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LEYENDA I
EL REY NAZAR
V
UNA HISTORIA MUY SENCILLA

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Una alborada de primavera subió Yshac-el-Rumi, al terrado de su casa.

En él encontró un canastillo de palma primorosamente labrado, y cubierto de hermosas flores.

De entre las flores salia el vaguido de una criatura al parecer recien nacida.

Yshac quitó las flores y encontró debajo una niña vestida de blanco.

Pendiente del cuello de la niña se veia un amuleto, y á su lado un pergamino en que estaban escritas estas palabras:

«Una sultana la ha dado á luz. Las buenas hadas la han llamado Bekralbayda.

»Que ojos humanos no vean su hermosura, porque seria desgraciada y lo serias tú.»

Yshac, me sacó del canastillo, llamó á una nodriza y me crió secretamente.

Porque aquella niña, como te lo ha dicho mi nombre, era yo.

No recuerdo los primeros años de mi infancia.

Sin embargo, algunas veces como un sueño lejano, confuso, creo recordar á una muger.

Recuerdo tambien confusamente que era muy jóven y muy hermosa.

Yshac afirma, sin embargo, que no me vió otra muger que mi nodriza, que era una rústica que nada tenia de hermosa, mientras que la muger que yo creo recordar era hermosísima.

Pasaron los años.

Este jardin, estos árboles, estas fuentes han visto mi infancia y mi juventud; fuera de ellos yo no habia visto nada, ni persona humana, mas que á Yshac-el-Rumi, que se ocupaba en cultivar mi espíritu.

Parecia que viviamos solos.

Yo no escuchaba en la casa ruido alguno.

Y á pesar de esto bastaba con que yo estuviese durante algun tiempo fuera de mi retrete, oyendo la sabia palabra de Yshac, que me sujetaba todos los dias á muchas horas de estudio, para que al volver viese renovadas las flores en los búcaros, renovado el fuego y los perfumes de los braserillos, limpio y arreglado el lecho.

Yshac no se habia separado de mí; luego alguien, á quien yo no sentia, á quien yo no veia, nos acompañaba en la casa.

Yo preguntaba á Yshac, pero Yshac callaba.

Cuando insistia solia responderme.

– Aun no es tiempo.

Yo me entristecia al pensar en el misterio que me rodeaba.

Porque Yshac me habia enseñado á leer, á escribir, á componer frases valiéndome de las flores, y me habia dado libros en que se hablaba de un mundo que yo no conocia, de un mundo en que habia poderosos y nobles reyes, hermosas sultanas, valientes caballeros, enamorados, damas, fiestas, aventuras, amores.

¡Oh! yo ansiaba conocer todo esto, y cuando espresaba mi deseo á Yshac me decia:

– Aun no es tiempo.

– ¿Pero cuando llegará ese tiempo? le dije cansada ya de tan misteriosa contestacion.

– Cuando hayan pasado sobre tu vida veinte años: cuando el amor haya hablado á tu corazon.

– ¿Y cuándo hablará en mi corazon eso que tú llamas amor?

– Aun no es tiempo, me contestaba Yshac.

Me resigné al fin y pasé mi vida entre flores y fuentes; entre la armonia del canto de mis ruiseñores y de mi guzla.

Yo no conocia á otra persona que á Yshac; no tenia mas amigo que á Abu-al-abu.

El viejo buho habia sido mi compañero desde la infancia: en cuanto oscurecia entraba por una ventana ó por un ajimez en la habitacion que yo me encontraba, se posaba sobre mi hombro, ó sobre mis rodillas, ó sobre un almohadon del divan: esponjaba su plumaje, batia levemente las alas, y lanzaba de tiempo en tiempo un ténue silvido; Abu-al-abu queria sin duda decirme algo; pero yo no comprendia su lenguaje.

Cuando yo le acariciaba pasando mi mano sobre sus alas, Abu-al-abu se estremecia y repetia sus silvidos mas ténues, mas dulces y esponjaba mas su plumaje y acababa por dormirse.

Yo amo á ese pobre viejo; él y mis pájaros y mis flores, son los únicos que tienen para mí demostraciones de afecto; y sonoros cantos y suaves perfumes.

Yshac está siempre sombrío, hosco, me mira con sobrecejo, habla conmigo muy pocas palabras, y con mucha frecuencia en medio de la noche, me estremece su risa, esa risa dolorosa y terrible, esa risa de condenado.

Pasaba así mi vida; llegó al fin un dia en que me sentí llena de una vida nueva; sentia en mi corazon una ansiedad lenta, dulce, pero que á pesar de su dulzura me atormentaba, cuando leia los hermosos poemas de Antar: cuando leia que un caballero enamorado iba venciendo peligros en busca de una dama encantada, yo me decia:

– ¿Cuál será el caballero que me saque de mi encanto?

Yo quiero que sea blanco como las cándidas rosas de mi jardin; que tenga los ojos negros como el fondo de las grutas del rio; que sea mas gentil que el álamo, mas amoroso que el ruiseñor cuando trina: yo quiero que mi amado sea valiente, leal y buen caballero: yo le quiero ver en el esplendor de su poder y de su juventud.

