Читать книгу La alhambra; leyendas árabes - Fernández y González Manuel - Страница 16
LEYENDA I
EL REY NAZAR
XVI
UNO PARA CADA CAUTIVO
ОглавлениеMaravilláronse los sabios y aturdiéronse los ignorantes con la estraña resolucion del rey Nazar.
¿Para qué queria aquellos treinta mil esclavos?
¿Qué treinta mil almenas eran aquellas de que habia hablado?
No se murmuraba de otra cosa en la córte.
Pero creció la maravilla cuando el rey llamó á ciertos oficiales que se ocupaban en labrar piedras, y encerrado con ellos en su castillo, les dijo:
– Yo tengo en la sierra canteras de preciosos mármoles: mio es el blanco y brillante, que al marfil semeja: mia la serpentina verde como la esmeralda: mio el granito rojo, verde y azul, y el manchado, que imita á la piel del tigre: ¿cuánto me dareis si os dejo sacar mármoles por dos años de esas canteras?
– Te daremos diez mil doblas marroquíes, señor, dijo el principal de aquellos menestrales.
Movió el rey la cabeza.
– Te daremos veinte mil doblas marroquíes.
Repitió el rey su movimiento negativo.
– Te daremos treinta mil doblas marroquíes.
– Dadme treinta mil morteros de granito negro, dijo el rey, uno para cada cautivo.
– ¡Ah! señor, ¿y con qué compraremos el granito?
– Tomadle de mis canteras.
– ¿Y cómo traeremos tanto mortero?
– Dejadlos al pie de las canteras.
– ¿Y en cuánto tiempo, señor, hemos de arrancar el granito y labrarlo?
– En quince soles.
– ¡Ah, poderoso señor! ¡tú quieres que hagamos maravillas!
– Vuestro es el mármol de todo género que podais arrancar durante dos años de mis canteras: pero habeis de entregarme dentro de quince soles treinta mil morteros de granito negro con su maza, uno para cada esclavo.
Consultaron algun tiempo entre sí los menestrales.
– ¿Y si dentro de los quince soles nos faltase algun número de morteros, señor?
– Entonces perdereis los que hallais fabricado y no os daré nada.
Volvieron á consultar entre sí los mecánicos.
– Dentro de quince soles, señor, dijeron, tendrás al pie de las canteras de la sierra, treinta mil morteros con su maza.
– Sí, sí, dijo el rey: eso es, treinta mil: uno para cada cautivo.
Los menestrales salieron maravillados:
– ¿Para qué querrá el rey, se decian, treinta mil morteros?