendo en destellos, en fragancia, en armonía.

Al fin, Aben-Habuz vaciló, sentóse fatigado sobre el pavimento, sus ojos se nublaron, la muerte voló en torno suyo, y volvió á la razon.

Entonces cesó su risa: quiso levantarse y no pudo, y miró á las hadas con los ojos inyectados de sangre:

– ¡Malditos génios! dijo con voz espirante: ¡habeis hecho insensato á un rey, pero este rey es sabio y se vengará! Dormid aquí, con mi corona y mis amores, hasta que un rey poderoso, descendiente del compañero del Profeta venga con el poder que le presta á la ciencia, á despertaros de vuestro sueño.

Y cayó por tierra, y sus ojos se cerraron y la muerte fué con él.

Al mismo tiempo se derrumbó con estruendo el alcázar, y las hadas quedaron sepultadas entre sus ruinas.

– Yo soy descendiente del Ansari, dijo sin poderse contenerse el rey Nazar.

– Sí, sí, tu eres el destinado á mostrar á las gentes el Palacio-de-Rubíes, dijo Yshac-el-Rumi: por eso, cuando por complacer á Bekralbayda, has pensado en hacer un alcázar, ese buho ha entrado y ha apagado tu luz.

– ¡Pero ese buho!..

– El rey Aben-Habuz, fué encontrado muerto sobre la Colina Roja: y conducido á su castillo fué sepultado en una tumba magnífica. Pero el alma del rey Aben-Habuz, ha quedado sobre la tierra, encantada en el cuerpo de un buho.

– ¿Y quién te ha rebelado ese misterio y esa maravillosa leyenda? dijo el rey Nazar; temeroso de que aquel relato fuese una impostura de Yshac-el-Rumi.

– Hace mucho tiempo, señor, dijo el viejo de una manera inalterable, que he consultado tu horóscopo con las estrellas.

– ¿Y mi horóscopo cual es?

– Tú serás el fundador de ese alcázar que admirarán las gentes, que construirás por el amor de una muger, y al que darás tu nombre.

– ¿Y ese alcázar existe?

– Existe encantado.

– ¿Y puedo yo verle?

– Sí, poderoso señor, pero enloquecerías y moririas como el rey Aben-Habuz.

– ¡Y bien! sino puedo verle, ¿cómo he de construir en el lugar donde se encuentra, un alcázar semejante?

– Yo te traeré pintado en pergamino el alcázar; medido y dispuesto desde lo mas chico hasta lo mas grande, de modo que los alarifes y los oficiales solo tengan que labrar la piedra y la madera.

– ¿Y cuando me traerás ese pergamino?

– Pasada una luna.

– ¡Una luna todavía!

– Necesito ese tiempo para visitar el alcázar encantado, y puesto que tanto amas á mi hija, aprovéchate tú para reducirla á tu amor.

– Dentro de una luna te espero, dijo el rey Nazar: vete.

– Dentro de una luna yo te haré conocer el Palacio-de-Rubíes. ¡Que el Altísimo y Misericordioso quede contigo, rey Nazar!

Y el astrólogo salió.

– ¡Oh! esclamó el rey Nazar; ¡el sabio rey Aben-Habuz, encantado en un buho! ¡este buho inspirándome el amor de Bekralbayda! ¡ella pidiéndome un alcázar en cambio de sus amores! ¡ese viejo contándome un estraño encantamiento! ¡mi hijo enamorado de ella, guardando su secreto, y ella, enamorada de mi hijo y ocultando tambien su amor! y luego: ¡yo conozco á ese viejo: yo le he visto alguna vez! pues bien: ¡dejemos correr la cosas, y Dios me guiará!

Fortalecido y tranquilo por su confianza en Dios, el rey Nazar se reclinó en su diván, se envolvió en su alquicel y se durmió.

25

Arquitecto.

26

Nombre que daban los árabes al diablo.

27

Oraciones.

28

Estos cuatro nombres tienen en árabe las correspondencias siguientes: Aliento-de-las-flores: Nafasu-al-Azjari; Eco-de-las-armonías: Sadan-al-Angámi; Suspiro-del-amor: Jasratu-Jobbati; Espejo-de-Dios: Miratu-Allaji. Dejamos en el testo la traduccion española de estos nombres porque son demasiado estraños, es decir: porque no tienen tan buen sonido como otros que hemos consignado en el testo.

29

Adornos de flores y hojas, especie de filigrana caprichosísima de que están ornamentadas las paredes de la Alhambra.

30

Mosáicos que sirven unas veces de zócalo á las paredes, otras de pavimento.

La alhambra; leyendas árabes

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