– Y yo preguntaba al buho:

– ¿Dónde está el amado de mi alma?

Y el buho silvaba dolorosamente.

Y preguntaba al ruiseñor, y el ruiseñor callaba.

Y preguntaba á las flores, y las flores parecia que querian apartarse de mí volviéndose sobre su tallo.

Y preguntaba á Yshac, y él me contestaba:

– Aun no es tiempo.

Y al escuchar estas desconsoladoras respuestas, mis ojos se llenaban de lágrimas y en mi pensamiento despierta, y en mis sueños dormida, veia yo al mancebo de mí amor, mas enamorado, mas valiente, mas generoso, enlazadas mis manos á las suyas, viviendo en su vida.

Y – Yo le amo, yo le espero, decia al buho y al ruiseñor y á las fuentes y á las flores.

Y todos ellos me contestaban de una manera dolorosa como si hubieran querido decirme:

– El amor de tu amado será fatal para tí.

Y empecé á ponerme pálida, como los claveles cuando les falta el rayo del sol.

Y empezó el sueño á huir de mis noches, y la paz desapareció completamente de mis dias.

Todo era triste para mí.

El cielo y la tierra: el sol y las nubes: y las flores.

Un dia… hace muy poco tiempo, Yshac me dijo:

– Ha llegado la hora.

– ¿La hora de conocer á mi amado?

– Sí, me contestó.

Al dia siguiente me montó en un asno sencillamente enjaezado y cubierta con un haike, y él detrás, cubierto con su albornoz, me sacó del jardin; seguimos el rio abajo, atravesamos una hermosa ciudad, salimos a una deliciosísima vega y caminamos por ella hácia donde se pone el sol.

Aquella noche llegamos á otra ciudad rodeada de fuertes muros y altísimas torres.

¿Qué ciudad es aquella, pregunté á Yshac, que brilla como plata bajo la luz de la luna?

– En esa ciudad está el amado de tu alma, me contestó.

Y no dijo mas palabra, por mas que le pregunté.

Dormimos aquella noche en una casa, junto al rio, cerca de la ciudad.

Mejor hubiera dicho que pasamos la noche, porque yo no dormí.

En medio de mi vela me sorprendió el ruido de un aleteo.

Era Abu-al-abu que entraba por la ventana.

El pobre viejo nos habia seguido.

Se posó sobre mi hombro y estuvo largo rato silvando á mi oido de una manera lastimosa: luego se precipitó por la ventana y desapareció.

Al amanecer, Yshac me hizo montar en el asno y me llevó… al lugar donde te ví.

Cuando entramos, él mismo me quitó el haike y quedé con el rostro descubierto.

Todos me miraban, damas y caballeros.

Todos estrañaban, sin duda mi luto y el de Yshac.

Yo miraba á todos los mancebos que pasaban junto á mi ó que estaban á mi lado: ninguno era el de mis sueños, el ser á quien yo amaba sin conocerle.

Pero de repente sonó una música poderosa de trompetas y atabales, de dulzainas y añafiles, y entró el rey en la plaza.

A la derecha del rey venias tú.

Al verte mi corazon se estremeció, fijé en tí mis ojos y ya no los aparté mas.

Porque tú eras el hombre de mi amor. Mi corazon me lo dijo.

Pero tú me miraste un momento, y luego… apartaste de mí los ojos y no me volviste á mirar mas.

En cambio otro hombre me miraba tenazmente.

Era el rey.

Yo apartaba los ojos del rey, los fijaba en tí y no veia nada de lo que tenia alrededor.

Y las fiestas se acabaron y tú desapareciste, y yo quedé ciega y desdichada, con el corazon frio y los ojos llenos de lágrimas.

Al dia siguiente Yshac me trajo otra vez al jardin.

Al entrar en él me dijo:

– Tu amado vendrá y tú serás sultana.

Yo te esperaba.

Hoy me dijo Yshac:

– Tu amado vendrá esta noche: tú saldrás á su encuentro: las flores y las fuentes y las enramadas serán vuestros únicos testigos. Sé su esclava.

Yo quise hablar pero Yshac me dijo con fiereza.

– El destino lo quiere: la esclava debe esperar á su señor: pero que su señor no sepa la historia de su esclava; porque si la supiera moririas tú y moriria él.

Yshac no nos escucha, añadió Bekralbayda: está en aquel ajimez, y yo he podido contarte mi historia, he podido decirle te amo, soy tu esclava; tú eres la sed de mi corazon, el sol de mi vida; te veo, me escuchas y soy feliz.

Mientras Bekralbayda habia contado su sencilla historia al príncipe, la luna habia descendido y se habia ocultado al fin: la sombra habia cubierto árboles, fuentes y flores: despues que calló Bekralbayda, no se vió mas que la sombra de Yshac-el-Rumi en el ajimez en que lucia un resplandor opaco, ni se oyó mas que el murmullo de las fuentes y el aleteo de un buho que revolaba entre la enramada.

La alhambra; leyendas árabes

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